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Authors: David Brin

Marea estelar (57 page)

BOOK: Marea estelar
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Vuestra recompensa será grande. Vuestras modificaciones pequeñas. Vuestro contrato de aprendizaje corto.

—¡Cállate ya! —Tom sintió cómo la tensión y la fatiga de los últimos días salían a la superficie en forma de ardiente cólera. Junto a los soro y a los tandu, los gubru habían estado entre los peores perseguidores de la Humanidad. Había soportado de aquel gubru todo lo que era capaz de aguantar—. ¡Basta ya y responde a mis preguntas! —disparó al suelo junto a los pies del alien. Éste saltó sorprendido, con los ojos desorbitados. Tom disparó dos veces más. La primera vez el gubru bailó para alejarse del rebote del proyectil. La segunda sólo se sobresaltó pues la pistola de agujas falló y quedó obstruida.

El galáctico lo miró y luego chilló de alegría. Extendió sus plumosos brazos en toda su amplitud y sacó sus grandes garras. Por primera vez dijo algo directo y comprensible.

—¡Ahora eres tú quien debe hablar, impertinente, criatura a medio formar, presuntuoso maestrillo!

Se abalanzó, gritando.

Tom se apartó hacia un lado y la criatura pajaroide pasó junto a él. Frenado por el hambre y la fatiga no pudo evitar que la afilada zarpa le desgarrase el traje de inmersión y le hiriera junto a las costillas. Ahogando un grito, se golpeó contra una pared manchada de sangre al mismo tiempo que el gubru se volvió para reanudar el ataque.

Ninguno de ellos tuvo en cuenta las armas que estaban caídas en el suelo. Vacías y resbaladizas, aquellas armas no merecían el riesgo de agacharse a recogerlas.

—¿Dónde están los delfinnnes? —chilló el gubru bailoteando hacia adelante y hacia atrás—. Dímelo o tendré que enseñarte a respetar a tus mayores con métodos muy duros.

—Aprende primero a nadar, cerebro de chorlito, y luego te llevaré con ellos.

El gubru sacó de nuevo las garras. Gritó y cargó.

Tom reunió todas sus reservas. Dio un salto y propinó una furiosa patada en el cuello de su adversario. El grito se interrumpió bruscamente y sintió cómo le crujían los huesos por el impacto. Cayó resbalando antes de chocar contra la pared.

Tom cayó también, dando tumbos, junto a él. Tenía la vista borrosa. Respirando pesadamente, con las manos sobre las rodillas, miró a su enemigo.

—Ya te lo dije... te dije que somos... lobeznos —murmuró.

En cuanto le fue posible, se puso en pie, caminó balanceante hacia el agujero del flanco del navío y se inclinó sobre el extremo ennegrecido para mirar la niebla que se había formado alrededor de éste.

Todo lo que le quedaba era la mascarilla, el destilador de agua dulce, su ropa y, ah sí, las prácticamente inservibles armas de mano de los gubru.

Y la bomba de mensajes, por supuesto, cuya presión sentía contra el diafragma.

Ya he retrasado demasiado esta decisión, pensó. Mientras la batalla se desarrollaba, él podía pretender que estaba buscando respuestas. Pero quizá sólo había estado aplazándola. Quería estar seguro. Quería saber que la trampa tenía las máximas posibilidades de funcionar. Por lo que ha ocurrido aquí, hay que creer que todavía quedan thenanios.

Encontré esa patrullera. El gubru habló de los thenanios. ¿Tendré que ver su flota para estar seguro de que todavía los hay en la batalla de ahí arriba?

Pensó que había otro motivo por el cual había aplazado la decisión.

Una vez haya activado la bomba, Creideiki y Gillian saldrán. No habrá modo de que puedan detenerse para recogerme. Tenía que haber regresado a la nave por mis propios medios, si es que los tenía.

