»Perdón. Continúo. La policía científica encontró una veintena de huellas de botas en la nieve del camino y algunas más en la nieve que había a tu lado, pero estas últimas estaban pateadas, probablemente para borrarlas. De momento no se ha presentado ningún testigo, pero estamos haciendo la ronda habitual entre el vecindario. Varios de los vecinos tienen vistas al camino, así que la policía judicial piensa que existe la posibilidad de que alguien haya visto algo. Yo opino que las posibilidades son mínimas, ya que entre las once menos cuarto y las doce menos cuarto estaban retransmitiendo una repetición de la serie
Supervivientes
en la televisión sueca. Es broma. Estoy intentando ser chistoso. Por cierto, encontramos una gorra azul a unos metros de donde tú estabas. Tenía manchas de sangre, y aunque tú también estabas sangrando, el doctor Blix cree que tu sangre no pudo haber salpicado hasta esa distancia. Si resulta que es tu sangre, puede que la gorra pertenezca al asesino. Hemos mandado analizar la sangre y la gorra está en el laboratorio de la científica, donde comprobarán si contiene algún cabello o restos de piel. Si al tipo no se le cae el pelo, esperemos que por lo menos tenga caspa. Ja, ja. Espero que no te hayas olvidado de Ekman y Friesen. De momento no tengo más información, pero avísame si se te ocurre algo. ¿Algo más? Bueno, sí,
Helge
vive ahora conmigo. Sé que el cambio es a peor, pero así es para todo el mundo, Ellen. Salvo para ti, tal vez. Ahora voy a tomarme otra copa y a meditar sobre todo esto.
CALLE JENS BJELKE
10 de Marzo de 2000
—«Hola, éste es el contestador de Ellen y
Helge.
Deja tu mensaje.»
—Hola, soy Harry otra vez. Hoy no he ido a trabajar, pero por lo menos he podido llamar al doctor Blix. Me alegra poder contarte que no abusaron de ti y, por lo que hemos podido constatar, todas tus pertenencias terrenales estaban intactas. Lo que, a su vez, significa que no tenemos ningún móvil, aunque, claro está, puede que no tuviese tiempo de hacer lo que tenía planeado, por alguna razón que desconocemos. Quizá no pudo llevar a cabo su plan. Hoy se han presentado dos testigos que te vieron delante de Fru Hagen. Además, hay registrado un pago con tu tarjeta en el Seven-Eleven de la calle Markveien a las 2.2:55. Llevan todo el día interrogando a tu amigo Kim. Dijo en su declaración que ibas camino de su casa y que te había pedido que le comprases cigarrillos. Uno de los chicos de la KRIPOS le concedió gran importancia al hecho de que hubieses comprado una marca distinta a la que Kim suele fumar. Por otro lado, tu amigo no tiene coartada. Lo siento, Ellen, pero en estos momentos, él es el principal sospechoso.
»Por cierto, acabo de recibir una visita. Se llama Rakel y trabaja en el CNI. Dijo que venía para ver qué tal me encuentro. Se quedó un rato, pero no hablamos mucho. Se fue casi enseguida. Creo que no soy muy buena compañía.
»Recuerdos de
Helge.
CALLE JENS BJELKE
13 de Marzo de 2000
—«Hola, éste es el contestador de Ellen y
Helge.
Deja tu mensaje.»
—Éste es el mes de marzo más frío desde hace muchísimo tiempo. El termómetro indica dieciocho grados bajo cero y las ventanas de este edificio son de principios de siglo. La creencia general de que no se siente frío cuando se está borracho es totalmente infundada. Mi vecino Ali llamó a mi puerta esta mañana. Parece ser que me caí en la escalera cuando regresaba a casa ayer y él me ayudó a meterme en la cama.
»Sería la hora de almorzar cuando llegué a la oficina, porque la cantina estaba repleta de gente cuando fui a por mi café de la mañana. Me dio la impresión de que me miraban, pero puede ser que sólo sean figuraciones mías. Te echo muchísimo de menos, Ellen.
»He comprobado los antecedentes de tu amigo Kim. Veo que tiene una condena menor por posesión de hachís. La KRIPOS sigue opinando que ha sido él. No lo conozco y bien sabe Dios que no soy ningún buen conocedor de la naturaleza humana, pero por lo que tú me contabas de él, no me parece ese tipo de persona, ¿tú qué opinas? Llamé a la policía científica y me dijeron que no habían encontrado ni un solo pelo en la gorra, tan sólo algo que parecen ser restos de piel. Lo enviarán para que se haga un análisis de ADN y creen que tendrán los resultados en cuatro semanas. ¿Sabes cuántos pelos pierde una persona adulta cada día? Lo he consultado. En torno a ciento cincuenta. Y no encontramos ni un solo pelo en la gorra. Después me fui a ver a Møller para pedirle que me diera una lista de todas las personas condenadas por agresiones graves durante los últimos cuatro años y que en la actualidad vayan rapadas.
»Rakel pasó por mi oficina y me dio un libro.
Nuestros pájaros.
