Los hombres lloran solos (67 page)

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Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Los hombres lloran solos
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Mateo escuchaba a menudo Radio España Independiente, emisora de Moscú. Pilar le aconsejaba que no lo hiciera, pues al reconocer la voz de Cosme Vila se ponía nervioso. Pero él replicaba: «Lo malo es que no tienen necesidad de mentir. Casi todo lo que sueltan es verdad».

Marta vivía una etapa contradictoria. Contaba con un asidero inexistente medio año antes: Ángel. El muchacho ya no se limitaba a mirarla «de un modo particular». Se hacía el encontradizo. Más aún: la cortejaba. Ella, recordando lo ocurrido con Ignacio, se colocaba a la defensiva; pero sus «hermanos» José Luis y Gracia Andújar la empujaban.

—Espera a ver… Con tu temperamento y todo lo que te ha ocurrido no esperes vivir un amor ardiente. ¿Comprendes, Marta? Pero un amor cálido, ¿por qué no? ¡No, no, nada de la compañía que se hacen los viejecitos! Eres joven, ¿no te das cuenta? ¿Qué sientes al lado de Ángel?

—Pues… —Marta meditaba—, eso, buena compañía. Y protección. A su lado me siento protegida. Tal vez más adelante sienta otra cosa; de momento, no…

Pero Marta reconocía que Ángel era bien educado, honesto y que se estaba labrando un porvenir espléndido. ¿Le repugnaba? No, ni pensarlo… Entonces, ¿a qué esperar?

—No te comportes como una esfinge, que el chico emprenderá el vuelo hacia otras latitudes… Y no le atosigues con la Falange. Ángel es apolítico y eso no es ningún pecado. Debes comprenderle: está harto del fanatismo de su padre.

Marta no conseguía digerir que se llamase fanático a tener una creencia. En este caso, Gracia Andújar sería una fanática del ballet y José Luis un fanático de la ciencia jurídico-militar.

—No compares, mujer… Yo no diría que Mac Arthur es un fanático. Yo diría que es un fanático el emperador del Japón.

* * *

El doctor Andújar sostenía la tesis de que los estoicos eran los españoles. No les importaba nada. No les importaba que Radio Nacional hubiera reanudado sus emisiones normales con América. No les importaba las «calumnias» que contra España aparecían en los periódicos occidentales, los cuales llegaron a afirmar que las V-I y las V-II habían sido fabricadas en Ocaña. No les importaba la actitud agresiva de las Naciones Unidas ni que algunos prisioneros rusos de los alemanes prefirieran suicidarse antes que regresar a su país. Lo que les importaba era la cogida leve de Manolete en Alicante, el 1 de julio —tardaría un mes en curarse, según el parte médico—, y el comienzo de las fiestas de San Fermín, en Pamplona. El propio don Anselmo Ichaso esperó a que el reloj del Ayuntamiento diera las doce campanadas del mediodía y oyó el estampido del chupinazo que daba comienzo al jolgorio. Javier, su hijo, que continuaba escribiendo su novela y que estaba en contra de los encierros dijo: «Este año les veo muy exaltados. Seguro que si no hay ningún muerto considerarán que las fiestas han sido un fracaso».

Dos noticias conmovieron, éstas sí, la opinión popular: Churchill pasaría unas vacaciones en Hendaya —y posiblemente visitaría San Sebastián—, y algunos soldados americanos, antes de regresar a su país, pasarían asimismo sus vacaciones en España.

La estancia de Churchill en Hendaya fue una sacudida. Despertó mucha más alteración en el lado español que en el francés. Desde España se le envió un camión ¡con una tonelada de víveres! En el preciso momento en que el ex premier británico, por consejo médico, había decidido adelgazar. Finalmente la visita a San Sebastián no tuvo lugar y alguien recordó el viaje que también efectuó a Hendaya el entonces todopoderoso Hitler.