Mientras luchaba entre las plantas, no había perdido la esperanza de encontrar una nave que funcionase. Cualquier cosa que le pudiera llevar de vuelta a casa. Pero a su alrededor sólo había naves destrozadas.

Se sentó pesadamente con la espalda apoyada contra el frío metal y sacó la bomba de mensajes.

¿Debo lanzarla?

El plan del Caballo Marino era suyo. ¿Por qué estaba allí, lejos de Gillian y del hogar, si no para descubrir si el plan funcionaría?

Recorriendo con la mirada la cubierta teñida de sangre del crucero alien, sus ojos se posaron en la radio de los gubru.

¿Sabes?, se dijo a sí mismo, hay algo más que puedes hacer. Aunque signifique meterse en la boca del lobo, podrás comunicar a Jill y a los otros todo lo que has descubierto.

Y quizá sirva para algo más.

Tom hizo acopio de fuerzas para ponerse en pie. Bien, pensó mientras avanzaba tambaleándose. Y ya está visto que no hay nada que comer. Bueno, así conservaré la línea.

NOVENA PARTE
«EL CABALLO MARINO DE TROYA»

¡El crepúsculo y la estrella de la tarde,

¡Y una clara llamada para mí!

Sin que haya lamentos en el bar

Cuando me confunda con el mar.

A. Tennyson

92
DENNIE Y SAH'OT

—Es el camino más largo, Dennie. ¿Estás segura de que hemos de girar precisamente al sudoeste?

Sah'ot nadaba junto al trineo, manteniéndose a su altura con mucha facilidad. De vez en cuando salía a la superficie para respirar y reunirse con su compañera sin variar el ritmo.

—Sé que esto podría ser más rápido, Sah'ot —respondió Dennie sin levantar la vista de la pantalla de sonar.

Cuidaba de no acercarse demasiado a las colinas metálicas. En aquella zona crecía la planta asesina. El relato de Toshio sobre su encuentro con la terrible planta la había aterrorizado y estaba decidida a dar un rodeo con tal de evitar cualquier colina que le resultase desconocida.

—¿Entonces por qué estamos regresando al lugar en que estaba el Streaker antesss de que nos dirigiéramos hacia el sssur?

—Por varias razones —contestó ella—. La primera, porque conocemos esta ruta, ya que la hemos recorrido antes. Y porque el camino que lleva desde el antiguo emplazamiento de la nave hasta el Caballo Marino va hacia el sur, de forma que hay menos posibilidades de que nos perdamos.

Poco convencido, Sah'ot soltó una risita.

—¿Y?

—Y en este camino hay posibilidades de encontrar a Hikahi. Sospecho que ahora debe estar husmeando en el lugar donde se hallaba la nave.

—¿Te ha pedido Gillian que la busques?

—Sí —mintió Dennie. En realidad tenía sus propias razones para querer encontrar a Hikahi.

Dennie estaba asustada por lo que Toshio pretendía hacer. Era probable que quisiera prolongar su estancia en la isla hasta que las reparaciones del Streaker estuvieran terminadas y fuese demasiado tarde para que Takkata-Jim pudiera intervenir. Pero esto hacía imposible que la nave pudiera recogerlo yendo él en el trineo.

En ese caso, la única oportunidad de Toshio sería el esquife. Tenía que encontrar a Hikahi antes de que Gillian lo hiciera. Gillian podía decidir enviar el esquife en busca de Tom Orley, y no de Toshio.

Dennie sabía que no actuaba del todo bien y se sentía un poco culpable de su decisión.

Pero si podía mentir a un delfín, también podía mentirle a otro.

93
TAKKATA-JIM Y METZ

El antiguo segundo movía la cabeza y rechinaba los dientes al contemplar el último sabotaje.

—Voy a ensartarles las entrañas en las ramas de los árboles —susurró. Los pesados brazos manipuladores de su armadura-araña emitían chirridos.

