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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

Mundo Anillo (41 page)

BOOK: Mundo Anillo
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Estaba solo y se sentía solitario, sin la ventaja de hallarse en uno de sus viajes sabáticos. Era responsable del bienestar de otros. Su propia vida y su salud dependían del éxito de Nessus en engatusar a esa loca medio calva que les tenía prisioneros. No era de extrañar que no pudiera dormir.

Sin embargo...

Sus ojos la localizaron y se quedaron helados. Ahí estaba su aerocicleta.

Su aerocicleta con los globos reventados colgando, y a su lado tenía la aerocicleta de Nessus, y la de Interlocutor había quedado tirada junto a él, y luego ahí estaba la aerocicleta con el asiento adecuado para un humano y sin globos antichoque.

Cuatro aerocicletas.

La primera vez, en su desesperación por conseguir agua, no había advertido las aplicaciones de este hecho. Ahora... la aerocicleta de Teela. Debía de haber estado oculta tras uno de los vehículos mayores. Y no tenía globos antichoque.

Teela debía de haberse caído en cuanto la aerocicleta giró sobre sí.

O también podía haber salido despedida al desgarrársele la envoltura sónica cuando avanzaba a una velocidad de 2 Mach. ¿Qué había dicho Nessus? «Es evidente que su suerte es voluble.» E Interlocutor: «Si la suerte le hubiera fallado una sola vez, estaría muerta».

Estaba muerta. Tenía que estarlo. «Me embarqué contigo, porque te quiero.»

—Mala suerte —dijo Luis Wu—. Tuviste mala suerte al conocerme.

Se acurrucó sobre el cemento y se durmió.

Mucho más tarde, despertó sobresaltado y se encontró con la mirada de Interlocutor-de-Animales justo encima de su rostro. Sus ojos resultaban doblemente saltones en medio del extravagante antifaz anaranjado, y parecían relamerse...

—¿Puedes comer los alimentos del herbívoro? —preguntó Interlocutor. Y luego añadió—: Creo que soy el único de los tres que no tiene reservas de comida.

Esos ojos que parecían relamerse... a Luis se le erizaron los pelos de la nuca. Procurando que no le temblara la voz dijo:

—Sabes perfectamente que dispones de una reserva de comida. La cuestión es saber si recurrirás a ella.

—Desde luego que no, Luis. Si el honor me obliga a morir de hambre a dos pasos de la carne, moriré de hambre sin rechistar.

—Así me gusta. —Luis dio media vuelta y fingió que volvía a dormirse.

Y cuando se despertó, al cabo de unas horas, comprendió que había dormido. Su subconsciente, decidió, debía confiar plenamente en la palabra del kzin. Si él kzin decía que prefería morir de hambre, ello significaba que se moriría de hambre.

Tenía la vejiga llena y un ligero hedor le llenaba la nariz, y los músculos continuaban doloridos. La fosa resolvió el primer problema, y luego tomó agua de la aerocicleta del titerote para lavarse los restos de vómito que le habían quedado adheridos a la manga. Luego, Luis bajó cojeando un tramo de escaleras hasta su propia aerocicleta y sacó el botiquín de primeros auxilios.

Pero ese botiquín no era simplemente una caja de medicamentos; los dosificaba según receta y efectuaba sus propios diagnósticos. Un mecanismo complejo, y los fusiles automáticos lo habían destrozado.

La luz comenzó a hacerse más débil.

Las celdas tenían puertas en forma de escotilla en el techo, y pequeños paneles transparentes junto a las puertas. Luis se tendió boca abajo para espiar el interior de una celda. Una cama, un lavabo de curiosa forma, y... la luz del día que entraba por una ventana panorámica.

—¡Interlocutor! —llamó Luis.

Se abrieron paso con el desintegrador. La ventana panorámica era grande y rectangular, un extraño lujo en una celda de una prisión. El cristal había desaparecido, a excepción de algunos trozos dentados y afilados en los bordes.

¿Ventanas para atormentar al prisionero con la visión de la libertad?

La ventana miraba hacia babor. Sólo la mitad del panorama estaba iluminado por la luz del día; la sombra del terminátor se aproximaba desde giro, como una negra cortina. Ante sus ojos se extendía el puerto: construcciones cúbicas que debían de ser almacenes, muelles en estado de putrefacción, grúas de un diseño elegantemente estilizado, y un enorme barco en un dique seco. Todo reducido a esqueletos rojos de orín.

A izquierda y a derecha se extendía una larguísima y retorcida costa. Un tramo de playa, luego una hilera de muelles, seguida de otro tramo de playa... La costa ya debía de haber sido construida siguiendo ese trazado, un trecho de playa poco profunda como Waikiki, luego aguas profundas que acababan en una costa recta, perfecta para la construcción de un puerto, luego otro trecho de playa poco profunda.

Y a lo lejos, el océano. Parecía extenderse eternamente, hasta desaparecer en el horizonte-infinito. No ocurría lo mismo si uno intentaba mirar la superficie del Atlántico...

