240
He vuelto a oír por vez primera - la obertura de Richard Wagner para Los
maestros cantores:
es éste un arte suntuoso, sobrecargado, grave y tardío, el cual tiene el orgullo de presuponer que, para comprenderlo, continúan estando vivos dos siglos de música: - ¡honra a los alemanes el que semejante orgullo no se haya equivocado en el cálculo! ¡Qué savias y fuerzas, qué estaciones y climas están aquí mezclados! Unas veces nos parece anticuado, otras, extranjero, áspero y superjoven, es tan caprichoso como pomposamente tradicional, no raras veces es pícaro y, con más frecuencia todavía, rudo y grosero, - tiene fuego y coraje y, a la vez, la reblandecida y amarillenta piel de los frutos que han madurado demasiado tarde. Corre ancho y lleno: y de repente surge un instante de vacilación inexplicable, como un vacío que se abre entre causa y efecto, una opresión que nos hace soñar, casi una pesadilla -, pero ya vuelve a fluir, ancha y extensa, la vieja corriente de bienestar, de un bienestar sumamente complejo, de una felicidad vieja y nueva, en cuya cuenta se incluye, y
mucho
, la felicidad que el artista siente en sí mismo, de la cual no quiere él hacer un secreto, su asombrada y feliz consciencia de la maestría de los medios empleados aquí por él, medios artísticos nuevos, recién adquiridos y no probados antes, como parece darnos a entender. Vistas las cosas en conjunto, no hay aquí belleza, ni sur, ni la meridional y fina luminosidad del cielo, ni gracia, ni baile, ni apenas voluntad de lógica; incluso hay cierta torpeza, que además es subrayada, como si el artista quisiera decirnos: «ella forma parte de mi intención»; un aderezo pesado, una cosa voluntariamente bárbara y solemne, un centelleo de preciosidades y recamados doctos y venerables; una cosa alemana en el mejor y en el peor sentido de la palabra, una cosa compleja, informe e inagotable a la manera alemana; una cierta potencialidad y sobreplenitud alemanas del alma, que no tienen miedo de esconderse bajo los refinamientos de la decadencia, - que acaso sea allí donde más a gusto se encuentren; un exacto y auténtico signo característico del alma alemana, que es a la vez joven y senil, extraordinariamente madura y extraordinariamente rica todavía de futuro. Esta especie de música es la que mejor expresa lo que yo pienso de los alemanes: son de anteayer y de pasado mañana, -
aún no tienen hoy.
241
Nosotros «los buenos europeos»: también nosotros tenemos horas en las que nos permitimos una patriotería decidida, un batacazo y recaída en viejos amores y estrecheces - acabo de dar una prueba de ello -, horas de hervores nacionales, de ahogos patrióticos y de todos los demás anticuados desbordamientos sentimentales. Espíritus más tardos que nosotros tardarán acaso amplios espacios de tiempo en desembarazarse de eso que en nosotros se limita a unas horas y en unas horas concluye, unos tardarán medio año, otros, media vida, según la rapidez y fuerza de su digestión y de su «metabolismo». Sí, yo podría imaginarme razas torpes, vacilantes, que incluso en nuestra presurosa Europa necesitarían medio siglo para superar tales atávicos ataques de patriotería y de apegamiento al terruño y para volver a retornar a la razón, quiero decir, al «buen europeísmo». Y mientras estoy divagando sobre esa posibilidad me acontece que asisto como testigo de oído a una conversación entre dos viejos «patriotas», - evidentemente ambos oían mal y por ello hablaban tanto más alto.
