Legado (4 page)

Read Legado Online

Authors: Greg Bear

Tags: #ciencia ficción

BOOK: Legado
7.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

Delante no había casquete. No había final.

La Vía se extendía para siempre, o al menos hasta distancias incomprensibles e inconmensurables. Éste era el logro de Korzenowski: conseguir que Thistledown fuese más grande por dentro que por fuera y abrir un infinito potencial para la aventura y el peligro; por eso lo habían asesinado poco después de la inauguración de la Vía.

El no podía haber previsto la existencia de los jarts.

—Es una cuestión de estabilidad económica —dijo Yanosh—. Pero las pasiones se han inflamado durante los últimos veinticinco años.

—Se están abriendo puertas. Algunos naderitas se están inscribiendo para inmigrar.

—La política no es un arte racional, ni siquiera en Thistledown. Llevamos mucho de la Tierra en nosotros.

Miré hacia arriba. En el centro de la luz que brotaba del casquete sur, una línea delgada se hacía visible como una ausencia perturbadora. La creación de la Vía, por una necesidad metafísica que yo comprendía sólo a medias, había generado una singularidad que iba a lo largo del universo premodelado de Korzenowski: la falla. Encaramada sobre la falla, a sesenta kilómetros del conducto del casquete sur, se estaba construyendo por tramos una ciudad colgante.

Hacia el eje, una sección nueva se extendía sobre la arena blanca cubierta de robots que parecían hormigas sobre una torta de azúcar. Se convertiría en la mitad de Axis Nader que faltaba, una concesión a aquellas fuerzas que ni siquiera creían en la Vía. Sobre nosotros ya flotaban tres sectores colgantes de Ciudad de Axis: blancos, acerados y grises; grandes monumentos cilíndricos tachonados de torres que se elevaban un kilómetro o más sobre sus cuerpos principales. La ciudad relucía diáfana en la delgada atmósfera que cubría el suelo de este sector de la Vía. Al final de la autopista, a sesenta kilómetros del casquete sur, un cable privado colgaba de la ciudad de arriba. El coche se detuvo junto a la góndola del cable.

—¿Qué creen que he hecho? —le pregunté a Yanosh.

—No sé. Nadie lo sabe. Es algo que ni siquiera el primer administrador de Alexandria está dispuesto a decir.

—Soy un soldadito de un ejército enorme. Apenas tengo rango siete. No merezco tanto alboroto.

—Eso dice la gente sensata... este mes. Acusaciones secretas demasiado graves para ser mencionadas entre extremistas que presuntamente ni siquiera ejercen influencia sobre los sectores radicales. —Se volvió hacia mí mientras se abría la puerta de la góndola—. ¿Tiene sentido?

Lo tenía, pero yo no podía decírselo a él ni a nadie. Teóricamente, era posible revivir a Korzenowski si los geshels cambiaban las leyes. Podía convertirse en un símbolo muy poderoso. Tal vez la única otra persona que lo sabía había cambiado de parecer, o había sido indiscreta.

—No —dije.

—Seguiremos hablando en mi oficina.

La oficina de Yanosh daba a una pared externa del primer distrito terminado de Axis Naden Las oficinas del Nexo se apiñaban como cristales de cuarzo en este barrio exterior.

—Refutaré un absurdo con otro —dijo Yanosh—. Éste es mucho más importante. ¿Has oído hablar de Jaime Carr Lenk? —Se apoyó en el borde de su reducido tablero de trabajo. Detalles de la construcción de Ciudad de Axis titilaban alrededor de Yanosh.

—Encabezaba un grupo de naderitas radicales que se hacían llamar divaricatos. Desapareció.

—Sabemos adonde ha ido. Reunió a cuatro mil adeptos divaricatos, y algunas humildes máquinas y se fue a construir Utopía.

Me pregunté si Yanosh bromeaba. Adoraba las historias acerca de la locura humana.

—¿Adonde? —pregunté.

