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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (32 page)

BOOK: Mundo Anillo
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¿Y cuando los camiones volantes comenzaron a estropearse, uno tras otro...?

Luis salió de la cocina.

Por fin consiguió dar con el salón de banquetes y la única fuente de suministro de alimentos que le inspiraba confianza. Desayunó un bloque procedente de la ranura suministradora de la cocina de su aerocicleta.

Casi había terminado de comer cuando apareció Interlocutor.

Sin decir palabra, el kzin fue a su aerocicleta, pidió tres paquetes húmedos de un color rojo-oscuro y se los tragó en pocos segundos. Sólo entonces se volvió a mirar a Luis.

Ya no estaba blanco como un fantasma. Durante la noche, la espuma había completado sus efectos curativos y se había desprendido. La piel le relucía sonrosada y sana, suponiendo que una piel kzinti sana fuera de color rosa, con unas pocas cicatrices grisáceas y una vasta retícula de venas violáceas.

—Acompáñame —le ordenó el kzin—. He encontrado la sala de cartografía.

16. La sala de cartografía

La sala de cartografía estaba en el piso superior del castillo. La subida dejó a Luis jadeante y a duras penas no quedó rezagado. El kzin no corría, pero su paso era mucho más rápido que el de un hombre.

Luis llegó al último rellano en el momento en que Interlocutor empujaba una puerta de doble hoja, justo frente a la escalera.

A través del resquicio de la puerta Luis divisó una franja horizontal de un negro azabache y unos veinte centímetros de ancho, situada aproximadamente a un metro del suelo. Miró un poco más allá, en busca de una franja parecida color azul cielo y con una cuadrícula de rectángulos color azul intenso; y pronto la encontró.

Habían dado en el blanco.

Luis se quedó en la puerta observando los detalles. El Mundo Anillo en miniatura ocupaba casi toda la habitación, que era circular y debía tener unos cuarenta metros de diámetro. Unida al eje del mapa circular había una pantalla rectangular, con un marco macizo.

En lo alto colgaban diez esferas rotatorias. Eran de tamaños distintos y giraban a diferente velocidad; pero todas poseían el color característico de un mundo de estructura semejante a la terrestre: azul intenso con aglomeraciones de escarcha blanca. Debajo de cada globo había un mapa de sección cónica.

—He estado trabajando aquí toda la noche —dijo Interlocutor. Se había situado detrás de la pantalla—. Quiero enseñarte algunas cosas. Acércate.

Luis estuvo a punto de agacharse para pasar por debajo del Anillo. Pero algo le detuvo. El hombre de facciones de halcón que reinaba sobre el salón de banquetes nunca se hubiera inclinado de ese modo, ni siquiera para entrar en este santuario, se dijo Luis; y avanzó directamente hacia el Anillo y a través de él, y comprobó que era una proyección inmaterial.

Sé situó detrás del kzin.

La pantalla estaba rodeada de paneles de mandos. Todos los botones eran grandes y de plata maciza; y cada uno representaba la cabeza de algún animal. Los paneles estaban enmarcados con una orla de virutas y ondas. «Preciosista —se dijo Luis—. ¿Decadente?»

La pantalla estaba iluminada, pero no mostraba ningún grado de ampliación. A través de ella se veía la imagen parecida a la visión del Mundo Anillo captada desde las proximidades de las pantallas cuadradas. Luis quedó algo decepcionado.

—Había conseguido enfocarla —explicó el kzin—. Si no me equivoco... —Hizo girar un botón y la imagen comenzó a ampliarse con tal rapidez que Luis buscó un lugar donde agarrarse—. Quiero mostrarte el muro exterior. Rrr, parte de él... —Hizo girar otro botón con su cabeza de fiera y la imagen fue moviéndose. Por fin se encontraron mirando por encima del reborde del Mundo Anillo.

En algún lugar debía haber unos telescopios que les proporcionaban esas imágenes. ¿Dónde? ¿Tal vez incorporados a las pantallas cuadradas?

Ante sus ojos se alzaban unas montañas de mil o dos mil kilómetros de altura. La imagen se fue ampliando aún más, a medida que Interlocutor iba descubriendo controles cada vez más precisos. A Luis le sorprendió que las montañas, de apariencia muy natural excepto en lo tocante a sus dimensiones, quedaran tan abruptamente cortadas por la nítida sombra del espacio.

Luego advirtió lo que unía los picos de las montañas.

Pese a no distinguir más que una línea de puntos plateados, adivinó lo que sería.

—Un acelerador lineal.

—Sí —dijo Interlocutor—. Sin cabinas teletransportadoras, éste es el único medio para recorrer las enormes distancias del Mundo Anillo. Debió constituir el principal sistema de transporte.

—Pero está a más de mil kilómetros de altura. ¿Habrá ascensores?

—Hay tubos de ascensor junto al muro exterior. Allí, por ejemplo.

El hilo de plata se había convertido en una línea de diminutos aros, muy separados uno de otro y todos ocultos al amparo de un pico montañoso. Un tubo delgado y apenas visible unía los aros entre sí; descendía por la falda de una montaña y desaparecía en un cúmulo en la base de la atmósfera del Mundo Anillo.

