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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Mataorcos (17 page)

BOOK: Mataorcos
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Tras una hora más de difícil caminata, los cinco compañeros llegaron al valle por el que discurría el viejo camino de los enanos que llevaba hasta la puerta principal de Karak-Hirn. Cuando atravesaban el espeso bosque en dirección al camino, Barbadecuero se detuvo y alzó una mano.

—Hay alguien en el camino —susurró.

Prestaron atención. Hasta sus oídos llegaron el estruendo y el tintineo metálico de un ejército en marcha, y aquí y allá vieron parpadear una antorcha a través del enredo de ramas.

—No puede ser Hamnir —dijo Thorgig—. Su posición de avance se encuentra más al norte. Es imposible que aún vaya de camino.

—¿Quién más puede ser? —inquirió Narin mientras tironeaba del trozo quemado del Escudo de Drutti que llevaba en la barba—. ¿Refuerzos de otra fortaleza?

—¿Orcos que se les aproximan por retaguardia? —preguntó Barbadecuero.

—No lo averiguaremos hablando —intervino Gotrek.

El Matador volvió a avanzar, y los otros lo siguieron con mayor cautela; soltaron las sujeciones de las armas mientras caminaban.

* * *

Al cabo de poco rato, el bosque se hizo menos denso y, al mirar hacia el camino, ocultos en las sombras, vieron a un ejército de enanos que marchaba lentamente hacia el sur.

—¡Es Hamnir! —dijo Thorgig—. ¿Qué ha sucedido? ¡Va en la dirección contraria!

Barbadecuero señaló la fila de heridos y muertos que iba detrás de la columna principal, compuesta por camillas y carros tirados por ponis.

—¿El muy necio atacó sin esperar nuestra señal? —preguntó Narin.

—¡El príncipe Hamnir no es un necio! —replicó Thorgig, enfadado.

—Lo es si ha atacado una fortaleza cerrada a cal y canto —contestó Gotrek—. Vamos.

Los enanos salieron del bosque y avanzaron a lo largo de la cansada columna hasta llegar a la cabeza. Por el camino, varios enanos les lanzaron miradas feroces, con expresión dura y furiosa. Algunos escupieron al verlos.

—¡Ah!, la bienvenida al héroe —comentó Narin.

—¿Qué se supone que teníamos que hacer? —preguntó Thorgig.

Cuando llegaron al frente de la formación, encontraron a Hamnir marchando, ceñudo, junto con Gorril y sus otros tenientes. El príncipe tenía un tajo en la frente y la cota de malla rajada en dos sitios. Gorril y los demás también se veían vapuleados. Parecían completamente exhaustos.

Cuando Gotrek igualó el paso con el de Hamnir, éste le dirigió una mirada inexpresiva.

—Así que estás vivo. Lo lamento.

—Sí que lo estoy —replicó Gotrek—, aunque no ha sido por no haberlo intentado.

Hamnir no hizo el menor caso del comentario.

—Muerto, habrías sido un héroe: el valiente Matador que intentó entrar en la fortaleza para abrirle la puerta al ejército y fracasó. Vivo…, vivo, tienes mucho por lo que responder. —Le dirigió una mirada triste al enano joven—. Al igual que tú, Thorgig.

—Los pieles verdes nos descubrieron, príncipe —respondió Thorgig, dolido—. Era del todo imposible que llegáramos a la puerta principal para abrirla. Hicimos todo lo que pudimos por conservar la vida y regresar para advertirte de que no atacaras.

—Si atacaste sin recibir nuestra señal —intervino Gotrek—, eres tú quien tiene mucho por lo que responder.

—¡Nosotros no atacamos! —gritó Hamnir—. ¡Fuimos atacados! Los pieles verdes arremetieron contra nuestra posición mientras esperábamos oír el toque del cuerno: arqueros situados en lo alto de las colinas, con los que no podíamos trabarnos en combate; escaramuzadores que atacaban y huían; jinetes de lobo. No nos atrevimos a perseguirlos por temor a dispersar nuestras fuerzas, así que nos quedamos allí, esperando una señal que no llegó, mientras ellos nos mataban de uno en uno y de dos en dos, y nosotros matábamos a uno por cada cinco de los nuestros que caían.