—Pregunta errónea —dijo Yanosh, estudiándome el rostro.

Los límites de Thistledown eran bien conocidos. Existían escondrijos, pero no para tanta gente. Entonces me di cuenta de la enormidad de aquello, tanto por el número de desaparecidos, cuatro mil ciudadanos, como por el hecho de que su desaparición había pasado inadvertida y no se había difundido la noticia. Sentí una gran curiosidad, pero obré con cautela.

—¿Como, entonces? —pregunté.

—La devoción de esa gente por Lenk era total. Incluso adoptaron su nombre y le aplicaron honoríficos, como al propio Nader. Todos ocultaron sus huellas. Individualmente, o como familias o grupos, alegaron estar en un retiro consagrado al conocimiento, en una u otra cámara, en una u otra ciudad. Según las leyes de la coalición, los organismos del Nexo no debían buscarlos ni interrogarlos hasta que regresaran a la vida secular. Lenk escogió familias enteras, maridos con sus mujeres, padres con sus hijos; no elementos sueltos, sino tríadas. Desaparecieron sin dejar rastro hace cinco años. Sólo se anunció la desaparición de Lenk. Los demás...

—¿Adonde los llevó?

—Vía abajo. Con la complicidad de dos aprendices de abrepuertas, creó un pasaje ilegal en una pila geométrica.

—¿Nadie lo sabía?

Mi asombro se convirtió en incredulidad. Me aliviaba no tener que pensar en mi otro problema, siempre que fuera tal problema y no una falsa alarma.

—Fuimos víctimas de una maniobra, claro, pero eso no es excusa. Escogieron una región próxima a la frontera, cerca de los límites jarts. Usaron el conflicto del 748 como tapadera. Se escabulleron detrás de las fuerzas defensivas, disfrazándose de unidad de soporte. Nadie los detectó. Contaron con ayuda... todavía lo estamos investigando. Parece que Lenk tenía contactos. Alguien le habló de Lamarckia.

—¿Lamarckia? —El nombre sonaba exótico.

—Un secreto muy bien guardado.

—¿El Nexo guarda secretos? —pregunté irónicamente.

Yanosh ni siquiera pestañeó.

—Hace doce años los primeros prospectores de puertas descubrieron un mundo extraordinario. Muy terrícola. Lo llamaron Lamarckia. Había poco tiempo para explorar, así que después de realizar una breve investigación cerraron la puerta, marcaron un nódulo y lo reservaron para su posterior estudio. Todos esos descubrimientos se han mantenido en secreto, para impedir episodios de este tipo.

—¿Cómo es posible que se sepa algo sobre Lenk después de tanto tiempo?

—Un inmigrante regresó. Robó una de las dos clavículas que poseía Lenk y regresó por entre una maraña de mundolíneas de la pila. Una fallonave de defensa lo encontró medio muerto en un traje de presión agotado. Lo trajo aquí.

A través del suelo transparente, Yanosh miró las inmensas grúas y las telarañas de cables y los líquidos campos de tracción rojos y verdes que alzaban piezas del nuevo distrito desde el suelo de la Vía.

—Algunos dicen que quizá nunca podamos regresar a Lamarckia, por culpa de lo que ellos han hecho. Otros, en quienes confío más, dicen que puede ser difícil, pero no imposible. Los abrepuertas temen que una clavícula caiga en manos de los jarts... si tienen manos. Podríamos perder el control de esa región en cualquier momento. El Nexo ha convenido en enviar un abrepuertas de rango medio para revisar los daños. Ha pedido que lo acompañe un investigador. Se mencionó tu nombre. Y no fui yo quien lo mencionó.

—¿No? —Sonreí con incredulidad. Él permaneció serio.

—Tal vez sea el mundo más bello que hemos descubierto. Algunos geshels sugieren que Lamarckia podría convertirse en nuestro refugio si perdemos la guerra. —Enarcó las cejas críticamente—. Es el más terrícola de los diez mundos que hemos tenido tiempo de abrir.