Ignacio Metz contempló los delgados y casi invisibles cables que cubrían el suelo de la lancha. Parpadeó intentando seguir el curso de los filamentos que se adentraban en el bosque.

—¿No cree que está exagerando, teniente? —preguntó sacudiendo la cabeza—. Me parece que lo único que está haciendo el chico es asegurarse de que no nos vamos antes de lo que hemos acordado.

—¿Ha cambiado de opinión de repente, doctor Metz? —dijo Takkata-Jim volviéndose para mirar al humano—. ¿Cree que debemos permitir a esa mujer lunática que ahora está al mando del Streaker que lleve a nuestros compañeros de tripulación a una muerte segura?

—N-no ¡desde luego que no! —Metz se encogió ante la cólera del oficial delfín—. Estoy de acuerdo en que debemos perseverar. Debemos intentar encontrar una forma de compromiso con los galácticos, pero...

—¿Pero qué?

—Sólo pienso que no debe culpar a Toshio por hacer su trabajo —dijo Metz encogiéndose de hombros, indeciso.

Takkata-Jim chasqueó sus mandíbulas con un ruido que parecía un disparo e hizo avanzar a la araña en dirección a Metz, deteniéndose a menos de un metro de distancia del nervioso humano.

—¡Usted piensa! ¡Usted PIENSA! ¡Esto esss el colmo! Usted, que tiene la arrogancia de pensar que su sabiduría sobrepasa a la de los concejos de la Tierra; usted, que ha introducido pequeños monstruos en una tripulación ya problemática; usted, que se ha mentido a sí mismo para creer que todo andaba bien y que ha ignorado las señales de peligro cuando su sabiduría resultaba necesaria para sus desesperados pupilos... sí, Ignacio Metz. Dígame ¿qué piensssa? —Takkata-Jim soltó un bufido de burla.

—Pe-pero nosotros... usted y yo estamos de acuerdo en casi todo. Mis fines con genes stenos han sido sus más leales partidarios. ¡Son los únicos que se pusieron a su favor!

—¡Sus stenos no son auténticos stenos! Son criaturas ignorantes y excéntricas que no pertenecían a esta misssión. ¡Las he utilizado del mismo modo que lo he utilizado a usted!

¡Pero no me equipare con sus monstruos, Metz!

Aturdido, Metz retrocedió hasta el casco de la lancha.

De las cercanías llegaban ruidos de motores que se aproximaban.

Takkata-Jim lanzó a Metz una mirada llena de desprecio y le indicó por señas que permaneciese callado. La araña de Sreekah-pol avanzaba entre el follaje.

—Los cablesss llevan a la ch-charca —anunció el delfín. Hablaba un ánglico de tono tan agudo que Metz apenas podía comprenderle—. Descienden y rodean el pozo del árbol-t-t-taladrador.

—¿Los has cortado?

—Sssí. Takkata-Jim asintió.

—¡Por favor, doctor Metz, prepare a los kiqui. Son nuestro segundo artículo de cambio y deben estar listosss para ser inspeccionados por cualquier raza con la que contact-temos.

—¿A dónde irá usted? —le preguntó Metz.

—No le gustaría saberlo.

Metz vio decisión en la mirada de Takkata-Jim. Luego se fijó en los tres stenos. En sus ojos había el brillo impaciente de la demencia.

—¡Los está incitando en primal! —dijo con voz entrecortada—. Estoy seguro. Los está llevando al borde del abismo. ¡Va a convertirlos en asesinos!

—Después ya me enfrentaré con mi conciencia, doctor Metz —dijo Takkata-Jim con un suspiro—. Entretanto, haré lo que debo hacer para salvar la nave y nuestra misión. Como los delfines cuerdos no pueden matar seres humanos, necesito delfines dementes.

Los tres stenos se rieron burlonamente del doctor Metz. Éste les miraba a los ojos aterrorizados y escuchaba sus salvajes chasquidos.

