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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

Petirrojo (46 page)

BOOK: Petirrojo
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Dirigió a Harry una mirada inquisitiva, pero él no supo qué contestar. A través de las puertas de cristal que daban a la entrada, se oía a Halvorsen hablar en voz baja.

Harry carraspeó.

—¿Sabes si últimamente tenía un lío con alguna mujer?

Ella negó con un gesto.

—Pregunta en el ministerio. Ya sabes, es un ambiente muy extraño. Seguro que allí hay alguien a quien le encantaría daros alguna pista.

Lo dijo sin amargura, como una información más.

—Es muy raro —dijo Halvorsen ya de vuelta—. Recibiste una llamada a las 12:24, Pero no fue ayer sino anteayer.

—Ah, sí, puede que me haya confundido —respondió Elsa Brandhaug—. En fin, en ese caso, no tendrá nada que ver con esto.

—Puede que no —convino Halvorsen—. Aun así, he solicitado la información. La llamada procedía de un teléfono público. El del restaurante Schrøder.

—¿Un restaurante? —preguntó ella—. Sí, claro, eso explicaría el sonido de fondo. ¿Crees que…?

—No tiene por qué estar relacionado con el asesinato de tu marido —se apresuró a intervenir Harry al tiempo que se ponía de pie—. Al Schrøder va mucha gente rara.

Elsa Brandhaug los acompañó hasta la escalinata de la entrada. Hacía una tarde gris y las nubes se deslizaban despacio sobre la colina que tenían a su espalda.

La señora Brandhaug tenía los brazos cruzados, como si tuviera frío.

—Hay tanta oscuridad aquí —comentó—. ¿No os habéis fijado?

La policía científica seguía peinando el área en torno a la cabaña, donde habían encontrado el casquillo, cuando Harry y Halvorsen se acercaron cruzando por el brezo.

—¡Alto! —les gritó una voz cuando se agacharon para pasar bajo el cordón policial.

—¡Policía! —contestó Harry.

—¡No importa! —contestó la misma voz—. Tendréis que esperar a que terminemos.

Era Weber. Llevaba unas botas de goma altas y un ridículo chubasquero amarillo. Harry y Halvorsen volvieron al otro lado de las cintas.

—¡Hola, Weber! —gritó Harry.

—No tengo tiempo —repuso haciéndoles gestos para que se apartaran.

—Sólo un minuto.

Weber se acercó dando grandes zancadas y con una expresión de irritación manifiesta.

—¿Qué quieres? —le gritó desde una distancia de veinte metros.

—¿Cuánto tiempo estuvo esperando?

—¿El tío de ahí arriba? No tengo ni idea.

—Venga, Weber. Una pista.

—¿Es KRIPOS o vosotros quien investiga este caso?

—Los dos. Todavía no estamos del todo coordinados.

—¿Y quieres que me crea que lo vais a estar?

Harry sonrió y sacó un cigarrillo.

—Has acertado otras veces, Weber.

—Deja de dorarme la pildora. ¡Corta el rollo! ¿Quién es el muchacho?

—Halvorsen —dijo Harry antes de que el aludido pudiese presentarse.

—Escucha, Halvorsen —dijo Weber mientras observaba a Harry sin intentar ocultar su disgusto—. Fumar es una guarrería y la prueba definitiva de que el ser humano sólo persigue una cosa: placer. El tipo que estuvo aquí dejó ocho colillas en una botella de refresco de naranja medio vacía. Fumaba Teddy sin filtro. Los tíos que fuman Teddy no fuman dos al día, así que si no se quedó sin tabaco, supongo que estuvo aquí, como mucho, veinticuatro horas. Cortó las ramas de abeto más bajas, a las que no llega la lluvia; pero había gotas de agua en el techo de la cabaña. La última vez que llovió fue ayer a las tres de la tarde.

—¿De modo que llegó aquí entre las ocho y las tres del día de ayer, aproximadamente? —preguntó Halvorsen.

—Creo que Halvorsen llegará lejos —observó Weber lacónico, sin dejar de mirar a Harry—. Sobre todo, teniendo en cuenta el nivel que hay en el cuerpo. ¡Joder! Cada día está peor. ¿Has visto qué clase de gente admiten hoy en la academia de policía? Hasta la carrera de magisterio atrae a más genios.

De pronto, Weber dejó de tener prisa e inició una extensa disertación sobre el nefasto futuro del cuerpo.

—¿Alguno de los vecinos ha visto algo? —interrumpió Harry cuando Weber se vio obligado a hacer un alto para respirar.

—Hay cuatro tíos llamando a todas las puertas, pero la mayoría de la gente no vuelve del trabajo hasta más tarde. No sacarán nada de todos modos.

—¿Por qué no?

—No creo que se haya dejado ver en el vecindario. Trajimos un perro que le siguió el rastro durante un kilómetro bosque adentro, hasta uno de los senderos, pero allí lo perdió. Apuesto por que ha venido y ha vuelto por el mismo camino, por esa red de senderos que se extiende entre los lagos de Sognsvann y Maridalsvannet. Puede haber dejado el coche en cualquiera de los más de doce aparcamientos que los senderistas tienen a su disposición en esta zona. Y te aseguro que aquí vienen miles, a diario, casi todos con la mochila a la espalda. ¿Comprendes?