—¿Por qué no lo hemos desarrollado?

—¿Podríamos haberlo conservado, en tal caso? Los jarts nos han expulsado de esa pila, y nosotros a ellos. Y eso se ha repetido tres veces desde el descubrimiento.

Se sabía poco o nada sobre la anatomía, la psicología o la historia de los jarts. Se sabía aún menos sobre el modo en que habían construido su puerta inversa después de la creación de la Vía, y antes que se inaugurase y se conectara con Thistledown.

Los jarts habían lanzado una feroz ofensiva sorpresa en el momento de la inauguración, matando a miles de personas. Desde entonces, ambos bandos habían librado una guerra sin cuartel, recurriendo a todas las armas disponibles, incluida la física de la Vía. Sus constructores, y los que tenían acceso a sus muchas realidades, podían convertir vastos tramos de la Vía en lugares inhóspitos para cualquier criatura viviente.

Yanosh me miró desafiante.

—El Nexo desea que alguien viaje a Lamarckia y recobre la otra clavícula. Mientras esa persona esté ahí, también puede estudiar mejor el planeta. Sabemos poco, sólo contamos con un breve informe. Lamarckia parece ser un paraíso, pero su biología es insólita. Necesitamos saber qué daños ha causado Lenk.

—¿Y no me propusiste inmediatamente?

Yanosh sonrió. Sacudí la cabeza dubitativamente.

—Tengo fama de ser terco y desobediente, aunque capaz. Dudo que mis comandantes de división me recomendaran.

—Me preguntaron por ti, y dije que podías hacerlo, que incluso podías disfrutar haciéndolo. Pero, con franqueza, no es la misión que encomendaría a un viejo amigo.

Yanosh sospechaba que yo me aburría siendo un mero soldado y que necesitaba una oportunidad para descollar; sabía, sin que yo se lo dijera, que mi personalidad no encajaba en Defensa de la Vía. La situación con los jarts se había estabilizado por el momento en un tenso empate. Una misión del Nexo —una misión difícil— me garantizaría un ascenso rápido, si tenía éxito.

Yanosh sabía que en otra época yo había tenido tratos con divaricatos. Mis padres habían conocido a varios. Quince años antes yo había conocido a Jaime Carr Lenk. Conocía sus costumbres.

—Los líderes geshels del Nexo me han encomendado resolver el problema de Lamarckia —dijo Yanosh—. Es mi propio bautismo de fuego. Y una prueba. Si aceptas y triunfas, ambos saldremos ganando... Así que respondí que preguntaría, pero no te respaldé específicamente.

—¿Y los inmigrantes?

—Traerlos de vuelta será políticamente conflictivo. Los divaricatos tienen una actitud muy especial hacia la Vía. La aborrecen, pero creen que pueden usarla. Siempre han hablado de una patria alejada de Thistledown y los geshels. Una nueva Tierra. Pero a decir verdad, por el momento los geshels siguen gobernando el Nexo, y el planeta nos interesa más que la gente. Si han interferido (y parece inevitable que lo hayan hecho, siendo como son), los traeremos de vuelta y Lenk irá a juicio. Eso ensuciaría la fama de los grupos radicales.

—Una perspectiva sombría.

Yanosh no afirmó lo contrario.

—Es una misión grandiosa —dijo—. Un planeta entero a tu disposición. No será fácil, pero debo admitir que en cierto sentido te va que ni pintado, Olmy.

Me pregunté si no estaría siendo un tanto paranoico con lo de mi secreto. No había pasado los últimos cinco años haciendo sólo de soldado, y Yanosh, o sus superiores, no eran los primeros que me consideraban útil fuera de Defensa de la Vía. Sin embargo, aquello iba más allá de mis aptitudes conocidas.

—¿Y me han escogido por alguna otra razón? —pregunté.

