IV
He estado hablando en términos que pretenden ser aplicables a la existencia cara a cara en cualquier parte. Por ello he pagado el precio de costumbre —mis afirmaciones han sido generales, tópicas y metateóricas— empleando un término tan cuestionable como aquello a lo que se refiere. Un intento menos precavido, Igual de general pero basado en hechos naturales, es el de identificar las unidades sustantivas básicas, las estructuras recurrentes y los procesos concomitantes. ¿Qué clase de animales encontraremos en el zoo interaccional? ¿Qué plantas habrá en este particular jardín? Permitidme que pase revista a lo que considero algunos ejemplos básicos.
1. Se puede empezar por las personas como entidades vehiculares, es decir, por unidades deambulatorias humanas. En los lugares públicos tenemos «individuales» [
singles
l (un grupo de uno) y «con»
[withs]
(un grupo de más de uno); estos grupos pueden considerarse unidades autocontenidas en lo que se refiere a su participación en el flujo de la vida social peatonal. También se pueden mencionar unas pocas unidades deambulatorias mayores: por ejemplo las filas, las procesiones y, como caso límite, la cola, siendo ésta una forma de unidad deambulatoria estacionaria. (Podría llamarse «cola», por extensión, a cualquier forma de orden basada en el momento de llegada, pero yo no lo hago.)
2. A continuación, aunque sólo sea como unidad heurística y con finalidades de consistencia en su uso, resulta útil adoptar el término
contacto.
Con ello me refiero a cualquier ocasión en la que un individuo se coloca en presencia de la respuesta de otro, sea mediante la copresencia física, un contacto telefónico o un intercambio epistolar. De esta forma estoy contando como parte del mismo contacto todos aquellos intercambios que se dan en tales ocasiones. Así, una mirada furtiva al cruzarse por la calle, una conversación, un intercambio de saludos progresivamente atenuados mientras se circula entre los invitados a una fiesta, la mirada de un miembro del público a los ojos del conferenciante: todo ello cuenta como contacto.
3. Luego está esa amplia categoría de situaciones convenidas en las que las personas entran en un pequeño círculo físico como participantes en una empresa compartida de forma consciente y a todas luces interdependiente, estando el período de participación cargado de rituales de algún tipo o siendo susceptible a su invocación. En algunos casos sólo está implicado un puñado de participantes, la charla que se produce es del tipo que puede considerarse de propósito autolimitante y se mantiene la apariencia de que, en principio, todos tienen el mismo derecho a contribuir. Este tipo de encuentros conversacionales es diferente de las reuniones en las que un presidente administra el uso de la palabra y la pertinencia de ésta (por ejemplo las «audiencias», «juicios» y demás procedimientos legales). Todas estas actividades basadas en el habla contrastan con las muchas otras interacciones en las que los actos que se entretejen no implican vocalización, y en los que el habla, cuando aparece, lo hace como forma de participación sorda e intermitente o como acompañamiento irregular de la actividad en progreso. Ejemplos de esto último son los juegos de cartas, las transacciones de servicios, los actos amorosos y el comensalismo.
4. A continuación la modalidad «de tribuna»: esa situación universal en la que se representa una actividad frente a un público. Lo que se ofrece puede ser una charla, un concurso, una reunión formal, una obra de teatro, una película, una actuación musical, una muestra de habilidad o destreza, una ronda de oratoria, una ceremonia o una combinación de lo anterior. Los protagonistas estarán en una plataforma o bien rodeados por los espectadores. El tamaño de la audiencia no está relacionado directamente con lo que se presenta (aunque sí con las medidas que permiten una buena visibilidad del escenario), y la obligación primordial de los espectadores es contemplar, no actuar. La tecnología moderna, por supuesto, ha ampliado los límites de esta forma de interacción y ha permitido llegar a públicos muy numerosos y distantes, así como subir al escenario una gran variedad de materiales. Pero el formato en sí responde en gran medida a la necesidad de mantener la atención de un gran número de personas centrada en un foco visual y cognitivo, cosa que sólo es posible si están dispuestos a participar de forma meramente indirecta en lo que se representa.
