Nadie lo conoce (31 page)

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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Nadie lo conoce
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El autocar de Matilda Drakenberg fue uno de los primeros en salir. Los guías habían repartido la vuelta en pequeños grupos para no chocar unos con otros. El autobús de Matilda iba a empezar por los alrededores de la ciudad para después irse desplazando hacia el centro. La primera parada era la reserva natural de Högklint, al sur de Visby, desde donde se contemplaba una vista maravillosa de la ciudad y del mar. Después los esperaba el Jardín Botánico y un paseo por la zona amurallada que terminaba en la Puerta Este, donde los turistas quedaban libres para almorzar e ir de compras por su cuenta hasta que llegara la hora de volver al barco para seguir viaje rumbo a la capital sueca.

Matilda dio la bienvenida a los turistas y antes de que el autocar hubiera tomado la carretera de la costa en dirección a Högklint, ya había empezado a explicarles la historia de Visby. Los grupos de turistas eran tremendamente parecidos, los americanos eran positivos, les gustaba preguntar y quedaban fascinados por todo lo que tuviera más de cien años de antigüedad. Cuando les contó que la muralla fue construida en el siglo XIII se les pusieron los ojos como platos.

El autocar se detuvo lo más cerca posible de Högklint, los americanos no tenían fama de ser aficionados a caminar y algunas personas del grupo eran realmente obesas. Un señor mayor caminaba con un bastón y parecía que le costaba avanzar.

Matilda ya se temía el paseo por las calles empedradas de Visby. Esperó a que todos hubieran llegado y los guió por la pequeña cuesta que conducía al mirador.

Después, cuando Matilda tuvo que contar lo que había visto aquella mañana le costaba recordar en qué orden había sucedido todo. Recordaba con claridad la animada charla del grupo y al hombre de Wisconsin que se había pegado a ella y no paraba de preguntar acerca de todo, desde cuál era el sueldo medio en Suecia hasta dónde había vivido Ingmar Bergman en Gotland, pasando por quién creían los suecos que había matado a Olof Palme. Siempre había alguien así en todos los grupos. Una persona que se pegaba a ella y hacía un montón de preguntas y le absorbía la energía. Al cabo recordaría que había tratado de contestarle con evasivas, explicándole que lo iba a contar luego para todo el grupo para que todos pudieran oírlo. El hombre no cogió la indirecta y continuó preguntando.

El grupo se congregó en lo alto de una roca y disfrutó de la magnífica panorámica sobre Visby y sobre el accidentado litoral. La planicie se encontraba a cincuenta metros sobre el nivel del mar y las paredes rocosas se hundían abruptamente en la espuma de las olas. Aquí el viento soplaba de forma casi constante. Matilda les contó a los turistas que al saliente que había un poco más abajo del precipicio lo llamaban la tumba de las cabras, porque las cabras que conseguían bajar hasta allí para comer su jugosa hierba luego no eran capaces de subir de nuevo y morían de hambre. Algunos turistas desafiaron la empinada escalera y con resultados variables descendieron hasta el lugar donde las cabras encontraban su cruel destino. Otros eligieron una alternativa más cómoda y caminaron hasta un bosquecillo que había hacia el interior, desde donde podían contemplar la vista al abrigo del viento.

De repente se oyó un grito aterrador. Matilda temió por unos segundos que alguien se hubiera caído por el precipicio, pero el alarido procedía del bosque. Corrió hacia allí y la escena que vio no se le iba a olvidar jamás.

De un árbol colgaba el cuerpo desnudo de un hombre, balanceándose sin vida de una soga. Alguien le había cortado en mitad del vientre con un cuchillo y la sangre le había caído por las piernas y había llegado al suelo. Cuando Matilda observó su cara y sus ojos abiertos de par en par, fijos en ella, lo reconoció inmediatamente.

V
einte minutos después de que llegara el aviso a la centralita de policía, Knutas y Karin se bajaban del coche en Högklint. Sin pronunciar palabra se abrieron paso entre el montón de turistas sobresaltados que habían tenido ocasión de participar en una excursión turística fuera de lo común. Los agentes comenzaron a acordonar la zona. Habían llegado varios autocares con turistas, pero se habían encontrado con la policía en el aparcamiento y ésta les había ordenado dar la vuelta y alejarse de allí. No dieron ninguna explicación y los sorprendidos guías y conductores hicieron lo que les dijeron sin recibir respuesta alguna a sus preguntas. Knutas oyó de pasada que alguien hablaba entre dientes de suicidio y la hipótesis no era tan descabellada. Högklint era un lugar frecuentado por los aspirantes a suicidarse.

Cuando llegaron a lo alto se les unieron Sohlman, Wittberg y Kihlgård, que venían detrás. Vieron el cuerpo allí colgado en el aire con el mar resplandeciente y el cielo azul de fondo. Knutas meneaba despacio la cabeza al ir reconociendo cada una de las señales de las anteriores víctimas.

