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Authors: Mario Vargas Llosa

Tags: #Erótico, Humor, Relato

Pantaleón y las visitadoras (7 page)

BOOK: Pantaleón y las visitadoras
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3. Que deseoso de dar una fisonomía propia y distinta al
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y dotarlo de signos representativos que, sin delatar sus actividades al exterior, permitan al menos a quienes lo sirven reconocerse entre sí, y a quienes servirá identificar a sus miembros, locales, vehículos y pertenencias, el suscrito ha procedido a designar el verde y el rojo como los colores emblemáticos del Servicio de Visitadoras, por el siguiente simbolismo:

a
. verde por la exuberante y bella naturaleza de la región Amazónica donde el Servicio va a fraguar su destino y

b
. rojo por el ardor viril de nuestros clases y soldados que el Servicio contribuirá a aplacar.

Que ha dado ya instrucciones para que tanto el puesto de mando como los equipos de transporte del Servicio de Visitadoras luzcan los colores emblemáticos y que ha mandado hacer, por la suma de 185 soles (recibo adjunto), en la hojalatería «El Paraíso de la Lata», dos docenas de pequeñas escarapelas rojiverdes (sin ninguna inscripción, por supuesto), susceptibles de ser llevadas en el ojal por los varones y prendidas en la blusa o el vestido por las visitadoras, insignias que, sin romper las normas de discreción exigidas al
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, harán las veces de uniforme y carta credencial de quienes tienen y tendrán el honor de integrar este Servicio.

Dios guarde a Ud.

Firmado:

capitán
EP
(Intendencia) P
ANTALEON
P
ANTOJA

c.c. al general Roger Scavino, comandante en jefe de la V Región (Amazonía)

Adjunto: un recibo.

III

Iquitos, 26 de agosto de 1956.

Querida Chichi:

Perdona que no te haya escrito tanto tiempo, estarás rajando de tu hermanita que tanto te quiere y diciendo furiosa por qué la tonta de Pocha no me cuenta cómo le ha ido allá, cómo es la Amazonía. Pero, la verdad, Chichita, aunque desde que llegué he pensado mucho en ti y te he extrañado horrores, no he tenido tiempo para escribirte y tampoco ganas (¿no te enojes, ya?), ahora te cuento por qué. Resulta que Iquitos no la ha tratado muy bien a tu hermanita, Chichi. No estoy muy contenta con el cambio, las cosas aquí van saliendo mal y raras. No te quiero decir que esta ciudad sea más fea que Chiclayo, no, al contrario. Aunque Chichita, es alegre y simpática y lo más lindo de todo, claro, la selva y el gran río Amazonas, que una siempre ha oído es enorme como mar, no se ve la otra orilla y mil cosas más, pero en realidad no te lo imaginas hasta que lo ves de cerca: lindísimo. Te digo que hemos hecho varios paseos en deslizador (así llaman acá a las lanchitas), un domingo hasta Tamshiyaco, un pueblito río arriba, otro a uno de nombre graciosísimo, San Juan de Munich y otro hasta Indiana, un pueblito río abajo que lo han hecho prácticamente todo unos Padres y Madres canadienses, formidable ¿no te parece?, que se vengan desde tan lejos a este calor y soledad para civilizar a los chunchos de la selva. Fuimos con mi suegra, pero nunca más la llevaremos en deslizador, porque las tres veces se pasó el viaje muerta de miedo, prendida de Panta, lloriqueando que nos íbamos a volcar, ustedes se salvarán nadando pero yo me hundiré y me comerán las pirañas (que ojalá fuera verdad, Chichita, pero las pobres pirañitas se envenenarían). Y después, a la venida, quejándose de las picaduras porque, te digo, Chichita, una de las cosas terribles aquí son los zancudos y los izangos (zancudos de tierra, se esconden en el pasto), la tienen a una todo el día pura roncha, echándose repelentes y rascándose. Ya ves, hija, los inconvenientes de tener la piel fina y la sangre azul, que a los bichitos les provoca picarte (jajá).