Un libro curioso. ¿Le gustarán a
Helge
las mazorcas de mijo? Cuídate.
CALLE JENS BJELKE
14 de Marzo de 2000
—«Hola, éste es el contestador de Ellen y
Helge.
Deja tu mensaje.»
—Te han enterrado hoy. Yo no he asistido. Tu gente se merecía una ceremonia digna y yo no estaba muy presentable, así que te mandé un saludo desde el restaurante Schrøder. A las ocho de la tarde cogí el coche y me fui a la calle Holmenkollen. No fue buena idea. Rakel tenía visita, el mismo tipo que ya he visto en su casa en alguna ocasión. Se presentó como no sé qué cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores y me dio la impresión de que estaba allí por un asunto de trabajo. Creo que se llamaba Brandhaug. A Rakel no pareció agradarle mucho su visita, pero, bueno, puede que sean cosas mías. Me fui antes de que la situación resultase demasiado embarazosa. Rakel insistió en que tomara un taxi pero, cuando miré por la ventana, vi que el Escort estaba aparcado en la calle, así que no seguí su consejo.
»Como comprenderás, las cosas son algo caóticas en estos momentos, pero por lo menos hoy he ido a la tienda de animales a comprar alpiste. La señora de la tienda me propuso la marca Trill, y seguí su consejo.
CALLE JENS BJELKE
15 de Marzo de 2000
—«Hola, éste es el contestador de Ellen y
Helge.
Deja tu mensaje.»
—Hoy me di una vuelta por el restaurante Ryktet. Me recuerda un poco al Schrøder. Por lo menos, no te miran dos veces si pides una cerveza por la mañana. Me senté a la mesa de un viejo y, haciendo un esfuerzo, conseguí entablar una especie de conversación. Le pregunté qué era lo que tenía en contra de Even Juul. Me miró largo rato, era evidente que no me recordaba de la última vez que estuve allí. Pero después de invitarlo a una cerveza, me contó la historia. Resulta que el tío había sido combatiente en el frente, eso ya lo había intuido yo, y conocía a la esposa de Juul, Signe, de cuando ella trabajó de enfermera en el frente oriental. Se había presentado voluntaria porque estaba prometida a un soldado noruego del regimiento Norge. Cuando la acusaron de traición a la patria en 1945, Juul se fijó en ella. La condenaron a dos años de cárcel, pero el padre de Juul, que tenía un cargo importante en el Partido Laborista, procuró que la soltasen al cabo de un par de meses. Cuando le pregunté al viejo por qué aquello le producía tanta indignación, me contestó mascullando que Juul no era tan santo como quería aparentar. Ésa fue precisamente la palabra que utilizó, «santo». Me dijo que Juul era ni más ni menos que como los demás historiadores, escribía sobre los mitos del periodo de la guerra en Noruega tal y como los vencedores querían que se hiciese. El hombre no recordaba el nombre del primer prometido, sólo que había sido una especie de héroe para los del regimiento.
»Después me fui al trabajo. Knut Meirik pasó por mi despacho y estuvo un rato mirándome sin decir nada. Llamé a Bjarne Møller y me contó que la lista de rapados que le había pedido contenía treinta y cuatro nombres. ¿Será que los hombres sin pelo tienen tendencia a ser violentos? Møller ha designado a un oficial para que los llame y compruebe sus coartadas, con el fin de reducir la lista. Veo en el informe preliminar que Tom Waaler te llevó a casa y que, cuando te dejó, a las 22:15, estabas tranquila. Pero cuando dejaste el mensaje en mi contestador, es decir, según la compañía telefónica, a las 22:16, o lo que es lo mismo, en cuanto entraste en casa, estabas muy nerviosa porque habías descubierto algo. Me parece muy raro. Bjarne Møller me dijo que a él no se lo parece. Tal vez sean figuraciones mías.
»Quiero saber de ti pronto, Ellen.
CALLE JENS BJELKE
16 de Marzo de 2000
—«Hola, éste es el contestador de Ellen y
Helge.
Deja tu mensaje.»
—Hoy no he podido ir al trabajo. Estamos a doce grados bajo cero, algo menos que en mi apartamento. El teléfono lleva todo el día sonando y cuando por fin he decidido cogerlo, supe que era el doctor Aune. Es un hombre bueno para ser psicólogo, por lo menos no pretende estar menos confundido que los demás en cuanto a las cosas que pasan en nuestras cabezas. La vieja afirmación de Aune de que cualquier recaída de un alcohólico empieza donde terminó la última borrachera es una buena advertencia, pero no necesariamente cierta. Teniendo en cuenta lo que sucedió en Bangkok, le sorprendió que esta vez esté tan normal. Todo es relativo. Aune me habló también de un psicólogo estadounidense que ha llegado a la conclusión de que la trayectoria de la vida de las personas es, en cierto modo, hereditaria; que cuando asumimos el papel de nuestros padres, también las trayectorias se parecen. Mi padre se volvió un solitario cuando murió mi madre, y ahora Aune tiene miedo de que yo acabe igual debido a las diversas experiencias algo duras que he vivido: lo que me pasó en Vindern, ya sabes. Y luego en Sidney. Y ahora esto. Bueno. Le expliqué cómo paso los días, pero no pude por menos de reírme cuando el doctor Aune me dijo que era
Helge
quien había evitado que me desentendiera de todo por completo. ¡El pájaro carbonero! Ya te digo, Aune es un buen hombre, pero debería dejar la psicología.
