Los Pilares de la Tierra (135 page)

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Authors: Ken Follett

Tags: #Novela Histórica

BOOK: Los Pilares de la Tierra
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—No hay arcos, ni bóvedas, ni ventanas ni tejado... Un muro puede construirse en una noche si se dispone de hombres y materiales.

—¿Con qué lo construiríamos?

—Mirad a vuestro alrededor. Aquí hay bloques de piedra debidamente cortados destinados a los cimientos —dijo Jack—. Hay madera almacenada que supera la altura de una casa. Y, en el cementerio, hay montones de escombros del derrumbamiento. Abajo, en la orilla del río, hay también muchísima piedra traída de la cantera. Los materiales no escasean.

—Y la ciudad está llena de constructores —añadió Philip.

Jack asintió.

—Los monjes pueden ocuparse de la organización, los constructores del trabajo especializado y, como jornaleros, disponemos de toda la población de la ciudad. —Sus pensamientos se precipitaban vertiginosos—. La muralla habrá de extenderse a todo lo largo de esta orilla del río. Desmantelaremos el puente. Luego, habremos de hacer subir el muro colina arriba a todo lo largo del barrio pobre hasta que llegue a unirse al muro este del priorato... por fuera hacia el Norte y luego colina abajo, hasta llegar de nuevo a la orilla del río. No sé si habrá bastante piedra para todo eso.

—No es preciso que sea de piedra para que resulte efectiva —dijo Richard—. Un sencillo foso con un terraplén de tierra construido con cieno extraído del foso hará el mismo efecto, especialmente en un lugar donde el enemigo ha de atacar cuesta arriba.

—Pero en piedra aún será mejor —insistió Jack.

—Sí que sería mejor, aunque no esencial. El objeto de una muralla es el de retrasar todo lo posible al enemigo mientras se encuentra en posición peligrosa y permitir al defensor bombardearle debidamente protegido.

—¿Bombardearle? —preguntó Aliena—. ¿Con qué?

—Piedras, aceite hirviendo, flechas... En la mayoría de los hogares de la ciudad hay un arco.

—Así que, después de todo, tendremos que acabar peleando —dijo Aliena estremeciéndose.

—Pero no cuerpo a cuerpo. No del todo.

Jack se sentía atormentado. Lo más seguro era que todos se refugiaran en el bosque con la esperanza de que William quedara satisfecho con el incendio de la ciudad. Pero incluso entonces corrían el riesgo de que él y sus hombres fueran en persecución de la gente. ¿Sería mayor el peligro si se quedaran allí detrás de una muralla? Si algo fuera mal y William y sus huestes encontraran una manera de romper el muro, la carnicería sería aterradora. Jack miró a Tommy y a Aliena y pensó en el nuevo ser que crecía en las entrañas de ésta.

—Hay una solución intermedia —dijo—. Podríamos evacuar a las mujeres y los niños y quedarnos los hombres a defender las murallas.

—No, gracias —respondió Aliena con tono firme—. Eso sería lo peor del mundo. No tendríamos murallas y tampoco hombres que lucharan por nosotras.

Jack comprendió que llevaba razón. Las murallas de nada servirían sin gente que las defendiera y no se podía dejar en el bosque, indefensas, a las mujeres y a los niños. Era posible que William dejara tranquila la ciudad y se encarnizara con las mujeres.

—Tú eres el constructor, Jack —dijo Philip—. ¿Podemos levantar una muralla en un día?

—Nunca he construido una muralla —respondió Jack—. Naturalmente no se puede ni hablar de dibujo de planos. Habremos de asignar en cada sección a un artesano y que actúe según su mejor criterio. La argamasa apenas se habrá secado para el domingo por la mañana. Será la muralla peor construida de Inglaterra. Pero, sí, podemos hacerla.

Philip se volvió hacia Richard.

—Tú has presenciado batallas. ¿Podremos contener a William si levantamos una muralla?

—Desde luego —repuso Richard—. Vendrá preparado para una incursión relámpago, no para un asedio. Si se encuentra con una ciudad fortificada no habrá nada que pueda hacer.

Finalmente Philip miró a Aliena.

—Tú eres una de las personas vulnerables, con un hijo al que proteger. ¿Qué piensas? ¿Deberíamos huir al bosque y esperar que William no venga detrás de nosotros o quedarnos y construir una muralla para evitar que entre?

Jack contuvo el aliento.

—No es una cuestión de seguridad —contestó Aliena al cabo de una pausa—. Vos, Philip, habéis dedicado vuestra vida a este priorato. Para ti, Jack, la catedral es tu sueño. Si huimos perderéis todo por cuanto habéis vivido. En lo que a mí se refiere... Tengo una razón especial para querer que sea dominado el poder de William Hamleigh. Yo digo que nos quedemos.

—Muy bien —decidió Philip—. Construiremos una muralla.

Al caer la noche, Jack, Richard y Philip recorrieron los límites de la ciudad con linternas para decidir por dónde habría de ir la muralla.