Lo cierto es que si a mí la venida a Iquitos no me ha resultado buena, para mi suegra ha sido fatal. Porque allá en Chiclayo ella estaba feliz, tú sabes cómo es de amiguera, haciendo vida social con los vejestorios de la Villa Militar, jugando canasta todas las tardes, llorando como una Magdalena con sus radioteatros y dando sus tecitos, pero lo que es aquí, eso que le gusta tanto a ella, eso que la hacíamos renegar diciéndole «su vida de conventillo» (uy, Chichi, me acuerdo de Chiclayo y me muero de pena) aquí no lo va a tener, así que le ha dado por consolarse con la religión, o mejor dicho con la brujería, como lo oyes. Porque, cáete muerta, ése fue el primer baldazo de agua fría que recibí: no vamos a vivir en la Villa Militar ni a poder juntarnos con las familias de los oficiales. Ni más ni menos. Y eso es terrible para la señora Leonor, que traía grandes ilusiones de hacerse amiga inseparable de la esposa del comandante de la V Región y darse pisto como se daba allá en Chiclayo por ser íntima de la esposa del coronel Montes, que sólo les faltaba meterse juntas en la cama a las dos viejas (para chismear y rajar bajo las sabanas, no seas mal pensada). Oye, ¿te acuerdas del chiste ése? Pepito le dice a Carlitos, ¿quieres que mi abuelita haga como el lobo?, sí quiero, ¿cuánto tiempo que no haces cositas con el abuelo, abuelita? Uuuuuuuuu! Lo cierto es que con esa orden nos han requetefregado, Chichi, porque las únicas casitas modernas y cómodas que hay en Iquitos son las de la Villa Militar, o las de la Naval, o las del Grupo Aeronáutico. Las de la ciudad son viejísimas, feísimas, incomodísimas. Hemos tomado una en la calle Sargento Lores, de esas que construyeron a principios de siglo, cuando lo del caucho, que son las más pintorescas, con sus fachadas de azulejos de Portugal y sus balcones de madera; es grande y desde una ventana se ve el río, pero, eso sí, no se compara ni a la más pobre de la Villa Militar. Lo que más cólera me da es que ni siquiera podemos bañarnos en la piscina de la Villa, ni en la de los marinos ni en la de los aviadores, y en Iquitos sólo hay una piscina, horrible, la Municipal, donde va cuanto Dios existe: fui una vez y había como mil personas, qué asco, montones de tipos esperaban con caras de tigres que las mujeres se metieran al agua para, con el pretexto del amontonamiento, ya te imaginas. Nunca más, Chichi, preferible la ducha. Qué furia cuando pienso que la mujer de cualquier tenientito puede estar en estos momentos en la piscina de la Villa Militar, asoleándose, oyendo su radio y remojándose, y yo aquí pegada al ventilador para no asarme: te juro que al general Scavino le cortaría lo que ya sabes (jaja). Porque, además, resulta que ni siquiera puedo hacer las compras de la casa en el Bazar del Ejército, donde todo cuesta la mitad, sino en las tiendas de la calle, como cualquiera. Ni eso nos dejan, tenemos que vivir igual que si Panta fuera civil. Le han dado dos mil soles más de sueldo, como bonificación, pero eso no compensa nada, Chichi, así que ya ves, en lo que se refiere a platita la Pochita está jodidita (me salió en verso, menos mal que no he perdido el humor, ¿no?).

Figúrate que a Panta me lo tienen vestido día y noche de civil, con los uniformes apolillándose en un baúl, no podrá ponérselos nunca, a él que le gustan tanto. Y a todo el mundo tenemos que hacerle creer que Panta es un comerciante que ha venido a hacer negocios a Iquitos. Lo gracioso es que a mi suegra y a mí se nos arman unos enredos terribles con los vecinos, a veces les inventamos una cosa y a veces otra, y de repente se nos escapan recuerdos militares de Chiclayo que los deben dejar muy intrigados, y ya tendremos en todo el barrio fama de una familia rara y medio sospechosa. Te estoy viendo dar saltos en tu cama diciendo que le pasa a esta idiota que no me cuenta de una vez por qué tanto misterio. Pero resulta, Chichi. Que no te puedo decir nada, es secreto militar, y tan secreto que si se supiera que Panta ha contado algo lo juzgarían por traición a la Patria. Imagínate, Chichita, que le han dado una misión importantísima en el Servicio de Inteligencia, un trabajo muy peligroso y por eso nadie debe saber que es capitán. Uy, que bruta, ya te conté el secreto y ahora me da flojera romper la carta y empezarla de nuevo. Júrame Chichita que no vas a decirle una palabra a nadie, porque te mato, y, además, no querrás que a tu cuñadito lo metan al calabozo o lo fusilen por tu culpa, ¿no? Así que muda y sin correr a contarles el cuento a las chismosas de tus amigas Santana. ¿No es cómico que Panta esté convertido en un agente secreto? Te digo que doña Leonor y yo nos morimos de curiosidad por saber qué es lo que espía aquí en Iquitos, nos lo comemos a preguntas y tratamos de sonsacarle, pero tú ya lo conoces, no suelta sílaba aunque lo maten. Eso está por verse, tu hermanita también es terca como una mula así que veremos quién gana. Sólo te advierto que cuando averigüe en qué anda metido Panta no pienso chismearte aunque te hagas pipí de curiosidad.

