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Authors: Erving Goffman

Tags: #Sociología

Los momentos y sus hombres (12 page)

BOOK: Los momentos y sus hombres
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6. La persona que infringe las reglas es un contraventor. Su infracción es un delita El que infringe continuamente las reglas es un desviada

En el caso de la interacción conversacional, de quien infringe las reglas se dice que es torpe, importuno, o que no está en su lugar. Los delitos, es decir, los actos que provocan embarazo, se llaman planchas, burradas, coladuras, meteduras de pata o trolas.

Estos actos, dicho sea de paso, nos proporcionan la ocasión de estudiar los supuestos en que se basa el comportamiento interaccional adecuado. Estas infracciones del comportamiento correcto nos ofrecen el medio de llevar nuestra atención a las exigencias de las situaciones ordinarias que, de otro modo, habrían quedado inadvertidas.

Si un actor contraviene continuamente las reglas interaccionales, y muy particularmente si las infringe en múltiples situaciones diferentes, decimos que es impertinente, incurable e imposible. En el presente estudio, llamaremos defectuosos a los desviados de esta especie.

7. Cuando un actor infringe una regla, debe sentirse culpable o lleno de remordimiento, y la persona ofendida debe sentirse justamente indignada.

En el caso de la interacción conversacional, la culpabilidad que siente el ofensor se califica de vergüenza. Los participantes que se hayan identificado con el ofensor también sentirán vergüenza, del mismo modo que los que se hayan definido como personalmente responsables para otros del mantenimiento del orden. Los ofendidos se sentirán sorprendidos, agredidos e inquietos.

8. Un delito o infracción del orden social requiere urgentemente acciones correctivas que restablezcan el orden amenazado y reparen el daño causada Estas acciones compensatorias se dirigirán a restablecer, no sólo la regularidad del proceso social, sino también las normas que lo enmarcan. Algunos de estos correctivos servirán también de sanciones negativas al contraventor.

En el caso de la interacción conversacional, hay un conjunto de adaptaciones al delito que protegen a la persona ofendida, pero destruyendo el orden de interacción dentro del cual se produce la acción de protección. Así, los participantes ofendidos pueden reaccionar apartándose del ofensor, desconociéndolo por completo, agrediéndolo francamente, o incluso modificando radicalmente el marco y las distancias sociales en que se basa la interacción. (Todas estas adaptaciones, hay que decirlo, deben apoyarse en la decisión del ofensor, o del actor impropio, de comportarse de manera apropiada ante estos tipos de acciones; si no, no pueden aplicársele.)

Habitualmente, no se emplea ninguna de estas adaptaciones radicales. Los participantes responden lo más a menudo con tolerancia e indulgencia a los delitos contra el orden de la interacción. Aunque esta relación acomodaticia sea bastante precaria, permite el mantenimiento de la interacción. Si deben aplicarse acciones de corrección, puede hacerse con delicadeza, sin romper la interacción misma
[188]
. La conducta de acomodación toma la forma de una aparente aceptación del comportamiento del otro; lo cual origina lo que podríamos llamar un compromiso de conveniencias (
working acceptartce
). Los ataques a este compromiso se evitan por medio de tácticas protectivas y cicatrizadas y, en su caso, por medio de tácticas correctivas. El ejercicio de estas tácticas puede llamarse tacto.

9. Siendo como son ¡as reglas del orden social, vemos que algunos participantes desarrollan tretas y maniobras para, sin violar aquéllas, alcanzar objetivos particulares proscritos por ellas.

En el caso de la interacción conversacional, los individuos siguen las que podríamos llamar tácticas de ganancia. Estos planes de acción le permiten modificar la acogida de conveniencias de modo que responda a sus propios fines. Pero la modificación es lo bastante moderada o disimulada como para no amenazar esta acogida. En este caso, el táctico, habitualmente, trata de aumentar la estimación que tienen de él los demás actores presentes, o de disminuir la que tienen de un tercero, también presente. En estas situaciones, la acogida de conveniencias ya no es un objetivo o un medio de acción, sino un marco que establece las condiciones y los límites de la acción.

En cuanto modelo, el concepto de orden social quizá no nos lleve a hacer suficiente hincapié en una característica esencial de la interacción conversacional, a saber, el mantenimiento indulgente de una acogida de conveniencias. Analicemos un momento esta característica.