La ciudad se levantaba sobre una colina baja, serpeando el río por ambos lados de ella. Las riberas eran demasiado blandas para soportar una muralla de piedra sin unos buenos cimientos, de manera que Jack propuso construir allí una cerca de madera. Ello satisfizo plenamente a Richard. El enemigo no podía atacar la cerca salvo desde el río, lo que era casi imposible.

En los otros dos lados, algunos trozos de muralla serían simplemente terraplenes de tierra con un foso. Richard declaró que ello resultaría efectivo allí donde hubiera pendiente y el enemigo se viera obligado a atacar colina arriba. Sin embargo, donde el suelo estaba nivelado, la muralla habría de ser de piedra. Jack recorrió luego la aldea, reuniendo a sus constructores. Los sacó de sus casas, y a algunos de sus camas, y se los llevó a la cervecería. Les expuso la situación y les explicó la manera en que la ciudad iba a solventarla. Luego, acompañado por ellos, recorrió los límites de la ciudad asignando a cada hombre un sector de la muralla. La construida en madera a los carpinteros, la de piedra a los albañiles y los terraplenes a los aprendices y jornaleros. Pidió a cada uno de aquellos hombres que dejaran marcada su sección con estacas y cordel antes de irse a la cama y que reflexionaran antes de dormirse en cómo la iban a construir. Pronto quedó marcado el perímetro de la ciudad por una línea de puntos de luces parpadeantes, al ir señalizando los artesanos su zona al resplandor de las linternas. El herrero encendió su fuego y se dispuso a pasar el resto de la noche haciendo azadas. Aquella desusada actividad, después de oscurecido, perturbó los rituales del sueño de muchos de los ciudadanos, y los artesanos pasaron mucho tiempo explicando lo que estaban haciendo a preguntones adormilados.

Sólo los monjes, que se habían ido a la cama al caer la tarde, durmieron en la más bienaventurada ignorancia. Pero a media noche, cuando los artesanos terminaban ya con sus preparativos y la mayoría de los ciudadanos se habían retirado, aunque sólo fuera para hablar de las noticias con excitados murmullos debajo de las sábanas, se despertó a los monjes. Los oficios fueron breves y se les dio pan y cerveza en el refectorio mientras Philip les ponía al corriente de lo que sucedía. Al día siguiente, habían de ser los organizadores. Se les dividió en equipos. Cada uno de ellos trabajaría para un constructor. Recibirían órdenes de él y vigilarían las operaciones de excavación, extracción, recogida y transporte. Philip hizo resaltar que su principal objetivo era el de asegurarse de que el constructor tuviera en todo momento el necesario suministro de cuantos materiales necesitara, piedras, argamasa, madera y herramientas.

Mientras Philip hablaba, Jack se estaba preguntando qué estaría haciendo William Hamleigh. Earlcastle se hallaba a una dura jornada de Kingsbridge. Pero William no intentaría hacerla en un día, ya que, en tal caso, su ejército llegaría exhausto. Se pondrían en marcha esa mañana a la salida del sol. No cabalgarían todos juntos sino separados y disimulando sus armas y armaduras durante el viaje para evitar que cundiera la alarma. Por la tarde, se reunirían con discreción en alguna parte, a una o dos horas de Kingsbridge, probablemente en la hacienda de alguno de los principales arrendatarios de William. Por la noche beberían cerveza, afilarían sus armas y se contarían unos a otros historias espeluznantes de triunfos anteriores, jóvenes mutilados, ancianos pateados bajo los cascos de los caballos de guerra, muchachas violadas y mujeres sodomizadas, niños degollados y bebés ensartados con las puntas de las espadas mientras que sus madres chillaban angustiadas. Y luego, a la mañana siguiente atacarían. Jack se estremeció de horror.
Pero esta vez vamos a detenerlos
, se dijo.

A pesar de todo, tenía miedo.

Cada equipo de monjes localizó su propio trecho de muro y su fuente de materiales. Después, con los primeros albores en el horizonte oriental, se dirigieron al barrio que les estaba asignado; llamaban a las puertas y despertaban a sus moradores mientras la campana del monasterio tañía apremiante.

Al salir el sol, la operación ya estaba del todo en marcha. Los hombres y mujeres jóvenes trabajaban, mientras que los de más edad proporcionaban comida y bebida y los niños hacían encargos y llevaban mensajes. Jack recorría sin cesar el enclave, observando ansioso los progresos. Al que mezclaba la argamasa le aconsejó que utilizara menos cal viva, para que fraguara mejor. Vio a un carpintero haciendo la cerca con tablas de andamios y dijo a sus jornaleros que utilizaran madera cortada de un montón diferente. Se aseguró de que las distintas secciones de la muralla quedaran unidas entre sí con limpieza. Bromeaba, sonreía y alentaba a la gente.

El sol estaba ya alto en el claro cielo azul. Se preparaba un día caluroso. La cocina del priorato suministraba barriles de cerveza; pero Philip ordenó que la aclararan con agua, con lo que Jack estuvo de acuerdo porque, cuando la gente trabajaba duro, solían beber mucho con aquel tiempo y no quería correr el riesgo de que se quedaran dormidos.

