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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (36 page)

BOOK: Mundo Anillo
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—¡Veo algo frente a nosotros! —anunció entonces Teela.

Era un boquete en la base del túnel. Luis hizo una mueca que parecía una sonrisa por efecto de la tensión, y apoyó las manos en los mandos. La succión podía ser realmente terrible a la altura de ese boquete.

Su preocupación, su tensión, habían cedido desde que penetraran en el Ojo. ¿Qué podía ocurrirles en un lugar que incluso un titerote consideraba seguro?

Las nubes y los rayos se arremolinaron a su alrededor cuando se aproximaron al boquete.

Frenaron y lo saltaron con los motores de las aerocicletas a todo gas para resistir a la fuerza de succión. La tormenta tronaba en sus oídos, apagada por las envolturas sónicas.

Era como mirar hacia el interior de un embudo. Saltaba a la vista que el aire se iba perdiendo ahí abajo; pero, ¿era expulsado fuera a gran velocidad o sólo iba goteando en el espacio a través de la negra base del Mundo Anillo? En realidad, no se distinguía gran cosa...

Luis no advirtió que Teela había hecho descender su aerocicleta. Estaba demasiado lejos, la luz vacilante era demasiado irreal y Luis tenía la mirada fija en el fondo del embudo. Vio una minúscula manchita que caía por el embudo, pero no le dio importancia.

Entonces oyó el alarido de Teela, apagado por el estruendo de la tormenta.

Podía ver claramente el rostro de Teela en la imagen del intercom. Estaba mirando hacia abajo y se la veía aterrorizada.

—¿Qué sucede? —bramó Luis.

Apenas consiguió oír su respuesta.

—¡Me ha cogido!

Miró hacia abajo.

El embudo aparecía despejado entre los lados cónicos en constante movimiento. Estaba inundado de una extraña luz uniforme, que no procedía de los relámpagos en sí, sino de los efectos de rayos catódicos provocados por las diferencias de intensidad en un vacío casi completo. Allí abajo se divisaba una manchita de... algo, algo que podría ser muy bien una aerocicleta, de existir alguien lo suficientemente estúpido para meterse con su aerocicleta en semejante torbellino, por el simple gusto de poder ver más de cerca un orificio que comunicaba con el espacio exterior.

Luis sintió vértigo. Imposible hacer nada, no había remedio. Apartó la mirada de la vorágine...

Sólo para encontrarse con la mirada de Teela sobre el tablero. Tenía la vista fija en el fondo del embudo y parecía estar viendo algo horrible...

Y le salía sangre de la nariz.

Vio cómo su rostro iba perdiendo poco a poco la expresión de terror, hasta que sólo quedó una pálida serenidad cadavérica. Estaba a punto de desmayarse. ¿Anoxia? La envoltura sónica retendría el aire en medio del vacío, pero era preciso conectarla primero.

Teela levantó la mirada hacia Luis Wu, ya semiinconsciente. Haz algo, parecía suplicar. Haz algo.

De pronto su cabeza se desplomó sobre los mandos.

Luis se había mordido el labio inferior. Sentía el sabor de la sangre. Miró hacia el fondo de la vorágine de nubes, iluminadas por el neón, y le recordó desagradablemente el remolino que se forma en torno al desagüe de una bañera. Logró localizar la diminuta manchita que debía ser la aerocicleta de Teela...

...y entonces vio que salía despedida en dirección horizontal y atravesaba la inclinada pared rotatoria del embudo.

Segundos más tarde vio aparecer la estela de vapor en el fondo del huracán. Un hilillo blanco, perfectamente recto. Por alguna razón, no dudó ni un momento que ésa era la aerocicleta de Teela.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Interlocutor.

Luis meneó la cabeza, incapaz de responder. Se sentía como paralizado. Su capacidad de raciocinio parecía haber sufrido un cortocircuito; sus pensamientos le llevaban una y otra vez al mismo punto.

La imagen de Teela en el intercom estaba boca abajo, casi sólo se veían sus cabellos. Estaba inconsciente, montada en una aerocicleta incontrolada que avanzaba a más del doble de la velocidad del sonido. Alguien debería hacer algo...

—Pero estaba casi exánime, Luis. ¿Crees que Nessus habrá activado algún control cuya existencia ignoramos?

—No. Yo más bien diría que... no.

—Creo que eso es lo que ha ocurrido —insistió Interlocutor.

—¡Has visto perfectamente lo que ha ocurrido! ¡Se desmayó, su cabeza golpeó los mandos y su aerocicleta salió disparada de ese tragadero como alma que lleva el diablo! ¡Golpeó justo los controles precisos con la cabeza!

—Tonterías.

—¡Piensa en las probabilidades, Luis! —De pronto, el kzin comprendió y se quedó con la boca abierta mientras intentaba hacerse a la idea—. No. Imposible —dijo a modo de veredicto.

—Ya.

—Si hubiera tenido al menos un poco de buena suerte, no habría querido embarcarse con nosotros. Nessus no la habría localizado nunca. Se habría quedado en la Tierra.