Cuando las personas creen necesario ejercer su indulgencia, suelen sentir hostilidad y resentimiento hacia quien exige tal trato. Los que cierran los ojos deben aceptar, al menos por un momento, una amenaza pública, tanto para las normas de la interacción, como para la propia estimación que estas normas ayudan a proteger. Se utilizan ciertas defensas y tácticas veladas, mediante las cuales el actor ofendido, pero indulgente, puede afrontar sus sentimientos «verdaderos» y las amenazas públicas concomitantes.

El actor indulgente puede aceptar el daño hecho a sus valores personales o reales, sofocar la experiencia, o apartarla todo lo posible del resto de su vida consciente. Puede tratar sinceramente de reajustar sus ideas personales a fin de establecer una adecuación entre sus demandas y el trato que reciben la interacción y él. Al menos para sí mismo, puede estimar que la indulgencia es un medio oportunista de manipular al ofensor, demostrándose también que su comportamiento público acomodaticio no es manifestación real de sus valores. Puede atribuir secretamente al ofensor caracteres depreciativos, tanto que la conducta de éste y el trato de la ofensa no deban tomarse en serio
[189]
. Puede decirse que se retirará de la comunicación y de la relación social que la ha provocado, tan pronto como la cortesía lo permita, permitiéndose considerar de este modo que su indulgencia es un signo de indulgencia y nada más. Puede, en fin, decidir tolerar el comportamiento ofensivo manteniendo presente la idea de propinar un agrio correctivo al ofensor en otra ocasión, en un momento en que éste se vea obligado a aceptar la crítica de buen grado.

Las defensas que acabamos de considerar representan una forma de comunicación intrapersonal, como se la ha llamado
[190]
. Pueden resultar eficaces, aun si pocas veces originan una acción franca y una comunicación interpersonal, salvo, quizá, en una interacción posterior.

En la interacción conversacional, contrariamente a otros muchos tipos de órdenes sociales, la ofensa es del todo corriente. Por tanto, la indulgencia es un requisito casi constante. El desacuerdo ocultado por la indulgencia, tal como se manifiesta en las numerosas comunicaciones intrapersonales originadas por la necesidad de mostrar longanimidad, debe considerarse como parte integrante del modelo de análisis de la interacción conversacional, no como excepción de este modelo. Por ejemplo, el empleo de tácticas de ganancia es cosa tan corriente que a menudo es preferible entender la interacción, no como una escena de armonía, sino como una ordenación que permite perseguir una guerra fría. Por tanto, la acogida de conveniencias puede llamarse una tregua momentánea, un
modus vivendi
que permite atender a las cosas y a los asuntos esenciales.

Interesa observar que el deseo de mantener una acogida de conveniencias es, muy paradójicamente, una de las pocas bases generales de consenso real entre individuos. Estos ejecutan regularmente sus actos suponiendo que los demás son de esa clase de personas que tratan de mantener una acogida de conveniencias. La imputación de este atributo suele justificarse por el comportamiento que se deriva. En general, podemos confiar en que la gente hará una cosa: hará todo lo posible por evitar una «escena». En este contexto, podemos añadir que muchos gestos aparentemente vanos parecen servir, en lo esencial, de índices denotadores de que su emisor es «responsable» y que se puede contar con él para desarrollar el juego social de mantener un acuerdo superficial con los demás.

La general tendencia de los individuos a mantener una acogida de conveniencias durante la comunicación en curso no debe llevarnos a suposiciones estrictas sobre el móvil de esta conducta. Un actor puede tratar de mantener la apariencia de un acuerdo para salvar la situación y reducir el embarazo, para ser sinceramente indulgente con el ofensor, o para explotarlo de una u otra manera.

Hemos de esforzarnos también por tener presente la perogrullada de que se trata de manera muy distinta a las personas presentes y a las ausentes. Personas que se tratan con atención cuando se hallan en directa presencia mutua, con la mayor frecuencia, no muestran la menor consideración una por otra al encontrarse en situaciones en que el origen de los actos de menosprecio no puede ser determinado inmediata e incontestablemente por la persona menospreciada. Los tipos de consideración que se muestran por personas ausentes son una cuestión especial, que no trataremos en este estudio.

Emplear el modelo del orden social para el estudio de la interacción conversacional es inadecuado también en otros sentidos, que expondremos después.

Texto 2
Los recursos seguros
[191]
*

Este texto, sacado también de la tesis doctoral, ilustra bien la originalidad de la obra de Goffman que consiste en tejer, dentro de un mismo análisis, datos concretos y elaboraciones teóricas. La cuestión que plantea aquí es ¡a de cómo evitar, por decirlo así, que una conversación se quede en blanco. En una interacción, todo silencio se debe llenar o justificar. Goffman revisa los medios que emplean los habitantes de la isla para respetar esta regla de la vida social. Así, habla de «recursos seguros»
(safe supplies),
seguros por inagotables. En el momento preciso, los interlocutores los encontrarán siempre, trátese del palique sobre el tiempo, de chismes de vecindario, de bromas, o de comportamientos no orales, como tricotar, llenar de pipa o mirar al fuego de la chimenea. De paso, Goffman elabora una teoría contextual de los actos de habla que ya no debe nada al sentido referencial de las frases intercambiadas.