«Ése
entiende y sabe de filosofía tanto como un labrador o un estudiante afiliado a una cor-poración -decía uno-: todavía es inocente. ¡Mas qué importa eso hoy! Estamos en la época de las masas: éstas se prosternan ante todo lo masivo. Y eso ocurre también
in politicis
[en los asuntos políticos]. Un estadista que a las masas les levante una nueva torre de Babel, un monstruo cualquiera de Imperio y poder, ése es `grande' para ellas: - qué importa que nosotros los que somos más previsores y más reservados conti-nuemos sin abandonar por el momento la vieja fe, según la cual únicamente el pensamiento grande es el que da grandeza a una acción o a una causa. Suponiendo que un estadista pusiese a su pueblo en condiciones de tener que hacer en lo sucesivògran política', para la cual hállase aquél mal dotado y preparado por naturaleza: de modo que, por amor a una nueva y problemática mediocridad, se viese obligado a sacrificar sus virtudes viejas y seguras, - suponiendo que un estadista condenase a su pueblo a'hacer política' sin más, siendo así que hasta ahora ese mismo pueblo tuvo algo mejor que hacer y que pensar, y que en el fondo de su alma no se ha liberado de una previsora náusea frente a la inquietud, vaciedad y ruidosa pendenciosidad de los pueblos que propiamente hacen política: - suponiendo que ese estadista aguijonease las adormecidas pasiones y apetitos de su pueblo, le reprochase su anterior timidez y su anterior gusto en permanecer al margen, le culpase de su extranjerismo y de su secreta infinitud, desvalorase sus más decididas inclinaciones, diese la vuelta a su conciencia, hiciese estrecho su espíritu, `nacionaF su gusto, - ¡cómo!, Les que un estadista que hiciera todo eso, y al que su pueblo tendría que expiar por todo el futuro, en el caso de que tenga futuro, es que semejante estadista sería
grande?»
«¡Indudablemente! - le respondió con vehemencia el otro viejo patriota -: ¡de lo contrario, no habría sido
capaz
de hacer lo que ha hecho! ¡Quizás haya sido una locura querer algo así! ¡Mas tal vez todo lo grande no haya sido en sus comienzos más que una locura!» - «¡Abuso de las palabras! - replicó a gritos su interlocutor: - ¡fuerte! ¡fuerte!, ¡fuerte y loco! ¡No grande!» - Los viejos se habían evidentemente acalorado cuando de ese modo se gritaban ala cara sus «verdades»; pero yo, en mi felicidad y mi más-allá, consideraba cuán pronto dominaría al fuerte otro más fuerte; y también, que existe una compensación para la superficialización espiritual de un pueblo, a saber, la que se realiza mediante la profundización de otro. –
242
Bien se denomine «civilización» o «humanización» o «progreso» a aquello en lo que ahora se busca el rasgo que distingue a los europeos; o bien se lo denomine sencillamente, sin alabar ni censurar, con una fórmula política, el movimiento
democrático
de Europa: detrás de todas las fachadas morales y políticas a que con tales fórmulas se hace referencia está realizándose un ingente proceso fisiológico, que fluye cada vez más, - el proceso de un asemejamiento de los europeos, su creciente desvinculación de las condiciones en que se generan razas ligadas a un clima y a un estamento, su progresiva independencia de todo
milieu
[medio]
determinado
, que a lo largo de siglos se inscribiría seguramente en el alma y en el cuerpo con exigencias idénticas, - es decir, la lenta aparición en el horizonte de una especie esencialmente supranacional y nómada de ser humano, la cual, hablando fisiológicamente, posee como típico rasgo distintivo suyo un máximo de arte y de fuerza de adaptación. Este proceso del
europeo que está deviniendo
, proceso que puede ser retardado en su
tempo
[ritmo] por grandes recaídas, pero que tal vez justo por ello gane y crezca en vehemencia y profundidad - de él forma parte el todavía furioso
Sturm and Drang
[borrasca e ímpetu] del «sentimiento nacional», y asimismo el anarquismo que acaba de aparecer en el horizonte -: ese proceso está abocado probablemente a resultados con los cuales acaso sea con los que menos cuenten sus ingenuos promotores y panegiristas, los apóstoles de las «ideas modernas». Las mismas condiciones nuevas bajo las cuales surgirán, hablando en términos generales, una nivelación y una mediocrización del hombre - un hombre animal de rebaño útil, laborioso, utilizable y diestro en muchas cosas-, son idóneas en grado sumo para dar origen a hombres-excepción de una cualidad peligrosísima y muy atrayente. En efecto, mientras que aquella fuerza de adaptación que ensaya minuciosamente condiciones siempre cambiantes y que comienza un nuevo trabajo con cada generación, casi con cada decenio, no hace posible en modo alguno la
potencialidad
del tipo: mientras que la impresión global producida por tales europeos futuros será probablemente la de trabajadores aptos para muchas tareas, charlatanes, pobres de voluntad y extraordinariamente adaptables, que
necesitan
del señor, del que manda, como del pan de cada día; mientras que la democratización de Europa está abocada, por lo tanto, a engendrar un tipo preparado para la
esclavitud
en el sentido más sutil: en el caso singular y excepcional el hombre
fuerte
tendrá que resultar más fuerte y más rico que acaso nunca hasta ahora, - gracias a la falta de prejuicios de su educación, gracias a la ingente multiplicidad de su ejercitación, su arte y su máscara. He querido decir: la democratización de Europa es a la vez un organismo involuntario para criar
tiranos, -
entendida esta palabra en todos los sentidos, también en el más espiritual.
