—Doce por diez, armario pequeño, se podría quitar pared intermedia. —Después de tirar de la cadena y hacer correr el agua en la bañera, la ducha y el lavabo, dijo—: La presión del agua es buena, pero no me gustan las baldosas. —Mientras andaba, iba soltándole comentarios a Norma por encima del hombro—: Detesto estos paneles de madera de imitación. Bonitas ventanas de guillotina por todas partes. Suelos originales. Hay que modernizar la cocina.
Cuando ya estaban listas para irse, Beverly asomó la cabeza en el estudio y se dirigió al hombre, sentado en el Barca Lounger.
—Ya hemos terminado. ¿Puedo hacerle un par de preguntitas?
El hombre bajó el volumen y contestó:
—Claro.
—¿Tiene fosa séptica o cloaca?
—Fosa séptica.
—¿Cuándo fue construida la casa?
—En 1958.
—¿Cuánto terreno tiene? —preguntó Beverly.
—Unos cinco acres.
—Ah. ¿Y sabe si puede subdividirse?
—No, señora, no lo sé —dijo el hombre.
—Bueno, pues muchas gracias. Ah, un segundo. Casi me olvidaba de lo más importante. ¿Cuánto pide?
El hombre puso cara de confusión.
—¿Por qué?
—Por la casa.
—¿La casa? No está en venta.
Ahora era Beverly la confundida.
—¿Ya ha sido vendida?
—No.
—En ese caso, ¿por qué sigue ese cartel ahí?
—¿Qué cartel? —El hombre parecía sorprendido.
—El de la valla de ahí fuera.
El hombre la miró divertido y dijo:
—Señora, el cartel dice «Caballo en venta»
[1]
.
Cuando ya salían en coche, echaron otro vistazo al cartel. Efectivamente ponía «Caballo en venta».
Norma estaba horrorizada por lo que habían hecho. Opinó:
—Oh, Dios mío, pobre hombre, habrá pensado que estábamos locas, irrumpiendo así en su casa, pisoteándolo todo, abriendo armarios. Hemos tirado de la cadena, abierto todos los cajones de la cocina. Aún no entiendo cómo no ha llamado a la policía.
—Supongo que me ha entrado tal arrebato que he empezado a alucinar —dijo Beverly—. Pero míralo de otra manera, Norma. Ahora al menos él tiene mi tarjeta, y si alguna vez decide vender, nos adelantamos a RE/MAX.
—Aun así, me siento fatal, pobre hombre. Parecía tan majo —dijo Norma.
—Sí, lo era, pero puede permitirse serlo, no está en el negocio inmobiliario. Ya sabes lo que dicen, ¿verdad, Norma? Los verdaderos agentes inmobiliarios nunca mueren, simplemente permanecen en fideicomiso para siempre. Bueno, ¿eh? Es mío.
Norma estaba aprendiendo el oficio desde abajo, no había ninguna duda.
12h 48m de la tarde
A lo largo de los últimos meses, la señora McWilliams, madre de La Shawnda, y Elner se habían escrito varias veces, y hoy La Shawnda llevaba a su madre hasta Elmwood Springs a hacer una visita. Cuando llegaron a la casa de Elner, ésta estaba esperando en el porche delantero para darles la bienvenida.
—Hola, señora McWilliams, por fin ha llegado —le dijo a la bajita señora negra, que corrió por la acera hasta ella, con una sonrisa de oreja a oreja y llevando una enorme sombrerera a rayas blancas y negras con una tarta de caramelo dentro.
—Sí, por fin he llegado —dijo la señora McWilliams—. ¡Y he preparado una tarta!
Fue una visita muy agradable en la que las tres comieron la mayor parte de la tarta, que era casi tan buena como la de Dorothy.
Más tarde, sentadas las tres en el porche, la señora McWilliams le dijo a Elner:
—Me alegro mucho de haber venido hoy. Mañana regreso a casa, a Arkansas, pero antes quería conocer a la señora de la tarta.
—Bueno, a mí también me alegra que lo haya hecho. Las mujeres de pueblo tenemos que mantenernos unidas. Esos jóvenes de hoy no saben lo que es despertarte por la mañana y oír cantar a los pájaros, ¿verdad? —se explayó Elner.
—No, no lo saben… Los jóvenes sólo quieren escuchar esa horrible música hip hop y andar con el coche día y noche de un lado a otro. —Miró a su hija y añadió—: Echaré de menos a mi niña, pero estoy contenta de volver a casa.
—Iré a visitarte, mamá —dijo La Shawnda.
La señora McWilliams echó un vistazo al patio.
—Tiene usted ahí una higuera hermosa, señora Shimfissle —observó.
Elner la miró y sonrió.
—Sí, ¿verdad?
Cuando las dos visitantes se levantaron para irse, la señora McWilliams dijo:
—Espero volver a verla otro día.
—Así será, seguro —dijo Elner.
11h 8m de la mañana
Seis meses después de que Norma aprobara el examen de agente inmobiliaria y obtuviera la licencia, Beverly le dijo que necesitaba una foto suya para incluirla en el folleto de la oficina. Al cabo de unos días, Norma llevó la que se había hecho en Wal-Mart, en la que lucía una chaqueta de color rojo brillante con el emblema y un jersey negro de cuello vuelto.
