Me muero por ir al cielo (30 page)

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Authors: Fannie Flagg

Tags: #Autoayuda

BOOK: Me muero por ir al cielo
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Desde el día en que el abogado Winston Sprague encontró el zapato en la azotea, ya no volvió a ser el arrogante sabelotodo, «el joven estirado en ascenso», como lo llamaban algunos. Pasó de pensar que era más inteligente que nadie a no estar tan seguro de sus cualidades. Para algunos, esto quizás habría sido algo malo, pero en el caso de Winston resultó ser lo mejor que podía pasarle. La chica de la que había estado enamorado muchos años, la que le había dicho que quería casarse pero no con él, lo vio casualmente en un grupo de amigos y notó en él algo diferente. Estaba sentado solo, y había en sus ojos una mirada ausente. Se acercó y le preguntó cómo estaba, y él le explicó que acababa de dejar su empleo y que iba a pasar dos semanas meditando en un
ashram
de Colorado.

«¿Un
ashram
? Humm—pensó ella—. Interesante. Este tío quizá ya no es el gilipollas que era, después de todo.» Así que en vez de irse, se sentó.

Al cabo de seis meses, después de que la chica accediera a casarse con él, ella le dijo:

—Winston, no sé qué te pasó, pero es como si ya no fueras la misma persona. —Y lo dijo como un cumplido.

Winston no le contó lo del zapato, el suceso que lo había cambiado, pero al cabo de unos días, después de su clase de yoga, atravesó la ciudad hasta la tienda de trofeos, entró con una bolsa de papel marrón bajo el brazo y se dirigió al hombre que había tras el mostrador.

—Me gustaría tener algo en bronce. ¿Hacen zapatos?

—Sí —contestó el hombre—. Hacemos zapatos de niño.

Winston abrió la bolsa, sacó el zapato de golf y lo dejó sobre el contador.

—¿Pueden hacer esto?

El hombre lo miró.

—¿Esto? ¿Quiere que apliquemos una capa de bronce a esto? ¿Un zapato solo?

—Así es. ¿Pueden hacerlo? —preguntó Winston.

—Bueno, supongo que sí. ¿Quiere que le pongamos una placa o algo?

Winston pensó unos instantes.

—Sí, pongan «El zapato de la azotea».

—¿El zapato de la azotea?

—Sí —dijo Winston con una sonrisa—. Es una especie de broma secreta.

Pero el de Winston no fue el único idilio que acabó en matrimonio. El 22 de junio, en la Iglesia de la Unidad de Elmwood Springs, la pastora Susie Hill declaró marido y mujer al doctor Brian Lang y a Linda Warren. Y aunque Verbena Wheeler había jurado que jamás pisaría una de esas iglesias
new age
de «hágalo usted mismo», lo hizo.

Pero lo mejor de todo es que el proyecto comunitario de Linda Warren del «Mes de adopción de gatos» había tenido tanto éxito que la idea se había extendido a otras empresas, y miles de gatos de todo el país encontraban casa cada día. Y a nadie se le pasaba siquiera por la cabeza que todo eso se debía a que, una mañana de abril, Elner Shimfissle se cayó de su higuera.

Otra Pascua

8h 28m de la mañana

En cuanto a Norma, su atención a los detalles le sirvió de mucho, y pronto Bienes Inmuebles Cortwright se convirtió en Bienes Inmuebles Cortwright-Warren, lo que le causaba gran satisfacción. Pero en lo referente a la otra parte de su vida, lamentablemente no veía nunca signos, maravillas ni milagros, y casi había renunciado ya a buscar nada hasta que llegó otra Pascua, cuatro años después.

Norma se encontraba en el cementerio dejando lirios en las tumbas de sus padres, como siempre había hecho, intentando evitar que las flores de plástico que había casi en cada tumba la volvieran loca. Cuando ya se iba, anduvo casualmente junto a la vieja parcela de los Smith, en la zona sur del cementerio, donde estaba enterrada la vecina Dorothy, y por alguna razón desconocida se detuvo y leyó los dos nombres en la gran lápida del centro; y se quedó atónita.

DOROTHY ANNE SMITH

Querida madre

1894-1976

ROBERT RAYMOND SMITH

Querido padre

1892-1977

Norma se quedó boquiabierta. ¿Raymond? ¡No tenía ni idea de que el esposo de Dorothy se llamaba Raymond! De repente, aquel pequeño rayo de esperanza que casi se había apagado se reavivó de nuevo, y ella sonrió y se quedó allí contemplando el cielo azul. Y además hacía un día muy bonito.

El domingo siguiente, también por alguna razón desconocida, Macky se levantó y le dijo a Norma:

—Creo que hoy iré a la iglesia contigo a ver de qué va todo eso.

Norma no sabía a qué se debía ese cambio de actitud, pero se alegró mucho de que Macky hubiera escogido ese día para ir, porque el texto del sermón de Susie fue:

Vive más fe en la duda sincera,

créeme, que en la mitad de los credos.

A
LFRED, LORD
T
ENNYSON

Y todos dijeron que era el mejor que había pronunciado jamás.