—Los aros electromagnéticos están muy apiñados en torno a los tubos de los ascensores. En los demás puntos se hallan a millones de kilómetros de distancia uno de otro. Imagino que sólo son necesarios para acelerar y frenar y para orientar el rumbo —dijo Interlocutor—. Debía de ser posible acelerar una nave hasta situarla en caída libre, bordear el reborde a una velocidad relativa de mil doscientos kilómetros por segundo, y frenar junto a un tubo de ascensor gracias a la acción de otra concentración de aros.

—Se tardarían diez días en llegar a cualquier lugar. Sin hablar ya del problema de las aceleraciones —comentó Luis.

—Una menudencia. Desde el mundo humano más apartado de la Tierra se tardan sesenta días en llegar a Ojos Plateados. Y se necesitaría cuatro veces ese tiempo para cruzar todo el espacio desconocido.

—Tienes razón. Y el Mundo Anillo poseía una superficie habitable superior a la de todo el espacio conocido. Construyeron este artefacto para disponer de espacio. ¿Has observado alguna señal de actividad? —preguntó luego Luis—. ¿Crees que alguien sigue utilizando el acelerador lineal?

—La pregunta es ociosa. Ya verás.

La imagen convergió, se deslizó hacia un lado, volvió a ampliarse lentamente. Era de noche. Negras nubes flotaban sobre el negro paisaje, luego, de pronto...

—Una ciudad iluminada. Perfecto. —Luis tragó saliva. Había sido todo una sorpresa—. Conque no todo está muerto. Tal vez podamos conseguir ayuda.

—No lo creo. ¡Ah!

—¡Finagle y su retorcida mente!

El castillo, sin duda el mismo que ahora ocupaban, flotaba tranquilamente sobre una zona iluminada. Ventanas, luces de neón, una sucesión de puntitos luminosos suspendidos que debían ser vehículos..., edificios flotantes de curiosa estructura... todo fantástico.

—Películas. ¡Nej! Sólo hemos estado viendo viejas películas. Las había tomado por transmisiones directas. —Durante un glorioso instante, su peregrinaje parecía concluido. Ciudades iluminadas, llenas de vida, señaladas en un mapa para facilitarles las cosas... pero esas fotografías debían tener siglos, debían corresponder a civilizaciones muy pretéritas.

—Yo también pensé lo mismo anoche; me llevó horas descubrir mi equivocación. No empecé a sospechar la verdad hasta que me resultó imposible localizar los miles de kilómetros de fosa meteorítica que abrió el «Embustero» al chocar contra el Mundo Anillo.

Luis, mudo de asombro, golpeó ligeramente el hombro desnudo color rosa y lavanda del kzin. Su mano no alcanzaba más arriba.

Interlocutor ignoró esa muestra de confianza.

—Todo resultó sencillo, una vez localizado el castillo. Fíjate.

Hizo deslizarse rápidamente la imagen hacia babor. La oscura superficie aparecía borrosa, sin el menor contorno. Luego apareció en la pantalla un negro océano.

La cámara pareció retroceder...

—¿Te das cuenta? Una bahía de uno de los principales océanos de agua salada se halla exactamente en nuestra ruta hacia el muro exterior. El océano en sí es varias veces mayor que cualquiera de los que poseemos en Kzin o la Tierra. La bahía es casi del tamaño de nuestros propios océanos.

—¡Más tiempo perdido! ¿Crees que conseguiremos cruzarlo?

—Es posible. Pero nos aguardan aún mayores obstáculos. El kzin hizo girar un botón.

—Un momento. Quisiera observar más detenidamente ese grupo de islas.

—¿Por qué, Luis? ¿Crees que podríamos aprovisionarnos allí?

—No... ¿Has notado que tienden a agruparse en ciertas zonas con grandes extensiones de aguas profundas entre unas y otras? Fíjate en ese grupo de ahí. —Luis iba señalando con el índice algunas imágenes de la pantalla—. Ahora, observa este mapa.

—No comprendo.

—Y ese grupo en lo que has llamado bahía, y ese mapa ahí detrás. Los continentes aparecen un poco distorsionados en las proyecciones cónicas... ¿Te das cuenta ahora? Diez mundos, diez conglomerados de islas. La escala no es uno a uno; pero apostaría a que esa isla es del tamaño de Australia, y el continente original no parece mucho más grande que Eurasia en el globo.

—Una broma más bien macabra. Luis, ¿es ésta una muestra del sentido del humor típicamente humano?

—No, no, no. A menos que...

—¿Sí?

—No se me había ocurrido. La primera generación... tuvieron que desprenderse de sus propios mundos, pero sin duda deseaban conservar algún recuerdo de lo que iban a perder. Al cabo de tres generaciones, la cosa debió de parecer ridícula. Siempre ocurre lo mismo.

Cuando estuvo seguro de que Luis no tenía nada más que decir, el kzin se decidió a preguntar en tono un poco avergonzado:

—¿Os consideráis capaces, los humanos, de comprender a los kzinti?

