Le gustaba deambular a oscuras por sus salas. Imaginariamente, dialogaba con Beatrice Balzani. Era un juego de vivencia literaria. En ningún momento dejó de considerarlo así. Mas no por ello dejó de disfrutarlo.
El espejo roto fue reparado y en apariencia quedó como antes, para que nadie en el futuro atara cabos y sospechara la verdad.
Se hicieron varias demostraciones de las ilusiones catóptricas, en sesiones reservadas a profesores de la universidad y luego, los Forlani volvieron a su olvido secular.
No obstante, los espejos continuaron resultándole muy sugerentes a Giovanni. Algunos de sus coloquios imaginarios con Beatrice los celebró precisamente ante ellos.
Todos, incluso Giorgio, hicieron honor al compromiso adquirido. El secreto quedó a salvo y Beatrice continuó siendo la que nunca murió.
Lena y Giovanni estuvieron muy unidos durante el resto del curso. Después, con la llegada del verano, él volvió a Nápoles y sus vidas siguieron caminos separados. Sin embargo, nunca llegaron a olvidarse. Era muy hermoso lo que habían compartido, y su huella fue perdurable.
Por lo que sabemos, Conti alcanzó fama como historiador y cronista, y cultivó también el arte del relato. Siempre conservó con orgullo el diploma de mención honorífica que le entregó Giacomo Amadio.
Junto a la firma del catedrático, invisible, figuraba la de Beatrice Balzani.