Gunnar Ambjörnsson había vuelto a Gotland.

E
l asesinato del político socialdemócrata del ayuntamiento de Visby acaparó el jueves el interés informativo de toda Suecia. A la rueda de prensa que la policía había ofrecido por la tarde habían asistido incluso representantes de la prensa noruega, finlandesa y danesa. Dada la gran cantidad de testigos que había esta vez, fue imposible intentar siquiera mantener en secreto las macabras circunstancias que rodeaban el asesinato. Corrían rumores sobre sectas, asesinos en serie y ocultismo, y bombardearon a la policía con preguntas acerca de cómo se habían ejecutado los asesinatos anteriores. La policía reconoció que había ciertas semejanzas, pero no dijo cuáles.

Knutas estaba agotado después de la conferencia de prensa, que había sido la más prolongada de cuantas él había dado. Y no acababa ahí la cosa.

A lo largo de la tarde se había filtrado la noticia de que a Gunnar Ambjörnsson le habían puesto una cabeza de caballo empalada en su casa y cuando se supo que Staffan Mellgren había pasado por la misma experiencia antes de que lo asesinaran, aquello se convirtió en una avalancha en todos los medios de comunicación del país. Periodistas de todos los medios de ámbito nacional cogieron el primer avión con destino a Gotland.

Tras la rueda de prensa, Knutas y sus colegas de la Brigada de Homicidios se volvieron inaccesibles ante semejante alud, excepto el abrumado Lars Norrby, que en calidad de portavoz tuvo que hacerles frente. La policía temía que la intensa cobertura mediática pudiera hacer aún más difícil la detención del asesino.

La Brigada de Homicidios, en colaboración con la Policía Nacional, había puesto en marcha un ingente trabajo que incluía el interrogatorio a los manifestantes que estaban en contra del proyecto de construcción hotelera, a las asociaciones de Asatru con contactos en Gotland, a los políticos cercanos a Ambjörnsson y a todos los que, de una u otra manera, pudieran tener algo que ver con el asunto.

Knutas tenía la impresión de que el autor de los delitos estaba cerca de ellos, en parte porque el lugar donde fueron halladas las víctimas y la colocación de las cabezas de caballo demostraba que conocía bien el terreno. Creía que alguien de la península no hubiera elegido esos lugares.

Habían desechado completamente la idea de que el asesino pudiera ser una mujer. Cargar con el cuerpo de Gunnar Ambjörnsson cuesta arriba en Högklint y conseguir además colgar el cadáver de un árbol exigía una fuerza física superior a la normal. Si era cierta la hipótesis de que el autor de los hechos era de Gotland, eso significaba que tenía que haberse desplazado desde la isla hasta Estocolmo como muy tarde el sábado o el domingo por la mañana, para encontrarse con Ambjörnsson cuando llegara en su vuelo de enlace desde París. Se tenían que haber visto de alguna manera en Estocolmo, quizá ya en el aeropuerto. Nada parecía indicar que el encuentro hubiera sido concertado con antelación, puesto que el vuelo de Ambjörnsson procedente de París aterrizaba a las 12:45 y el avión que tenía reservado hasta Gotland salía una hora después. El tiempo justo para buscar el equipaje, pasar el control de pasaportes, dirigirse a la terminal de vuelos nacionales y facturar allí.

Alguien había ido a Estocolmo y probablemente se había encontrado con Ambjörnsson cuando éste bajó del avión. ¿Habría acompañado Ambjörnsson a un desconocido por su propia voluntad sabiendo, como sabía, que estaba amenazado? Difícilmente. Por lo tanto, debía tratarse de alguien a quien él conocía y en quien confiaba. Ese alguien lo convenció para que abandonara el aeropuerto en vez de viajar a casa. ¿Por qué salió del aeropuerto?

Luego, Ambjörnsson llegó a Gotland, vivo o muerto. Si lo habían matado en la península y luego lo habían transportado hasta la isla o si había perdido la vida en Gotland, eso aún no lo sabían. Erik Sohlman dedujo que Ambjörnsson llevaba muerto por lo menos unos días. El forense estaba volando hacia la isla, así que no tardarían mucho en disponer de más detalles.

La policía se había puesto en contacto con los familiares de Ambjörnsson en Estocolmo, pero ninguno de ellos había hablado con él desde hacía mucho tiempo. En Stånga, su novia, presa de la desesperación, estaba hundida y no sabía dónde había podido meterse después de bajar del avión en Arlanda. No se había puesto en contacto con ella desde que aterrizó en Suecia.

Después de que el forense reconociera el cadáver en el lugar donde apareció, el cuerpo sería enviado a la Unidad de Medicina Forense del Hospital de Solna para que le practicaran la autopsia. Knutas ya podía imaginarse lo que diría el informe de la autopsia. Todo indicaba que Ambjörnsson había ido al encuentro del mismo trágico destino que las víctimas anteriores. Varias fuentes le habían confirmado que la teoría de «la triple muerte» era cierta y seguro que la discutirían al día siguiente en los sofás de los programas matutinos.

