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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (45 page)

BOOK: Petirrojo
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Y la sensación de que algo no iba bien cruzó su mente una milésima de segundo antes de comprender lo que pasaba. El gatillo se había detenido. El anciano apretó más fuerte, pero el gatillo se resistía. ¡El seguro! El viejo sabía que era demasiado tarde. Encontró el seguro con el dedo pulgar y lo empujó hacia arriba. Apuntó con la mira al lugar iluminado y ya vacío. Brandhaug había desaparecido, iba camino de la puerta de entrada, situada al otro lado de la casa, que daba a la carretera.

El anciano parpadeó. Los latidos de su corazón le lastimaban las costillas. Soltó el aire de sus pulmones doloridos. Se había dormido. Volvió a parpadear. El entorno parecía envuelto en una fina niebla. Había fallado. Golpeó la tierra con los nudillos desnudos. No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que la primera lágrima caliente le cayó en el dorso de la mano.

Capítulo 73

KLIPPAN, SUECIA

11 de Mayo de 2000

Harry se despertó.

Tardó un segundo en darse cuenta de dónde estaba. Cuando entró en el piso aquella tarde, lo primero que pensó fue que le sería imposible dormir allí. Tan sólo una delgada pared y un cristal sencillo separaban el dormitorio del tráfico de la calle. Pero, tras la hora de cierre del supermercado ICA que había en la acera de enfrente, el lugar quedó totalmente muerto. Apenas si pasaban ya coches y la gente desapareció por completo.

Se calentó en el horno una pizza Grandiosa que había comprado en el ICA. Se le ocurrió que resultaba extraño encontrarse en Suecia comiendo pizza noruega. Después, encendió el televisor lleno de polvo que había en un rincón, sobre una caja de cervezas. Algo le pasaba al aparato, porque todas las personas aparecían con la cara verdosa.

Se quedó viendo el documental de una chica que elaboraba una historia personal a partir de las cartas que su hermano le había enviado durante su viaje por todo el mundo mientras ella se hacía mayor, en los años setenta. El ambiente de los sin techo de París, un
kibbutz
en Israel, un viaje en tren por la India, al borde de la desesperación en Copenhague… El documental tenía un formato sencillo: fragmentos de película y muchas fotos, comentarios y un relato curiosamente melancólico. Pensó que, seguramente, habría soñado con todo ello, porque se despertó con la imagen de los personajes y los lugares aún impresa en la retina.

El sonido que lo despertó procedía del abrigo que había colgado en la silla de la cocina. Los penetrantes silbidos retumbaban entre las paredes de la habitación vacía. Había puesto la estufa al máximo y, aun así, tenía frío bajo el fino edredón. Puso los pies en el suelo helado y sacó el móvil del bolsillo interior del abrigo.

—¿Diga?

Nadie contestó.

—¿Diga?

Sólo oía la respiración de alguien.

—¿Eres tú, Søs?

Era la única persona que, en ese momento, se le ocurrió que lo llamaría a media noche.

—¿Pasa algo, se trata de
Helge
?

Tuvo sus dudas al dejar el pájaro al cuidado de Søs, pero ella se alegró tanto…, y le prometió que lo cuidaría muy bien. Pero no era Søs. Ella no respiraba así. Y además, ella le habría contestado.

—¿Quién es?

No hubo respuesta.

Iba a colgar cuando escuchó un leve lamento. La respiración empezó a sonar trémula, como si la persona que había al otro lado del hilo telefónico estuviese a punto de romper a llorar. Harry se sentó en el sofá, que servía de cama. Por entre las finas cortinas azules se veía el luminoso del ICA.

Harry sacó un cigarrillo del paquete que había en la mesa del salón, junto al sofá, lo encendió y se tumbó. Dio una larga calada mientras escuchaba cómo la respiración se convertía en suaves sollozos.

—Venga, calma —dijo.

Un coche pasó por la calle. Seguramente un Volvo, se dijo Harry. Se tapó las piernas con el edredón y empezó a contar la historia de la chica del documental y de su hermano mayor, más o menos como la recordaba. Cuando terminó, ella había dejado de llorar. Al cabo de un rato, dijo adiós y se cortó la comunicación.

Cuando el móvil volvió a sonar, eran las ocho y ya era de día. Harry lo encontró debajo del edredón, entre las piernas. Era Meirik. Parecía nervioso.

—Vuelve a Oslo enseguida —ordenó—. Parece ser que alguien ha utilizado ese Märklin tuyo.

Parte VII
ABRIGO NEGRO
Capítulo 74

HOSPITAL RIKSHOSPITALET

11 de Mayo de 2000

Harry reconoció a Bernt Brandhaug enseguida. Miraba a Harry con los ojos muy abiertos y con una amplia sonrisa.

—¿Por qué sonríe? —preguntó Harry.

—A mí no me lo preguntes —replicó Klemetsen—. Los músculos de la cara se tensan y la gente suele tener todo tipo de expresiones faciales. A veces, hay padres que no reconocen a sus propios hijos, de tanto como les cambia la cara.