Soldados americanos en España… Según
Amanecer
, un centenar de ellos se acogieron a la medida de gracia; cuatro, en un hotel de Playa de Aro. Cuatro paracaidistas, que habían participado en la batalla de las Ardenas. Fueron recibidos como a «héroes»; pero ellos no hicieron honor a esta condición. Chapurreaban el español, porque eran oriundos de las costas de la Florida. Pero no mostraban la menor curiosidad. Intelectualmente poco desarrollados, ardían en deseos de regresar a su patria. Se reían constantemente y sólo les interesaba el mar. Se pirraban por la pesca submarina. Les proporcionaron todo lo necesario; el resultado fue que se pasaron más tiempo debajo del agua que fuera, con pesca abundante, esto sí.

Se emborracharon. Bebieron como cubas. Y tenían poco que contar. Apenas si distinguían España de Portugal, pese a fray Junípero Serra. No se sorprendieron de que en España hubiera ascensores, pero sí de que éstos funcionasen debidamente. «España es un país pobre, ¿no es así? Eso nos enseñaron en la escuela».

Hicieron una visita a Gerona, por invitación de su cónsul, míster John Stern y mosén Alberto les acompañó al barrio antiguo. Se aburrieron mortalmente. Ni una interjección admirativa, ni una palabra de elogio. A gusto se hubieran ido a joder, pero la presencia del sacerdote les intimidó. Mosén Alberto les devolvió al cónsul y dijo: «Adiós muy buenas». No obstante, «La Voz de Alerta» se empeñó en sacarlos en portada en
Amanecer
, pese a las protestas de Mateo. Era de suponer que en otros «hoteles» tuvieron más suerte con sus invitados y que los representantes de la nación más poderosa de la tierra, Norteamérica, causaron una mejor impresión.

A medida que julio avanzaba, avanzaban los acontecimientos. El día 14 fue aprobado por unanimidad, en las Cortes, el Fuero de los españoles; apenas si nadie se enteró, ni mostró interés por saber de qué se trataba. «¿Qué derechos tenemos los españoles? —comentó Jaime, el librero—. La brigadilla Diéguez continúa aporreando que da gusto y las cárceles continúan llenas». El día 15
La Vanguardia
empezó a publicar las
Memorias íntimas del conde Ciano
. Firmadas: Galeazzo Ciano, celda 27 de la cárcel de Verona, 23 de abril de 1943. Todo el mundo esperó revelaciones sensacionales; de momento, sin embargo, el autor se limitaba a defenderse a sí mismo.

Y llegó el 18 de julio, noveno aniversario del Alzamiento. La Falange se movilizó. En Madrid, el Caudillo entregó 500 viviendas protegidas a productores beneficiarios; en Gerona, cincuenta, construidas por los hermanos Costa. Se celebró un
Te Deum
en la catedral, durante el cual el obispo, doctor Gregorio Lascasas, sufrió un soponcio. El accidente resultó aparatoso, puesto que el templo estaba lleno a rebosar, presidido por las autoridades. El doctor Andújar acudió en ayuda de monseñor, el cual, en la sacristía, no llevaba trazas de reaccionar. Opresión en el pecho. Fue trasladado a la clínica Chaos, donde los doctores Casellas y Rovira, que estaban de guardia, le sometieron a exploración. Un amago de angina de pecho. Debía guardar descanso y someterse a tratamiento, hasta que le dieran de alta.

—¿Moriré? —preguntaba el obispo—. ¿Moriré, doctor? ¿Doctores, moriré?

El pánico se cebó en él. Mosén Iguacen le oyó en confesión. Jamás el doctor Chaos, que acudió en seguida, hubiera creído que su ilustre paciente fuera tan cobarde. El obispo, en pijama, casi inspiraba compasión. Tenía mucho pelo en el pecho y se lo acariciaba como si quisiera proteger su corazón.

—De ésta no se muere, monseñor… Pero, esto sí, es un aviso —El doctor Chaos le preguntó—: ¿Ha tenido usted algún disgusto fuerte últimamente?

