Las maravillas del 2000 (4 page)

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Authors: Emilio Salgari

BOOK: Las maravillas del 2000
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Esperaron algunos minutos y después, cuando la corriente fría disminuyó, uno por vez se introdujeron en el sepulcro, agachados, dado que la puerta era demasiado baja y estrecha.

Se encontraron en una habitación circular, con las paredes cubiertas de vidrio sujetadas por armaduras de cobre. En el centro había una cama bastante grande y sobre ella, envueltos en gruesas frazadas de lana, se veían dos seres humanos colocados uno al lado del otro.

Sus rostros estaban amarillos, sus ojos cerrados, y sus brazos, que tenían debajo de las frazadas, parecían rígidos. No se encontraba en ellos ninguna señal de corrupción de sus carnes.

El señor Holker se acercó rápidamente a ellos y levantó las frazadas.

—¡Ah, es increíble! —exclamó—. ¿Cómo han podido conservarse así estos dos hombres después de cien años? ¿Es posible que todavía estén vivos? Nadie lo admitiría.

Sus compañeros también se habían acercado y miraban con una especie de terror a aquellos dos hombres, preguntándose ansiosamente si se encontraban delante de dos cadáveres o de dos durmientes.

El que se hallaba a la derecha era un hermoso joven de veinticinco o treinta años con el cabello rubio, de estatura elevada y esbelto; el otro, en cambio, representaba cincuenta o sesenta años, tenía el cabello entrecano, y era mucho más bajo de estatura y de formas más macizas.

Tanto uno como otro estaban maravillosamente conservados: sólo la piel del rostro, como ya hemos dicho, había tomado un tinte amarillento, parecido al de la raza mongólica.

—¿Cuál es su antepasado? —preguntó el notario.

—El más viejo —respondió Holker—. El otro es el señor James Brandok.

—¿Va a actuar enseguida?

—Sin esperar más.

—Usted es médico, ¿no es verdad?

—Como mi antepasado.

—¿Sabe cómo debe actuar?

—El documento dejado por Toby Holker habla claro. No se trata más que de dos inyecciones. —¿Y el líquido misterioso?

—Debe estar en aquella cajita —respondió el señor Holker señalando una caja de metal que se encontraba al lado de la cama.

—¿Volverán en seguida a la vida?

—No creo; probablemente después que los hayamos sumergido en agua tibia.

—¿Entonces tendremos que llevarlos hasta el poblado?

—No es necesario —respondió el señor Holker—. He dado la orden a mi chofer de que vuelva aquí con el Condor y no tardará en llegar. Llevaré a mi antepasado y al señor Brandok a mi casa, en Nueva York. Deseo que todos ignoren la resurrección de estos dos hombres si consigo hacerlos volver a la vida.

Mientras hablaba había abierto la cajita de hierro donde se veían unos documentos, dos frascos de cristal llenos de un líquido rojizo y jeringas.

—He aquí el filtro misterioso —dijo tomando los frascos—. Actuaremos sin perder un momento.

Desnudó el pecho de los dos durmientes y sumergió una jeringa en uno de los dos frascos diciendo:

—Una inyección en dirección al corazón y otra en el cuello; veremos si se logra algún efecto.

—Señor Holker —dijo el notario—, usted que es doctor, ¿le parece que están muertos? Tienen un aspecto...

—¿De momias egipcias?

—No, porque sus carnes tienen todavía una cierta frescura.

—Entonces de personas no muertas —dijo el señor Holker—. ¿Saben que no desespero?

—¿Laten sus corazones?

—No.

—¿Están fríos?

—¡Ya lo creo! ¡Con la temperatura que reinaba aquí dentro! Están sumergidos en una especie de catalepsia que me recuerda los extraordinarios experimentos de los fakires hindúes.

—¿Entonces no pierde las esperanzas?

—Sobre eso no puedo responder. Solamente constato que están maravillosamente conservados después de veinte lustros. Ayúdeme, señor Sterken.

—¿Qué debo hacer?

—Tenga este frasco mientras yo inyecto el líquido descubierto por mi antepasado.

—¿Y si es fatal?

—Yo ejecuto su última voluntad; si muere, admitiendo que todavía duerme, no será culpa mía. ¡Probemos!...

El señor Holker tomó la jeringa, apoyó la agudísima punta en el pecho del doctor, cerca del corazón, e inyectó subcutá— neamente el líquido. Repitió la misma operación en el cuello, en la vena yugular; y después esperó, presa de una profunda ansiedad, mientras tomaba el pulso de su antepasado.

Nadie hablaba: todos tenían la vista fija en el doctor con la esperanza de sorprender en ese rostro amarillento cualquier señal que pudiese ser el indicio de un retorno a la vida. Había transcurrido un minuto cuando el señor Holker dejó escapar un grito de estupor.

—¡Es increíble!

—¿Qué pasa? —preguntaron a la vez el notario y el intendente.

—¡Este hombre no está muerto!

—¿Tiene pulso?