—Comprendo.

—Y ahora me vas a preguntar si encontraremos huellas dactilares.

—Pues…

—Venga.

—¿Qué pasa con la botella de naranjada?

Weber negó con la cabeza.

—Ninguna huella. Nada. Para haber permanecido aquí tanto tiempo ha dejado muy pocos indicios. Seguimos buscando, pero estoy bastante convencido de que lo único que vamos a encontrar serán huellas de zapatos y algunas fibras de tejido.

—Además del casquillo.

—Ése lo dejó aposta. Todo lo demás está demasiado bien recogido.

—Entiendo. Como una advertencia, quizá. ¿Tú qué opinas?

—¿Yo qué opino? Creía que los cerebros sólo se habían distribuido entre vosotros los jóvenes, ya que ésa es la creencia que intentan implantar hoy en el cuerpo.

—Bueno. Gracias por la ayuda, Weber.

—Y deja de fumar, Hole.

—Un tío estricto —opinó Halvorsen ya en el coche cuando iban camino al centro.

—Weber puede ser un tanto especial —admitió Harry—. Pero conoce bien su trabajo.

Halvorsen tamborileaba en el salpicadero el ritmo de una melodía muda.

—¿Y ahora qué? —preguntó.

—Al hotel Continental.

La KRIPOS llamó al hotel Continental quince minutos después de que hubiesen limpiado y cambiado las sábanas de la habitación de Brandhaug. Nadie se había dado cuenta de que hubiese recibido visita; sólo sabían que Brandhaug había dejado el hotel alrededor de medianoche.

Harry estaba en la recepción, fumándose su último cigarrillo, mientras el recepcionista que había estado de guardia la noche anterior se retorcía las manos visiblemente atribulado.

—Hasta bien entrada esta mañana, no nos informaron de que Brandhaug había sido asesinado —se excusó—. De lo contrario, habríamos tenido el sentido común de no tocar su habitación.

Harry hizo un gesto afirmativo antes de dar la última calada al cigarrillo. De todas formas, la habitación del hotel no era el escenario del crimen, aunque habría sido interesante encontrar algún cabello largo y rubio sobre la almohada y dar con la persona que, con toda probabilidad, fue la última en hablar con Brandhaug.

—Bueno, supongo que eso es todo —dijo el jefe de la recepción con una sonrisa pero como si estuviese a punto de echarse a llorar.

Harry no contestó. Se percató de que el hombre se ponía tanto más nervioso cuanto menos hablaban ellos. De modo que no contestó, sino que se quedó mirando fijamente el ascua de su colilla.

—Bueno… —repitió el jefe de la recepción al tiempo que se pasaba la mano por la solapa.

Harry seguía mudo. Halvorsen miraba al suelo. El jefe de la recepción aguantó quince segundos más, antes de estallar.

—Por supuesto, está claro que a veces recibía visitas en la habitación —confesó al fin.

—¿De quién? —preguntó Harry sin quitar la vista de la colilla.

—Mujeres y hombres…

—¿Quiénes?

—En realidad, no lo sé. No es asunto nuestro saber con quién elige pasar su tiempo el consejero de Exteriores.

—¿De verdad?

Pausa.

—Claro que, si entra una mujer que obviamente no es cliente del hotel, procuramos fijarnos en el piso en que se detiene el ascensor.

—¿La reconocerías?

—Sí —contestó el hombre enseguida y sin vacilar—. Era muy guapa. Y estaba muy borracha.

—¿Una prostituta?

—De lujo, en tal caso. Y ésas no suelen venir borrachas. Bueno, no es que yo sepa mucho sobre ellas, este hotel no es…

—Gracias —lo interrumpió Harry.

Esa tarde el viento del sur arrastró consigo un calor repentino y cuando Harry salió de la Comisaría General, tras haber celebrado una reunión con Meirik y la comisario jefe, supo instintivamente que algo había terminado y que empezaba una nueva estación.

Tanto la comisario jefe como Meirik conocían a Brandhaug, pero ambos dejaron claro que sólo en el terreno profesional. Era evidente que lo habían acordado. Meirik inició la reunión anulando tajantemente la misión de vigilancia en Klippan y Harry tuvo la impresión de que se alegraba de hacerlo. La comisario jefe presentó su propuesta y Harry comprendió que sus hazañas en Sidney y Bangkok habían causado, pese a todo, cierta impresión en las altas esferas policiales.

—El comportamiento típico de los oficiales que van «por libre» —sentenció la comisario jefe.

Y añadió que, también en este caso, podría actuar así.

Una nueva estación. El cálido viento del sur le despejaba la cabeza y se permitió el lujo de tomar un taxi, ya que aún llevaba la pesada bolsa de viaje. Lo primero que hizo cuando entró en su apartamento de la calle Sofie fue echar un vistazo al contestador. La luz roja estaba encendida, pero no parpadeaba. No había mensajes.

