Era posible que el miedo fuera una característica genética en los titerotes.
Pero los humanos tenían que aprender a tener miedo.
—Debemos aceptar la hipótesis de que la buena suerte esporádica de Teela sufrió un fallo momentáneo —decía en esos momentos Nessus—. Partiendo de esa base, Teela no puede estar herida.
—¿Qué? —Luis tuvo un sobresalto. El titerote parecía haber cerrado el circuito de su propio razonamiento.
—Un fallo en su aerocicleta probablemente la habría matado. Si no murió en el acto, entonces su buena suerte debe haberla salvado en cuanto comenzó a actuar de nuevo.
—Pero es absurdo. ¡No puedes esperar que una fuerza psíquica siga semejantes normas!
—Desde el punto de vista lógico, el razonamiento es impecable, Luis. A lo que iba es a constatar que Teela no necesita urgentemente nuestra ayuda. Si está viva, puede aguardar. Podemos esperar a que amanezca para explorar el terreno.
—¿Y entonces qué? ¿Cómo nos las arreglaremos para encontrarla?
—Si su suerte no ha fallado, estará en buenas manos. Buscaremos esas manos. Mañana averiguaremos si esas manos existen o no, y en caso negativo tendremos que confiar en que nos haga alguna señal. Podría hacerlo de varias formas.
—Pero todas suponen el uso de luz —le interrumpió Interlocutor.
—¿Y qué hay con eso?
—Lo he estado pensando. Es posible que sus faros aún funcionen. En cuyo caso, los habrá dejado encendidos. Tú aseguras que es inteligente, Luis.
—Lo es.
—Y la seguridad le es absolutamente indiferente. No le importaría qué pudieran encontrarla, con tal de que nosotros pudiéramos encontrarla. Si sus faros no funcionan, puede emplear su linterna de rayos láser para hacer señales a cualquier objeto móvil... o para encender una hoguera.
—Lo que estás insinuando es que no podremos encontrarla de día. Y tienes razón —reconoció Luis.
—Primero debemos explorar la ciudad a la luz del día —dijo Nessus—. Si encontramos pobladores, tanto mejor. Si está deshabitada, mañana por la noche buscaremos a Teela.
—¿Serías capaz de dejarla ahí tirada casi treinta horas? Eres un ser despiadado... ¡Nej, esa mancha luminosa que vimos podría ser ella! ¡Tal vez no eran faroles, sino edificios en llamas!
—Tienes razón. Debemos salir a investigar —dijo Interlocutor, ya levantado.
—Yo soy el Ser último de esta expedición. Y considero que el valor de Teela no compensa el riesgo de un vuelo nocturno sobre una ciudad desconocida.
Interlocutor-de-Animales ya había montado en su aerocicleta.
—Nos hallamos en un territorio potencialmente hostil. Conque yo tomo el mando. Saldremos en busca de Teela Brown.
El kzin hizo salir su aerocicleta por una gran ventana ovalada. Al otro lado de la ventana se extendían los fragmentos de un porche y luego los suburbios de una ciudad ignota.
Los otros vehículos estaban en la planta baja. Luis bajó las escaleras rápidamente pero con cuidado, pues parte de los escalones se habían hundido y el mecanismo de la escalera automática llevaba ya largo tiempo enmohecido.
Nessus le miró por encima de la barandilla.
—Yo me quedo, Luis. Y consideraré esto como un acto de amotinamiento.
Luis no le respondió. Su aerocicleta se elevó, salió por la puerta ovalada, ya apuntando hacia arriba, y se adentró en la oscuridad.
Hacía una noche fresca. La luz del Arco llenaba la ciudad de sombras azul marino. Luis localizó el resplandor de la aerocicleta de Interlocutor y la siguió hacia la zona luminosa de los suburbios hacia giro de las brillantes luces del Centro Cívico.
Todo era zona urbana, cientos de kilómetros cuadrados de ciudad. Ni siquiera había parques. Con todo el espacio disponible en el Mundo Anillo, ¿por qué unas construcciones tan densas? Incluso en la Tierra, los hombres apreciaban la posibilidad de un cierto espacio donde moverse.
—Volaremos bajo —dijo Interlocutor vía intercom—. Si las luces resultan ser simples faroles, regresaremos junto a Nessus. No podemos descartar la posibilidad de que Teela haya sido aniquilada.
—De acuerdo —respondió Luis. Pero, mientras tanto, pensaba: «Quién lo diría, un kzin preocupado por cuestiones de seguridad ante un enemigo meramente hipotético». Hasta un kzin, saludablemente intrépido, resultaba cauto como un titerote en comparación con Teela Brown. «¿Dónde estará ella ahora? ¿Se encontrará bien?, ¿se hallará herida?, ¿estará muerta?»
Habían buscado anillícolas civilizados desde antes del desastre del «Embustero». ¿Los habrían encontrado por fin? Esa posibilidad era seguramente lo que había impedido que Nessus abandonara por completo a Teela. La amenaza de Luis no iba más allá de simples palabras, como sabía perfectamente el titerote.
Si los anillícolas civilizados se les presentaban como enemigos, en fin, tampoco sería tan sorprendente...
