—Cariño, el doctor Shaw ha tratado a
Sonny
durante años, sabría si era tu gato o no. ¿Por qué querría darte un gato por otro?
—Quizá se equivocó y dio a
Sonny
a otra persona, y a mí éste —explicó Elner—. No lo sé, pero sí sé que éste no es mi gato.
Norma colgó y llamó a Macky a El almacén del hogar.
—Macky, la tía Elner cree que el gato que le llevaste ayer no es
Sonny
.
—¿Qué?
—Está convencida de que no es su gato.
—¿Y qué le hace pensar eso?
—Oh, no sé qué le hace pensar nada, Macky, pero será mejor que vayas y hables con ella.
—¿Has llamado al doctor Shaw, Norma? Quién sabe, tal vez se equivocaron de gato.
—Macky, tú viste el gato: ¿para ti era
Sonny
?
—Sí, pero a mí todos esos gatos anaranjados me parecen iguales, no distingo uno de otro.
Norma se sentía como una estúpida, pero hizo igualmente la llamada para mayor seguridad.
El doctor Shaw estaba ocupado cortándole las uñas al nuevo hurón de Beverly, por lo que Norma habló con su mujer, que trabajaba en la consulta.
—Abby, soy Norma, es para hacerte una pregunta tonta. ¿Por casualidad el otro día teníais aquí más de un gato anaranjado?
—¿Aparte del de la señora Shimfissle?
—Sí.
—Caramba, me parece que no. ¿Por qué? —indagó Abby.
—Nada, se le ha metido en la cabeza la chaladura de que el gato que Macky recogió ayer no es el suyo.
—Eeeh…, bien, deja que lo compruebe y me asegure, pero no recuerdo, y eso que yo estaba aquí. Espera… No, no había ningún otro gato anaranjado.
—Tía Elner, acabo de hablar con Abby. Cariño, el gato que tienes ha de ser
Sonny
. Abby dice que no había ningún otro gato de ese color.
—Bueno, pues no sé qué decirte, pero éste no es mi gato. Lástima que los gatos no tengan huellas dactilares, entonces podría demostrarlo de una vez por todas. Ya te digo, es muy bonito, pero no es mi gato.
—Entonces ¿qué vas a hacer?
—Pues qué voy a hacer, quedármelo, supongo. Ahora ya me he acostumbrado a él. Sólo espero que quien tenga a
Sonny
lo trate bien.
«Curioso», pensó Norma. En el pasado le habían cambiado el gato y ella no se había percatado, y ahora, cuando tenía efectivamente su gato, creía que se lo habían cambiado por otro. «A ver quién lo entiende.»
6h 30m de la mañana
Después del incidente del gato, debían haberse preocupado por la tía Elner, pero Macky sólo se reía, y durante todo el año anterior Norma había estado tan ocupada con sus propiedades inmobiliarias que no pensó más en ello. No obstante, a principios de marzo empezaron a notar que la tía ya no oía tan bien y que se confundía con las personas. Llamaba a menudo Ida a Norma, y a veces Luther a Macky. Con los meses fueron sucediendo pequeñas cosas. La tía Elner empezó a olvidar conversaciones y a llamar tres o cuatro veces para repetir lo mismo; y de vez en cuando no sabía muy bien dónde estaba, como si se encontrara de nuevo en la granja. Un día, Macky fue a su casa a tomar café, y al entrar en la cocina observó que la tía no se hallaba en casa y se había dejado el fuego encendido. Fue a buscarla a casa de Ruby, pero nada. Luego se dirigió al campo de detrás de la casa y la vio deambulando por ahí, perdida y desconcertada. Cuando ella lo vio, le dijo:
—El establo no está, no lo encuentro, tengo que dar de comer a las vacas.
Macky se dio cuenta de que pasaba algo. Después de explicarle a Norma lo sucedido, ésta dijo:
—Para ella ya no es seguro vivir sola, Macky. Un día será capaz de prenderle fuego a la casa. Tenemos que ingresarla en la residencia por su propio bien, antes de que se lastime.
Pese a que Macky no quería, tuvo que aceptar. Había llegado el momento. Tuvieron la primera entrevista en la residencia, y mientras andaban por el pasillo recorriendo el lugar, Macky se sintió indispuesto. En cada puerta, la dirección había colocado una fotografía de la persona para así encontrar su habitación. Mientras pasaba, iba viendo caras de personas que habían sido jóvenes. Era triste pensar que una mujer tan llena de vida como la tía Elner terminaría en un lugar así. Al menos la habitación que escogieron para ella tenía buenas vistas. Macky sabía que a ella le gustaría. Mientras conducían de regreso a casa, no hablaron durante un buen rato. Luego Macky preguntó:
—¿Quién se lo va a decir?
Norma pensó en ello.
—Creo que deberías decírselo tú, Macky, a ti te hará caso.
A la mañana siguiente, Macky subía los escalones del porche de la tía Elner pensando que hubiera preferido cortarse un brazo antes que decirle lo que tenía que decirle. Por suerte, hoy ella tenía un día bueno y estaba perfectamente lúcida.
