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Authors: David Brin

Marea estelar (56 page)

BOOK: Marea estelar
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»Sea cual sea el resultado de su tentativa de escapar de Kithrup, triunfo o fracaso, las estrellas no podrán evitar hacer una gran canción a su aventura. Esa canción, yo creo, cambiará muchas más cosas de lo que usted imagina.

La voz de la Niss se extinguió en un susurro, casi en tono reverente. Sus implicaciones quedaron deambulando en el silencio.

Gillian se puso en pie sobre el techo inclinado de la oscura habitación invertida, parpadeando ante la brillante luz que proyectaban las ondulantes motas. El silencio pesaba. Finalmente, sacudió la cabeza.

—Éste es otro chiste de los condenados tymbrimi —suspiró—. Un maldito cuento. Me has estado tornando el pelo.

—¿Se sentiría mejor si le dijera que es así, doctora Baskin? —dijeron las motas después de un largo silencio en el que no pararon de girar—. ¿Y cambiaría en algo lo que usted debe hacer si le dijera que no bromeaba?

—Me imagino que no —respondió ella encogiéndose de hombros—. Por lo menos me has hecho olvidar mis preocupaciones durante un rato. Después de toda esa parrafada filosófica, siento mi cabeza un poco más ligera, incluso dispuesta a dormir un rato.

—Estoy siempre a su servicio.

—Ya lo sé —dijo Gillian haciendo un gesto. Se subió a una caja para alcanzar el abridor de la puerta pero, antes de abrirla, volvió a mirar a la máquina.

—Dime una cosa, Niss. ¿Le has contado a Creideiki alguna de las mentiras que acabas de soltar?

—No en términos ánglicos, por supuesto. Pero hablamos prácticamente de los mismos temas.

—¿Y te creyó?

—Me parece que sí. Francamente, me quedé un poco sorprendida. Era casi como si ya hubiese oído todo eso antes, de otra fuente de información.

Aquello explicaba parte del misterio de la desaparición del capitán. Y no había nada que ahora pudiera hacerse al respecto.

—Suponiendo que te creyese, ¿qué piensa Creideiki que va a poder solucionar ahí fuera?

Las motas giraron durante unos instantes.

—Creo, doctora Baskin, que en primer lugar ha salido en busca de aliados. Y a un nivel completamente diferente, está ahí fuera intentando añadir unas cuantas estrofas a la leyenda.

90
CREIDEIKI

Gemían. Siempre habían sufrido. Durante eones, la vida los había golpeado.

: Escuchad:

Hablaba en la lengua de los antiguos dioses, intentando persuadir a los karrank% para que le respondieran.

: Escuchad: Profundos, Ocultos, Vosotros Los Tristes, Maltratados: Os Llamo Desde Fuera: Solicito Audiencia:

La canción doliente se interrumpió. Notó un indicio de irritación. Llegaba a través del sonido y del psi, un movimiento para alejar a una pulga molesta.

La canción de lamento continuó.

Creideiki persistió en ella, importunó, sondeó. Emitía por el enlace del relé del trineo que el Streaker había abandonado, respirando el aire del domo, intentando llamar la atención de los antiguos misántropos mediante los impulsos eléctricos de un robot distante para amplificar su débil mensaje.

: Llamo Desde Fuera: Pido Ayuda: Vuestros Antiguos Verdugos Son También Nuestros Enemigos:

Era la verdad algo exagerada, pero la verdad al fin y al cabo. Se apresuró esculpiendo imágenes-sonidos al ver que le prestaban atención.

: Somos Hermanos: ¿Nos Ayudaréis?:

De repente surgió un zumbido gruñón. La parte psi se sentía enojada y extraña. La parte de sonido chirriaba como parásitos. Sin su aprendizaje en el Mar de los Sueños, Creideiki estaba seguro de que no hubiera podido descifrarlo.