5. Finalmente, se podrían mencionar las celebraciones sociales. Me refiero a la reunión de individuos admitidos de forma controlada; a lo que se produce bajo los auspicios y en honor de alguna circunstancia valorada por todos. Es probable que se genere un estado de ánimo común que marque los límites de la participación. Los participantes llegan coordinadamente y se van igual. Más de una región delimitada puede servir de entorno para una ocasión concreta, estando conectadas entre sí para facilitar el movimiento, la mezcla y la circulación de la respuesta. Dentro de sus límites, es probable que una celebración social aporte un entorno para diferentes acciones pequeñas y focalizadas, conversacionales o no, y con mucha frecuencia pone en evidencia (y enmarca) una actividad «de tribuna». Normalmente impera la sensación de que hay una forma oficial de proceder, un período previo caracterizado por ser objeto de una sociabilidad no coordinada y otro posterior marcado por la sensación de haber quedado liberados de las obligaciones de la ocasión. En el caso típico se hacen preparativos con anterioridad, a veces incluso se establece un programa u horario. Se da cierta especialización en el reparto de funciones, mayormente entre personal de mantenimiento doméstico, organizadores oficiales y participantes no-oficiantes. El acontecimiento en su conjunto se ve como un hecho unitario y transmisible. Las celebraciones sociales pueden considerarse como las mayores unidades de interacción, y parecen ser las únicas que pueden organizarse de forma que duren varios días. Sin embargo, lo normal es que, una vez iniciada, una celebración social se mantenga ininterrumpida hasta acabar.
Está claro que siempre que se producen encuentros personales, representaciones «de tribuna» o celebraciones sociales, se dan también movimientos deambulatorios y las unidades por las que éstos se regulan. También debería quedar claro que los intercambios verbales breves de dos a cuatro participantes cumplen una función facilitadora y acomodativa, tapando los huecos que se producen en la actividad coordinada y los defectos en la conexión con otras actividades adyacentes e independientes.
Me he referido a unas cuantas entidades básicas de interacción: unidades deambulatorias, contactos, encuentros conversacionales, reuniones formales, representaciones «de tribuna» y celebraciones sociales. Se podría aplicar un tratamiento paralelo a los procesos y mecanismos de interacción. Pero, si bien es relativamente fácil revelar procesos secundarios de interacción bastante generales —especialmente los microscópicos— es difícil identificar los más básicos excepto, quizá, cuando se refieren al turno de uso de la palabra en una conversación. En cierto sentido podría decirse lo mismo de los roles de interacción.
V
No hablaré más de las formas y procesos de la vida social específicos del orden de interacción. Eso sólo resulta relevante para quien está interesado por la etología humana, la conducta colectiva, el orden público o el análisis del discurso. En lugar de ello quisiera centrar mis comentarios finales en un asunto general de mayor relevancia: la conexión entre el orden de interacción y los elementos de organización social considerados más tradicionalmente. La intención será la de describir ciertos rasgos del orden de interacción, pero sólo aquellos que se apliquen a mundos macroscópicos más allá de los cuales se encuentran estos rasgos en las interacciones.
Para empezar, un tema que es tan obvio como para ser dado por supuesto e ignorado: el impacto directo de los efectos situacionales sobre las estructuras sociales. Se podrían citar tres ejemplos.
En primer lugar, dado que upa organización compleja puede llegar a depender de un personal determinado (en el caso típico, de aquel que haya conseguido acceder a roles de mando), en la secuencia diaria de interacciones sociales dentro y fuera del trabajo —es decir, en la rutina diaria— en las que estos personajes pueden resultar heridos o raptados, también puede verse afectada su organización. Los negocios menores, las familias, los parientes y otras estructuras pequeñas son igual de vulnerables, sobre todo aquellos que están ubicados en áreas con un elevado índice de criminalidad. Si bien este tema puede copar la atención pública en varios momentos y lugares, a mí no me parece de gran interés conceptual; analíticamente hablando, la muerte inesperada por causas naturales provoca casi los mismos problemas a las organizaciones. En ambos casos nos enfrentamos ni más ni menos que con el riesgo.
En segundo lugar, como ya se ha sugerido, está el hecho obvio de que una gran parte del trabajo de las organizaciones —la toma de decisiones, la transmisión de información, la coordinación de tareas físicas— se realiza cara a cara, requiere ser realizada así y es vulnerable a efectos cara a cara. Dicho de otro modo, en la medida en que los agentes de la organización social a cualquier escala, desde Estados a hogares, puedan ser persuadidos, engatusados, engañados, intimidados o influidos de cualquier forma por efectos que sólo se dan en tratos cara a cara, entonces el orden de interacción afectará abiertamente a las entidades macroscópicas.
En tercer lugar, hay encuentros de «procesamiento de personas» [
people-processing
]; encuentros en los que la «impresión» que los sujetos se forman durante la interacción afecta al curso de sus vidas. El ejemplo clásico es el de la entrevista de clasificación efectuada por consejeros escolares, psicólogos del departamento de personal, psiquiatras encargados del diagnóstico o forenses. En un sentido menos directo, este proceso es ubicuo; todos somos cancerberos custodiando alguna cosa. El origen de las amistades y los lazos matrimoniales (al menos en nuestra sociedad) puede buscarse en cierta ocasión en la que, de un contacto accidental, salió algo más de lo imprescindible.