Los relámpagos centelleaban, iluminando el largo túnel de agitadas nubes negras. Una fina línea recta se extendía ante ellos hasta perderse en la distancia: la estela de vapor de la aerocicleta de Teela. Pero la aerocicleta en sí ya se había perdido de vista.

—¡Jamás nos hubiéramos estrellado contra el Mundo Anillo, Luis!

—Yo no estaría tan seguro.

—Tal vez sería mejor que te dejaras de divagaciones y buscaras la manera de salvarle la vida.

Luis asintió. Sin verdadera sensación de emergencia, apretó el botón de llamada correspondiente a Nessus, algo que Interlocutor no podía hacer.

El titerote respondió en el acto, como si hubiera estado esperando esa señal. A Luis le sorprendió comprobar que Interlocutor no había colgado. Procedió a explicar brevemente las líneas generales de lo ocurrido.

—Todo parece indicar que ambos nos equivocamos con respecto a Teela —dijo Nessus.

—Ya.

—Su aerocicleta se mueve impulsada por el motor de emergencia. Un golpe con la frente no puede ser suficiente para activar los controles correspondientes. Primero tendría que manipular la ranura de control. Me parece difícil que pudiera hacerlo de un modo accidental.

—Dime dónde está. —Y cuando el titerote se lo explicó, Luis dijo—: No me extrañaría que hubiera metido el dedo ahí dentro por pura curiosidad.

—¿En serio?

Interlocutor no le dejó responder.

—Pero ¿qué podemos hacer?

—Cuando se despierte, decidle que se ponga en contacto conmigo —dijo Nessus con cierta petulancia—. Yo le explicaré cómo recuperar la velocidad normal y luego la guiaré para que pueda localizarnos.

—Y de momento, ¿no podemos hacer nada más?

—Pues no. Existe el riesgo de que algunos elementos ardan en el sistema de propulsión. Sin embargo, su vehículo sorteará los obstáculos; no se estrellará. Se está alejando de nosotros aproximadamente a cuatro Mach. El mayor peligro que la acecha es la anoxia, que puede destruir las células cerebrales. Pero no creo que corra ese riesgo.

—Ya. —Luis quería dormir, no pensar más...

—¿Por qué? La anoxia es peligrosa.

—Es demasiado afortunada —replicó Nessus, con aires de sobrada convicción.

18. Los riesgos de Teela Brown

Era negra noche cuando por fin salieron del iris del Ojo de la tormenta. No se veía ni una estrella; sin embargo, algún pálido resplandor azulado del Arco lograba atravesar de vez en cuando la capa de nubes.

—He recapacitado —anunció Interlocutor—. Nessus, puedes reunirte al grupo si lo deseas.

—Enseguida voy —dijo el titerote.

—Necesitamos los puntos de vista de tu especie. Has dado muestras de un agudo ingenio. Pero debes comprender que no tengo intención de olvidar el crimen que tu especie ha cometido contra la mía.

—No quisiera entrometerme en tu memoria, Interlocutor.

Luis Wu apenas prestó atención a este triunfo del sentido práctico sobre el honor, de la inteligencia sobre la xenofobia. Estaba escudriñando el punto donde el banco de nubes se unía con el horizonte-infinito, en busca de algún rastro de la estela de vapor de Teela. Pero se había desvanecido por completo.

Teela seguía inconsciente. Su imagen en el intercom se revolvió inquieta y Luis gritó:

—¡Teela!

Pero no recibió respuesta.

—Nos habíamos equivocado en nuestras suposiciones respecto a Teela —dijo Nessus—. Pero no comprendo por qué. ¿Cómo se explica que nos estrellásemos, si su buena fortuna es tan intensa?

—¡Lo mismo que te estaba diciendo yo, Luis!

—Sin embargo —prosiguió el titerote—, si su buena fortuna es escasa, ¿cómo explicar que lograse activar el motor de emergencia? A mi entender mi primera teoría era correcta. Teela Brown está dotada de una buena suerte psíquica.

—Entonces, ¿cómo te explicas que fuese seleccionada para esta expedición? ¿Cómo te explicas el accidente del «Embustero»? ¡Cómo!

—Basta ya —intervino Luis.

No le prestaron atención.

—Su suerte es claramente voluble —siguió diciendo Nessus—. Si la suerte la hubiera abandonado tan sólo una vez, estaría muerta.

—De haber estado muerta o haber sufrido algún accidente, yo no la habría seleccionado. Debemos considerar la posibilidad de una mera coincidencia —replicó Nessus—. No olvides, Interlocutor, que las leyes de la probabilidad no excluyen las coincidencias.

—Pero no explican la magia. No puedo creer en una selección basada en la buena fortuna.

—Tendrás que creerlo —dijo entonces Luis. Esta vez los dos le escucharon—. Debía haberlo advertido mucho antes —continuó diciendo—. No tanto por la manera que tenía de escapar al desastre siempre por un pelo; más bien son pequeños detalles, detalles de su personalidad. Es una persona afortunada, Interlocutor. Puedes creerme.

—Luis, ¿cómo puedes creer tamaña insensatez?

—Nunca ha sufrido. Jamás en su vida.