El anochecer llegó como un telón, que iba avanzando de derecha a izquierda. Las luces que aún se conservaban en el Centro Cívico parecieron brillar con mayor intensidad, mientras la ciudad, el muelle y el océano quedaban sumergidos en la penumbra. Hacia antigiro seguía luciendo la dorada luz del día.

E Interlocutor se había apoderado del lecho ovalado de la celda.

Luis sonrió. El guerrero kzin tenía un aspecto sumamente plácido. Debía de estar recuperándose de sus heridas. Las quemaduras debían de haberle debilitado. ¿O sería más bien una forma de olvidar el hambre que le atenazaba?

Luis le dejó solo.

En la semioscuridad de la cárcel logró localizar la aerocicleta de Nessus. Estaba tan hambriento que se zampó un bloque alimenticio destinado a las tripas de un titerote, sin prestar mayor atención al curioso sabor. La oscuridad comenzaba a molestarle, conque encendió los faros de la aerocicleta del titerote y luego salió en busca de las demás para encender también los faros. Cuando terminó esta operación, el lugar quedó bastante iluminado y lleno de complicadas e inquietantes sombras.

¿Por qué tardaría tanto Nessus?

La vieja cárcel flotante no era un lugar demasiado divertido. Las horas que uno podía pasar dormido tenían un límite y Luis ya había cubierto su cupo, y las horas que uno podía pasar preguntándose qué nej estaría haciendo el titerote ahí arriba también tenían su límite, después uno ya empezaba a pensar que tal vez le estaría haciendo una mala jugada.

Al fin y al cabo, Nessus no era simplemente un extraterrestre. Era un titerote de Pierson con un largo historial en la manipulación de seres humanos para servir a sus propios fines.

Si conseguía llegar a un acuerdo con un (supuesto) Ingeniero del Mundo Anillo, sería perfectamente capaz de abandonar a Luis e Interlocutor en el acto, sin pensárselo dos veces. A un titerote nada le impediría proceder así.

Y había dos buenas razones que podían aconsejar ese comportamiento.

Casi con toda certeza, Interlocutor-de-Animales haría aún un último intento desesperado de arrebatarle el «Tiro Largo» a Luis Wu, a fin de garantizar a los kzinti la exclusiva del hiperreactor de quantum II. El titerote podría resultar herido en la consiguiente batalla. Luego, sería más seguro abandonar a Interlocutor ya... y también a Luis Wu, pues probablemente se opondría a semejante traición.

Además, ambos sabían demasiado. Una vez muerta Teela, sólo Interlocutor y Luis conocían los experimentos de los titerotes en el campo de la evolución controlada. El señuelo para atraer vástagos de las estrellas, las Leyes de Procreación... si Nessus tenía órdenes de revelar esa información, a fin de observar las reacciones de sus compañeros de equipo, seguramente también tenía órdenes de abandonarlos al llegar a cierto punto del viaje.

La idea ni siquiera era nueva. En este sentido, Luis se había mantenido al acecho de cualquier acción desde que Nessus admitió haber atraído una nave Forastera hasta Procyon gracias al señuelo de vástagos de las estrellas. Y su paranoia estaba justificada en cierto sentido. Pero, ¿qué nej podía hacer para evitarlo?

Para no volverse loco, Luis se introdujo en otra celda. Desgajó lo que imaginaba eran cerrojos aplicándoles su linterna de rayos láser con el haz muy concentrado y a gran intensidad, y a la cuarta tentativa logró abrir la puerta.

Un terrible hedor comenzó a llenarle las narices. Luis contuvo la respiración e introdujo la cabeza y la linterna de rayos láser en la celda el tiempo suficiente para descubrir la causa de ese olor. Alguien había muerto allí dentro, cuando ya se había desconectado la ventilación. El cadáver estaba apoyado contra la ventana panorámica con un pesado jarrón en la mano. El jarrón estaba roto. Y la ventana seguía intacta.

La celda contigua estaba vacía. Luis tomó posesión de ella.

Había cruzado al otro lado de la fosa en busca de una celda que diera a estribor. Enfrente podía ver el huracán horizontal. Tenía unas dimensiones respetables, teniendo en cuenta que quedaba a unos cuarenta mil kilómetros de allí. Un gran ojo azul Pensativo.

En la dirección de giro se divisaba un edificio flotante, alto y estrecho, del tamaño de una nave especial de pasajeros. Luis soñó por un momento que era una nave especial, ahí escondida con gran disimulo, y que para salir del Mundo Anillo les bastaba...

El pasatiempo duró poco. Luis se entrenó a memorizar el plano de la ciudad. Podría ser importante. Era el primer lugar que habían encontrado donde aún quedaba algún rastro de una civilización todavía activa.

Aproximadamente una hora más tarde decidió tomarse un descanso. Se sentó en el sucio camastro ovalado y se quedó mirando el Ojo, y... más allá del Ojo, bastante desplazado hacia un lado, divisó un minúsculo triángulo de un intenso pardo-grisáceo.