—Sentí una ligera vibración.

—¿Tal vez se ha engañado? —preguntó el notario, que se había puesto muy pálido.

—No... es imposible... tiene pulso... ligeramente, sí, pero lo tiene... No estoy soñando.

—¡Después de cien años!

—Silencio... escuchemos si el corazón da alguna señal de vida...

El señor Holker apoyó la cabeza en el pecho de su antepasado.

—¿Está frío? —preguntó el intendente.

—Sí, sigue frío.

—Mala señal; los muertos siempre están fríos.

—Espere, señor intendente, el filtro apenas ha comenzado a actuar.

—Y..

—¡Cállese! ¡Maravilloso!... ¡Increíble!... ¿Qué fue lo que inventó mi antepasado? ¿Qué son los médicos modernos comparados con él? ¡Burros, incluyéndome a mí!

—Entonces, ¿late el corazón? —preguntaron al unísono el intendente y el notario.

—Sí... late...

—¿No se engaña?

—¿Un médico?

—Sin embargo, ese tinte amarillento aún no desaparece —observó el notario.

—Después... después del baño tal vez... ¡Sí, el corazón la te!... ¡Es un milagro!... ¡Volver a la vida después de cien años! ¿Quién lo creería? ¡Me tomarían por loco!

—¿Y el pulso?

—Vibra cada vez con más fuerza.

—El señor Brandok, doctor —dijo el intendente.

En ese momento un fuerte silbido llegó desde afuera.

—Es mi Condor—dijo el señor Holker—. ¡Llega a tiempo!

—¿Necesita algo de su chofer? —preguntó el notario.

—Que traiga una palanca para abrir el subterráneo... Y ahora ocupémonos del señor Brandok.

Desnudó el pecho del joven y repitió las inyecciones hechas al señor Toby.

Dos minutos después sintió una leve vibración de su pulso y constató además que el color amarillento tendía a desaparecer y que un tenue color rosado aparecía en las mejillas del durmiente.

—¡Qué milagro! —repetía el señor Holker—. Mañana estos hombres hablarán como nosotros.

El notario había vuelto con un negro de estatura imponente, un verdadero Hércules, de espaldas anchísimas, brazos gruesos y musculosos.

—Harry —dijo el señor Holker dirigiéndose al gigante—. Toma a estas dos personas y llévalas al Condor. Trata de no apretarlas demasiado.

—Sí, mi amo.

—¿Están listos los colchones?

—Y también la carpa.

—Apúrate, muchacho mío.

El señor Holker corrió la cama y puso las manos sobre una plancha de hierro de forma circular provista de un anillo.

—Aquí abajo debe estar el subterráneo que contiene los millones de mi antepasado y del señor Brandok —dijo.

—¿Estarán allí aún? —preguntó el notario.

—Sólo nosotros sabemos que los dos durmientes los habían puesto allí, y además vimos que todo estaba en orden aquí dentro, por lo tanto nadie pudo haber entrado.

Pasó por el anillo la palanca traída por el criado y, no sin esfuerzo, levantó la plancha.

Como ya había caído la noche, encendió una lámpara eléctrica y divisó una escalerita abierta en la roca viva.

Descendió, seguido por el notario y el intendente, y se encontró con un nicho de dos metros cuadrados que contenía dos cajas fuertes de acero.

—Aquí dentro están los millones —dijo.

—¿Los llevará al Condor? —preguntó el notario.

—Pertenecen a mi antepasado y al señor Brandok. Estando vivos no tengo ningún derecho sobre estas riquezas...

¡Harry!

El negro, después de llevar a Toby y a Brandok, ya había vuelto y bajó al subterráneo.

—Ayúdame —le dijo Holker.

—Yo solo me basto, mi amo —respondió el gigante—. Mis músculos son sólidos y mis espaldas anchas.

Tomó la caja más grande y se la llevó.

—Señores —dijo Holker cuando Harry se llevó la segunda caja—. La misión de ustedes ha terminado. El señor Brandok y mi antepasado sabrán recompensarles pronto la gentileza que han tenido.

—¿Los traerá un día para que los veamos? —preguntó el notario.

—Se los prometo.

—¿Está seguro de que volverán a la vida? —dijo el intendente.

—Así lo espero, después de un baño de agua tibia. Dentro de cuatro horas estaré en Nueva York y mañana tendrán noticias mías.

Salieron del pequeño sepulcro y del recinto, cerrando la verja, y se dirigieron hacia el borde de la roca que se extendía sobre el océano, donde se veía vagamente y entre las tinieblas una masa negra sobre la cual se agitaban unas alas monstruosas.

—Enciende el faro, Harry —ordenó Holker.

Un haz de luz de gran potencia iluminó toda la cima de la roca y la masa de agua que se agitaba en el borde.