Macky esperó a que ambos estuvieran sentados en el porche trasero y luego dijo:
—Tía Elner, ya sabes que Norma y yo te queremos mucho.
—Yo también os quiero a vosotros —dijo ella.
—Ya lo sé…, pero a veces hemos de hacer cosas que no queremos hacer, cosas que… —Macky forcejeaba en busca de las palabras adecuadas—. Cosas que parecen…, pero que a largo plazo son realmente… Ya sabes que a Norma le preocupa que vivas sola, y piensa que quizá sería mejor que estuvieras en un sitio donde hubiera gente que cuidara de ti.
Elner miró al patio, pero no dijo nada.
Macky tenía náuseas.
Al cabo de un rato, ella lo miró.
—Macky, ¿tú crees que debo ir allí?
Él respiró hondo.
—Sí —respondió.
—Oh —dijo ella—. Bueno, si tú crees que es lo mejor…
—Lo creo, cariño.
Se quedaron sentados unos minutos sin decir nada; luego ella preguntó:
—¿Puedo llevarme a
Sonny
?
—No, me temo que no, no admiten mascotas —admitió Macky.
—Entiendo, bueno, como ya dije, es un gato bonito, pero no es mi gato. Buscarás una buena casa para él, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Cuándo tengo que trasladarme?
Él la miró.
—¿Cuándo quieres ir tú?
—¿Puedo esperar a la Pascua? —preguntó Elner.
Sólo faltaban dos semanas para la Pascua, así que Macky dijo:
—Claro.
9h 30m de la mañana
En los días siguientes, la ayudaron a empacar las pocas cosas que quería llevarse: el pisapapeles de vidrio con el Empire State Building dentro, unas cuantas fotos de Will y de la pequeña Apple, y su poster de los ratones bailando. Había regalado casi todo lo demás. Un montón de cosas fueron para los vecinos; y dio sus cinco topes de puertas a Louise Franks, a quien siempre le habían encantado.
Dos días después de la Pascua, cuando la iban a recoger para llevarla a Los acres felices, Macky se despertó con una punzada en la boca del estómago, y Norma, aunque sabía que era por el bien de la tía, se sentía igual. Ruby iría con ellos a ayudarlos a instalar a Elner, pero Macky seguía sintiendo una enorme presión en el pecho. Después de que Elner hubiera accedido a ir, sorprendió a los dos por el modo de aceptar lo inevitable. Macky casi habría deseado que hubiera dado más guerra. La tía Elner se mostraba adaptable y trataba de no hacer que se sintiesen mal, y eso a Macky aún le fastidiaba más. Se estaba afeitando y Norma llenaba la bañera, cuando sonó el teléfono.
—Seguramente es ella, Macky, dile que estaremos ahí hacia las diez.
Macky se secó la cara, fue al dormitorio y asió el auricular.
Norma cerró el grifo, se metió en la bañera y se sentó. No oía a Macky y gritó:
—Cariño, ¿era ella?
Pero él no contestó.
—¿Macky?
Macky seguía sentado en la cama, sonriendo mientras pensaba: «Bueno, después de todo la vieja ha conseguido lo que quería.» Se puso en pie y fue al cuarto de baño a decirle a Norma que al final no iban a llevarla a la residencia Los acres felices.
Y aunque nadie lo sabía salvo Elner, por fin se había cumplido el deseo que le había pedido a la primera estrella cada noche. Ruby acababa de informar a Macky de que, cuando unos minutos antes fue a la casa de Elner, descubrió que ésta había muerto plácidamente mientras dormía, en casa y en su propia cama.
Un día después, Cathy Calven publicó en la revista la misma esquela que Elner había leído en el hospital y le había gustado tanto; y le alegró saber que la señora Shimfissle había tenido la oportunidad de verla. Sólo cambiaba la fecha.
Cuando Verbena Wheeler llamó al programa de Bud y Jay para decirles que Elner Shimfissle había muerto, Bud escuchó cortésmente y luego dijo:
—Gracias por llamar, señora Wheeler. —Pero no lo anunció enseguida. Le dijo a Jay—: Para mayor seguridad, esperaré una semana.
Fiel a su palabra, Norma no celebró entierro, sino que al cabo de unas semanas, conforme a los deseos de Elner, esparció las cenizas detrás de la casa al ponerse el sol, y también siguiendo los deseos de la tía, Luther Griggs estuvo junto a la familia durante la ceremonia. Cuando todo hubo terminado, Norma se dio la vuelta y se sorprendió al ver que casi toda la ciudad se había congregado silenciosamente en el patio. Todos habían venido a despedirse de Elner. La echarían de menos, sin duda.
Unos meses después, Luther y Bobbie Jo acabaron comprando la casa de Elner; y el gato
Sonny
entró en el lote. Al principio, a los vecinos les horrorizaba pensar que aquel enorme camión estaría siempre aparcado en el patio, pero se preocupaban en vano. Bobbie Jo le hizo vender el vehículo y quedarse en casa. Luther fue a trabajar con Macky al Almacén del Hogar, a la sección de recambios de automóviles, donde se sentía muy a gusto. Al cabo de nueve meses, Luther y Bobbie Jo tuvieron una niña a la que llamaron Elner Jane Griggs. A
Sonny
no le gustaba que hubiera un bebé en la casa. Los bebés crecen y se convierten en niños.