¡Adoptar las costumbres de los nativos!

El que Macky fuera a la iglesia fue una sorpresa, pero quizás el episodio más sorprendente tuvo lugar en mayo, en la primavera siguiente.

Verbena cogió el teléfono y llamó a Ruby.

—No te creerás lo que le ha pasado a la pobre Tot.

—Oh, Señor, ¿ahora, qué? —dijo Ruby sentándose para oír la mala noticia.

—Acabo de saber de ella… Agárrate… ¡Tot ha adoptado las costumbres de los nativos!

—¿Qué?

—¡Se ha vuelto totalmente indígena de la noche a la mañana! Dice que no sabe qué le pasó ni cómo fue, pero que en cuanto aterrizó en Waikiki y llegó a su habitación del hotel, se desnudó, ropa interior y todo, se puso un muu-muu y una flor detrás de la oreja, y dice que se despide de todo el mundo, que no va a volver nunca.

—¿Qué? ¡Es una persona blanca, no puede volverse indígena! —exclamó Ruby.

—Dice que eso es lo que había pensado ella siempre, y que fue todo como una revelación. Dice que ni siquiera quería ir a Hawai, pero que en cuanto bajó del avión, ¡algo se apoderó de ella! Piensa que en otra vida quizá fue una princesa hawaiana porque allí es feliz como un pájaro y se siente como en casa —explicó Verbena.

—Bien, ¿y qué está haciendo?

—Pues ahí está, no está haciendo nada…, salvo andar todo el día en la playa tomando clases de hula-hula. Suena la mar de alegre y feliz.

—Ésa no es Tot.

—No, no lo es. Me pregunto si habrá encontrado algún novio por allí.

—¿Ha dicho algo de eso?

—No, pero tiene su lógica, ¿no te parece? Y tal vez sea hawaiano —supuso Verbena.

Ruby exhaló un suspiro.

—Oh, yo ya no sé nada, Verbena. El mundo se ha vuelto tan loco que, por lo que sé, hasta podría ser una mujer hawaiana.

—Bueno, espero que al menos se ponga crema solar, si no se le va a estropear la piel con aquel sol tan fuerte. Puede que incluso tenga cáncer.

—Exacto, cuando le extirpen parte de la nariz, ya no se sentirá tan nativa, tenlo por seguro.

—Creo que le trae todo sin cuidado. Dice que le alegra haber llegado a la edad de la jubilación.

—Tot es la última persona del mundo que me habría imaginado volviéndose nativa.

—Lo mismo pienso yo. Te digo una cosa: cuanto más vivo más me sorprende la gente. Nunca sabes qué va a pasar en el minuto siguiente.

Así pues, contrariamente a lo que rezaba el cartel de su salón de belleza, «Las viejas peluqueras nunca se jubilan, sólo ondulan y tiñen», Tot efectivamente se jubiló. Siguió el consejo de Elner, y estaba viviendo cada día como si fuera el último. Y mientras esa noche estaba sentada en su galería disfrutando de la tibia brisa tropical y tomando sorbos de piña colada, miró a su nuevo compañero, sentado a su lado, y de pronto recordó los viejos documentales sobre viajes que solían pasar en el cine.

Cerró los ojos, e inmediatamente empezaron a sonar los suaves acordes de cadenciosa música hawaiana, y ella casi alcanzaba a oír una cantarina voz familiar de hombre que decía:

«Y cuando el sol dorado se pone, una vez más, sobre la bella playa de Waikiki, nos despedimos de todos,
aloha
y adiós…, hasta que volvamos a vernos.»

Epílogo

Cuando Elner Shimfissle salió del ascensor, miró y al final del pasillo vio a unos sonrientes Dorothy y Raymond de pie frente a la puerta, esperando para darle la bienvenida. No cabía en sí de contenta. Pero justo antes de que ellos entraran, se paró y le susurró a Dorothy:

—Esta vez es de verdad, ¿no? No será otra visita breve.

—No, cariño, esta vez es de verdad. —dijo Dorothy riendo.

Raymond sonrió y dijo:

—Vamos, hay un montón de gente impaciente por verla.

La gran puerta se abrió de par en par, y allí estaba un numeroso grupo, en el que estaban su padre y su madre, sus hermanas Ida y Gerta, y muchos otros parientes a los que sólo conocía por viejas fotos familiares. Detrás estaban Ginger Rogers y Thomas Edison, saludándola con la mano y sonriéndole. En ese momento lo vio. Allí, justo en mitad de la primera fila, ¡su esposo, Will! Él dio un paso al frente con una enorme sonrisa y los brazos abiertos.

—¿Cómo has tardado tanto, mujer? —dijo.

Y Elner corrió hacia él y supo que estaba definitivamente en casa.

Recetas

Tarta de caramelo celestial de la vecina Dorothy

1 ¾ tazas de harina de repostería (tamizada antes de medirla)

Tamizar de nuevo con una taza de azúcar moreno en polvo

Añadir:

½ taza de mantequilla blanda

2 huevos

½ taza de leche

½ cucharadita de sal

1 ¾ cucharaditas de levadura

1 cucharadita de vainilla

Precalentar el horno a 180 grados

Batir durante 3 minutos. Hornear en un molde engrasado durante ½ hora.