Con todo, estuvo a punto de atragantarse con el café cuando escuchó en la radio las noticias de
Dagens Eko
a las cinco menos cuarto de la mañana, donde comentaron ya la simbología del
nidstång
y de «la triple muerte». Y más sorprendido se quedó aún cuando oyó cómo entrevistaban a Susanna Mellgren. Aquello era imparable. Faltaba por ver cómo afectaba al asesino toda aquella exposición mediática. Quizá se encerrara en su oscura guarida haciendo tiempo hasta que amainara la tormenta.

La policía había recibido ese día la llamada de un estonio, llamado Igors Bleidelis, que trabajaba en un carguero que solía hacer escala en Visby. Había oído hablar de los asesinatos rituales y contó que hacía casi seis meses había observado algo extraño en Högklint. Aseguró haber visto una hoguera y personas con antorchas que se movían en lo alto del acantilado como en una danza ritual. Creía que estaban celebrando algún tipo de ceremonia. Recordaba la fecha: el veinte de marzo. No podía decir nada más. Sólo que le pareció raro y llamaba por si guardaba alguna relación con el asesinato del político que había aparecido en ese mismo lugar.

Karin entró en el despacho de Knutas y éste le preguntó si sabía si el veinte de marzo era alguna fecha especial. Ella hojeó en su agenda.

—En realidad nada especial, aparte de que es el equinoccio de primavera.

Knutas se retrepó en su silla.

—¿Puede tener algún significado? ¿Algún tipo de rito que se celebre el día del equinoccio? ¿Quiénes conmemoran ese día?

—No tengo ni la menor idea, pero no será tan difícil averiguarlo. ¿No puedes preguntarle a ese experto en religiones si ese día tiene algún significado especial para los que practican la religión vikinga?

Cinco minutos después ya tenía la respuesta de Malte Moberg desde Estocolmo. El equinoccio de primavera era ciertamente uno de los días más importantes del año para los adoradores de los dioses Ases.

—Todas las piezas del rompecabezas encajan en su sitio —dijo Knutas—. Esto es obra de fanáticos religiosos que han ido demasiado lejos. Lo que no puedo precisar es qué motivos podían tener para matar a estas personas.

—Ese estonio puede que viera precisamente a la secta a la que pertenece el asesino y que ha conseguido permanecer tan en secreto que nadie conoce ni siquiera su existencia. De alguna manera sonaba a ocultismo con fuego y gente bailando. La conexión entre Martina Flochten y Gunnar Ambjörnsson ya la tenemos con lo de la construcción del complejo hotelero de Högklint. Y el hecho de que él apareciera muerto allí confirma que esa relación puede significar algo.

—Nos queda Staffan Mellgren. Aparte de que mantuviera una aventura con Martina, tiene que haber algo más.

—¿Puede haber sido miembro de esa secta?

—Me atrevería a decir que es probable y que ahí es donde vamos a encontrar al asesino.

Sábado 7 de Agosto

C
uando Johan se despertó, al principio no sabía dónde se encontraba. Entonces sintió un cuerpecillo al lado del suyo y comprendió que estaba en casa de Emma y de Elin. Su pequeña dormía pegada a él respirando acompasadamente. Emma también dormía. Las dos yacían de costado con la cara vuelta hacia él y le sorprendió lo mucho que se parecían. El seguimiento informativo a lo largo de los últimos días en relación con el asesinato de Gunnar Ambjörnsson había sido intenso y lo había dejado agotado. Le fastidiaba no haber conseguido antes información sobre las cabezas de caballo cortadas, pero los demás periodistas estaban en la misma situación. Ahí la policía se había mostrado muy hábil. Lo habían hecho bien, la verdad.

Por suerte habían llegado a Gotland varios reporteros de la Televisión Sueca para ayudar en el seguimiento de la noticia. Johan había pedido poder dedicar el fin de semana a su reportaje relacionado con los robos de los tesoros arqueológicos, aunque lo consideraban un tema aparte. Grenfors se había mostrado razonable. Tal vez tuviera algo que ver con los asesinatos.

La cita con el perista se había fijado el día antes de que Ambjörnsson apareciera muerto y Johan no quería perder la oportunidad de encontrarse cara a cara con él.

Puso la cafetera, se duchó y salió a buscar el periódico antes de despertar a Emma con un beso.

—Buenos días. Yo puedo cambiar a Elin. —Se ofreció voluntariamente.

—Gracias —susurró ella, se dio la vuelta y se hundió aún más profundamente bajo el edredón.

De camino al cuarto de baño besó a su hija en las mejillas todavía calientes tras el sueño y le sopló en la nuca. A Johan le parecía muy agradable el momento del cambio de pañales. Entonces hablaba y le hacía carantoñas a Elin mientras dejaba que se le airease un poco el culito.

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