Goffman:
—¿Puedo tratar de contestar a algunas objeciones suyas? Y no trataré de ser tan respondón como de lo que a veces soy capaz, porque necesito su ayuda, doctora Mead.
Primero, la cuestión de los desechos. La he propuesto para indicar un sentido en que no es buena la analogía metabólica. En el plano biológico, es lícito hablar de desechos. Tratándose de instituciones totales, no lo es, porque el fin de la institución es hacer capaces a sus miembros de cumplir ciertas tareas en el exterior. Por tanto, desde el principio, he admitido que no era demasiado buena esta analogía.
Después, en lo que se refiere a las instituciones totales, no quiero decir con ello que vaya a tratar de todos los aspectos de una institución. Lo que quiero decir es que hay una clase de instituciones que pueden llamarse «instituciones totales». Y voy a hablar un poco del mundo, de la vida social y de la organización social de su grupo de residentes, pero sólo en un aspecto: el relativo a su entrada y salida de la institución y los cambios que este paso produce en ellos, en cierto modo. Para llegar a eso, debo partir desde el exterior, para observar el proceso que los lleva por contingencia hasta la institución. Una vez allí, yo debo tratar, en cuanto sociólogo, de penetrar hasta cierto punto en su fuero interno, porque en un mundo social los objetos no se componen de factores objetivos del mundo exterior, sino de estos factores vistos desde el interior.
No se trata de descubrir las actitudes del paciente, como podría hacerlo con cuestionarios un psicólogo social. La cuestión es la de todo un mundo dentro de un individuo. Yo no intento determinar, por ejemplo, la opinión del paciente sobre el hospital: intento penetrar en el meollo de la vida social del hospital, espero, desde el punto de vista del paciente.
Spiegel:
—¿Quiere eso decir que se nos mostrará también esa misma visión de la vida social del hospital a los ojos de los miembros de la dirección?
Goffman:
—Lo que se les mostrará no será la visión de un paciente auténtico, porque yo no lo era. Ustedes van a conocer la situación a través de uno que se hallaba en algún lugar entre ambas partes.
Spiegel:
—¿Uno que, de cuando en cuando, puede ver a través de los ojos de un paciente?
Goffman:
—Admitámoslo, si queremos ser perfectamente claros con todos estos cuentos y terminarlos de una maldita vez para siempre. Cuando digo que los manicomios son unos sitios horribles, es porque creo que lo son. Pero lo digo para obtener de ustedes el mandato de hablar de ellos sociológicamente, para contrariar la perspectiva, muy respetable en sí misma, que ustedes me ofrecen. Les presento, por tanto, lo que quizá sea una mirada sesgada. Quizá no habría tenido que ocurrir todo esto. En cierta medida, yo no habría tenido que exponer estos datos a un grupo de psiquiatras, sino a un grupo de sociólogos. Para mí, habría sido mucho mejor, en cierto sentido, estudiar una cárcel.
Fremont-Smith:
—Yo no sé si para usted lo es o no, pero para nosotros es importantísimo que usted exponga sus datos a un grupo de personas preocupadas por la psiquiatría. Creo que el motivo por el que le planteamos dudas sin cesar es que tratamos de comprender su punto de vista de una forma que sea positiva y que le sea aceptable. Creo que eso forma parte de la misma dinámica de un grupo. Usted dice cosas y creo que no prevé del todo las reacciones que le llegan. Lo cual quiere decir que la persona que hace una exposición es incapaz a menudo de prever el punto de vista particular de cada miembro del grupo. El conferenciante hace una prueba, y nosotros reaccionamos, como en el caso del doctor Spiegel. El conferenciante hace una segunda tentativa, y nosotros volvemos a reaccionar. Este proceso de grupo nos permite, en definitiva, lograr una convergencia de puntos de vista. Luego avanzamos. Y creo que estamos avanzando positivamente.
Goffman:
—Usted nos impedirá que pongamos en juego sólo nuestros afectos, ¿verdad? Cuando lleguemos a no hacer más que intercambiarnos nuestros sentimientos vitales, ¿nos dirá usted que avancemos un poco?
Fremont-Smith:
—Sí, pero creo que no hará falta.
Después de este último «saque de morro», más dirigido a Frank y a Mead que a Fremont-Smith, Goffman prosiguió serenamente su explicación, desde los ritos de transición hasta las adaptaciones secundarias. No volvió a haber otro ataque directo de Mead. Fremont-Smith concluyó diciendo que la exposición había sido «de las más interesantes».
Goffman reúne aquí, en unas cuantas páginas muy densas, su punto de vista sobre el lenguaje. Recogiendo el argumento que adelantaba en su tesis doctoral, insiste en la necesidad de estudiar la situación en que se produce el acto de lenguaje como una realidad
sui generis.