—No sé qué has hecho para molestar a los naderitas, pero esto te deja fuera de la guerra política. Esta misión podría servirte de celda, de lugar donde nadie podría alcanzarte hasta que resolvamos la situación política. No sé en qué estás metido.

—Siempre he sido leal al Hexamon.

—También el Nexo valora la lealtad.

—Haces distinciones muy sutiles. El poder viene y va. Doy al cesar lo que es del cesar.

Yanosh apartó los ojos, entornándolos con repentina fatiga.

—Te has convertido en un enigma para la mayoría de nuestros amigos. ¿A quién eres leal? ¿A los geshels o a los naderitas?

—Korzenowski era naderita y construyó la Vía.

—Pagó por su arrogancia.

—Y tú... ¿a quién eres leal?

—No has respondido a mi pregunta.

—Afortunadamente para todos, no tenemos que revelar a quién somos leales para servir en Defensa ni en el Nexo. Durante años he servido a los intereses de los geshels.

—Pero Uleysa... —Yanosh enarcó las cejas, aludiendo tácitamente a muchas cosas, a todo lo sucedido desde nuestro último encuentro. Desde que éramos amigos, la capacidad perceptiva de Yanosh me había irritado más de una vez.

—Un error. No político. Personal. Pero si el Nexo quiere que se realice una tarea... ¿por qué envía sólo a una persona?

Yanosh me miró intensamente, como si viera a través de mí.

—Tu rostro. Tus ojos. Nunca has tratado de adaptarte, ¿verdad?

—Nunca lo he necesitado.

—Es más que eso. —Yanosh sacudió la cabeza—. No importa. —Suspiró—. Ojalá hubiera nacido antes de que el Hexamon inaugurase la Vía. Las cosas eran mucho más simples.

—Y más aburridas. Me pregunto hasta qué punto confías en mí.

—Para serte franco, no he tenido más remedio que entrevistarte. Me pusieron en esta situación las artimañas de tácticos cuyas motivaciones nunca son del todo claras. Te creo capaz de cumplir la misión, naturalmente, y no creo que sea mi pellejo el que está en juego. Y si aceptas, sería para mí un alivio.

—Alguien valora mucho Lamarckia.

—La ministra presidencial en persona. Eso me han dicho. Quiere saber más acerca de Lamarckia, pero no puede organizar una gran expedición por el Nexo en este momento. Los jarts deben ser nuestra principal preocupación. En cierto modo, eres una ficha en una enorme apuesta. La ministra presidencial apuesta a que pueden ponerte solo en Lamarckia para que recabes información y juzgues la situación. Cuando convenza al Nexo de que es preciso enviar una expedición de más envergadura, dicha expedición tropezará con menos contratiempos. Se pondrán en contacto contigo, tú los pondrás al corriente y, todos juntos, reclamaremos Lamarckia.

—Entiendo.

—Creo que ella ganará la apuesta, aunque los naderitas lleguen a controlar el Nexo. Sus argumentos son irrebatibles. Dentro de semanas o de meses, si la pila geométrica colabora, tendrás mucha compañía.

—¿Y si no obtienen aprobación del Nexo, y no es posible abrir la puerta?

—Tendrás que encontrar la segunda clavícula de Lenk y abrir tu propia puerta.

—Eso sí que me suena a celda.

—Nadie cree que la misión sea fácil o segura.

Para mí aquello representaba un reto, al igual que el inconstante entusiasmo de Yanosh.

—Perfecto —dije. En esa pequeña oficina de vistas espectaculares, atestada de las perspectivas de futuro de Ciudad de Axis, le sonreí a mi viejo amigo—. Me interesa, desde luego.

—Me temo que con tu interés no basta —dijo Yanosh, retrocediendo y entrelazando las manos—. Necesito una respuesta. Pronto.

Other books

In Flight by Rachael Orman
Lestat el vampiro by Anne Rice
A Rogue's Life by Wilkie Collins
The Cursed Doubloon by B.T. Love
Trans-Siberian Express by Warren Adler
Mating Fever by Celeste Anwar