—Príncipe —dijo Thorgig con el joven semblante pálido bajo la barba—. Perdónanos, no tuvimos…

—En efecto que tengo mucho por lo que responder —lo interrumpió Hamnir, acalorado—. Porque cuando Gorril y los otros me suplicaron que me retirara y diera el día por perdido, no lo hice porque tenía fe en mi viejo compañero, Gotrek Gurnisson. Estaba seguro de que el gran Matador no fracasaría. Estaba seguro de que sólo sería cosa de unos minutos más antes de que oyéramos el toque del cuerno. —Dejó caer la cabeza hacia adelante—. Por mi estupidez, perdí a otros cincuenta nobles enanos.

Gotrek sonrió con aire burlón.

—¿Me culpas a mí porque tú eres un mal general?

Gorril y Thorgig se pusieron tensos al oír aquello, pero Hamnir les hizo un cansado gesto con una mano para que se calmaran.

—No soy un general, como bien sabes tú. Soy comerciante, vendedor de acero afilado, buena cerveza y piedras preciosas. Sólo el destino y el deber me han metido en este brete, no mi inclinación natural. Sólo puedo hacer las cosas lo mejor que sé —dijo, y volvió hacia Gotrek una dura mirada—, del mismo modo que tú juraste que harías las cosas lo mejor que supieras.

—¿Y piensas que no lo he hecho así? —gruñó Gotrek.

—Estás vivo y la puerta permanece cerrada. ¿Puedes decir que lo diste todo?

—Nuestras muertes no habrían servido para abrir la puerta, príncipe Hamnir —intervino Narin—. Los pieles verdes estaban alertados de nuestra presencia cuando el pobre viejo Matrak disparó sin querer una trampa nueva que los mató a él, a Kagrin y a Sketti Manomartillo. Los orcos entraron por la puerta secreta y nos atacaron, y aun en el caso de que los hubiéramos derrotado…

—¿Trampas nuevas? —interrumpió Gorril con voz cortante—. ¿Qué queréis decir con trampas nuevas?

Hamnir gimió.

—¿Matrak y Kagrin han muerto?

—En el pasadizo había trampas nuevas que Matrak no conocía, príncipe mío —explicó Thorgig—. Dijo que eran obra de enanos y que habían sido colocadas durante la última semana, por el olor de la piedra recién tallada. Las encontró y desarmó todas, salvo la última.

—Los orcos abrieron la puerta secreta y tocaron los interruptores secretos que desarmaban todas las trampas, como si las hubieran colocado ellos mismos —dijo Narin.

—Imposible —declaró Hamnir, cuya cara tenía un color ceniza.

—Sí —continuó Barbadecuero—, pero cierto, de todos modos. Todos lo vimos.

—Aunque hubiéramos derrotado a los orcos que entraron por la puerta secreta —prosiguió Narin—, ya se había dado la alarma. Habríamos tenido que abrirnos paso a través de toda una fortaleza de pieles verdes furiosos. Tal vez el Matador Gurnisson lo habría logrado, pero el resto de nosotros no habría sobrevivido para ayudarlo a abrir las puertas.

Hamnir bajó la cabeza. Contempló el suelo durante un largo rato y luego, al fin, miró a Gotrek.

—Si esta historia es cierta, tendré que creer que hiciste todo lo que podía hacerse.

Gotrek rió burlonamente, aún enfadado.

—Pero ¿cómo puede ser todo eso? —continuó Hamnir, casi para sí mismo—. ¿Cómo podía haber trampas que Matrak no conociera? ¿Cómo podían saber los pieles verdes cómo usarlas? No tiene sentido.

—Me temo que las respuestas a esas preguntas sólo podremos averiguarlas cuando hayamos recuperado la fortaleza, príncipe mío —dijo Gorril.