Rechaza así igualmente a los investigadores que aprehenden el lenguaje «desde el exterior», estableciendo correlaciones entre tal característica del locutor y tal variación de su producción lingüística, y los que lo aprehenden «desde el interior», tratando de desprender sus estructuras morfológicas y sintácticas.
Presentado en 1964, en un volumen colectivo que señala los comienzos de la etnografía del habla, «El olvido de la situación» es un texto fundamental, porque sintetiza los diez primeros años de pensamiento de Goffman sobre el lenguaje y anuncia los diez siguientes, que arrojarán
Forms of Talk,
su último libro.
No habrá variable social que no se señale y muestre su pequeño efecto sobre la conducta oral: la edad, el sexo, la clase, la casta, el país de origen, la generación, la región, la formación escolar, las disposiciones cognitivas de carácter cultural, el bilingüismo, etc. Así, cada año se informa de nuevos determinantes sociales de la conducta oral. (Debemos señalar que, también cada año, se acoplan al razonamiento nuevas variables psicológicas.)
Paralelamente a esta corriente correlacionista, que liga atributos sociales, cada vez más diversos, y conducta oral, se ha desarrollado otro movimiento, muy activo también. Trata de desarrollar la extensión de las propiedades que pueden descubrirse en la misma conducta oral. Estas propiedades complementarias mantienen diversas relaciones con la estructuración del lenguaje, clásica ya, en plano fonético, fonémico, morfémico y sintáctico. Así es como se han definido nuevas características semánticas, expresivas, paralingüisticas y cinéticas de la conducta discursiva. Tenemos así un cesto lleno de indicadores que nos podemos poner a correlacionar.
Estoy seguro de que estas dos corrientes de análisis —la correlacionista y la indicativa— podrían (y sin duda podrán) mantener eternamente una coexistencia académica apacible. Sin embargo, un problema se avista en el horizonte. En ciertos momentos, estos dos modos de análisis se acercan de manera desagradable, obligándonos a examinar el territorio que los separa; y de golpe, este movimiento nos lleva a presentir que algo importante se ha olvidado.
Veamos primero la segunda corriente: la manifestación de nuevas propiedades o de nuevos indicadores en la conducta oral. Hace mucho tiempo que se estudia el aspecto del discurso que se puede transcribir claramente al papel. Hoy se examinan cada vez más los aspectos difusos del discurso. La lengua que se agita en la boca resulta no ser más que (en ciertos planos de análisis) una parte de un acto complejo, cuyo sentido debe investigarse igualmente en el movimiento de las cejas y de la mano. No obstante, una vez que estamos dispuestos a considerar estos comportamientos mímicos intranscriptibles asociados al habla, topamos con dos problemas graves.
En primer lugar, mientras que el sustrato de un gesto tiene su fundamento en el cuerpo de su productor, la forma del gesto puede ser determinada íntimamente por la morada (
niche
) microecológica en que se encuentra el locutor. Para describir un gesto, por no hablar siquiera de descubrir su sentido, quizá debamos tener en cuenta la condición humana y material de los lugares en que se ha producido. Por ejemplo, cierto análisis quizá no pueda apreciar el sonido de una palabra sino conociendo de antemano la distancia que separa a los interlocutores.
Segundo, los gestos que hace un individuo al hablar son muy parecidos a los que hace cuando quiere dejar bien claro que no está dispuesto a que lo metan en ese momento en conversación. Por tanto, en ciertos planos, el estudio del comportamiento al hablar no puede ser distinto analíticamente del que consiste en observar el comportamiento de actores en presencia uno de otro, pero en silencio. El estudio de la conducta oral nos lleva fácilmente al estudio de la conducta sin habla. Investigadores como Ray Birdwhistell y Edward T. Hall han construido una pasarela entre el habla y los comportamientos sociales, pero, habiendo llegado a la otra orilla, se han visto demasiado ocupados para volver atrás.
Volvámonos ahora a la corriente correlacionista de la que hablábamos al principio. Nos encontramos un poco más desconcertados todavía. El motivo es que en ella se hacen cada vez más trabajos sobre un tipo particularmente subversivo de correlación: la que se establece entre el habla y la situación de elocución. ¿Se dirige el locutor a una persona del otro sexo, o no?, ¿subordinada o superior?, ¿una o varias?, ¿a alguien que tiene enfrente, o al teléfono? ¿Lee un guión o habla espontáneamente? ¿Es formal o informal la ocasión?, ¿habitual o urgente? Obsérvese que no estamos considerando ahora los indicadores de la estructura social, como la edad o el sexo, sino más bien el valor invertido en estos indicadores, tal como se reconocen en la situación correspondiente.
