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Authors: Louisa May Alcott

Tags: #Clásico, Drama, Romántico

Mujercitas (79 page)

BOOK: Mujercitas
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Meg sonrió, contenta de ver que Jo recuperaba su antiguo sentido del humor, pero sentía que debía insistir para convencerla con todos los argumentos a su alcance. Aquellas charlas de hermanas no cayeron en saco roto, sobre todo porque Meg disponía de dos argumentos de peso, los niños, a los quejo adoraba tiernamente. Algunos corazones se abren con la tristeza y el de Jo estaba listo para caer del erizo… Solo hacía falta un poco de sol para que la castaña estuviese madura y lista para que un hombre, no un niño impaciente, se acercase y, con ternura, desprendiese la castaña del erizo y gozase de un fruto dulce y en su sazón. De haber sabido que aquello ocurriría, la joven se hubiese cerrado más que nunca y hubiese sacado todos sus pinchos pero, por fortuna, en aquellos momentos no pensaba en su persona, de modo que, cuando se dieron las circunstancias, cayó mansamente del árbol.

De haber sido la protagonista de un libro de contenido moral, en ese momento de su vida Jo se hubiese transformado en santa, hubiese renunciado al mundo y se hubiese dedicado a recorrer los caminos haciendo el bien, con un sencillo sombrero y los bolsillos llenos de panfletos. Pero lo cierto es que Jo no era una protagonista de novela, sino una joven real, que luchaba por salir adelante en la vida, como hacen cientos de mujeres, y actuó conforme a su naturaleza, sintiéndose enfadada, triste, lánguida o animada según los casos. Está muy bien decir que vamos a ser buenos, pero eso no se consigue de inmediato, hay que hacer un gran esfuerzo, un esfuerzo en el que es precisa la ayuda de otros, para situarnos en el buen camino. Jo ponía de su parte, estaba aprendiendo a cumplir con sus obligaciones y a sentirse mal cuando las descuidaba, pero llegar a realizar su trabajo con alegría… ¡eso ya era otro cantar! Antaño solía decir que esperaba hacer algo espléndido en la vida, por muy duro que resultase, y ahora podía ver cumplido su deseo, porque ¿qué podía haber más hermoso que dedicar la vida al cuidado de los padres y crear para ellos un hogar feliz como ellos habían hecho antes por ella? Y si las dificultades no hacían sino aumentar el mérito, ¿qué podía resultarle más difícil a una joven ambiciosa y trabajadora que el renunciar a sus esperanzas, planes y deseos para volcarse amorosamente en el cuidado de los demás?

La divina providencia le había tomado la palabra y le había encomendado una labor. No era como ella había imaginado, pero mejor, porque así suponía un reto mayor. Pero ¿saldría airosa? Decidió intentarlo y, en un primer momento, encontró las ayudas antes citadas. Pero todavía habría de recibir otra que aceptó no como premio sino como consuelo, al igual que en el
Progreso del peregrino
Cristiano acepta el refugio que le presta el cenador mientras sube por la colina llamada Dificultad.

—¿Por qué no vuelves a escribir? Eso te hacía feliz —le comentó su madre al verla un tanto abatida.

—No tengo ánimo para escribir y, aunque lo tuviera, mis obras no interesan a nadie.

—A nosotros sí. Escribe algo para nosotros y olvídate del resto del mundo. Pruébalo, querida. Estoy segura de que te hará bien y a nosotros nos agradará mucho.

—No creo que pueda —repuso Jo, que sin embargo volvió a su despacho y repasó sus manuscritos inacabados.

Cuando, una hora después, la madre asomó la cabeza, encontró a Jo escribiendo a toda prisa, muy concentrada, con el delantal negro puesto. La señora March sonrió y se alejó, muy contenta al observar el éxito de su consejo. Sin saber cómo, Jo escribió una historia que llegaba directa al corazón de los lectores. Una vez que toda la familia hubo reído y llorado con la lectura, su padre envió el texto —en contra de la opinión de Jo— a una de las revistas más conocidas del país y, para gran sorpresa de la autora, no solo le pagaron por publicar su historia sino que le pidieron que escribiese más. Tras la publicación, varias personas importantes escribieron cartas para elogiar la calidad de la obra, los periódicos se hicieron eco y todo el mundo, conocidos y extraños, pudo admirarla. A Jo le parecía que un texto tan breve no merecía un éxito tan grande y estaba más sorprendida que cuando recibió tantas críticas como alabanzas por su primera novela.

—No lo entiendo. ¿Qué puede haber en una historia tan corta y sencilla para que la gente la alabe de este modo? —preguntó con auténtica perplejidad.