Ahora, será muy emocionante que el Ejército le haya dado esa misión en el Servicio de Inteligencia, Chichita, y eso quizá lo ayude mucho en su carrera, pero lo que es yo, te digo, no estoy nada contenta con el asunto. En primer lugar porque casi no lo veo. Tú lo sabes lo cumplidor y maniático que es Panta con su trabajo, se toma todo lo que le mandan tan a pecho que no duerme ni come ni vive hasta que lo termina, pero en Chiclayo al menos tenía sus guardias con horario fijo y yo sabía sus entradas y salidas. Pero aquí se pasa la vida afuera, nunca se sabe a qué hora vuelve y, cáete muerta, ni en qué estado. Te digo que no me acostumbro a verlo de civil, con guayaberas y blue jeans y la gorrita jockey que le ha dado por ponerse, me parece haber cambiado de marido y no sólo por eso (uy, qué vergüenza, Chichi, eso sí que no me atrevo a contártelo). Si sólo fuera durante el día yo feliz de que trabaje. Pero tiene que salir también de noche, a veces hasta tardísimo, y se me ha presentado tres veces cayéndose de borracho, había que ayudarlo a desvestirse y al día siguiente su mamacita tenía que ponerle pañitos en la frente y hacerle mates. Sí, Chichi, te estoy viendo la cara de asombro, aunque no te lo creas, Panta el abstemio, el que sólo tomaba Pasteurina desde que tuvo hemorroides: cayéndose de borracho y con la lengua enrevesada. Ahora me da risa porque me acuerdo lo chistoso que era verlo irse de bruces contra las cosas y oírlo quejarse, pero en el momento pasé unos colerones que tenía ganas de cortarle a él también lo que ya sabes (contra, me fregaría yo solita, jajá). Él me jura y requetejura que tiene que salir de noche por su misión, que debe buscar a unos tipos que sólo viven en los bares, que hacen ahí sus citas para despistar y a lo mejor es verdad (así se ve en las películas de espionaje, ¿no es cierto?), pero oye, ¿tú te quedarías tan tranquila si tu marido se pasara la noche en los bares? No, pues, hijita, ni que yo fuera boba para creer que en los bares sólo ve a hombres. Ahí tiene que haber mujeres que se le acercan y le meten conversación y Dios sabe qué más. Le he hecho unos escándalos terribles y me ha prometido no salir más de noche salvo cuando sea de vida o muerte. Le he rebuscado con lupa todos sus bolsillos y camisas y ropa interior, porque te digo que si le encuentro la menor prueba de que ha estado con mujeres pobre Panta. Menos mal que en esto su mamacita me ayuda, está aterrada con las salidas nocturnas y las tranquitas de su hijito, al que siempre había creído un santito de sacristía y resulta que ahora ya no lo es tanto (uy, Chichi, te mueres si te cuento).

Y, además, por la bendita misión tiene que juntarse con una gente que pone los pelos de punta. Fíjate que la otra tarde había ido a la vermouth con una vecina de la que me he hecho amiga, Alicia, casada con un muchacho del Banco Amazónico, una loretana muy simpática que nos ayudó mucho con la instalación. Fuimos al cine Excelsior, a ver una de Rock Hudson (agárrame que me desmayo), y a la salida estábamos dando una vueltita tomando fresco, cuando al pasar por un bar que se llama «Camu Camu» lo veo a Panta, en una mesa del rinconcito, ¡con qué pareja! Un ataque, Chichi, la mujer una perica tan llena de pintura que no le cabía una gota más ni en las orejas, con unas teteras y un pompis que rebalsaban del asiento, y el tipo un hombrecito a medias, tan retaco que los pies no llegaban al suelo, y encima con unos aires de castigador increíbles. Y Panta entre los dos, conversando lo más animado, como si fueran amigos de toda la vida. Le dije a Alicia mira, mi marido, y entonces ella me agarró del brazo, nerviosísima, ven, Pocha, vámonos, no te puedes acercar. Total que nos fuimos. ¿Quiénes crees que eran ese par? La perica es la mujer de más mala fama de todo Iquitos, el enemigo número uno de los hogares, le dicen Chuchupe y tiene una casa de pes en la carretera a Nanay, y el enanito su amante, para partirse de risa imaginársela haciendo cositas con el mamarracho ese, vaya depravada y él peor. ¿Qué te parece? Después se lo dije a Panta a ver qué cara ponía y, por supuesto, se comió un pavo tan terrible que comenzó a tartamudear. Pero no se atrevió a negármelo, reconoció que ese dúo son gente de mal vivir. Que tenía que buscarlos por su trabajo, que nunca que lo viera con ellos me le fuera a acercar ni menos su madre. Yo le dije allá tú con quién te juntas pero si alguna vez sé que te has ido a meter a la casa de la perica en Nanay tu matrimonio peligra, Panta. No, pues, hijita, figúrate la fama que vamos a hacernos aquí si Panta empieza a lucirse por las calles con esa gente.

