Petirrojo (40 page)

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Authors: Jo Nesbø

Tags: #Novela negra escandinava

BOOK: Petirrojo
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—¡Sverre!

Su madre parecía estar a punto de ahogarse. Agarró la pistola con fuerza. Siempre parecía estar a punto de ahogarse. Volvió a abrir los ojos y, junto a la puerta, vio que el Príncipe se volvía como a cámara lenta; vio que alzaba los brazos y que sostenía un negro y reluciente Smith & Wesson en las manos.

—¡Sverre!

Una llamarada amarilla salió despedida del cañón. Se la imaginaba allí, al pie de la escalera. Pero en ese momento, la bala lo alcanzó, penetró por la frente para salir por el cogote, llevándose por delante el
«Heil»
del tatuaje. Entró luego por la pared, atravesando el aislante, antes de detenerse en la plancha de revestimiento del muro exterior.

Pero para entonces Sverre Olsen ya estaba muerto.

Capítulo 64

CALLE KROKELIVEIEN

2 de Mayo de 2000

Harry había mendigado una taza de café en un vaso de cartón de uno de los termos del grupo de la policía científica. Estaba en la calle, delante de la pequeña casa, bastante fea, por cierto, de la calle Krokeliveien, en Bjerke, y observaba a un joven oficial que, subido a una escalera que había apoyada contra la pared, se disponía a marcar el agujero por el que había pasado la bala. Ya habían empezado a congregarse algunos curiosos y, para evitar que se acercasen demasiado, habían acordonado la casa. El sol de la tarde caía directamente sobre el hombre que había subido a la escalera, pero la casa estaba en una hondonada del terreno y en el lugar donde se encontraba Harry empezaba a hacer frío.

—¿Así que llegaste justo después de que hubiese ocurrido? —oyó que preguntaba alguien a su espalda.

Cuando se volvió, vio que era Bjarne Møller. Cada día frecuentaba menos los escenarios de delitos, pero Harry había oído decir que Møller era un buen investigador. Había incluso quien insinuaba que debían haberlo dejado seguir con ello. Harry le ofreció el vaso de café, pero Møller negó con un gesto.

—Sí, parece ser que llegué sólo cuatro o cinco minutos después —confirmó Harry—. ¿Quién te lo ha dicho?

—La central de alarmas. Me dijeron que habías llamado pidiendo refuerzos justo después de que Waaler llamase para informar del tiroteo.

Harry señaló con la cabeza hacia el coche deportivo rojo que estaba estacionado delante de la verja.

—Cuando llegué vi el coche pijo de Waaler. Sabía que su intención era venir aquí, así que no me sorprendió. Pero cuando salí del coche oí un aullido terrible. Al principio pensé que se trataba de un perro del vecindario pero, cuando eché a andar camino arriba, comprendí que el sonido venía del interior de la casa y que no era un perro, sino una persona. No quería correr ningún riesgo, así que llamé pidiendo un coche a la comisaría de Økern.

—¿Era la madre?

Harry asintió.

—Estaba histérica. Tardaron casi media hora en tranquilizarla lo suficiente para que dijera algo inteligible. Weber está ahora en el salón hablando con ella.

—¿El viejo y sensible Weber?

—Weber es bueno. Es un cascarrabias en el trabajo, pero es realmente bueno con la gente en estas situaciones.

—Lo sé, estaba de broma. ¿Qué dice Waaler?

Harry se encogió de hombros.

—Comprendo —dijo Møller—. Es un tío muy frío. Eso es bueno. ¿Entramos a echar un vistazo?

—Yo ya lo he hecho.

—Entonces hazme una visita guiada.

Se abrieron camino hasta el segundo piso sin dejar de saludar entre murmullos a colegas a los que no había visto en mucho tiempo.

El dormitorio estaba abarrotado de especialistas de la policía científica vestidos de blanco, y los flashes de los fotógrafos relampagueaban sin cesar. Sobre la cama había un gran plástico negro donde habían dibujado en blanco una silueta.

Møller recorrió las paredes con la mirada.

—¡Dios mío! —murmuró.

—Sverre Olsen no era votante del Partido Laborista —comentó Harry.

—¡No toques nada, Bjarne! —gritó un inspector de la científica al que Harry reconoció—. ¿Recuerdas lo que pasó la última vez?

Møller lo recordaba, obviamente, pues se echó a reír.

—Sverre Olsen estaba sentado en la cama cuando Waaler entró —comenzó Harry—. Según Waaler, él estaba junto a la puerta preguntándole a Olsen dónde estuvo la noche en que mataron a Ellen. Olsen fingió no recordar la fecha, así que Waaler siguió preguntando hasta que quedó claro que Olsen no tenía coartada. Según Waaler, él le dijo a Olsen que tendría que acompañarlo a la comisaría para prestar declaración y fue entonces cuando, de repente, Olsen sacó el revólver que, al parecer, tenía escondido debajo de la almohada. Disparó y la bala pasó por encima del hombro de Waaler, atravesando la puerta, aquí tienes el agujero, y luego continuó su trayectoria atravesando también el techo del pasillo. Según Waaler, él sacó su arma reglamentaria antes de que Olsen pudiese disparar otra vez.