+ NO NOS MOLESTES -

- ¡NO TE QUEDES! NOSOTROS +

+ NO TENEMOS HERMANOS -

- RECHAZAMOS +

+ EL UNIVERSO -

- VETE +

La cabeza de Creideiki vibró a causa de aquel poderoso rechazo. Sin embargo, la potencia psi continuaba alentándole.

Todo lo que necesitaba la tripulación del Streaker era un aliado, cualquier aliado.

Tenían que recibir ayuda, al menos distracción, para que el plan de engaños y camuflaje de Thomas Orley tuviera la oportunidad de triunfar. Por extrañas y amargas que parecieran aquellas criaturas de las profundidades, en épocas anteriores habían sido exploradores de estrellas. Tal vez les produciría satisfacción poder ayudar a otras víctimas de la civilización galáctica.

Insistió.

: ¡Mirad!: ¡Escuchad!: Vuestro Mundo Está Rodeado De Manipuladores De Genes: Ellos Nos Buscan: Y A Los Pequeños Que Comparten Este Planeta Con Vosotros: Quieren Modificarnos: Como Hicieron Con Vosotros: Invadirán Vuestra Propia Agonía:

Elaboró una imagen sónica de grandes flotas de naves, adornadas con voraces mandíbulas abiertas. La recubrió de una impresión de intenciones maliciosas.

Pero su imagen fue hecha pedazos por una atronante respuesta.

+ ¡NO TENEMOS NADA QUE VER! -

Creideiki sacudió la cabeza y se concentró.

: Tal Vez Vengan También A Por

+ NO SOMOS DE NINGUNA UTILIDAD PARA ELLOS -

- ES A VOSOTROS A QUIENES BUSCAN +

+ NO A NOSOTROS -

La respuesta lo dejó asombrado. Creideiki sólo tenía fuerzas para formular una pregunta más. Trató de preguntar qué harían los karrank% en caso de ser atacados.

Antes de que acabara de hablar, recibió por respuesta un crujido de dientes que no podía ser analizado ni en los glifos sensoriales de los dioses antiguos. Era más un rugido de desafío que algo descifrable. Luego, en un instante, se interrumpieron los sonidos y los ecos mentales y se quedó solo con un estallido de cólera en la cabeza.

Había hecho todo lo que podía. ¿Y ahora qué?

Como no tenía nada mejor, que hacer, cerró los ojos y meditó. Emitió espirales de sonar y estructuró en forma de dibujos los ecos de las montañas marinas de la zona. Su decepción disminuyó al percibir que Nukapai tomaba forma junto a él, su cuerpo era una combinación de sus propios sonidos y los del mar. Pareció rozarle en el costado y Creideiki sintió un breve deseo.

: No Son Gente Amable: comentó ella.

Creideiki sonrió con tristeza.

: No, No Lo Son: Pero Sufren: Si No Fuera Por Necesidad Nunca Habría Molestado A Esos Ermitaños:

Él suspiró.

: La Canción Del Mundo Parece Decir Que No Nos Ayudarán:

Nukapai sonrió ante ese pesimismo. Cambió de tempo y silbó en tono divertido.

Desciende

Y escucha qué tiempo hará mañana,

Desciende

Presciencia, presciencia...

Creideiki se concentró para intentar comprenderla. ¿Por qué hablaba en ternario, una lengua que ahora le resultaba casi tan difícil como el ánglico? Había otro lenguaje más sutil y poderoso que podían compartir. ¿Por qué le recordaba ella su incapacidad?

Sacudió la cabeza confundido. Nukapai era un producto de su propia mente... o al menos estaba limitada a los sonidos que su voz pudiese crear. ¿Cómo podía hablar en ternario?

Todavía habían misterios. Cuanto más profundizaba, más misterios parecían surgir.

Desciende

Profundo conductor de la noche,

Desciende

Presciencia, presciencia.

Se repitió el mensaje a sí mismo. ¿Quería decir ella que se podía leer el futuro? ¿Que había algo inevitable que sacaría a los karrank% de su aislamiento?