Luis sonrió y meneó la cabeza.

—Más vale así —dijo el kzin, y cambió de tema—: Anoche estuve examinando el espaciopuerto más próximo.

Estaban situados en el centro de giro del Mundo Anillo en miniatura y espiaban el pasado a través de una ventana rectangular.

El pasado que se desplegaba ante sus ojos revelaba asombrosas realizaciones. Interlocutor enfocó la imagen del espacio-puerto, un ancho saliente sobre el muro exterior en el lado correspondiente al espacio. Contemplaron el aterrizaje de un enorme cilindro de extremos romos, con mil ventanas iluminadas, sobre unos campos receptores electromagnéticos. Los campos estaban teñidos de colores fosforescentes, tal vez para que los operadores pudieran manipularlos a simple vista.

—La película está enredada —dijo Interlocutor—. Estuve observándola un rato anoche. Parece como si los pasajeros pasasen directamente al muro exterior, a través de una especie de ósmosis.

—Ya veo.

Luis estaba terriblemente alicaído. La plataforma del espacio-puerto quedaba demasiado hacia giro para que pudieran alcanzarla. Hubieran tenido que recorrer una distancia junto a la cual el trayecto ya realizado quedaba reducido a la insignificancia.

—También observé el despegue de una nave. No emplean el acelerador lineal. Sólo lo utilizaban en los aterrizajes para equiparar la velocidad de la nave a la del espaciopuerto. Para los despegues se limitaban a arrojar la nave al espacio. El herbívoro no se equivocaba, Luis. ¿Recuerdas el dispositivo de la trampilla? La velocidad de giro del Mundo Anillo es perfectamente adaptable para el uso de un campo barredor. Luis, ¿me escuchas?

Luis sacudió la cabeza para despabilarse.

—Lo siento. No puedo dejar de pensar en el millón y pico de kilómetros adicionales que tendremos que recorrer.

—Tal vez consigamos utilizar la red general de transporte, el pequeño acelerador lineal situado en lo alto del muro exterior.

—Ni lo sueñes. Lo más probable es que no funcione. La civilización tiende a expandirse, siempre que para ello cuente con un sistema de transporte adecuado. Y aun suponiendo que funcionara, nuestra ruta no nos conduce a ningún tubo de ascensor.

—Tienes razón —asintió el kzin—. Ya lo estuve buscando.

La nave ya había aterrizado en la pantalla rectangular. Camiones volantes acercaron un tubo articulado a la compuesta principal. Los pasajeros comenzaron a llenar el tubo.

—¿Quieres que cambiemos de ruta?

—No podemos hacer eso. El espaciopuerto sigue representando nuestra mejor oportunidad.

—¿Estás seguro?

—¡Claro, nej! Por grande que sea, el Mundo Anillo sigue siendo una colonia. Y en los mundos coloniales la civilización se concentra siempre en torno al espaciopuerto.

—Ello se debe a que las naves procedentes del mundo metropolitano suelen traer noticias de las últimas innovaciones tecnológicas. Sin embargo, partimos de la base de que los anillícolas abandonaron su mundo originario.

—Pero aún pueden seguir llegando naves —insistió Luis con obstinación—. ¡Procedentes de los mundos abandonados! ¡Tras siglos de viaje! Las naves dragadoras están sometidas a la relatividad, a la dilatación del tiempo.

—Confías hallar a viejos cosmonautas intentando enseñar las antiguas técnicas a unos salvajes que las han olvidado. Y tal vez no te equivoques —dijo Interlocutor—. Pero esta estructura no me inspira confianza, y el espaciopuerto está muy lejos. ¿Deseas ver alguna otra cosa en el mapa?

De pronto, Luis preguntó:

—¿Qué distancia hemos recorrido desde que abandonamos el «Embustero»?

—Como te dije, no he podido localizar el cráter producido por nuestro impacto. Puedes hacer un cálculo tan aproximado como yo. Pero lo que sí puedo decirte es lo que nos queda por recorrer. Desde el castillo hasta el borde del anillo hay aproximadamente trescientos mil kilómetros.

—Un buen trecho... Pero tendrías que haber localizado la montaña gigante. El Puño-de-Dios. Fuimos a caer prácticamente junto a su ladera.

—No la localizo.

—Esto no me gusta. Interlocutor, ¿crees que podríamos habernos desviado de nuestra ruta? Tendrías que haber encontrado el Puño-de-Dios simplemente retrocediendo hacia estribor desde el castillo.

—No he logrado localizarlo —dijo Interlocutor con cierto tono de fatalidad en la voz—. ¿Deseas ver algo más? Por ejemplo, hay zonas veladas. Probablemente sólo sea debido a que la película esté gastada, pero me pregunto si no ocultarán regiones del Mundo Anillo que eran consideradas secretas.

—Para comprobarlo sería preciso visitarlas personalmente.

De pronto, Interlocutor se volvió hacia la doble puerta, con las orejas extendidas como abanicos. Rápidamente se puso de cuatro patas y saltó.

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