La mesa de intervenciones quirúrgicas donde yacía el cadáver estaba en medio de la blanca sala de autopsias. Klemetsen retiró la sábana para que pudieran ver el resto del cuerpo. Halvorsen se volvió enseguida. Había rechazado la pomada contra olores que Harry le ofreció antes de entrar, aunque como la temperatura ambiente de la sala de autopsias número 4 del Instituto Forense del hospital era de doce grados, el hedor no era de los peores. Halvorsen no paraba de toser.

—Lo comprendo —convino Knut Klemetsen—. No es un espectáculo agradable.

Harry asintió con la cabeza. Klemetsen era un buen forense y un hombre compasivo.

Comprendía que Halvorsen era nuevo y no quería avergonzarlo. Brandhaug no tenía peor pinta que otros cadáveres. Por ejemplo, su aspecto no era más desagradable que el de los gemelos que habían permanecido bajo el agua una semana, ni que el del chico de dieciocho años que se había estrellado a doscientos por hora mientras intentaba escapar de la policía; o que el de la yonqui que hallaron sentada desnuda y sólo cubierta por un plumón al que había prendido fuego. Harry había visto de todo y Bernt Brandhaug no tenía posibilidades de ser incluido en su lista de los diez peores. Ahora bien, para haber recibido un tiro por la espalda, Bernt Brandhaug tenía una pinta catastrófica. El agujero de salida del pecho era tan grande que la mano de Harry cabría en él sin problemas.

—¿Así que la bala le dio en la espalda? —preguntó Harry.

—En medio de los omoplatos, con una leve inclinación. Seccionó la columna vertebral al entrar y el esternón al salir. Como ves, algunas partes del esternón han desaparecido, hallaron restos en el asiento del coche.

—¿En el asiento del coche?

—Sí, acababa de abrir la puerta del garaje, supongo que iba a trabajar y la bala lo atravesó a él, el parabrisas y la luna trasera, y se detuvo en el muro del garaje. Una pasada.

—¿Qué clase de bala habrá sido? —preguntó Halvorsen, que ya parecía haberse recuperado.

—Esa pregunta tendrán que contestarla los expertos de balística —observó Klemetsen—. Pero sí puedo decirte que su efecto ha sido como el de algo intermedio entre una bala «dundun» y un taladro para túneles. Sólo cuando trabajé para la ONU en Croacia, en 1991, vi algo parecido.

—Una bala de Singapur —intervino Harry—. Encontraron los restos incrustados medio centímetro en la pared de hormigón. El casquillo que hallaron en el bosque era del mismo tipo que el que yo encontré en Siljan este invierno. Por eso me llamaron a mí enseguida. ¿Qué más nos puedes contar, Klemetsen?

No sabía mucho más. Les dijo que habían realizado la autopsia en presencia de oficiales de la KRIPOS, como dictaba la normativa. La causa de la muerte era obvia y sólo había dos aspectos dignos de mención. Había restos de alcohol en la sangre y se había encontrado secreción sexual debajo de la uña del dedo índice derecho.

—¿De la esposa? —preguntó Halvorsen.

—Eso lo averiguará la científica —dijo Klemetsen mirando al joven oficial por encima de las gafas—. Si quiere. A menos que opinéis que es relevante para la investigación, quizá no sea necesario pedir esos análisis, por ahora.

Harry asintió.

 

Tomaron la calle Sognsvann, luego la de Peder Anker, hasta llegar al domicilio de Brandhaug.

—¡Qué casa más fea! —exclamó Halvorsen.

Llamaron al timbre y tuvieron que aguardar un rato hasta que una mujer de unos cincuenta años y muy maquillada les abrió la puerta.

—¿Elsa Brandhaug?

—Soy su hermana. ¿Quién la busca?

Harry mostró su tarjeta de identificación.

—¿Más preguntas? —resopló la hermana con rabia contenida en la voz.

Harry afirmó con un gesto, aunque sospechaba cuál sería la reacción.

—¡Os lo aseguro! Está totalmente agotada y no va a devolverle su marido el hecho de que vosotros…

—Perdón, pero no estamos pensando en su marido —la interrumpió Harry, educadamente—. Él está muerto. Pensamos en la próxima víctima, en evitar que alguien más tenga que pasar por lo que ella está pasando ahora.

La hermana se quedó boquiabierta, sin saber exactamente cómo continuar la frase. Harry la sacó del apuro preguntando si debían quitarse los zapatos antes de entrar.

La señora Brandhaug no parecía tan agotada como su hermana había dado a entender.

Estaba sentada en el sofá con la mirada perdida, pero a Harry no le pasó inadvertida la labor de punto que asomaba por debajo de uno de los cojines del sofá. Y no es que hubiese nada de extraño en dedicarse a tejer cuando acaban de asesinar a tu marido. Bien mirado, quizá fuese hasta normal. Algo familiar a lo que aferrarse cuando el resto del mundo se viene abajo a tu alrededor.

—Me marcho esta noche a casa de mi hermana —explicó la mujer.

—Tengo entendido que se te ha facilitado vigilancia policial —dijo Harry—. Por si acaso…

—Por si acaso vienen a por mí también —remató ella.