Norma pensó que parecía muy profesional, pero Beverly la miró y dijo:
—No está del todo mal, pero creo que no te conviene una pose corriente, sino una imagen que agarre a la gente, un ardid, un gancho, algo que te distinga. —En su foto, Beverly aparecía sosteniendo sus dos hurones domésticos,
Joan
y
Melissa
, con el pie «Déjanos husmear y encontrar una nueva casa para ti».
Pero Norma estaba desorientada.
—Soy de lo más sosa —le dijo a Macky mientras hojeaba los boletines en busca de ideas para una imagen profesional.
Infinidad de agentes habían sido fotografiados de diferentes maneras: llamando por teléfono, uno con un violonchelo, algunos con sus perros, otro junto a un coche antiguo, y un tal Wade en un castillo. Quizá Disneylandia. Gracias a esa foto a Norma se le encendió la bombilla. Al día siguiente, luciendo su chaqueta roja, fue al patio de la tía Elner con Macky y se colocó junto a la pajarera construida por Luther y sonrió.
¿BUSCA UN HOGAR?
LLAME A NORMA
9h 45m de la mañana
Por ocupada que estuviera, el miércoles Norma estaba como de costumbre en su silla, preparada para otra diatriba de Tot.
—Lo que yo te diga, Norma, el entretenimiento va de mal en peor. Con todo ese rollo de sexo y violencia que sale ahora en las películas, no es de extrañar que caigamos mal en el mundo, si por ahí creen que somos así.
—Puede ser —dijo Norma.
—¿Por qué no hacen películas sobre gente amable como antes? A mí no me importan las palabrotas, yo también digo alguna, pero en las películas que veo parece que todas las palabras empiezan por la «j» de joder. No soy una mojigata, Dios mío, me he casado dos veces, pero ¿qué ha pasado con las historias de amor? Hoy día es hola, qué tal, vamos a la cama, y no estoy segura de que digan siquiera hola. Pero si el sexo está en todas partes, incluso los documentales de la naturaleza te muestran a los animales practicando sexo, y los que graban esas imágenes son hombres, claro. Estás en tu salón con tus nietos viendo la televisión y te sale un anuncio de Viagra. Dios santo, precisamente lo que no necesitamos, más hombres con más erecciones. Es asqueroso. Y luego dicen con voz bien alta, para que todo el mundo pueda oírlo, que si uno experimenta una erección que le dura cuatro horas, precisa atención médica. ¿Te das cuenta? Vaya imagen sería ésta entrando en el hospital. Y hacer perder el tiempo a los médicos con esa tontería. Al idiota que inventó la pastilla esa, seguro que fue un hombre, habría que pegarle un tiro. El problema número uno del mundo es la superpoblación, y ahora inventan pastillas para empeorar aún más las cosas. En serio…, los hombres y su sexo. ¿Por qué no se esfuerzan por curar el cáncer y otras enfermedades, y dejan lo demás tranquilo, que ya está bien? Mejor no meneallo, como se suele decir. Si alguno de mis maridos hubiera probado eso, le habría echado a palos. —Prendió una horquilla en la cabeza de Norma—. Dicen que nuestros principios morales han acabado en la alcantarilla y todo el mundo se ha vuelto criminal, y que si no vigilamos volveremos a la selva con un hueso en la nariz y estaremos pegados unos a otros y metidos en tiestos. Estoy pensando en trasladarme a una comunidad cerrada y conseguir un arma. Dicen que los bárbaros están al llegar.
—Oh, Tot —suspiró Norma—, deja de escuchar toda la noche esa radio basura, te altera demasiado.
—¡No es ninguna radio basura, es la verdad!
—Mira, si no eres capaz de decir nada agradable, más vale que no digas nada.
Tot la miró en el espejo.
—Norma, he intentado siempre ser agradable y todo lo que he conseguido ha sido una espalda dolorida, un matrimonio fracasado y dos hijos ingratos, además de una depresión nerviosa. Te digo una cosa, Norma, menos mal que no trabajo en el teléfono para evitar suicidios, porque, tal como estoy, les diría que adelante.
A medida que pasaban las semanas, Norma se fue dando cuenta de que ya no podía ir al salón de belleza sin acabar harta de escuchar a Tot despotricar sin parar, y con el estrés del nuevo empleo temía que le volvieran a salir cosas en la nariz, así que tomó la difícil decisión de ir a casa de su peluquera.
Una vez allí, entró y dijo:
—Tot, he venido a hablar contigo. Sabes que te quiero mucho. Te conozco desde que era pequeña, pero has de saber algo. He estado sufriendo trastornos de ansiedad.
—¿Y quién no? —dijo Tot—. Hoy día sería rarísimo no estar ansioso. Lo mejor que puedes hacer es conseguir Xanax y tomar una copa de vez en cuando, es lo que yo hago.
—Sí, muy bien —dijo Norma—, pero la verdad es que intento superarlo sin fármacos. Y sin alcohol.
—¿Por qué?