Queda claro qué es lo situacional en tales encuentros de procesamiento, ya se den en entornos institucionalizados o no: toda cultura, y desde luego la nuestra, parece tener un gran fondo de saber y creencia popular sobre indicadores intrínsecos de
status
y carácter que pretende facilitar la interpretación de las personas. De esta forma, por una especie de preacuerdo, las situaciones sociales parecen estar perfectamente diseñadas para aportarnos pruebas de los diferentes atributos de los participantes, aunque sólo sea representando lo que ya sabíamos. Es más, en las situaciones sociales, como en otras circunstancias, los que toman las decisiones, si se les presiona, pueden emplear una gran gama de racionalizaciones para ocultar al otro (e incluso a sí mismos) la diversidad de consideraciones que configuran su decisión y, en especial, el peso relativo dado a cada una de ellas.
Es en estos encuentros de procesamiento donde puede darse esa clasificación silenciosa que, como diría Bourdieu, reproduce la estructura social. Pero ese impacto conservador no es, analíticamente hablando, situacional. El aquilatamiento subjetivo de una serie de atributos sociales, sean o no sean éstos pertinentes oficialmente y reales o imaginarios, genera un micropunto de desconcierto; el valor encubierto asignado, por ejemplo, a la raza, puede ser mitigado por el asignado a otras variables estructurales —clase social, sexo, edad, copertenencia a asociaciones, red de patrocinio— estructuras que, en el mejor de los casos, no son totalmente congruentes entre sí. Los atributos estructurales, utilizados abierta o encubiertamente, no se mezclan del todo con los personales tales como el estado de salud o la fuerza física, ni con propiedades que adquieren toda su existencia en situaciones sociales: el aspecto, la personalidad, etc. Por lo tanto, lo situacional de los encuentros de procesamiento son las pruebas que aportan de los atributos reales o aparentes de un participante mientras, a la vez, permiten que se determine su curso vital mediante un aquilatamiento inaccesible de estas complejas pruebas. Si bien esta estructura normalmente facilita la consolidación subrepticia de las líneas estructurales, también podría servir para debilitarlas.
Por lo tanto se pueden señalar formas evidentes en las que las estructuras sociales dependen de, y son vulnerables a, lo que ocurre en los encuentros cara a cara. Esto ha llevado a algunos a proponer de forma reduccionista que todos los rasgos macroscópicos de la sociedad, y la sociedad en sí misma, son un compuesto existente a intervalos de aquello cuyo origen sería la realidad de los encuentros: una cuestión de sumar y extrapolar efectos interaccionales. (Esta postura se ve a veces reforzada por la afirmación de que todo lo que sabemos sobre las estructuras sociales tiene su origen en resúmenes muy modificados del flujo de la experiencia en las situaciones sociales.)
En mi opinión, estas pretensiones son incompatibles. Por una parte confunden el formato interaccional en el que se producen las palabras y las indicaciones gestuales con el significado de éstas; es decir, confunden lo situacional con lo meramente «situado». Cuando nuestro agente de bolsa nos informa de que hay que vender, o nuestro jefe o cónyuge de que ya no necesita nuestros servicios, las malas noticias pueden sernos comunicadas en privado y de un modo tranquilo y delicado que haga más humana la situación. Tal consideración es uno de los recursos del orden de interacción. En el momento álgido puede resultar muy de agradecer. Pero a la mañana siguiente, ¿qué importará si el mensaje nos ha llegado por teléfono, por la pantalla de un ordenador, en un sobrecito azul junto al reloj de fichar o escrito en una nota en el despacho? La delicadeza con la que se nos trate en el momento de darnos las malas noticias no dice nada de la importancia estructural de éstas.
Es más, no creo que se pueda llegar a conocer la estructura del mercado, o la distribución del valor catastral de una ciudad, o la sucesión étnica en la administración municipal, o la estructura de los sistemas de parentesco, o los cambios fonéticos sistemáticos en los dialectos de una comunidad lingüística, según hechos extrapolados o agregados a partir de encuentros sociales concretos entre las personas implicadas en cualquiera de estos patrones de interacción. (Es razonable someter las afirmaciones sobre estructuras y procesos macroscópicos a un microanálisis de los que escarban minuciosamente tras las generalizaciones intentando encontrar diferencias críticas entre, por ejemplo, industrias, regiones o períodos de tiempo breves tratando de debilitar las visiones de conjunto.)