—Sí, el artefacto que estalló ante el palacio episcopal.

—Ya…

Todas las monjas de la ciudad y diócesis —sin exceptuar la ex, sor Genoveva— elevaron sus preces a Dios para el restablecimiento del doctor Gregorio Lascasas. Para ellas era un pastor ejemplar, que vivía por y para sus ovejas. Nada sabían de su pánico ni de su aspecto vestido en pijama. Sólo le habían visto con ropaje acorde con su jerarquía, acariciándose el pectoral y bendiciendo a la comunidad o a la multitud.

Eclesiásticamente, fue un 18 de julio pasado por agua. Para Carmen Elgazu también, puesto que en Bilbao naufragó un pesquero llamado precisamente Jesús Nazareno. En cambio, para el camarada Montaraz fue un triunfo. Reunió en la Dehesa no menos de diez mil personas a las que dedicó el mejor discurso de su vida. «España triunfará. España resistirá todos los ataques de sus enemigos. El Caudillo no aceptará componendas ni afrentas contra nuestra patria». Las diez mil gargantas corearon los gritos de rigor: «¡Viva Franco! ¡Arriba España!», del camarada Montaraz. Éste conocía a su grey, mejor que el obispo la suya. Sabía que arrinconar al pueblo español contra las cuerdas era la peor estrategia que sus enemigos podían elegir. El sentimiento patriótico se ponía en marcha y personas como Cefe y Félix Reyes se levantaban al unísono en defensa del suelo que les vio nacer. «En realidad —comentó el gobernador—, en esto nos parecemos a los rusos. El patriotismo primero, la política después».

Además, el camarada Montaraz estaba satisfecho porque su amigo el ministro José Antonio Girón se había casado con la señorita María Josefa Larrueca Samaniego, a los acordes de la marcha nupcial de Mendhelson. Él lucía uniforme de gala, ella vestido blanco con encajes antiguos y velo tul ilusión. El camarada Montaraz había asistido a la boda, que fue fáustica y se celebró entre abrazos y buenos deseos.

El 18 de julio por la noche, siguiendo la tradición, hubo baile en el casino, amenizado nada menos que por la orquesta barcelonesa
Bernard Hilda
, la de mayor prestigio de la región. María Fernanda dio todo un recital, pues se mantenía ligera y en forma. Carlota, en cambio, había perdido facultades. «La Voz de Alerta» le preguntó: «¿Pero qué te ocurre, querida?». «Nada, señor alcalde. Que los años no pasan en balde». Mateo, debido a su lesión, no pudo bailar, y Pilar pasó ágilmente por muchos brazos. Marcos estaba presente, pero su mujer, Adela, apenas si se daba cuenta. Los ojos se le iban tras Ángel y tras Ignacio, a escoger. Pero ambos se comportaron como era debido. Ángel bailó una y otra vez con Marta —¡qué torpeza, la de la muchacha!—, e Ignacio basculó entre Esther y Ana María.

Se produjo el inevitable cruce de miradas. En el casino nadie se acordó del auténtico significado del 18 de julio, y menos aún de que en Francia había empezado el juicio contra el mariscal Pétain, quien probablemente sería condenado a muerte.

Núñez Maza le había preguntado a Miguel Rosselló si había alguien en Gerona capaz de pintarle un buen retrato al óleo. «No importa el precio. Mis amigos lo pagarán». Miguel Rosselló, a la mañana siguiente, se presentó en el hotel Colón, de Caldetas, con Cefe, éste con su mejor pajarita en el cuello y con su enorme cabellera.

—A ver, hágame usted un apunte al carbón… —le indicó Núñez Maza.

Quince minutos le bastaron a Cefe para pasar la prueba.