243
Con placer oigo decir que nuestro sol se desplaza con rápido movimiento hacia la constelación de
Hércules:
y yo espero que el hombre que vive en esta tierra actúe igual que el sol. ¡Y en vanguardia nosotros, nosotros los buenos europeos! –
244
Hubo un tiempo en que la gente estaba habituada a otorgar a los alemanes la distinción de llamarlos «profundos»: ahora, cuando el tipo de mayor éxito del nuevo germanismo está ansioso de honores completamente distintos y en todo lo que tiene profundidad echa de menos tal vez el «arrojo», casi resulta tempestiva y patriótica la duda de si en otro tiempo la gente no se engañaba con aquella alabanza: en suma, de si la profundidad alemana no era en el fondo algo distinto y peor - y algo de que, gracias a Dios, se está en trance de desprenderse con éxito. Hagamos, pues, el intento de modificar nuestras ideas sobre la profundidad alemana: para esto no se necesita más que una pequeña vivisección del alma alemana. - El alma alemana es, ante todo, compleja, tiene orígenes dispares, se compone más bien de elementos yuxtapuestos y super-puestos, en lugar de estar realmente estructurada: esto depende de su procedencia. Un alemán que quisiera atreverse a afirmar: «dos almas habitan, ¡ay!, en mi pecho», faltaría gravemente a la verdad o, mejor dicho, quedaría muchas almas por detrás de la verdad. Por ser un pueblo en que ha habido la más gigantesca mezcolanza y rozamiento de razas, tal vez incluso con una preponderancia del elemento pre-ario, por ser un «pueblo del medio» en todos los sentidos, los alemanes son más inasibles, más amplios, más contradictorios, más desconocidos, más incalculables, más sorprendentes, incluso más terribles que lo son otros pueblos para sí mismos: - escapan a la
definición y
ya por eso son la desesperación de los franceses. A los alemanes los caracteriza el hecho de que entre ellos la pregunta «¿qué es alemán?» 14- no se extingue nunca. Kotzebue conocía ciertamente bastante bien a sus alemanes: «Nos han reconocido», decíanle éstos, jubilo-sos, - pero también
Sand
creía conocerlos. Jean Paul sabía lo que hacía cuando protestó furiosamente contra las mentirosas pero patrióticas adulaciones y exageraciones de Fichte, - mas es probable que Goethe pensase sobre los alemanes de modo distinto que Jean Paul, a pesar de que dio la razón a éste en lo referente a Fichte. ¿Qué ha pensado Goethe propiamente sobre los alemanes? - Sobre muchas de las cosas que lo ro-deaban él nunca habló claro, y durante toda su vida fue experto en callar sutilmente: - probablemente tenía buenas razones para hacerlo. Es cierto que no fueron las «guerras de liberación» 148 las que le hicieron alzar los ojos con mayor alegría, así como tampoco lo fue la Revolución francesa, - el acontecimiento que le hizo
cambiar de pensamiento
sobre su
Fausto
e incluso sobre el entero problema «hombre» fue la aparición de Napoleón. Hay frases de Goethe en las cuales enjuicia con una impaciente dureza, como desde un país extranjero, aquello que los alemanes cuentan entre sus motivos de orgullo: el famoso
Gemüth