Cuando un individuo entra en el campo perceptivo de otras personas, una especie de responsabilidad le cae encima. Normalmente, debe presumir que su comportamiento se observará e interpretará como expresión de la opinión que tiene de aquellos que lo observan. Lo cual implica, en el mundo de la comunicación no dirigida, el esperarse de él que se comportará decorosamente, dando la importancia adecuada a la presencia de otro. (No estudiaremos ahora las exigencias de la conducta decorosa en muestra sociedad ni en otras.) En el mundo de la comunicación dirigida —por ejemplo, la conversación—, el individuo debe presumir que tanto sus mensajes como su comportamiento de destinatario deberán contribuir al mantenimiento de una acogida de conveniencias.

Una vez los individuos se han otorgado mutuamente la categoría de participante acreditado y se han sumido en la conversación, se hace necesario mantener un flujo continuo de mensajes, hasta presentarse una ocasión inofensiva de terminar el intercambio. Algunas personas se hallan a una distancia tal unas de otras que un pretexto mínimo basta para interrumpir la conversación y recaer en el silencio. Otras están tan íntimamente cerca unas de otras que no habrá ofensa entre ellas si la conversación se agota. Parece que, entre estos dos extremos, hay también gran variedad de distancias y de situaciones sociales que exigen una buena excusa antes de poder dejar sin peligro que una conversación se extinga.

En estas situaciones en que la extinción de la comunicación constituye en sí misma una comunicación inapropiada, los participantes deben asegurarse de que uno de ellos transmita un mensaje, y un mensaje aceptable. En vista de que el flujo de mensajes debe ser alimentado constantemente, los participantes consumen a veces todos los que son, al mismo tiempo, posibles y pertinentes. De ahí, la cuestión: ¿Qué puede servir de recurso seguro, es decir, de fuente fiel de mensajes aceptables? En ciertas ocasiones, sobre todo, en el curso de largos intercambios informales, este problema exige un alto grado de dominio ritual.

1. El palique
(small talk)
constituye un caso famoso de recurso seguro. Así, personas de posición muy distinta pueden proponer legítimamente temas de conversación sin perjuicio de la distancia social que las separa y poniendo a casi todo el mundo de acuerdo
[192]
.

Los extraños que se hallan físicamente cerca el uno del otro, pero que no han entablado comunicación, pueden encontrarse a menudo de modo automático en una interacción momentáneamente acreditada si se produce un suceso inesperado que ambos observan manifiestamente y que les ofrece una garantía temporal de que su actitud será semejante, ofreciéndoles al mismo tiempo la seguridad de que esta fuente de comunicación no los embutirá en ningún compromiso posterior y podrá terminarse fácilmente. En nuestra sociedad, son tema habitual de este palique los animales, los niños y el tiempo
[193]
. En la isla de Dixon, era frecuente objeto de comentario la pesca que llevaban las dos barcas del lugar. En primavera, también eran tema seguro los corderos y los potros, pues quedaba entendido que nadie podía sustraerse a su encanto. La gente explotaba sistemáticamente en su palique cualquier accidente en la isla, cualquier enfermedad, muerte o boda de los demás. Era particularmente útil una enfermedad que se prolongase unas cuantas semanas, porque los interlocutores podían preguntarse varias veces al día sobre el estado de salud del desgraciado, ofreciéndole al mismo tiempo su simpatía. En Dixon se hablaba muy a menudo del tiempo. Entre los pequeños labradores, se trataba del efecto del tiempo sobre la cosecha
[194]
. Hablar del buen tiempo y de la lluvia parece a menudo una actividad bastante vana, pero no lo es de ningún modo en esta isla. Para los labradores, desde luego, el tiempo es una contingencia importante, pero se trataba de algo más. Si el tiempo era malo, que era lo que solía ocurrir, los comentarios le quitaban importancia, insistiendo más bien en que el locutor no se dejaba abatir. Lo cual arrojaba, en los días más tristes, intercambios de la especie:

—El tiempo no es muy bueno.

—Hace un tiempo horrible.

—No es buen tiempo para las patatas.

—No, nada de eso.

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