—¡Usted no está en sus cabales!

—Sí lo estoy —Takkata-Jim sacudió la cabeza compadecido—. Es usted quien está loco. Estos fines están locos. Yo sólo estoy actuando como lo haría un ser humano desesperado y con plena devoción a sus obligaciones. Patriota o criminal, es cuestión de puntos de vista, pero soy un ser consciente.

—Usted no puede volver a la Tierra —dijo Metz con los ojos saliéndosele de las órbitas— con alguien que sepa... —palideció y fue a toda prisa hacia la esclusa de aire.

Takkata-Jim no tuvo siquiera que dar la orden. De la araña de Sreekah-pol brotó un rayo azul de luz aclínica. Ignacio Metz suspiró y cayó sobre el lodo, fuera de la escotilla de la lancha. Miró a Sreekah-pol como un padre miraría a un hijo que lo ha traicionado.

Takkata-Jim se dirigió a su tripulación disimulando como pudo la náusea que le revolvía las entrañas.

Buscad, buscad,

Buscad y Matad,

Matad

A los humanos de piel suave

Y a los monos peludos.

Yo espero, espero

Aquí,

Espero aquí.

Los fines dieron un chillido de asentimiento al unísono y se adentraron en el bosque como si de uno solo se tratara, con los grandes brazos manipuladores apartando árboles como si fueran matorrales.

El humano gimió. Takkata-Jim le observó y decidió acabar con sus desgracias. Le hubiera gustado hacerlo, pero no quería obligarse a sí mismo a cometer un acto de violencia contra un ser humano.

Ya basta, pensó. Quedan todavía algunas reparaciones por hacer. Tengo que estar preparado para cuando regresen mis monstruos.

Takkata-Jim pisó delicadamente al debilitado humano y subió hasta la esclusa de aire.

—¡Doctor Metz! —Toshio volvió de costado al herido y alzó su cabeza. Éste gimió mientras le aplicaba un analgésico en aerosol sobre la garganta—. Doctor Metz, ¿puede oírme?

Metz miró al joven con ojos legañosos.

—¿Toshio? Tienes que escapar, hijo. Takkata-Jim ha enviado...

—Lo sé, doctor Metz. Estaba escondido entre los árboles y vi cómo le disparaba.

—Entonces pudiste oír...

—Sí, señor.

—Ya ves lo idiota que he sido...

—No es momento de lamentarse, doctor. Tenemos que escapar. Charlie Dart está escondido aquí cerca. Iré a avisarle mientras los stenos están peinando otra zona de la isla.

—A él también lo buscan —dijo Metz asiéndose al brazo de Toshio.

—Lo sé. Y usted nunca habrá visto a un chimp tan aturdido. Él creía sinceramente que jamás pensarían que me estaba ayudando. Déjeme ir a buscarlo y escaparemos juntos.

Metz tosió y una espuma roja emergió de sus labios. Movió la cabeza, en un gesto de negación.

—No. Al parecer he sido asesinado por mi propia desmesura, como Víctor Frankestein.

Déjame, debes coger tu trineo y marcharte.

Toshio hizo una mueca.

—La primera parada que hicieron fue en la charca doctor Metz. Los he seguido y he visto cómo hundían mi trineo. Corrí delante de ellos para poder ahuyentar a los kiqui de la isla. Dennie me enseñó su señal de peligro y cuando la he gritado, han salido corriendo como locos; así están a salvo de los stenos...

—No son stenos —le corrigió Metz—. Demenso cetus metzii, es lo que hay que decir.

«Los delfines locos de Metz.» Creo que soy el primer muerto a manos de los delfines desde... —se puso el puño ante la boca y tosió de nuevo.

Metz vio el rojo esputo que tenía en la mano y luego miró a Toshio.

Íbamos a entregar a los kiqui a los galácticos, ¿sabes? A mí no me parecía bien, pero me convencieron...

—¿Takkata-Jim?

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