De ello se sigue que encaramos el problema siguiente: el investigador que se interese por las propiedades del lenguaje hablado puede verse estudiando la condición física del lugar en que el locutor hace sus gestos, simplemente porque no se puede describir por completo un gesto sin aludir al medio extracorporal en que ocurre. Por otro lado, quien se interesa por los correlatos lingüísticos de la estructura social puede descubrir que ha de entrar a analizar el instante en que aparece ante otros alguien que posee tales atributos sociales. Por tanto, estos dos tipos de investigadores deben prestar atención a lo que vagamente llamamos la situación social. Y esto es lo que se ha olvidado.
Hasta ahora, la idea de situación social se ha tratado a la manera del «aquí te pillo, aquí te mato». Por ejemplo, si se trata del lenguaje de respeto, las situaciones sociales se convierten en ocasiones en que se hallan en presencia personas de distinta posición, sacándose directa y simplemente una tipología de las situaciones sociales de un cuadro de doble entrada: posiciones alta-baja, baja-alta e iguales. La misma crítica podría hacerse de otros indicadores de la estructura social. De ello se deriva que las situaciones sociales no tienen ni propiedades ni estructuras propias. No sirven más que para trivializar, en cierto modo, la intersección geométrica entre actores que hablan y actores que ofrecen ciertos índices sociales particulares.
Yo no creo que este enfoque de las situaciones sociales «a la que salta» sea siempre válido. No se puede tratar la situación social como a un pariente pobre. Puede decirse que las situaciones sociales constituyen una realidad
sui generis,
por seguir la costumbre del maestro
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*, y que por tanto exigen un análisis propio, muy semejante al que se concede a otras formas fundamentales de organización social. Además, puede asegurarse que esta esfera de actividad es de importancia muy especial para quienes se interesan por la etnografía del habla. En efecto, ¿dónde surge el habla, sino en situaciones sociales?
Comparemos, pues, estas situaciones sociales con aquellas que habíamos tratado con tanta desenvoltura. Yo definiría una situación social como un medio constituido por mutuas posibilidades de dominio, en el cual un individuo se encontrará por doquier asequible a las percepciones directas de todos los que están «presentes», y que le son similarmente asequibles. Según está definición, hay situación social tan pronto como dos o varios individuos se encuentran en mutua presencia directa y sigue habiéndola hasta que se vaya la penúltima persona. Quienes se hallan en una situación determinada pueden definirse como una reunión aunque parezcan aislados, silenciados y distantes, o aun sólo presentes temporalmente. La manera como los individuos deben comportarse en virtud de su presencia en una reunión se rige por reglas culturales. Cuando se respetan, estas reglas de orientación organizan socialmente la conducta de los implicados en la situación
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.
La participación en una reunión significa siempre coerción y organización, pero hay disposiciones sociales especiales que originan una estructuración de las conductas, complementaria, o más importante, para todos o algunos de los presentes. Así, a dos o varias personas implicadas en una situación social, es posible el ratificarse mutuamente como apoyos autorizados de un objeto particular de atención visual y cognitiva, aunque se trate de un objeto móvil. Estas tentativas de orientación conjugada podrían llamarse
encuentros,
o implicaciones cara a cara, que encierran una atención mutua y privilegiada a todo modo de comunicación, así como, típicamente, una aproximación física que constituye una morada ecológica, dentro de la cual los participantes se vuelven unos a otros, apartándose de quienes están presentes en la situación sin participar oficialmente en el encuentro. Hay reglas claras que rigen el principio y fin de los encuentros, la llegada y partida de los participantes, las exigencias que puede plantear un encuentro a sus miembros y el decoro visual y sonoro que debe observarse ante los presentes en la situación, pero fuera del encuentro. Desde luego, tal reunión social puede no comprender ningún encuentro, sólo participantes sin implicación, vinculados únicamente por relaciones de interacción dispersa. Otra puede comprender un encuentro que reúna a todas las personas presentes en la situación..., orden favorable a una interacción sexual. Y otra puede comprender una implicación asequible, que debe desarrollarse en presencia de participantes no implicados, o paralelamente a otros encuentros.
Son ejemplos de encuentros los juegos de cartas, las parejas de la pista de baile, los equipos quirúrgicos en acción y las peleas de boxeo: todos ellos ilustran la organización social de una orientación conjugada momentáneamente; todos forman un entrelazado ordenado de actos de cierto carácter. Con esto quiero decir que el habla ocurre (cuando ocurre) dentro de tal condición social. Lo que se ordena en ellos, naturalmente, no son, ni juegos de cartas, ni pasos de baile, ni procedimientos quirúrgicos, ni puñetazos, sino turnos de habla. Obsérvese, entonces, que la habitación natural del habla es un lugar en el que el habla no siempre está presente.