—Rápida actuación. Y buena puntería, según me han dicho.

—Sí, directamente en la frente —confirmó Harry.

—Bueno, quizá no sea tan extraño. Waaler obtuvo el mejor resultado en las pruebas de tiro de este otoño.

—Te olvidas de mis resultados —puntualizó Harry secamente.

—¿Cómo lo ves, Ronald? —gritó Møller dirigiéndose al inspector de blanco.

—Sin problemas, creo. —El inspector se levantó enderezando la espalda con un quejido—. Encontramos la bala que mató a Olsen detrás de la plancha de revestimiento. La que atravesó la puerta siguió a través del techo. Ya veremos si la encontramos también, para que los chicos de balística tengan algo con que entretenerse mañana. Por lo menos el ángulo de tiro coincide.

—Bien, gracias.

—No hay de qué, Bjarne. ¿Cómo sigue tu mujer?

Møller explicó cómo se encontraba su mujer, no se molestó en preguntar por la mujer del inspector pero, por lo que sabía Harry, cabía la posibilidad de que el inspector no tuviese esposa. El año anterior, cuatro de los chicos de la científica se separaron en el mismo mes. En la cantina hicieron algún que otro chiste diciendo que sería por el olor a cadáver…

Fuera, ante la casa, vieron a Weber. Estaba solo, con una taza de café en la mano y observaba al hombre que estaba en la escalera.

—¿Qué tal ha ido, Weber? —se interesó Møller.

Weber los miró con los ojos medio cerrados, como si intentase averiguar si tenía ganas de contestar.

—No planteará problemas —aseguró volviendo de nuevo la vista al hombre de la escalera—. Por supuesto que dijo que no lo entendía, que su hijo no soportaba ver sangre y todo lo demás, pero no creo que tengamos problemas para determinar lo que ocurrió aquí realmente.

—Ya. —Møller tomó a Harry por el codo—. Demos una vuelta.

Bajaron paseando por la calle. Era una zona residencial de casas pequeñas, jardines diminutos y algunos bloques de pisos al final. Unos niños con las caras enrojecidas por el esfuerzo pasaron a su lado en sus bicicletas, en dirección a los coches policiales que tenían las luces azules encendidas. Møller esperó hasta que se alejaron un poco, para que no pudiesen oírlo.

—No pareces muy satisfecho de que hayamos atrapado a quien mató a Ellen —observó.

—No, no estoy satisfecho. En primer lugar, aún no sabemos si fue Sverre Olsen. El análisis de ADN…

—El análisis de ADN nos confirmará que fue él. ¿Qué pasa, Harry?

—Nada, jefe.

Møller se detuvo.

—¿De verdad?

—De verdad.

El jefe señaló hacia la casa con un gesto.

—¿Es porque piensas que una bala rápida es un castigo demasiado leve para Olsen?

—¡Te digo que no es nada! —repitió Harry con vehemencia.

—¡Desembucha! —gritó Møller entonces.

—¡Sólo que me parece jodidamente extraño!

Møller frunció el entrecejo.

—¿Qué te resulta tan extraño?

—Un policía con tanta experiencia como Tom Waaler… —Harry bajó la voz y habló despacio, enfatizando cada palabra—. Es extraño que decidiera venir sólo para hablar con un sospechoso de asesinato y, quizá, detenerlo. Esa conducta contraviene todas las normas escritas y tácitas.

—¿Entonces, qué insinúas? ¿Que Tom Waaler lo provocó? ¿Crees que hizo que Olsen sacara el arma para así poder vengar a Ellen, es eso? Y por esa razón, en la casa, decías «según Waaler esto y según Waaler aquello», dando a entender que los policías no debemos fiarnos de la palabra de un colega. Y todo eso, mientras te escuchaba la mitad del grupo de la policía científica.

Se miraron fijamente. Møller era casi tan alto como Harry.

—Sólo digo que es muy raro —insistió Harry volviéndose—. Eso es todo.

—¡Ya basta, Harry! No sé si seguiste a Waaler hasta aquí porque sospechabas que podía ocurrir algo así, lo que sé es que no quiero oír nada más. La verdad es que no quiero oír ni una jodida palabra tuya que insinúe nada. ¿Entendido?

Harry contempló la casa amarilla de la familia Olsen. Era más pequeña que las demás y no tenía un seto tan alto como las otras casas de aquella calle residencial tan tranquila. Los setos de los otros hacían que ésta, más fea, pareciese desprotegida, como si las casas vecinas quisieran excluirla. Olía intensamente a broza quemada y el viento traía y llevaba la voz lejana y metálica de los altavoces del hipódromo de Bjerke.

Harry se encogió de hombros.

—Lo siento. Yo…, ya sabes.

Møller le puso una mano en el hombro.

—Era la mejor. Ya lo sé, Harry.

Capítulo 65

RESTAURANTE SCHRØDER

2 de mayo de 2000

El viejo estaba leyendo el diario
Aftenposten.
Ya había llegado a la hípica cuando se dio cuenta de que la camarera esperaba junto a su mesa.