Otra de sus juntas es un chino, yo que creía que todos los chinos eran finitos, éste es Frankenstein. Aunque a Alicia le parece pintón, las loretanas tienen el gusto atravesado, hermana. Lo pesqué con él un día que fui a visitar el Acuario Moronacocha, a ver los peces ornamentales (lindos, te digo, pero se me ocurrió tocar una anguila y me soltó una descarga eléctrica con la cola que casi me tira al suelo), y la señora Leonor también lo ha pescado en una cantinita con el chino, y Alicia los chapó paseándose por la Plaza de Armas y por ella me enteré que el chino tiene fama de gran forajido. Que explota mujeres, que es un vividor y un vago: figúrate las amistades de tu cuñadito. Se lo he sacado en cara y la señora Leonor más que yo, porque a ella la enferman más que a mí las malas juntas de su hijito, sobre todo ahora que cree que se nos viene encima el fin del mundo. Panta le ha prometido que no se lucirá en las calles ni con la perica ni con el enano ni con el chino, pero tendrá que seguir viéndolos a escondidas porque resulta que es parte de su trabajo. Yo no sé dónde va a ir a parar con esa misión y con esa clase de relaciones. Chichita, comprenderás que me tiene con los nervios alterados, saltoncísima.

Aunque en realidad no debería estarlo, quiero decir por el lado de los cuernos y la infidelidad, porque, ¿te cuento, hermana?, no te imaginas cómo ha cambiado Panta en lo que se refiere a esas cosas, las íntimas. ¿Te acuerdas cómo ha sido él siempre tan formalito desde que nos casamos que tú te burlabas tanto y me decías estoy segura que con Pantita tú ayunas, Pocha? Pues ya no te podrás burlar nunca más de tu cuñadito en ese aspecto, malhablada, porque desde que pisó Iquitos se volvió una fiera. Algo terrible, Chichi, a veces me asusto y pienso si no será una enfermedad, porque figúrate que antes, te he contado, le provocaba hacer cositas una vez cada diez o quince días (qué vergüenza hablarte de esto, Chichi), y ahora al bandido le provoca cada dos, cada tres días y tengo que estarle frenando los ímpetus, porque tampoco es plan, pues ¿no?, con este calor y esta humedad tan pegajosa. Además, se me ocurre que le podría hacer mal, parece que afecta al cerebro, ¿no decía todo el mundo que el marido de la Pulpito Carrasco se volvió locumbeta de tanto hacer cositas con ella? Panta dice que es culpa del clima, un general ya lo previno allá en Lima que la selva vuelve a los hombres unos fosforitos. Te digo que me da risa ver a tu cuñadito tan fogoso, a veces se le antoja hacer cositas de día, después del almuerzo, con el pretexto de la siesta, pero claro que no lo dejo, y a veces me despierta de madrugada con la locura esa. Imagínate que la otra noche lo chapé tomando tiempo con un cronómetro mientras hacíamos cositas, se lo dije y se confundió muchísimo. Después me confesó que necesitaba saber cuanto duraban las cositas entre una pareja normal: ¿se estará volviendo vicioso? Quien le va a creer que para su trabajo necesita averiguar esas porquerías. Le digo no te reconozco, Panta, tú eras tan educadito, me da la impresión de estarte metiendo cuernos con otro Panta En fin, hija, basta de hablar de cochinadas que tú eres virgencita y te juro que me peleo contigo para siempre si se te ocurre comentar esto con alguien y sobre todo con las Santana, esas locas.

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