El Condor era una especie de máquina voladora provista de cuatro alas gigantescas y hélices enormes, colocadas sobre una plataforma de metal, larga y estrecha, rodeada por una balaustrada. En el centro, colocados sobre un blando colchón y protegidos por una cortina, se encontraban el doctor Toby y Brandok, uno al lado del otro. El negro estaba en la popa de la plataforma, detrás de una pequeña máquina provista de varios tubos.

—Hasta pronto, señores —dijo Holker subiendo a la plataforma y sentándose al lado de los dos resucitados.

—Buen viaje, señor Holker —respondieron el notario y el intendente—. Envíenos mañana noticias del doctor y del señor Brandok.

—A cien millas por hora, muchacho mío —dijo Holker al negro—. Tengo prisa.

Las alas y las hélices se pusieron en movimiento y la máquina voladora partió a la velocidad del rayo, pasando sobre la isla de Nantucket y manteniendo la proa en dirección sudoeste. El señor Holker examinaba al doctor Toby y a su compañero, apoyando con frecuencia la mano sobre sus pechos y comprobando de tanto en tanto sus pulsos.

Sus arterias ya comenzaban a latir, aunque débilmente, pero todavía no respiraban y el corazón seguía mudo.

—Veremos después del baño —murmuraba el señor Holker—. No están muertos, por lo tanto no hay que desesperar. ¡Qué sorpresa se llevarán cuando abran los ojos! ¡Revivir después de cien años! ¿Qué maravilloso filtro descubrió mi antepasado? ¡Es algo inexplicable, no han envejecido!

El Condor, mientras tanto, continuaba su carrera fulmínea. Había pasado la isla y ahora volaba sobre el océano, manteniéndose a una altura de ciento cincuenta metros.

Su lámpara seguía emitiendo un largo haz de luz que se reflejaba en las olas.

A medianoche, hacia el oeste, se descubrieron de pronto unas ondas de luz blanca que subían a gran altura.

—Nueva York, mi amo —dijo el negro.

—¿Ya? —respondió Holker—. Has superado las cien millas por hora, mi buen Harry. Apurémonos y ten cuidado de no chocar con nadie.

Se había levantado y miraba hacia esas luces.

—Llegaremos pronto —murmuró.

Veinte minutos después el Condor volaba sobre un macizo de casas inmensas, de torres y campanarios.

Describió algunas vueltas en el aire, proyectando el haz de luz sobre los techos de las casas; después bajó sobre una vasta terraza de metal situada en la cima de un edificio de veinte pisos.

—Ya llegamos, mi amo —dijo el negro.

—Carga a los dos durmientes y llévalos a mi habitación. ¡Y ni una palabra a nadie!

II

Habían transcurrido otras dos horas cuando el doctor Toby abrió finalmente los ojos, después de cien años en que los había mantenido cerrados. Tras una inmersión en una bañera llena de agua tibia que duraría un cuarto de hora, había comenzado a dar algunos signos de vida y a perder el tinte amarillento, pero fue necesaria una nueva inyección del filtro maravilloso para que el corazón reanudase sus funciones.

Después de los primeros latidos la rigidez de los músculos había desaparecido rápidamente y el color rosado había vuelto a su rostro junto con la circulación de la sangre.

Apenas abrió los ojos su mirada se fijó en el señor Holker, que estaba allí cerca frotando el pecho de Brandok.

—Buen día... —le dijo su sobrino político acercándose rápidamente.

Toby permanecía mudo; aunque sus ojos hablaban por él.

En su mirada había estupor, ansiedad, quizá miedo también.

—¿Me escucha? —preguntó Holker.

El doctor hizo un gesto afirmativo con la cabeza, después movió los labios varias veces, sin que pudiese emitir sonido alguno. Por cierto la lengua todavía no había vuelto a adquirir su elasticidad después de haber estado tantos años inmovilizada.

—¿Cómo se siente? ¿Mal quizá?

Toby hizo un gesto negativo, después levantó las manos haciendo signos absolutamente incomprensibles para el señor Holker. De pronto las bajó, apuntando hacia al señor Brandok, que estaba acostado en una cama vecina.

—Me pregunta si su compañero está vivo o muerto, ¿no es verdad?

El doctor afirmó con un gesto.

—No tema, señor... tío, si no le molesta que lo llame con este título, ya que pertenezco a su familia, como descendiente de su hermana... No tema, también su compañero está por volver a la vida y dentro de poco abrirá los ojos. ¿Tiene dificultades para mover la lengua? Veamos, tío... yo también soy doctor, como usted.

Le abrió la boca y le tiró varias veces de la lengua, que parecía atrofiada, moviéndosela en todos los sentidos para hacerle adquirir la perdida agilidad.

—¿Funciona ahora?

Un sonido al principio confuso salió de los labios del doctor Toby; después un grito:

—¡La vida! ¡La vida!

—Gracias a su filtro, tío.

—¿Cien años?

—Sí, después de cien años de sueño —respondió Holker—. Por cierto, no creía que volvería a la vida.

—¡Sí! ¡Sí! —balbuceó el doctor.

En ese instante una voz débil dijo:

—¿Toby? ¿Toby?

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