A pesar del horroroso peligro que les amenazaba, había un incongruente ambiente de júbilo. Se sentían como en fiestas, cuando en la ciudad todos hacían algo juntos: cocer el pan en época de San Pedro Encadenado, el primero de agosto, o hacer flotar velas río abajo en la noche de San Juan. La gente parecía olvidar el peligro que era motivo de su actividad. Sin embargo, Philip observó que algunas personas abandonaban discretamente la ciudad. Tal vez pensaran probar suerte en el bosque; aunque lo más probable sería que tuvieran en aldeas cercanas parientes que los acogieran. Pero casi todos se quedaron.

A mediodía, Philip volvió a tocar la campana y el trabajo se suspendió para almorzar. Mientras los trabajadores comían, el prior, en compañía de Jack, realizó un recorrido por el muro. Pese a toda aquella actividad no parecía que hubiesen hecho mucho. Los muros de piedra sólo alcanzaban el nivel del suelo, los terraplenes de tierra no eran más que montículos bajos, y había grandes brechas en la cerca de madera.

—¿Lo acabaremos a tiempo? —preguntó Philip al finalizar la inspección.

Jack, que durante toda la mañana se había esforzado por parecer animado y optimista, en aquel momento se vio obligado a formular una opinión realista.

—Desde luego que no, si continuamos a este ritmo —contestó desalentado.

—¿Qué podemos hacer para acelerar las cosas?

—La manera habitual de construir más deprisa suele ser construir mal.

—Entonces construyamos mal. ¿Pero cómo?

Jack reflexionó un instante.

—Por el momento, tenemos albañiles levantando muros, carpinteros construyendo cercas, jornaleros haciendo terraplenes y a los ciudadanos llevando y trayendo materiales. Pero la mayoría de los carpinteros pueden construir un muro liso y también la mayoría de los jornaleros saben levantar una cerca. Además, podemos dejar que los habitantes de la ciudad caven el foso y arrojen la tierra a los terraplenes. Y tan pronto como la operación esté encaminada, los monjes más jóvenes pueden dar de lado la organización y empezar ellos mismos a trabajar.

—Muy bien.

Al terminar la gente de comer, se les transmitieron las nuevas órdenes. Jack se dijo que aquélla no sólo iba a ser la muralla peor construida de Inglaterra, sino que probablemente también la de vida más corta. Sería un verdadero milagro si toda ella seguía en pie al cabo de una semana.

Al llegar la tarde, la gente empezaba a sentirse cansada, en especial aquellos que habían estado levantados toda la noche. Se desvaneció el ambiente festivo y los trabajadores se concentraron con ahínco en la dura tarea. Los muros de piedra fueron adquiriendo altura, el foso se hizo más profundo y las brechas en la cerca empezaron a cerrarse. Cuando el sol comenzaba a descender por la línea occidental del horizonte, suspendieron el trabajo para cenar y luego empezaron de nuevo.

Al caer la noche, todavía no estaba terminada la muralla.

Philip estableció una vigilancia, ordenó a todo el mundo, salvo a los guardianes, que durmieran unas horas y dijo que tocaría la campana a media noche. Los agotados ciudadanos fueron a acostarse.

Jack se dirigió a casa de Aliena. Richard y ella estaban todavía despiertos.

—Quiero que vayas a ocultarte a los bosques con Tommy —dijo Jack a Aliena.

Aquella idea le había estado rondando todo el día. En un principio la rechazó; pero, a medida que pasaba el tiempo, seguía volviendo a su mente el espantoso recuerdo del día en que William prendiera fuego a la feria del vellón, y finalmente decidió alejarla de allí.

—Prefiero quedarme —contestó ella con firmeza.

—No sé si esto resultará, Aliena, y no quiero que estés aquí si William Hamleigh logra atravesar la muralla.

—Pero no puedo irme cuando lo estás organizando de manera para que todos se queden y luchen —alegó tratando de razonar con él.

Pero a Jack había dejado de preocuparle lo que fuera o no razonable.

—Si te vas ahora no se enterarán.

—Al final se darán cuenta.

—Para entonces todo habrá terminado.

—Piensa en el baldón.

—¡Al diablo con el baldón! —gritó, fuera de sí al no ser capaz de encontrar las palabras que lograran convencerla—. ¡Lo que quiero es que estés a salvo!

Su tono iracundo despertó a Tommy que rompió a llorar. Aliena lo cogió en brazos y empezó a mecerlo.

—Ni siquiera estoy segura de que me encuentre a salvo en el bosque —dijo.

—William no buscará en el bosque. Lo que le interesa es la ciudad.

—Quizás esté interesado en mí.

—Puedes ocultarte en tu cañada. Allí nunca va nadie.

—William puede encontrarla por casualidad.

—Escúchame. Estarás más segura que aquí. Lo sé bien.

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