—Es una obra sincera, Jo, ese es su secreto, y el humor y el
pathos
le dan vida. Creo que al fin has encontrado tu estilo. Has escrito sin pensar en la fama o el dinero y has puesto tu corazón en el texto, hija mía. Tú ya has probado lo amargo, ahora viene lo dulce. Sigue esforzándote y alégrate de tu éxito como lo hacemos nosotros.

—Si hay algo bueno o verdadero en lo que escribo, el mérito no es mío. Os lo debo todo a ti, a mamá y a Beth —afirmó Jo, a la que las palabras de su padre habían emocionado más que todas las buenas críticas del mundo.

Así fue como el amor y el dolor enseñaron a Jo a escribir nuevas historias que ella enviaba para hacer nuevos amigos. Tan humildes viajeras encontraban siempre una generosa acogida y mandaban a su madre prendas de amor, como hijas cumplidoras que hubiesen encontrado la buena fortuna sin esperarlo.

Cuando Amy y Laurie escribieron para anunciar su compromiso, la señora March temió que a Jo le costase alegrarse de la noticia, pero enseguida su miedo desapareció porque, aunque Jo se puso seria al principio, lo encajó con mucha tranquilidad, leyó dos veces la carta y dijo esperar y desear lo mejor para «los niños». La carta la habían escrito prácticamente a dúo y se echaban flores el uno al otro, era encantadora y la noticia resultaba tan buena que nadie hizo objeción alguna.

—¿Te gusta la idea, mamá? —preguntó Jo cuando terminaron de leer aquellas hojas escritas con letra apretada y se miraron la una a la otra.

—Sí, lo esperaba desde que Amy escribió para contarnos que había rechazado a Fred. Estaba segura de que, puesto que ya había superado lo que tú llamas «el espíritu mercenario», vendría algo mejor. Y algunas cosas en sus cartas me hacían sospechar que el amor y Laurie terminarían por conquistarla.

—Qué aguda eres, mamá, y qué bien guardado lo tenías. No me habías dicho ni una palabra.

—En lo que respecta a sus hijas, las madres han de tener una mirada aguda y una lengua discreta, No quería decirte nada para que no se te ocurriese escribirlos y felicitarlos antes de que fuese oficial.

—Ya no soy la cabeza loca de antes, mamá, puedes confiar en mí. ¡Soy formal y sensata, la confidente ideal para cualquiera!

—Es verdad, querida, y tendría que habértelo contado todo, pero temí que te apenase saber que Teddy se había enamorado de otra mujer.

—Por favor, mamá… ¿De verdad creíste que podía ser tan tonta y egoísta después de haberle rechazado en el mejor momento?

—Sé que cuando le rechazaste fuiste sincera, Jo, pero en los últimos tiempos había llegado a sospechar que, si volvía y pedía nuevamente tu mano, tu respuesta sería distinta. Perdóname, querida, no puedo evitar ver que te sientes sola y el anhelo de afecto que percibo en tus ojos me duele. Por eso imaginé que nuestro muchacho podría llenar ese vacío si lo intentaba de nuevo.

—No, madre, es mejor así. Me alegro mucho de que Amy se haya enamorado de él, pero tienes razón en una cosa: me siento sola y tal vez si Teddy hubiese insistido le habría aceptado, no porque le ame, sino porque ahora valoro más el ser amada que cuando él se marchó.

—Me alegro de que así sea, Jo, porque eso indica que estás creciendo. Somos muchos los que te queremos. Cuentas con el cariño de tus padres, de tus hermanas y sus parejas, de tus amigos y de los niños; confórmate con eso mientras esperas que llegue el gran amor.

—No hay amor más grande que el de una madre, pero no me molesta confesarte, Marmee, que anhelo probar otras ciases de amor. Es curioso… cuanto más trato de conformarme con el afecto que recibo, más me parece necesitar. No imaginaba que un corazón podía albergar tanto amor… quiero decir, que podría ser tan elástico y no terminar de llenarse nunca. No lo entiendo, a mí me solía bastar con el amor de los míos.

—Pues yo sí lo entiendo. —Y la señora March sonrió con picardía mientras Jo volvía a coger la carta y releía lo que Amy decía de Laurie.