—Adelante. Sobresaliente…

Cefe se pasó quince días yendo y viniendo de Caldetas. Núñez Maza posó en su habitación, abarrotada de libros y de papeles. Se sentía mucho mejor de salud, el espejo se lo ratificaba y de ahí que aprovechara los «tiempos libres» para semejante operación. Al fondo se verían las rocas y el mar. Un Núñez Maza delgado, altivo, fibroso, con la camisa azul y al fondo las rocas y el mar. En alguna de las sesiones estuvo presente la «señorita Semir», de Sabadell, hija de un conocido fabricante de tejidos. Era charlatana y a veces estorbaba a Cefe en su labor; pero lo que decía era interesante.

Al parecer no estaba de acuerdo —Núñez Maza tampoco— con la remodelación del gobierno que Franco había llevado a cabo. Especialmente en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Franco despidió a José Félix de Lequerica y nombró para sustituirle a un católico a ultranza, Alberto Martín Artajo, director técnico seglar de la Acción Católica Española. «Estas injerencias del nacional-catolicismo hacen un daño enorme a la nación. ¡Ministro de Asuntos Exteriores! Como si estuviera el horno para bollos y como si Truman formara parte de las Congregaciones Marianas».

Cefe sabía algo de esas injerencias y les contó lo que acababa de ocurrirle en su taller de Gerona. Mosén Falcó se enteró de que pintaban desnudos —sobre todo para que Félix Reyes cogiera la onda del oficio— y se presentó en casa de Cefe casi blandiendo un crucifijo.

—Precisamente la modelo era una prostituta, la más joven pupila de la Andaluza, que es la patrona gerundense en esas lides. Mosén Falcó la increpó y me increpó a mí. Fue una escena violentísima. Tuve que echarle del taller casi a patadas —Cefe se rió, pues todo terminaba tomándoselo por el lado bueno—. Él y el obispo, si es que éste salva su corazoncito, pueden impedirme que haga una exposición; pero en mi taller, como si quiero pintar desnuda a la esposa del gobernador…

Núñez Maza se rió, porque conoció a mosén Falcó, aunque sólo de pasada, en la División Azul.

—Ése sería capaz de crear un infierno aquí en la tierra, si no estuviera convencido de que existe otro en el más allá.

Cefe añadió:

—Ahora se va a Jaca a unas conferencias sobre el Concilio de Trento… Cuando regrese, seguro que llevará en la maleta, ése, su infierno particular.

Núñez Maza respiraba hondo. Se sentía dichoso. En la clínica Chaos habían hecho maravillas con él y por primera vez en mucho tiempo notaba que el cuerpo le respondía. Además, la «señorita Semir» era un encanto de criatura. Independizada económicamente por su padre, se interesaba vivamente por la política. Estaba al corriente de todo lo que ocurría en el país y jamás hubiera soñado en conocer tan a fondo a Núñez Maza, del que en tiempos había oído hablar. Se había enamorado de él, pero él le dijo desde el primer momento que hasta nuevo aviso se negaba a corresponder a su amor. «Estoy desterrado. Convaleciente. Sin un céntimo. Te equivocas… Seguro que en Sabadell encontrarás un heredero educado en los jesuitas y mucho más entero que yo…» La señorita Semir —Purita para los amigos— negaba con la cabeza.

—Eres tonto de capirote. O me caso contigo o me meto en un convento.

Fue Purita quien le comunicó a Núñez Maza que, en vista de los acontecimientos, don Juan pensaba dejar Lausana y trasladarse a Portugal, a Estoril, «para estar más cerca de España».

—Por si llega la ocasión…

También le comunicó que Otto Skorzeny, de 1,92 de altura, con cicatriz prusiana en la cara y liberador de Mussolini en el Gran Sasso había sido detenido, pero con la promesa de que pronto sería autorizado a trasladarse libremente a España y a residir en Madrid.

—¡Oh, en Madrid ocurren muchas cosas! En una fonda puede leerse un anuncio: «Hospedería para el alemán desamparado». Y en las calles de la capital, ante el asombro de la gente, ha aparecido el primer jeep americano…

Núñez Maza sonrió.

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