—Hola —saludó la mujer colocando ante él la cerveza.

Como de costumbre, él no contestó, sino que la miró mientras contaba el cambio. La camarera tenía una edad indefinible, pero él calculaba que estaría entre los treinta y cinco y los cuarenta. Por su aspecto se diría que había aprovechado esos años tanto o más que la clientela a la que servía. Tenía, no obstante, una agradable sonrisa. El viejo sospechaba que no era de las que se asustaban fácilmente, que aguantaría bien cualquier envite. La mujer se marchó y él tomó su primer sorbo mientras dejaba vagar la mirada por el local.

Echó una ojeada al reloj. Se levantó y se dirigió al teléfono público que había al fondo del local, introdujo tres monedas de una corona, marcó el número y esperó. Después de tres tonos de llamada, contestaron y el viejo oyó su voz:

—Casa de los Juul.

—¿Signe?

—Sí.

Su voz denotaba que estaba asustada, que sabía quién llamaba. Aquélla era la sexta vez, de modo que lo más probable era que estuviese esperando su llamada.

—Soy Daniel —dijo él.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —se la oyó jadear al otro lado.

—Ya te he dicho que soy Daniel. Sólo quiero que repitas lo que dijiste aquella vez. ¿Te acuerdas?

—Tienes que dejarlo. Daniel está muerto.

—Ten fe hasta en la muerte, Signe. No hasta la muerte, sino en la muerte.

—Voy a llamar a la policía.

Entonces el anciano colgó, cogió su sombrero y su abrigo y salió despacio a la calle, donde brillaba el sol. En la colina Sankthanshaugen habían empezado a brotar los primeros capullos. Ya faltaba poco.

Capítulo 66

RESTAURANTE DINNER

5 de Mayo de 2000

La risa de Rakel penetró en el ruido de voces, cubiertos y el trajinar de los camareros en el restaurante, que estaba abarrotado de comensales.

—… y casi sentí miedo cuando vi que había un mensaje en el contestador —explicó Harry—. Ya sabes, el parpadeo luminoso de esa especie de ojo diminuto y luego, tu voz de ordeno y mando que llenó la sala de estar.

Acto seguido, la imitó con voz grave:

—«Soy Rakel. El viernes a las ocho en Dinner. Acuérdate de ir bien vestido y de traer la cartera.»
Helge
se asustó; tuve que dejarle comer mazorca de mijo dos veces para que se calmara.

—¡Yo no dije tal cosa! —protestó ella entre risas.

—Bueno, algo parecido.

—¡No! Y, además, es culpa tuya y del mensaje que tienes en el contestador.

Rakel intentó hablar con la misma voz profunda que Harry:

—«Hole. Háblame.» Es tan…, tan…

—¿Típico de mí?

—Eso es.

Había sido una cena perfecta, una noche perfecta, y ahora había llegado el momento de estropearlo, se decía Harry.

—Meirik me ha ordenado que me vaya a Suecia en misión de observación —comenzó manoseando el vaso de agua—. Durante seis meses. Me voy después del fin de semana.

—¿Ah, sí?

A Harry le sorprendió que su rostro no dejase traslucir reacción alguna.

—Ya he llamado a Søs y a mi padre para contárselo —continuó—. Mi padre me contestó e incluso me deseó suerte.

—Eso está bien —aprobó Rakel con una sonrisa pero atenta al menú de postres.

—Oleg te echará de menos —añadió en voz baja.

Harry la miró, pero no logró captar su mirada.

—¿Y tú? —preguntó.

Una leve sonrisa se dibujó en el semblante de Rakel.

—Tienen Banana Split a la Szechuan —dijo.

—Pide dos.

—Yo también te voy a echar de menos —contestó al fin, sin dejar de mirar el menú.

—¿Cuánto?

Se encogió de hombros.

Él repitió la pregunta. Rakel tomó aire como para decir algo, lo soltó…, y empezó de nuevo. Finalmente, le dijo:

—Lo siento, Harry, pero en estos momentos sólo hay sitio para un hombre en mi vida. Un hombre pequeño de seis años.

Harry tuvo la sensación de que le echaban un jarro de agua helada en la cabeza.

—Venga —dijo Harry—. No puedo estar tan equivocado.

Ella dejó de estudiar el menú y lo miró inquisitivamente.

—Tú y yo… —comenzó Harry inclinándose hacia delante—. Estamos flirteando esta noche. Lo estamos pasando bien juntos. Pero yo creo que queremos algo más. Tú quieres algo más.

—Puede ser.

—Puede ser, no. Seguro. Tú lo quieres todo.

—¿Y qué?

—¿Y qué? Eres tú quien ha de contestar a esa pregunta, Rakel. Dentro de unos días me iré a un pueblucho del sur de Suecia. No soy un hombre mimado por la suerte, sólo quiero saber si, cuando vuelva este otoño, tendré algo a lo que volver.

Sus miradas se encontraron y, en esta ocasión, él logró que ella le sonriese.

—Lo siento. No es mi intención comportarme así. Sé que esto te sonará raro, pero…, la alternativa no es viable.

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