Estaba enfrascado en descifrar aquel mensaje cuando oyó ruido de motores. Se puso a escuchar unos instantes, pero no le fue necesario conectar los hidrófonos del trineo para reconocer el ritmo de aquellos motores.

Con mucha precaución, como si tanteara, una pequeña nave espacial asomó por el cañón. El sonar le recorrió despacio de un extremo a otro. Luego un proyector iluminó las marcas en el fondo marino que el Streaker había dejado unos días antes. La luz examinó los fragmentos y las piezas abandonadas y, finalmente, fue a posarse sobre la pequeña caja del relé y en su trineo.

Creideiki parpadeó ante el brillante haz de luz. Abrió del todo sus mandíbulas con una sonrisa de saludo. Pero su voz estaba paralizada. Por primera vez en muchos días se sentía intimidado, incapaz de hablar por temor a fallar las palabras más simples y parecer un idiota.

Los altavoces de la nave amplificaron un único y feliz suspiro, un suspiro de elegante sencillez.

¡Creideiki!

Envuelto en una cálida felicidad, reconoció aquella voz. Puso en marcha los motores del trineo y soltó el relé. Mientras aceleraba hacia la escotilla de entrada del esquife articuló con cuidado, una tras otra, varias palabras en ánglico.

—Hikahi... Es un placer... oír... tu voz... de nuevo...

91
TOM ORLEY

La bruma giraba sobre el mar de plantas. Hasta cierto punto, eso era bueno. Hacía más fácil pasar inadvertido pero hacía más difícil el descubrir las trampas.

Tom inspeccionó con cuidado el último tramo de hierbas que lo separaba del extremo abierto de la nave abatida. Este tramo no podía cubrirse por debajo del agua, y no dudaba que los que habían buscado refugio dentro del casco estarían montando guardia.

Encontró el aparato de alarma a pocos metros del agujero de entrada. Había unos cables muy finos tendidos entre dos masas vegetales. Examinó con atención el dispositivo, luego con cautela excavó bajo el recorrido del cable y se deslizó bajo él.

Cuando lo hubo franqueado, subió sin hacer ruido hasta la nave flotante y se apoyó a descansar contra su estropeado casco.

Las plantas carnívoras que se habían puesto a cubierto durante la batalla empezaban a reaparecer ahora que casi todos los combatientes habían muerto. Sus graznidos de batracios resonaban misteriosamente en el fétido vapor. Tom oyó el retumbar de un volcán en la distancia. Su estómago vacío emitía ruidos. Sonaba lo bastante fuerte como para despertar a los Progenitores.

Verificó su arma. A la pistola de agujas le quedaban sólo unos cuantos disparos.

Hubiera sido conveniente saber cuántos ETs se habían escondido en la nave.

Será mejor que me asegure de todo lo demás, se recordó a sí mismo. He confiado demasiado en encontrar aquí comida, y la información que necesito.

Cerró los ojos para meditar durante unos momentos; luego, se deslizó arrastrándose por la abertura. Después, echó un vistazo al interior.

Junto a un abigarrado conjunto de instrumentos manchados por el humo, se acurrucaban tres gubru pseudo-pájaros. Un pequeño e insuficiente radiador mantenía la atención de dos de ellos que secaban y calentaban sus largos brazos sobre él. El tercero estaba sentado frente a una consola portátil y gritaba en Galáctico Cuatro, una lengua muy usada entre varias de las especies avícolas.

—No hay a la vista ni humanos ni pupilos de éstos —piaba la criatura—. Hemos perdido nuestro equipo de detección en profundidad y por ello no podemos estar seguros, pero no hay rastro de terrestres. No podemos informar de nada más. ¡Venid a buscarnos!

—Imposible salir de nuestro escondite —espetó la radio como respuesta—. Imposible malgastar en estos momentos nuestros últimos recursos. No debéis moveros mantened vuestra posición oculta y esperad.