Es tan hermoso sentirse amada como Laurie me ama. No es un hombre romántico, no habla demasiado de ello, pero lo veo y siento en todas sus palabras y gestos, y me siento tan feliz y honrada que no parezco la misma persona. No sabía lo bueno, generoso y tierno que era hasta ahora que me ha abierto su corazón, y he visto que está lleno de esperanzas y propósitos nobles. Saber que es para mí me llena de orgullo. Dice que, ahora que sabe que yo voy a estar a su lado, siente que su viaje será próspero y estará lleno de amor. Rezo para que así sea y para estar a la altura de lo que él espera de mí, porque amo a mi galante capitán con toda la fuerza de mi alma y mi corazón y no le dejaré nunca mientras Dios quiera que sigamos juntos. ¡Oh, madre, nunca imaginé que el mundo podría parecerse tanto al cielo cuando dos personas se aman y viven la una para la otra!

—¡Y esto dicho por nuestra fría, reservada y mundana Amy! En verdad el amor obra milagros. ¡Qué felices deben de ser! —Y Jo dobló con cuidado las hojas, como quien termina de leer una historia de amor que le ha mantenido en vilo hasta el final y ha de volver al día a día de nuevo.

Como llovía y no podía salir a pasear, Jo subió al desván, Se sentía intranquila y el viejo anhelo volvía a rondarla, no con la amargura de antaño, pero se preguntaba, con paciente pesar, cómo era posible que un hermana consiguiese todo cuanto se proponía y la otra no obtuviese nada. Sabía que eso no era del todo cierto y procuraba alejar ese pensamiento, pero el anhelo de afecto que había surgido espontáneamente en ella era cada más intenso y la felicidad de Amy había avivado su deseo de amar a alguien con «toda la fuerza de su alma y su corazón, alguien de quien no se separaría nunca mientras Dios lo permitiese».

Allí arriba, en aquel desván en el que divagaba la inquieta Jo, había cuatro baúles de madera dispuestos en fila. Cada uno tenía escrito el nombre de su dueña y contenía recuerdos de una infancia y adolescencia que ya todas habían dejado atrás. Jo se los quedó mirando, fue hacia el suyo, lo abrió, apoyó la barbilla en el borde y contempló con expresión ausente su caótico contenido, hasta que unos antiguos cuadernos de notas le llamaron la atención. Los cogió y, al revisarlos, revivió el grato invierno que había pasado en casa de la señora Kirke. Primero sonrió, luego se quedó pensativa y, por último, triste. Y al encontrar una breve nota del profesor, le temblaron los labios, los cuadernos cayeron de su regazo al suelo, y se sentó a leer las palabras de su amigo, que, de pronto, parecían adquirir un nuevo sentido y le llegaron al corazón: «Espérame, amiga mía, puede que tarde, pero sin duda llegaré».

—¡Ojalá fuese cierto! Mi querido Fritz, siempre tan dulce y paciente conmigo. No le valoré como merecía cuando le tuve cerca y, ahora que todo el mundo se va y me siento tan sola, ¡me gustaría tanto verle!

Sujetando fuertemente aquella nota como si fuese una promesa por cumplir, Jo descansó la cabeza en una bolsa de retales y lloró como si pretendiese competir con la lluvia que repiqueteaba en el tejado.

¿Por qué lloraba? ¿Se compadecía de sí misma, se sentía sola o estaba desanimada? ¿O sería acaso por el despertar de un sentimiento que había esperado pacientemente, al igual que quien lo inspiraba, que llegase su momento? ¿Quién podría decirlo?

43
SORPRESAS

A
nochecía y Jo estaba sola, tumbada en el viejo sofá, contemplando el fuego pensativa. Así era como le gustaba pasar la hora del ocaso, sin que nadie la molestara, descansando la cabeza sobre el pequeño cojín rojo de Beth, ideando historias, soñando despierta o recordando con ternura a una hermana que seguía tan presente como siempre. Tenía el semblante cansado, serio y bastante triste porque al día siguiente era su cumpleaños y pensaba en lo rápido que se habían ido los años, lo mayor que se estaba haciendo y lo poco que había logrado. A punto de cumplir los veinticinco, y con tan poco que mostrar. Jo no estaba en lo cierto en eso, tenía mucho que mostrar y, con el tiempo, llegaría no solo a verlo, sino a sentirse agradecida por ello.

A este paso, acabaré convertida en una solterona. Una solterona casada con la pluma que, en lugar de hijos, tendrá obras y tal vez, dentro de veinte años, un pequeño fragmento de gloria, cuando, como el pobre Johnson, ya sea demasiado vieja para disfrutarla o compartirla y no la necesite. Bueno, no tengo por qué ser una santa amargada ni una pecadora egoísta, supongo que las solteronas pueden vivir a gusto cuando se acostumbran a la idea, pero… Jo suspiró ante un panorama tan poco halagüeño.

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