[talante] alemán lo define una vez como «indulgencia para con las debilidades ajenas y propias». ¿No tiene razón al decir esto? - a los alemanes los caracteriza el hecho de que raras veces se carece totalmente de razón al hablar sobre ellos. El alma alemana tiene dentro de sí galerías y pasillos, hay en ella cavernas, escondrijos, calabozos; su desorden tiene mucho del atractivo de lo misterioso; el alemán es experto en los caminos tortuosos que conducen al caos. Y como toda cosa ama su símbolo, así el alemán ama las nubes y todo lo que es poco claro, lo que se halla en devenir, lo crepuscular, lo húmedo y velado: lo incierto, lo no configurado, lo que se desplaza, lo que crece, cualquiera que sea su índole, eso él lo siente como «profundo». El alemán mismo no es, sino que
deviene, «
se desarrolla». El «desarrollo» es, por eso, el auténtico hallazgo y acierto alemán en el gran imperio de las fórmulas filosóficas 1so: - un concepto soberano que, en alianza con la cerveza alemana y con la música alemana, trabaja en germanizar a Europa entera. Los extranjeros se detienen, asombrados y atraídos, ante los enigmas que les plantea la naturaleza contradictoria que hay en el fondo del alma alemana (naturaleza contradictoria que Hegel redujo a sistema y Richard Wagner, últimamente, todavía a música). «Bonachones y pérfidos» - esa yuxtaposición, absurda con respecto a cualquier otro pueblo, se justifica por desgracia con demasiada frecuencia en Alemania: ¡basta con vivir un poco de tiempo entre suabos!. La torpeza del docto alemán, su insulsez social se compadecen horrosamente bien con una volatinería íntima y con una desenvuelta audacia, de las cuales todos los dioses han aprendido ya a tener miedo. Si se quiere el «alma alemana» mostrada
ad oculos
[ante la vista] basta con mirar en el interior del gusto alemán, de las artes y costumbres alemanas: ¡qué rústica indiferencia frente al gusto! ¡Cómo se hallan juntos allí lo más noble y lo más vulgar! ¡Qué desordenada y rica es toda esa economía psíquica! El alemán
lleva a rastras su
alma, lleva a rastras todas las vivencias que tiene. Digiere mal sus acontecimientos, no se «desembaraza» nunca de ellos; la profundidad alemana es a menudo tan sólo una mala y retarda-da «digestión». Y así como todos los enfermos crónicos, todos los dispépticos, tienen inclinación a la comodidad, así el alemán ama la «franqueza» y la «probidad»: ¡qué
cómodo
es ser franco y probo! - Acaso hoy el disfraz más peligroso y más afortunado en que el alemán es experto consista en ese carácter familiar, complaciente, de cartas boca arriba, que tiene la
honestidad
alemana: ése es su auténtico arte mefistofélico, ¡con él puede «llegar todavía lejos»! El alemán se deja ir y contempla eso con sus fieles, azules, vacíos ojos alemanes - ¡y enseguida el extranjero lo confunde con su camisa de dormir! - He querido decir: sea lo que sea la «profundidad alemana», - ¿acaso no nos permitimos, muy entre nosotros, reírnos de ella? - hacemos bien en continuar honrando su apariencia y su buen nombre y en no cambiar a un precio demasiado barato nuestra vieja reputación de pueblo de la profundidad por el «arrojo» prusiano y por el ingenio y la arena de Berlín. Para un pueblo es cosa inteligente
hacerse
pasar por profundo, inhábil, bonachón, honesto, no-inteligente: esto podría incluso - ¡ser profundo! En última instancia: debemos honrar nuestro propio nombre - no en vano nos llamamos
das «tiusche» Volk
, el pueblo engañoso...