—Pues porque estoy intentando eliminar todas las influencias negativas de mi vida, y, mal que me pese, voy a anular todas mis citas de la peluquería.
Tot la miró incrédula.
—¿Por qué?
—Porque me esfuerzo mucho toda la semana para permanecer positiva, y al final de mi sesión contigo, empiezo a sentirme mal y ansiosa de nuevo. Tal vez no te des cuenta, Tot, pero eres muy negativa y me haces sentir mal.
—Oh, vamos, Norma, no es más que hablar, esto no debería ponerte ansiosa.
—Sé que no debería, pero es lo que me pasa. No es culpa tuya, sino mía. Seguramente soy demasiado sensible, el caso es que quería que lo supieras.
Se marchó llorando; y Tot se quedó estupefacta. Jamás había perdido a una clienta, y eso le afectaba en lo más hondo.
Durante los días siguientes, Norma estuvo preguntándose si había hecho lo correcto. Echaría de menos a Tot, sin duda. Era difícil imaginar que le arreglara el pelo alguien que no fuera Tot. Ni siquiera contemplaba la idea de buscar a otra persona. Mientras vivió en Florida, no tener su propia peluquera fue un serio problema. Llevó el pelo mal compuesto dos años.
El miércoles siguiente, Norma estaba sentada en la cocina mirando el reloj, pensando en si Tot había llenado ya su hueco, en quién estaría sentada en la silla con la cabeza llena de rulos. En el salón de belleza, Tot estaba sentada en un rincón mirando la silla vacía. Antes muerta que poner a otra en el lugar de Norma. Aquella tarde, Tot metió el champú y los rulos en una bolsa y fue a casa de Norma. Ésta, bastante hecha polvo, abrió y se llevó una sorpresa.
—Cariño —dijo Tot—, he venido a pedirte disculpas, y si vuelves, prometo que en adelante sólo hablaré de cosas positivas. He pensado en lo que dijiste, y tienes razón. Yo tenía la mala costumbre de ser negativa sin siquiera darme cuenta, pero intentaré superarlo. ¿Puedo entrar?
—Oh, Tot, claro —dijo una aliviada Norma.
—Uf —soltó Tot—. Sólo pensar que otra persona te hiciera las raíces me ponía literalmente enferma. No podía soportar la idea de que fueras a Supercuts: no te conocen ni conocen tu pelo.
Tot lavó el cabello de Norma en el fregadero de la cocina, y tras ponerle los rulos sintió como si le hubieran quitado cincuenta kilos de encima.
Cuando ya se iba dijo:
—Norma, he estado pensando, cuando vengas la semana que viene, quiero que pongamos algo más claro en tu pelo. Tengo un producto nuevo que podemos probar, si te apetece.
—Claro, como tú veas, Tot —dijo Norma. Estaba tan contenta que habría dejado a Tot que le tiñera el pelo de verde. Su rabia se había acabado y había hecho las paces con Tot. El mundo volvía a funcionar.
8h 40m de la mañana
El mismo día de cada año, Macky cogía a
Sonny
y lo llevaba a la consulta del veterinario para la revisión y las inyecciones anuales. Esa mañana, la tía Elner estaba en el salón esperándolo, y
Sonny
ya se encontraba listo en su jaula.
Cuando Macky entró, ella dijo:
—Oh, Macky, se ha enfadado conmigo. Sabe adónde va y no está nada contento. Macky cogió la jaula.
—¿Cómo lo has atrapado?
—Lo he engañado. He abierto una lata de comida, y cuando ha ido a comérsela, le he tirado una toalla encima.
Macky miró dentro y comprobó que
Sonny
no se alegraba de verlo.
—Hasta luego, tía Elner —dijo agarrando la jaula.
—Muy bien, saluda al doctor Shaw de mi parte.
Cuando Macky devolvió a
Sonny
aquella tarde, la tía Elner estaba en el porche dándole la bienvenida, feliz de tener otra vez a su gato.
—¿Qué tal está?
Macky se lo dio.
—Bien, en condiciones para tirar otro año.
—¿Ha arañado a alguien?
—No que yo sepa.
—Estupendo, dicen que es complicado darle pastillas.
A la mañana siguiente, a primera hora, Norma estaba en la cocina intentando cuadrar una inspección casera y un informe sobre termitas en el viejo Whatley cuando sonó el teléfono. Era la tía Elner.
—Norma, por favor, dile a Macky que venga y que vuelva a llevar a este gato al doctor Shaw.
—¿Por qué? —preguntó Norma.
—No es mi gato.
—¿Cómo que no es tu gato?
—No es mi gato. Es muy bonito, pero no es el mío —aseguró Elner.
—Pues claro que es tu gato —dijo Norma.
—No, no lo es.
—¿Qué te hace pensar que no lo es?
—Lo sé y basta. Cada cuál conoce a su gato, Norma.
—Bueno, quizás está todavía traumatizado por haber tenido que ir al veterinario, dale un día o así y recuperará su viejo yo.
—Te hablo en serio, Norma, no es mi gato. El pelo le cubre más la cara que a
Sonny
, y tampoco tiene la misma personalidad.