»Llamé a Rakel y le pregunté si quería salir conmigo. Me contestó que lo pensaría y que me llamaría. No comprendo por qué hago esto contra mí mismo.
CALLE JENS BJELKE
17 de Marzo de 2000
«… saje de Telenor. El número que ha marcado no corresponde a ningún abonado. Es un mensaje de Telenor. El número que ha…»
DESPACHO DE MØLLER
24 de Abril de 2000
La primera ofensiva de la primavera llegó tarde. No empezó a dejarse sentir hasta finales de marzo. En abril ya se había derretido toda la nieve hasta Songsvann. Pero después la primavera tuvo que batirse en retirada por segunda vez, pues nevó tan copiosamente que la nieve formó grandes montones hasta en el centro de la ciudad, y pasaron semanas hasta que el sol fue capaz de derretirla otra vez. Los excrementos de los perros y la basura del año anterior apestaban en las calles, el viento cobró velocidad en los espacios abiertos de Grønlandsleiret y de Galleri Oslo, levantaba la arena y obligaba a los viandantes a frotarse los ojos y a escupir mientras caminaban. La gente hablaba de la madre soltera que tal vez llegase a reinar un día, de la liga europea de fútbol y del tiempo tan inusual que sufrían. En la comisaría se hablaba de lo que cada uno había hecho en Semana Santa, de la mísera subida de los salarios…, como si todo siguiese igual.
Pero todo no seguía igual.
Harry estaba sentado en su despacho con los pies encima de la mesa mirando al cielo sin nubes, a las pensionistas tocadas con horrendos sombreros que llenaban las aceras por las mañanas, las furgonetas de reparto que pasaban con el semáforo en ámbar, todas esas pequeñas cosas que le otorgaban a la ciudad aquella falsa apariencia de normalidad. Hacía tiempo que lo venía pensando, que se preguntaba si él sería el único en no dejarse engañar. Hacía seis semanas que habían enterrado a Ellen, pero cuando miraba fuera, no notaba ningún cambio.
Llamaron a la puerta. Harry no contestó, pero la puerta se abrió de todos modos. Era el jefe de grupo Bjarne Møller.
—He oído que has vuelto.
Harry vio cómo uno de los autobuses rojos se deslizaba hasta la parada. En el lateral del autobús se veía un anuncio publicitario de los seguros de vida de la compañía Storebrand.
—¿Puedes decirme por qué, jefe? —preguntó de pronto—. ¿Por qué los llaman seguros de vida cuando, en realidad, son seguros de muerte?
Møller suspiró y se sentó en el borde del escritorio.
—¿Por qué no hay más sillas aquí, Harry?
—La gente va más al grano si está de pie —explicó sin dejar de mirar por la ventana.
—Te echamos de menos en el entierro.
—Me había cambiado para asistir —explicó Harry, más para sí que para Møller—. Y te aseguro que incluso estaba en camino. Y cuando vi aquel grupo tan triste de gente a mi alrededor, creí por un momento que había llegado. Hasta que comprendí que tenía ante mí a Maja, con su delantal, esperando mi pedido.
—Sí, me imaginaba algo así —dijo Møller.
Un perro cruzó el césped reseco con el hocico pegado a la tierra y el rabo tieso. Por lo menos había alguien que apreciaba la primavera de Oslo.
—¿Qué pasó después? —preguntó Møller—. Estuviste perdido durante algún tiempo.
Harry se encogió de hombros.
—Estuve ocupado. Tengo un nuevo inquilino, un pájaro carbonero con una sola ala. Y aproveché para repasar mensajes antiguos grabados en mi contestador. Resultó que todos los mensajes que he recibido durante los dos últimos años han cabido en una cinta de media hora. Y todos eran de Ellen. ¿Triste, verdad? Bueno. Quizá no tanto. Lo único triste fue que yo no estaba en casa cuando me llamó por última vez. ¿Sabías que Ellen lo había descubierto?
Por primera vez desde que entró, Harry se volvió a mirar a Møller.
—¿Te acuerdas de Ellen, verdad?
Møller suspiró.
—Todos nos acordamos de Ellen, Harry. Y me acuerdo del mensaje que había dejado en tu contestador y de que le dijiste a la KRIPOS que, en tu opinión, se trataba del intermediario de la operación de compra del arma. El hecho de que no hayamos conseguido encontrar el autor del crimen no significa que hayamos olvidado a Ellen, Harry. La KRIPOS y el grupo de delitos violentos llevan semanas trabajando, apenas si hemos dormido. Si hubieras venido al trabajo, te habrías dado cuenta de lo mucho que hemos trabajado.