—¿Crees que existe la posibilidad? —preguntó Halvorsen—. Y, de existir, ¿quiénes vendrán a por ti?

La mujer se encogió de hombros. Miró por la ventana, en dirección a la pálida luz del día que entraba en el salón.

—Sé que la KRIPOS ha estado haciéndote las mismas preguntas —dijo Harry—. Pero, entonces, no sabes si tu marido recibió amenazas después de lo que publicó ayer el
Dagbladet,
¿no es así?

—Nadie ha llamado aquí —respondió ella—. Pero en la guía telefónica sólo figura mi nombre, por deseo de Bernt. Será mejor que habléis con el ministerio, por si alguien ha llamado allí.

—Ya lo hemos hecho —comentó Halvorsen mirando fugazmente a Harry.

—Estamos rastreando todas las llamadas que recibió ayer en su despacho.

Halvorsen insistió en el tema de los posibles enemigos de su marido, pero ella no tenía gran cosa que aportar.

Harry estuvo un rato escuchando, hasta que, de pronto, recordó un detalle y preguntó:

—¿Quieres decir que aquí no recibisteis ayer ni una sola llamada?

—Bueno, alguna hubo —admitió ella—. Un par de llamadas.

—¿De quién?

—Mi hermana. Bernt. Y algún sondeo de opinión, si no recuerdo mal.

—¿Sobre qué preguntaban?

—No lo sé. Preguntaron por Bernt. Ya sabes, tienen esas listas de nombres por edad y sexo…

—¿Preguntaron por Bernt Brandhaug?

—Sí…

—Los de sondeos de opinión no usan nombres. ¿Oíste algún ruido de fondo?

—¿Qué quieres decir?

—Normalmente, esa gente trabaja desde cabinas que comparten con varias personas.

—Sí lo había. Pero…

—¿Pero?

—No era esa clase de ruidos a los que tú te refieres. Era… diferente.

—¿A qué hora recibiste esa llamada?

—Sobre las doce, creo. Contesté que volvería por la tarde. Se me había olvidado que iba a Larvik a esa cena con el Consejo de Exportación.

—Ya que Bernt no figura en la guía telefónica, ¿no se te ocurrió que alguien podría haber llamado a todos los Brandhaug de la guía para averiguar dónde vivía Bernt y cuándo iba a estar en casa?

—No entiendo…

—Las agencias de sondeos de opinión no suelen llamar en horas de trabajo preguntando por alguien en edad de trabajar.

Harry se dirigió a Halvorsen.

—Pregunta a Telenor si te pueden facilitar el número desde el que llamaron.

—Perdón, señora Brandhaug —dijo Halvorsen—. Me he fijado en que tienen un nuevo teléfono Ascom ISDN en la entrada. Yo tengo el mismo aparato. Los diez últimos números entrantes quedan grabados en la memoria, así como la hora de llamada. ¿Puedo…?

Harry aprobó con la mirada la eficacia de Halvorsen. Éste se levantó y la hermana de la señora Brandhaug lo acompaño a la entrada.

—Bernt era un poco chapado a la antigua a veces —le explicó a Harry la señora Brandhaug, con media sonrisa—. Pero le gustaba comprar trastos modernos. Teléfonos y cosas así.

—¿Cómo de chapado a la antigua era en cuanto a la fidelidad, señora Brandhaug?

Ella alzó la cabeza bruscamente.

—He pensado que podríamos hablar de esto a solas —continuó Harry—. La KRIPOS ha investigado lo que les contaste antes. Tu marido no estuvo en Larvik con el Consejo de Exportación. ¿Sabías que Asuntos Exteriores dispone de una habitación permanente en el hotel Continental?

—No.

—Mi superior del CNI me lo dijo esta mañana. Parece ser que tu marido se hospedó allí ayer por la tarde. No sabemos si estaba solo o acompañado, pero es fácil sospechar cuando un hombre le miente a su mujer y se va a un hotel…

Harry la observó mientras su semblante sufría una metamorfosis, desde la ira a la desolación, la resignación y… la risa. Aunque sonó como un sollozo.

—Realmente, no debería sorprenderme —admitió ella—. Si quieres saberlo, te diré que en ese campo también era moderno. De todos modos, no alcanzo a comprender qué tiene eso que ver con este asunto.

—Podría haberle dado motivos a un esposo celoso para asesinarlo —aclaró Harry.

—Yo podría tener el mismo motivo, Hole. ¿Has pensado en eso? Vivimos en Nigeria y allí no costaba más de doscientas coronas contratar los servicios de un asesino —le reveló con la misma risa amarga—. Creía que atribuíais el móvil a las opiniones que el diario
Dagbladet
puso en su boca.

—Tenemos que comprobar todas las posibilidades.

—La mayoría eran mujeres que conocía a través del trabajo. Ni que decir tiene que yo no conozco todas sus historias, pero una vez, lo pillé in fraganti. Y entonces me di cuenta de que seguía unas pautas. Pero ¿un asesinato? No sé, hoy en día, nadie le pega un tiro a nadie por algo así, ¿no?

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