—Sí —asintió Hamnir con la mandíbula contraída de frustración—. Sí, pero ¿cómo vamos a hacerlo? ¡Parecen saber cómo contrarrestar cada uno de nuestros movimientos! Pensábamos que ésa era la única manera posible. ¿Podemos hallar otra?

—Tal vez puedas convencerlos de intercambiar la fortaleza por buena cerveza y piedras preciosas —gruñó Gotrek.

Hamnir apretó los puños.

—Si existiera una sola posibilidad de que eso diera resultado, lo haría —dijo—. ¿Y tú, Matador? ¿O les dejarías la fortaleza a los pieles verdes porque recuperarla de ese modo te parecería algo carente de gloria? —Se apartó intencionadamente de Gotrek, y se puso a hablar con Gorril en voz baja.

Gotrek lo miró con furia durante un largo momento, y luego gruñó y apartó los ojos.

El Matador y el príncipe continuaron en silencio y malhumorados durante el resto de la marcha. Félix volvió a preguntarse cuál sería el motivo de que se odiaran tanto. Incluso para ser enanos, el agravio que existía entre ellos parecía particularmente virulento. En general, uno sólo veía ese tipo de odio intenso cuando se trataba de hermanos enemistados. Gotrek había dicho que se debía a un juramento roto, pero ¿qué juramento era ése? ¿Tenía algo que ver con que Gotrek hubiera hecho el voto del Matador? ¿Un insulto? ¿Una mujer? Con lo reservado que era el Matador, tal vez Félix nunca lo sabría.

* * *

Al día siguiente, tras un profundo y bien merecido sueño, Félix se encontró con Gotrek cuando éste se reunía con Hamnir, Gorril, el viejo Rúen y los otros consejeros del príncipe en las habitaciones de éste. Dio la impresión de que, por mucha enemistad que hubiera entre Gotrek y el príncipe, Hamnir aún quería su consejo.

Antes de la reunión, Félix fue atendido por un médico enano, un barbalarga de pelo blanco, con gafas de montura de oro, que hizo caso omiso de los quejidos, exclamaciones ahogadas y maldiciones de Félix, y le apretó y torció despiadadamente el tobillo hinchado. Era como si el viejo que mascullaba para sí estuviera rompiéndole lo que sólo había sido una torcedura, pero, para sorpresa de Félix, cuando el enano le hubo untado el tobillo con un ungüento de olor repulsivo y se lo hubo envuelto en vendas, la hinchazón disminuyó y pudo caminar casi sin hacer muecas.

Félix y los otros miembros del grupo que habían intentado entrar en el pasadizo secreto de Birrisson estaban invitados a asistir con el fin de que contaran todo lo que había ocurrido: cada trampa y disparador que habían hallado, cada encuentro con los extraños orcos. Cuando acabaron, los enanos reunidos sacudieron la cabeza, desconcertados.

—Sólo existen dos posibilidades —dijo Hamnir—, y ninguna de ellas es posible. No pueden haberlo hecho los pieles verdes, pues no tienen la destreza necesaria, y no pueden haberlo hecho los enanos supervivientes, porque nunca se aliarían con los orcos.

—Perdonadme por hablar a destiempo —dijo Félix—, pero a mí se me ocurren algunas posibilidades más.

—Adelante —dijo Hamnir.

—Bueno —continuó Félix—, tal vez un grupo de enanos codiciosos decidió derrocar a tu familia, príncipe Hamnir, tomando la fortaleza, y está usando esclavos orcos como tapadera.

Los enanos rieron.

Hamnir hizo una mueca.

—Eso es algo que nunca haría un enano. Los enanos no nos hacemos la guerra unos a otros. Somos demasiado pocos para dividir nuestras fuerzas de ese modo, y aunque lo hiciéramos, ningún enano enviaría a nuestro más odiado enemigo contra sus congéneres, por mucho que se le provocara.

—¿Acaso no hay enanos que adoran a los Dioses del Caos? —preguntó Félix—. Por lo que he visto de ellos, no tendrían escrúpulos en emplear cualquier arma.