Le había pedido a Linda que le hiciera copias de todos los documentos del caso e invirtió el resto de la tarde en repasar la información de que disponían sobre los asesinatos de Hallgrim Dale y Ellen Gjelten. No porque creyese que iba a encontrar nada nuevo, sino porque la lectura fomentaría su imaginación. De vez en cuando miraba al teléfono, pensando cuánto aguantaría sin llamarla. El asesinato de Brandhaug era la principal noticia del día en todos los informativos. Se acostó a medianoche. Se levantó a la una, desconectó el teléfono y lo metió en el frigorífico. A las tres, se durmió por fin.

Capítulo 75

DESPACHO DE MØLLER

12 de Mayo de 2000

—¿Y bien? —dijo Møller después de que Harry y Halvorsen hubiesen probado su café y de que Harry les transmitiese su opinión sobre su sabor con una mueca de repugnancia.

—Opino que la conexión entre los titulares del periódico y el asesinato es una pista falsa —declaró Harry.

—¿Por qué? —quiso saber Møller, retrepándose en la silla.

—Según Weber, el asesino permaneció en el bosque desde por la mañana temprano, es decir, como mucho, un par de horas después de que el periódico
Dagbladet
saliese a la calle. Pero este crimen no es fruto de un impulso, sino un acto premeditado y bien planeado. Hacía varios días que la persona en cuestión sabía que iba a matar a Brandhaug. Efectuó un reconocimiento del terreno, averiguó las horas de salida y de entrada de Brandhaug, localizó el mejor lugar desde el que disparar con el menor riesgo posible de ser descubierto, cómo llegar y luego irse…; en fin, cientos de pequeños detalles.

—¿Así que, en tu opinión, el asesino adquirió el rifle Märklin para cometer este atentado?

—Puede que sí. Puede que no.

—Gracias, esa respuesta nos permite avanzar enormemente —replicó Meirik con acritud.

—Sólo quiero decir que es plausible. Por otro lado, resulta desproporcionado, parece exagerado introducir en el país clandestinamente el rifle de atentados más caro del mundo para matar a un alto funcionario, aunque no muy significativo, que no tiene guardaespaldas ni vigilancia en su domicilio. El asesino también podría haber llamado a la puerta y haberlo matado a bocajarro con una pistola. Se me antoja un poco como…

Harry describía círculos en el aire con la mano.

—… como matar hormigas a cañonazos —remató Halvorsen.

—Eso es —aprobó Harry.

—Bien —intervino Møller con los ojos cerrados—. ¿Y cómo ves tu papel en el seguimiento de esta investigación, Harry?

—Más o menos «por libre» —aseguró Harry con una sonrisa—. Yo soy ese tío del CNI que va por libre, pero puedo solicitar asistencia a todos los demás grupos cuando sea necesario. Soy ese que sólo informa a Meirik, pero que tiene acceso a todos los documentos del caso. El que hace preguntas, pero al que no se le pueden exigir respuestas, etcétera.

—¿Y qué tal si añadimos una licencia para matar? —ironizó Møller—. Y un coche superveloz.

—En realidad no ha sido idea mía —dijo Harry—. Meirik acaba de hablar con la comisario jefe.

—¿La comisario jefe?

—Eso es. Supongo que te mandará un correo electrónico durante el día. El asunto de Brandhaug tiene la más alta prioridad desde este momento y la comisario jefe no quiere que quede ningún cabo suelto. Ya sabes, como eso que hacen en el FBI, que trabajan con varios pequeños grupos de investigación que se solapan mutuamente para evitar una línea de investigación uniforme. Seguro que lo has leído.

—No.

—Pues se trata de que, si bien es posible que se dupliquen algunas funciones y los diferentes grupos tal vez realicen varias veces el mismo trabajo, todo queda compensado por los diferentes enfoques y formas de ejecución.

—Gracias —dijo Møller—. Pero ¿qué tiene eso que ver conmigo? ¿Por qué estás aquí ahora?

—Porque, como ya te he explicado, puedo solicitar el apoyo de otros…

—… grupos si es necesario —terminó Møller—. Ya lo he oído. Desembucha, Harry.

Harry hizo una señal con la cabeza hacia Halvorsen, que le dedicó a Møller una sonrisa.

Møller suspiró:

—¡Por favor, Harry! Sabes que andamos muy mal de personal en el grupo de delitos violentos.

—Te prometo que te lo devolveré en buen estado.

—¡He dicho que no!

Harry no dijo nada. Esperó con los dedos entrelazados y se aplicó a observar con atención la curiosa reproducción del castillo de Soria Mona que colgaba en la pared, sobre la librería.

—¿Cuándo me lo devolverás? —capituló Møller al fin.

—En cuanto hayamos resuelto el caso.

—En cuanto… ¡Eso, Harry, es lo que un jefe de grupo le contesta a un inspector! No al revés.

Harry se encogió de hombros.

—Lo siento, jefe.

Capítulo 76

CALLE IRISVEIEN

12 de Mayo de 2000

El corazón le galopaba en el pecho como un caballo desbocado cuando levantó el auricular.

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