»Lo he comprobado. Conoce perfectamente el placer e ignora por completo el dolor. ¿Recuerdas cuando fuiste atacado por los girasoles? Te preguntó si podías ver. «Estoy ciego», dijiste tú. Y ella insistió: «Sí, ¿pero puedes ver?» No podía creer tus palabras.

»Y también justo después del accidente. Intentó subir una pendiente de lava con los pies descalzos.

—No es demasiado inteligente, Luis.

—¡Es inteligente, nej! ¡Lo que pasa es que nunca ha sufrido! Cuando se quemó los pies, bajó corriendo y saltó sobre una superficie mucho más resbaladiza que el hielo... ¡sin embargo, no se cayó!

—De todos modos, no es preciso entrar en detalles —continuó Luis—. Basta fijarse en su modo de andar. Es patosa. Siempre parece a punto de tropezar y caer. Pero no se cae. No se golpea los codos contra los objetos. No derrama las cosas ni las deja caer. Nunca lo ha hecho. Nunca tuvo que aprender a no hacerlo, ¿te das cuenta? Por eso sus movimientos son poco agraciados.

—Son detalles que los no-humanos difícilmente podríamos apreciar —dijo Interlocutor, aún dudoso—. Tengo que confiar en tu palabra, Luis. Pero... ¿cómo puedes creer en la suerte psíquica?

—Pues, creo. Tengo que creer.

—Si su buena fortuna fuese segura, jamás habría intentado caminar sobre lava fundida —dijo Nessus—. Pero la suerte de Teela Brown sólo nos protege de un modo esporádico. Consolador, ¿no os parece? Los tres estaríais muertos a estas horas si las nubes no os hubieran protegido al sobrevolar el campo de girasoles.

—Es cierto —dijo Luis; pero entonces recordó que las nubes se habían separado el tiempo suficiente para chamuscar la piel de Interlocutor-de-Animales. Recordó las escaleras del Cielo que habían subido mecánicamente a Teela los nueve pisos, en tanto que Luis Wu había tenido que subirlas a pie. Se palpó el vendaje de la mano y recordó que Interlocutor se había quemado la suya hasta el hueso, mientras el aparato traductor de Teela Brown ardía en su estuche en el portaequipajes.

—Su suerte parece protegerla mejor a ella que a nosotros —declaró.

—¿Y por qué no? Pero pareces molesto, Luis.

—Tal vez lo esté... —Seguramente sus amigos se habrían cansado de contarle sus cuitas muchos años atrás. Teela era incapaz de comprender ningún problema. Hablarle de dolor a Teela Brown sería como intentar describirle el color a un ciego.

¿Zozobra del corazón? Teela nunca había sufrido penas amorosas. El hombre deseado siempre acudía a ella y permanecía a su lado hasta que ella comenzaba a cansarse, entonces desaparecía voluntariamente.

Fuese esporádico o no, ese extraño poder de Teela la hacía un poco distinta de los seres humanos, tal vez. Era una mujer, sin duda, pero con una percepción y un talento distintos, y también con sus zonas impenetrables... Y Luis había estado enamorado de esa mujer. Todo resultaba muy extraño.

—Ella también me amaba —musitó Luis—. Es curioso. No soy su tipo. Y de no haberme amado...

—¿Cómo dices? ¿Hablabas conmigo, Luis?

—No, Nessus, estaba hablando conmigo mismo... —¿Era ése el verdadero motivo que la había impulsado a unirse a Luis Wu y su pintoresca compañía? El misterio era bastante complejo. Su buena fortuna había llevado a Teela Brown a enamorarse de un hombre poco idóneo para ella, lo cual la había impulsado a unirse a una expedición incómoda y desastrosa, hasta el punto de ponerla varias veces al borde de una muerte violenta.

En el intercom apareció la imagen de Teela levantando la cabeza. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro inexpresivo... luego sorprendido... y de pronto inundado de verdadero terror. Los ojos, blancos y dilatados, miraban hacia abajo. El adorable rostro ovalado de Teela estaba desfigurado por la demencia.

—Tranquila —le dijo Luis—. Serénate. Tómalo con calma. Nada puede pasarte ya.

—Pero...

Ese chillido disonante era la voz de Teela.

—Ya hemos salido de allí. Lo hemos dejado muy atrás. Mira detrás tuyo. ¡Nej, que mires detrás tuyo!

Ella se volvió. Durante unos instantes, Luis sólo vio su suave melena negra. Cuando volvió a girarse, ya se la veía más calmada.

—Nessus —dijo Luis—, explícaselo.

—Llevas más de media hora avanzando a una velocidad de cuatro Mach —dijo el titerote—, Para que tu vehículo recupere la velocidad normal, debes pulsar la ranura bordeada de verde...

Aunque continuaba asustada, Teela obedeció.

—Ahora debes reunirte con nosotros. Mi indicador señala que has seguido una trayectoria curva. Estás situada a babor y giro de nosotros. Tu vehículo carece de indicador, conque tendré que ayudarte a desandar el camino. De momento, tuerce por completo hacia antigiro.

—¿Dónde queda eso?

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