El triángulo apenas tenía el tamaño suficiente para que resultara visible su forma de tal. Se apoyaba directamente sobre el caos blanco-grisáceo del horizonte-infinito. Lo cual significaba que allí era aún de día... a pesar de que su ventana miraba casi directamente a estribor...

Luis salió en busca de sus prismáticos.

A través de ellos pudo distinguir cada detalle con la misma claridad y nitidez que los cráteres de la Luna. Un triángulo irregular, pardo-rojizo cerca de la base, con el brillo de la nieve sucia en las proximidades de la cúspide... El Puño-de-Dios. Debía ser muchísimo más grande de lo que había supuesto. Para resultar visible desde tan lejos, la mayor parte de la montaña debía sobresalir por encima de la atmósfera.

La flotilla de aerocicletas debía de haber volado unos doscientos cincuenta mil kilómetros desde el lugar del accidente. El Puño-de-Dios tenía que tener al menos unos mil quinientos kilómetros de altura.

Luis soltó un silbido. Volvió a enfocar los prismáticos.

Mientras permanecía ahí sentado en la oscuridad, Luis comenzó a advertir poco a poco algún ruido sobre su cabeza.

Asomó la cabeza por la trampilla de la celda.

—¡Hola, Luis! —rugió Interlocutor-de-Animales, que agitaba los rojos despojos crudos y semidevorados de algo que debía tener aproximadamente el tamaño de una cabra. El kzin arrancó un trozo del tamaño de un buen bistec, y luego otro, y otro. Sus dientes estaban diseñados para desgarrar, no para masticar.

Se agachó para coger una pierna ensangrentada aún con el casco y la piel.

—¡Te hemos guardado un poco, Luis! Lleva varias horas muerto, pero no tiene importancia. Debemos darnos prisa. Al herbívoro le molesta vernos comer. Ahora está gozando del panorama que se divisa desde mi celda.

—Espera a que vea el de mi ventana —dijo Luis—. Nos habíamos equivocado respecto al Puño-de-Dios, Interlocutor. Tiene al menos mil quinientos kilómetros de altura. La cumbre no está cubierta de nieve, es...

—¡Luis! ¡Come!

Luis descubrió que se le estaba haciendo agua la boca.

—Tiene que haber alguna manera de asar esta cosa...

No se equivocaba. Le pidió a Interlocutor que le arrancara la piel, luego insertó el casco de la bestia en un peldaño roto, se apartó un poco y asó la carne con el rayo láser a elevada intensidad y con el foco muy abierto.

—La carne no está fresca —comentó Interlocutor algo escéptico—, pero no creo que la cremación solucione el problema.

—¿Cómo le ha ido a Nessus? ¿Sigue siendo un prisionero, o controla la situación?

—La controla a medias, diría yo. Mira ahí arriba.

La navegante espacial parecía una pequeña figurita de juguete sentada en la plataforma de observación, con los pies colgando sobre el vacío, y el rostro y el cráneo blancos que se hicieron visibles cuando se inclinó a mirarles.

—¿Te das cuenta? No le pierde de vista ni un momento.

Luis decidió que la carne ya debía estar lista. Advirtió la impaciencia de Interlocutor ante su forma de comer, ante la manera que tenía Luis Wu de masticar lentamente cada trocito. Sin embargo, a Luis le parecía estar devorando como una fiera. Tenía hambre.

En atención al titerote, arrojaron los huesos sobre la ciudad, por la ventana rota. Luego, todos se reunieron en torno a la aerocicleta del titerote.

—Está parcialmente condicionada —dijo Nessus. Le costaba respirar, tal vez a causa del olor a carne cruda y chamuscada—. He logrado sonsacarle bastante información sobre su persona.

—¿Sabes por qué nos ha metido en esta ratonera?

—Sí, y muchas cosas más. Estamos de suerte. Es una exploradora espacial, tripulante de una nave dragadora.

—¡Caramba! —exclamó Luis Wu.

21. La muchacha que llegó del exterior

Se llamaba Halrloprillalar Hotrufan. Había estado viajando en la nave... «Pionero», la bautizó Nessus tras un breve titubeo... durante doscientos años.

El «Pionero» recorría un circuito de veinticuatro años de duración en el curso del cual visitaba cuatro soles y sus sistemas: cinco mundos con atmósfera de oxígeno y el Mundo Anillo. El «año» que empleaban en sus cálculos era una medida tradicional sin relación alguna con el Mundo Anillo. Tal vez correspondiera a la órbita solar de uno de los mundos abandonados.

Dos de los cinco mundos que el «Pionero» visitaba en su recorrido habían estado densamente poblados antes de ser construido el Mundo Anillo. Ahora estaban abandonados al igual que los demás, cubiertos de vegetación espontánea y de ruinas de las antiguas ciudades.

Halrloprillalar había cubierto ocho veces el circuito completo. Sabía que en esos mundos crecían plantas o animales que no se habían adaptado al Mundo Anillo en ausencia de un ciclo de estaciones. Halrloprillalar no sabía ni le importaba nada más.

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