G
LASEADO DE
C
ARAMELO

2 cucharadas de harina de repostería

½ taza de leche

½ taza de azúcar moreno

½ taza de azúcar glasé tamizado

1 cucharadita de vainilla

¼ taza de mantequilla ablandada

¼ taza de grasa refinada

¼ cucharadita de sal

Mezclar la harina de repostería y la leche. Cocer a fuego lento hasta obtener una pasta espesa. Enfriar. Mezclar el azúcar y la vainilla con la mantequilla y la grasa refinada. Batir hasta tener una masa ligera y esponjosa. Añadir la sal y mezclar. Unir a la pasta enfriada. Batir hasta volverla suave y esponjosa. Ha de tener el aspecto de la nata montada.

Pan de harina de maíz de la señora McWilliams

4 tazas de harina de maíz

2 cucharaditas de bicarbonato sódico

2 cucharaditas de sal

4 huevos batidos

4 tazas de suero de leche

½ taza de grasa de cerdo derretida

Precalentar el horno a 230 grados. Combinar los ingredientes en seco y hacer un hoyo en el centro. Mezclar bien los huevos, el suero y la grasa de cerdo; añadir a la mezcla de harina de maíz y batir hasta que no tenga grumos. Meter un recipiente bien engrasado de hierro fundido de 25 cm en el horno precalentado hasta que esté muy caliente. Echar la masa en el recipiente; hornear durante 35 a 45 minutos, o hasta que un cuchillo clavado en el centro salga limpiamente y la parte superior tenga un color dorado tostado. Da para 6-10 porciones.

Huevos duros con salsa picante

1 docena de huevos duros

1 bote de 150 g de queso Neufchâtel pasteurizado untado con pasta de aceitunas

2 cucharadas de mayonesa

2 cucharadas de pepinillos dulces picados

2 cucharadas de cebolla

½ cucharadita de sal

Pelar los huevos y cortarlos por la mitad a lo largo. Machacar las yemas, mezclar con el queso y la mayonesa. Agregar los ingredientes restantes y remover. Rellenar las claras. Da para dos docenas de medias claras rellenas.

Tarta Bundt de Irene Goodnight

1 paquete de harina para pastel

1 paquete de pudín instantáneo de vainilla

¾ taza de aceite aromatizado con mantequilla

¾ taza de agua

4 huevos

¼ taza de azúcar

½ taza de nueces picadas

Mezclar la harina para pastel y el pudín con aceite, agua y huevos en una batidora. Batir a velocidad media durante 8 minutos. Mezclar el azúcar y las nueces. Echar la mitad en una sartén Bundt bien engrasada. Poner encima la mitad de la masa del pastel. Añadir el resto de la mezcla de las nueces y luego la masa restante. Hornear a 180 grados durante 50 minutos.

El hígado con cebollas de la tía Elner

450 g de hígado de ternera o vaca

sal

pimienta

¼ taza más dos cucharadas de mantequilla o margarina

2 cebollas grandes peladas y cortadas en juliana

2 cucharadas de harina de trigo multiusos

¾ taza más dos cucharadas de caldo de ternera

¼ taza de nata agria (opcional)

Salpimentar el hígado y rebozarlo bien en harina. Guisarlo con dos cucharadas de mantequilla derretida en una sartén grande hasta que pierda su color rosado y acabe con un tono ligeramente tostado. Sacarlo de la sartén y reservarlo.

Derretir ¼ taza de mantequilla en una sartén a fuego medio. Añadir las cebollas y sofreirías hasta que cambien de color. Añadir un poco de harina, agitar y cocer durante 1 minuto sin dejar de remover. Agregar el caldo de ternera; cocer, removiendo continuamente, hasta que espese y haga burbujitas. Añadir el hígado a la salsa; tapar y cocer 10 minutos a fuego lento. Apartar del fuego; pasar el hígado a una fuente. Echar la nata agria en una sartén, remover, y luego cubrir el hígado con la salsa. Servir con arroz o fideos guisados con mantequilla. Da para 4 raciones.

Cazuela de judías verdes de
Irene Goodnight para el entierro

1 lata de 300 g de sopa de crema de champiñones sin diluir

4 ½ tazas de judías verdes cocidas y escurridas

1 taza de galletas saladas machacadas

½ taza de leche

½ taza de almendras cortadas en láminas, ligeramente tostadas (opcional)

1 ½ taza (170 g) de queso cheddar rallado

Precalentar el horno a 180 grados. Mezclar la sopa y la leche. Colocar la mitad de las judías verdes en el fondo de una fuente plana de horno engrasada de un litro y medio. Extender la mitad de la mezcla de la sopa sobre las judías; echar la mitad de las almendras, las galletas saladas y una taza de queso. Volver a poner capas de judías, almendras y galletas. Hornear la fuente destapada durante 25 minutos; echar la ½ taza de queso restante y hornear 5 minutos más. Da para 6 raciones.

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