2 h 18m de la tarde
El primer invierno que siguió a la muerte de Elner fue uno de los más fríos que se recordaban. Un día, el señor Rudolf llamó a Norma para darle la mala noticia. Norma había crecido en la que aún era considerada la casa más bonita de Elmwood Springs. Como el padre era banquero, Ida, la madre, insistió en que tuvieran una casa acorde con su posición social en la comunidad, a cuyo fin se contrató a un arquitecto de Kansas City para que les construyera una enorme casa de ladrillo de una planta. Pero después de la muerte del padre de Norma y del traslado de Ida a Poplar Springs, ésta donó la casa al club de jardinería local para su custodia. Ida explicó a una decepcionada Norma, a quien en realidad le habría gustado la casa no para ella y Macky sino para Linda, que darla al club era la única manera de garantizar el futuro de sus arbustos de boj ingleses. Durante todos esos años, la casa y los jardines siguieron en pie, incluidos los «horribles arbustos de boj», como los conocían en privado Norma y su padre. Mientras Norma se hacía mayor, hubo veces en que ella y su padre sospechaban que a la madre le importaban más sus plantas que ellos. Pero por desgracia, las plantas de boj ya no estaban. Aquel frío febrero las había matado, y había que arrancarlas y sustituirlas por una planta menor, el espantoso Pittosporum, tal como lo llamaba su madre. Mejor que su madre ya no viviera, pensó Norma, porque si lo hubiera sabido, eso la habría matado de todos modos.
Unos días después, Norma oyó que llamaban a la puerta. Abrió, y allí estaba el señor Rudolf, el primer jardinero del club.
—Señora Warren —dijo Rudolf—, los chicos estaban cavando en el jardín y han encontrado esto. Lo hemos abierto, y he pensado que pudo pertenecer a su madre, así que se lo he traído. —Saludó quitándose el sombrero y le entregó un recipiente de plástico; Norma alcanzaba a ver que dentro había una gran Biblia negra envuelta en algodón y película transparente.
Dio las gracias al hombre y fue al salón y desenvolvió el paquete. Era la vieja Biblia familiar de Nuckle Knott que había pertenecido a sus abuelos. Al abrirla y ver los nombres escritos, a Norma le temblaron las manos.
KNOTT
Henry Clay nacido el 9 de nov. de 1883,
muerto en 1942
Nancy Nuckle, nacida en 18 de julio de 1881,
muerta en 1919
HIJOS
Elner Jane nacida el 28 de julio de 1910
Gerta Marie nacida el 11 de marzo de 1912
Ida Mae nacida el 22 de mayo de 19ĦĦ
El año de nacimiento de su madre estaba totalmente tachado, por supuesto, por lo que la fecha exacta se había ido con ella a la tumba y más allá. Pero ahora Norma sabía que la tía Elner había vivido casi noventa y seis años. «Dios mío —pensó—, vaya longevidad la de mi familia»; después de todo, Norma no era tan vieja para comenzar una nueva actividad profesional.
No obstante, la vieja Biblia familiar de Nuckle Knott no fue la única cosa enterrada por una de las hermanas. Elner Shimfissle también tenía un secreto, y tras su muerte, había sólo una persona en el mundo que sabía exactamente qué era y dónde estaba; y qué había pasado.
Louise Franks, la vieja amiga y vecina de Elner allá en la granja, no tuvo una vida fácil. Trabajó con ahínco durante años y tuvo su primera y única hija a una edad avanzada. Cuando nació Polly y le dijeron que sufría el síndrome de Down, Louise encajó la noticia con dificultad, pero para su esposo ésta fue demoledora. Al cabo de un año, una mañana Louise se despertó y vio que él no estaba. Le dejó a ella la granja y unos miles de dólares en el banco, y eso fue todo. A partir de entonces, estuvo sola con Polly. Gracias al cielo, su hija casi siempre parecía feliz, y mientras pudiera sentarse y pintar sus libros de colores durante horas ya estaba contenta. Pero aun teniendo ya doce años, Louise casi nunca dejaba a Polly sola en casa. No obstante, un día aciago Polly estaba tan absorta coloreando su nuevo libro de
Casper el Fantasma Simpático
, que Louise pensó que podía dejarla sola mientras ella iba y volvía de la ciudad. No pasaría nada. Polly era una buena niña, y siempre hacía caso a su madre y prometió que no abandonaría la cocina hasta su regreso. Era una bonita tarde de otoño. Louise salió y le dijo a su jornalero, ocupado cortando leña en la parte de atrás, que debía ir a la ciudad a comprar unas cosas, que si podía vigilar la casa mientras ella estaba ausente.
—Sí, señora —dijo él quitándose el sombrero.