—Sí —reconoció Hamnir—, pero su territorio está lejos de aquí, más allá de las Montañas del Fin del Mundo, al norte. Sería extremadamente raro encontrarlos tan al sur.

—Se sabe que han esclavizado pieles verdes —añadió Gotrek—, pero lo hacen con el látigo y el garrote. Cuando se los deja solos, los pieles verdes se rebelan y hacen lo que les da la gana. Si los orcos con los que nos encontramos hubiesen estado esclavizados, habría habido capataces Dawi Zharr con ellos, para empujarlos a la batalla.

—¿Qué me decís, entonces, de la esclavitud mágica? —preguntó Félix—. ¿Y si hubiera un brujo que los sometiera a su propia voluntad?

Hamnir frunció el ceño, pensativo.

—Es posible que un brujo esclavizara a los pieles verdes de ese modo, pero ¿a tantos y a una distancia tan grande? No lo sé. Los enanos somos resistentes a la influencia mágica, así que haría falta un brujo realmente grandioso para dominar la mente de enanos y, al mismo tiempo, mantener bajo control a todos esos pieles verdes. No creo que exista uno así en el mundo actual.

—Sketti Manomartillo sugirió el nombre del mago elfo Teclis —comentó Thorgig.

Gotrek bufó.

—Puede ser que Teclis sea tan retorcido como cualquier elfo, pero ni siquiera él se rebajaría a valerse de pieles verdes.

Hamnir suspiró y desvió la mirada hacia la nada, sumido en sus pensamientos.

—Brujería, traición o esclavitud, debemos recuperar la fortaleza con independencia de lo que sea —dijo al fin—, y de inmediato. Mi peor temor era que los enanos del clan Diamantista fueran asesinados o murieran de hambre, pero herr Jaeger me ha hecho temer que les haya sucedido algo peor. Ningún enano sucumbiría a la tortura, pero eso no significa que los pieles verdes no lo intenten. Si es verdad que hay brujería implicada, su suerte podría ser aún más terrible que eso. No puedo soportar la idea de que Ferga… —Calló, azorado—. Lo siento, pero no podemos permitir que sufran un día más de lo necesario.

—Estoy de acuerdo —declaró el viejo Rúen—. Su suerte es una vergüenza para todos nosotros.

—Continúa pendiente una pregunta —intervino Narin, que retorcía ociosamente el trozo de madera que llevaba en la barba—: ¿cómo llegaremos hasta ellos? ¿Cómo recuperaremos la fortaleza con todas las entradas vigiladas y llenas de trampas?

Los enanos permanecieron sentados, en silencio, meditando sombríamente.

Tras un largo intervalo, Hamnir apoyó la cabeza en las manos y gimió.

—Puede haber otro camino —dijo al fin.

Gotrek bufó.

—¿Otra puerta secreta de la que los pieles verdes lo sepan todo?

Hamnir negó con la cabeza.

—No pueden saber nada de esta puerta, porque aún no existe.

Los enanos alzaron la mirada, con el entrecejo fruncido.

—¿Cuál es? —preguntó Lodrim, el Atronador.

Hamnir vaciló durante tanto tiempo que Félix se preguntó si se habría quedado dormido, pero luego suspiró y habló.

—No mencioné antes esta posibilidad por dos razones. La primera, porque requiere ir por debajo de la tierra hasta Duk Grung, y luego volver atrás por el camino profundo hasta nuestras minas. Temía que nuestros hermanos atrapados murieran durante la semana que requerirá este viaje, pero si la alternativa es no entrar nunca, entonces tendrá que ser una semana. La segunda… —hizo otra pausa antes de continuar—, la segunda es que se trata de un secreto que le juré a mi padre que no revelaría bajo ninguna circunstancia, un secreto que sólo conocen tres enanos de este mundo: mi padre, mi hermano mayor y yo. Puede ser que nunca más se me permita vivir en Karak-Hirn una vez que la hayamos recuperado, pero no se me ocurre ningún otro modo de lograrlo.

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