Su aerocicleta se desvió levemente hacia la izquierda. Luis rectificó el rumbo.
—Luis. —Interlocutor-de-Animales parecía estar debatiéndose contra algo—. Parece que hay una interferencia... —Luego, de un modo imperioso, con el tono de mando tan bien ensayado—: Luis. Da media vuelta. Enseguida.
La voz de mando del kzin pareció llegar directamente al cerebelo de Luis. Giró en el acto.
Pero su aerocicleta continuó volando recto.
Luis se apoyó sobre el manillar con todo su peso. Todo fue inútil. La aerocicleta continuaba avanzando hacia las luces del Centro Cívico.
—¡Estamos atrapados! —gritó Luis; y en el acto fue presa del terror. ¡Eran marionetas! El enorme, desconocido y racional Maestro Titiritero les hacía mover los brazos y las piernas y les llevaba de un lado a otro según los dictados de un guion desconocido. Y Luis sabía quién era el Maestro Titiritero.
Era la suerte de Teela Brown.
Interlocutor, con mayor sentido práctico, hizo sonar la sirena de alarma.
El pitido en múltiple frecuencia sonó y sonó y sonó. Luis comenzaba a preguntarse si el titerote se dignaría responder. Les ocurriría como al pastorcito que gritaba ¡el lobo, el lobo!... Pero Nessus ya estaba gritando:
—¿Sí? ¿Sí? —con el volumen demasiado alto. Claro, había tenido que bajar primero.
—Nos han atacado —le explicó Interlocutor—. Algún organismo está dirigiendo nuestros vehículos por control remoto. ¿Alguna sugerencia?
Imposible adivinar lo que estaba pensando Nessus. Sus labios, en doble número de lo normal, anchos y colgantes con sus abultamientos que hacían las veces de dedos, comenzaron a moverse a toda prisa, pero sin ningún sentido aparente. ¿Podría prestarles ayuda el titerote? ¿O sería presa del pánico?
—Haced girar los aparatos de intercomunicación para que pueda hacerme una idea de vuestra trayectoria. ¿Estáis heridos?
—No, pero no podemos hacer nada —respondió Luis—. No podemos saltar. Volamos a demasiada altura y demasiado deprisa. Vamos directos al Centro Cívico.
—¿Adónde?
—El grupo de edificios iluminados. ¿Recuerdas?
—Sí. —El titerote analizaba la situación—. Una onda pirata debe de haberse interferido con las emisiones de vuestros instrumentos. Interlocutor, dame los datos de tus indicadores.
Interlocutor se los fue leyendo, mientras él y Luis se aproximaban cada vez más a las luces del Centro Cívico. En cierto momento Luis le interrumpió:
—Estamos sobrevolando la zona suburbial con las calles iluminadas.
—¿Son realmente luces urbanas?
—Sí y no. En todas las puertas ovaladas se ve un resplandor anaranjado. Resulta curioso. Yo diría que se trata de verdadera iluminación urbana, pero la energía eléctrica ha ido disminuyendo y con el tiempo ha perdido intensidad.
—Soy de la misma opinión —terció Interlocutor.
—Creo que vamos directos al gran edificio central.
—Ya lo veo. El doble cono que sólo tiene encendidas las luces superiores.
—El mismo.
—Luis, intentaremos cortar la señal pirata. Acopla tu vehículo al mío.
Luis activó el circuito de acoplamiento.
El vehículo se aplastó contra su cuerpo, como si una bota gigante le hubiera dado una patada en el trasero. El motor dejó de funcionar.
Globos antichoque se inflaron delante y detrás suyo. Eran globos de forma fija y se cerraron en torno a él como un par de manos entrelazadas.
Estaba cayendo.
—Estoy cayendo —informó. La mano, comprimida por los globos contra el panel de mandos, seguía apoyada sobre el circuito de acoplamiento. Luis esperó un momento, aún con la esperanza de que éste funcionase. Pero las casas en forma de colmenas parecían cada vez más próximas. Luis volvió a conectar el mando manual.
Nada ocurrió. Seguía cayendo.
Con una serenidad que era mera bravuconería, Luis dijo:
—Interlocutor, no intentes conectar tus mandos al vehículo de Nessus. El circuito no funciona. —Y, consciente de que podían verle la cara, se mantuvo impertérrito, con el rostro inmóvil y los ojos muy abiertos. Y así esperó el golpe mortal contra el Mundo Anillo.
Bruscamente se produjo una desaceleración que empujó con fuerza la aerocicleta hacia arriba. El vehículo dio media vuelta y Luis Wu se encontró cabeza abajo sometido a una tracción de cinco gravedades.
Se desmayó.
Cuando volvió en sí, aún estaba colgando cabeza abajo, y sólo le sostenía la presión de los globos antichoque. Le palpitaban las sienes. Tuvo una borrosa visión del Maestro Titiritero intentando desenredar sus hilos en medio de una sarta de maldiciones, y entre tanto el títere Luis Wu colgaba cabeza abajo en aquel escenario.