—¿Esperar? Estamos escondidos en una nave cuyo suministro de alimentos se ha contaminado con radiactividad. Estamos ocultos en una nave cuyas instalaciones están en ruinas. Y sin embargo, este casco en que estamos refugiados es el mejor de los que todavía quedan a flote. ¡Tenéis que venir a buscarnos!

Tom soltó una maldición al enterarse de las noticias ¡Mucho iba a comer!

El que hablaba por la radio seguía protestando. Los otros dos gubru le escuchaban apoyándose alternativamente sobre una y otra pata con nerviosismo. Uno de ellos pataleó contra el suelo y se abalanzó de repente sobre la radio como si quisiera interrumpir al operador. Antes de que Tom pudiera ir hacia atrás y zambullirse, los ojos de la criatura se abrieron como platos.

—¡Un humano! ¡Deprisa...!

Tom le disparó en el tórax. Sin pararse a verlo caer, pasó por la abertura y rodó hasta situarse detrás de una consola volcada. Se dirigió hacia el otro extremo y lanzó dos rápidos disparos en el momento en que el segundo gubru se disponía a disparar. Una delgada llama salió de una pequeña pistola, chamuscando el ya quemado techo al tiempo que el alien gritó y se desplomó hacia atrás.

El galáctico que hablaba por radio tenía la mirada clavada en Tom. Por un momento, desvió los ojos hacia el aparato.

—Ni se te ocurra —gritó Tom hablando en Galáctico Cuatro con un marcado acento. La cresta del alien se erizó de sorpresa. Bajó las manos y se mantuvo inmóvil.

Tom se incorporó con cautela sin dejar de apuntar al gubru superviviente.

—Arroja al suelo tu cinturón de municiones y mantente alejado del transmisor.

Despacio. Recuerda, nosotros, los humanos, somos lobeznos. Somos fieros, carnívoros y extremadamente veloces. No me obligues a comerte —sonrió con la boca muy abierta para mostrar todos sus dientes.

La criatura tembló y se dispuso a obedecerle. Tom le agradeció la sumisión con un gruñido.

—Muy bien —dijo mientras el alien se aproximaba hacia donde Tom le había señalado, junto a la abertura. Sin dejar de apuntarle, se sentó frente a la radio. El que recibía la transmisión soltó unos nerviosos gorjeos.

Gracias, Ifni. Conocía el funcionamiento del aparato y lo desconectó.

—¿Estabas transmitiendo cuando tu amigo me vio?

—preguntó a su prisionero. Le preocupaba que el jefe de las fuerzas ocultas de los gubru hubiera oído la palabra «humano».

La cresta del galáctico se erizó. Su respuesta fue tan inesperada que Tom se preguntó durante unos momentos si había pronunciado mal la pregunta.

—Debes vencer ese orgullo —pió, hinchando las plumas—. Todos los jóvenes deben vencer el orgullo. El orgullo conduce al error. La desmesura conduce al error. La única salvación está en la ortodoxia. Nosotros podemos salvar...

—¡Ya basta! —le espetó Tom.

—... salvarte de los herejes. Llévanos a los Progenitores. Llévanos a los antiguos Maestros. Llévanos a los promulgadores de Leyes. Llévanos con ellos. Esperan volver al Paraíso como dijeron antes de partir hace mucho tiempo. Confían en el Paraíso y podría ser en vano ante gente como los soro, o los tandu, o los thenanios, o...

—¡Los thenanios! ¡Eso es lo que quiero saber! ¿Están los thenanios luchando aún?

¿Son los más poderosos de los combatientes? —el cuerpo de Tom se balanceaba movido por su necesidad de saber.

—...o los Hermanos de la Noche. Necesitan protección hasta que se les haga comprender las terribles cosas que se han hecho en su nombre, ortodoxias destruidas, herejías que proliferan por doquier. Llévanos con ellos, ayúdanos a limpiar el Universo.

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