El edificio flotante era bajo y ancho y muy rebuscado. La mitad inferior era un cono invertido. Cuando las aerocicletas estuvieron cerca, en su pared se abrió una hendedura horizontal y se los tragó.
Ya estaban casi en el interior cuando la aerocicleta de Interlocutor, cada vez más próxima a la de Luis, dio lentamente la vuelta. Los globos se hincharon en torno al kzin antes de que llegara a caerse. Luis se regocijó con amarga satisfacción. Llevaba mucho rato sufriendo y le resultaba grato no ser el único.
—Vuestra posición invertida indica que os sostiene algún campo de carácter electromagnético —decía en esos momentos el titerote—. Estos campos sólo pueden sostener el metal, pero no el protoplasma, lo cual significa...
Luis se agitó entre los globos que lo aprisionaban, pero no demasiado. Caería al vacío si éstos dejaban de sostenerlo. La puerta corredera se cerró tras él, antes de que sus ojos hubieran tenido tiempo de adaptarse a la oscuridad. No veía nada. Imposible adivinar a qué distancia del suelo debían estar.
—¿Puedes tocarlo con la mano? —oyó preguntar a Nessus.
E Interlocutor:
—Sí, si consigo meter la mano entre... ¡Huy! Tenías razón. La carrocería está caliente.
—Entonces, el motor se ha quemado. Vuestras aerocicletas han quedado inertes, muertas.
—Es una suerte que el asiento esté protegido del calor.
—No es de extrañar que los anillícolas fueran adeptos al uso de las fuerzas electromagnéticas. Carecían de tantas otras fuerzas: motores hiperlumínicos, motores de reacción, gravedad inducida...
Luis procuró distinguir algo, cualquier cosa. Logró girar la cabeza, lentamente, mientras su mejilla rozaba la superficie del globo; pero no se veía luz por ninguna parte.
Lentamente consiguió mover los brazos contra la presión que los atenazaba, y fue palpando el tablero hasta encontrar el interruptor del faro. No hubiera sabido decir por qué esperaba que funcionase.
Los rayos de luz salieron blancos y apretados y rebotaron más apagados contra una distante pared curva.
Una docena de vehículos permanecían suspendidos a su alrededor, todos al mismo nivel. Había propulsores portátiles individuales, no mayores que las mochilas a chorro empleadas para carreras, y otros del tamaño de coches volantes. Incluso había una especie de camión volante con un fuselaje transparente.
En medio del laberinto de hierros viejos, divisó una aerocicleta con Interlocutor-de-Animales colgando cabeza abajo. La cabeza pelada y el velludo antifaz anaranjado del kzin, asomaban por debajo del globo antichoques; y había conseguido sacar una garra para tocar la carrocería de la aerocicleta.
—Muy bien —dijo Nessus—. Luz. Es justo lo que lo que iba a sugeriros. ¿Os dais cuenta de la importancia de lo ocurrido? Todos los circuitos eléctricos y electromagnéticos de vuestros vehículos han quedado inutilizados, suponiendo que funcionasen cuando fuisteis atacados. El vehículo de Interlocutor, y seguramente también el tuyo, Luis, fueron atacados por segunda vez cuando entrasteis en el edificio.
—Que según todos los indicios es una cárcel —logró decir Luis. Su cabeza parecía un globo de agua demasiado lleno y le costaba articular las palabras. Pero no podía dejar que los demás se ocupasen de todo, aun cuando las tareas a realizar no fuesen más allá de especular sobre la tecnología de unos seres de otra especie, mientras colgaban cabeza abajo—. Pero, entonces, ¿por qué no hay otro fusil de precisión aquí dentro? Por si estuviéramos armados. Y lo estamos.
—No me cabe la menor duda de que hay uno —le respondió Nessus—. Tus faros demuestran que este tercer fusil no funciona. Es evidente que se trata de armas automáticas, pues de lo contrario alguien estaría vigilando. Interlocutor no debería de tener mayor problema con su propia excavadora-desintegradora.
—Me alegra saberlo —dijo Luis—. Pero hemos echado un vistazo a nuestro alrededor...
Él e Interlocutor estaban flotando cabeza abajo en un mar de los Sargazos suspendido. Uno de los tres arcaicos propulsores portátiles estaba enganchado aún a un usuario. El esqueleto era de pequeñas dimensiones, pero humano. Sobre los blancos huesos no quedaba ya ni un jirón de piel. Las ropas debieron ser de buena calidad, pues todavía se conservaba algún harapo de vivos colores, entre ellos una raída capa amarilla que colgaba de la barbilla del piloto.
Los otros propulsores portátiles flotaban solos. Pero los huesos tenían que estar en alguna parte... Luis giró la cabeza hacia atrás, con gran esfuerzo, la giró aún un poco más...
El sótano del cuartel de policía era una ancha y oscura fosa cónica. En torno a la pared había anillos concéntricos de celdas. Estas se abrían por una trampilla situada en la parte superior. Unas escaleras radiales conducían desde la cúspide al fondo de la fosa. Y el fondo estaba lleno de los huesos que Luis buscaba y cuyo tenue resplandor logró captar ahí abajo.