La última astronave de la Tierra (26 page)

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Authors: John Boyd

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La última astronave de la Tierra
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—¡Unas cuantas tonterías! —el chillido agudo venía del rincón—. Papá, él arrastró el nombre de Fairweather por el fango. Me robó mi virtud. Me llevó a la ruina. Es el padre de mi hijo. ¿Son ésas tonterías?

Metiéndose la blusa por la falda se acercaba ya hacia la chimenea.

—Padre, este hombre me traicionó. Tuve que casarme con él para hacer de Haldane un hombre honrado.

—Ése no fue nuestro acuerdo, muchacha —le riñó Fairweather— es costumbre que un padre apruebe los pretendientes de su hija.

Se volvió hacia Haldane.

—No se habló para nada de que se casara contigo, pero supongo que está bien, ya que estaba a punto de ser una solterona cuando aceptó la tarea…

—¡Maldita sea, padre! —gritó Helix indignada—. Sabes bien que rechacé cuatrocientas veinte proposiciones… En cuanto a ti, Haldane, de los sesenta y cinco mil posibles M-5 del planeta, fuiste elegido por mí. Si eres un conejillo de Indias, eres uno muy especial.

—Siempre puedo confiar en que mi hija haga lo que deba hacer —dijo Fairweather—, mientras no se oponga a lo que ella desea hacer. Emprendió la misión con la mira puesta en un ejemplar como tú… no digas que no es verdad, hija.

—Sí, lo es, pero deja de descubrir mis secretos.

La mente de Haldane giraba locamente debido a las derivaciones de lo que acababa de oír, pero una de ellas se alzó en su mente como un Anapurna que surgiera en las llanuras de Salisbury.

—Señor, si ella ha rechazado cuatrocientas veinte proposiciones, debe ser una mujer de mucha experiencia.

—Bastante —asintió Fairweather—, pero demasiado selectiva para una nativa de Infierno. Además, sólo tenía veintidós años cuando la hicimos retroceder hasta la edad de seis para el viaje a la Tierra. Contando los doce años que ha pasado en la Tierra, sólo tiene treinta y cuatro. Orgánicamente, por supuesto, no pasa de los dieciocho.

Bruscamente se volvió Haldane contra ella y explotó:

—¡Y tú discutías mis experiencias! ¡Vaya, si tú ya coqueteabas cuando yo todavía andaba jugando con cometas, y en este planeta! ¡Oh, cómo debes haberte reído de mi conducta tan… experta! Encender cigarrillos por el lado contrario… Practicar el yoga…

Se sentía genuinamente dolido, y ella le puso una mano en el hombro. Había ternura y compasión en la voz de Helix cuando dijo:

—Por favor, no te sientas inadecuado ni inferior, cariño. Nosotras, las mujeres maduras, damos mucho más valor al entusiasmo juvenil que a las artes de la experiencia. Y en ningún punto de Infierno hay un hombre que pudiera alzar el promedio general en un 0.8 por ciento.

Calmado por sus disculpas, Haldane sonrió:

—Tú, mujer de Infierno… —luego se volvió a Fairweather—. Pero, señor, ¿cómo la envió a la Tierra?

—Un truco para explotar la capacidad de la fórmula del tiempo negativo. No es una nave espacial, realmente. Más bien un bote auxiliar espacial. Estoy seguro de que podrás deducir el tipo de vehículo que utilizamos.

—Pero ¿cómo la encajó en el esquema del tiempo, lógicamente?

—Un cohete transcontinental se estrelló en el Pacífico Sur. Sus padres murieron. No hubo supervivientes, a no ser una niña que se halló flotando milagrosamente, y en un salvavidas, cerca de la escena… Tuvimos que esperar por una pareja de A-7, compréndelo, ya que Helix es algo poetisa.

—Pero ¿cómo sabía usted que ese cohete se estrellaría…? —se detuvo. Un taxi del tiempo también podía ir hacia delante, no sólo retroceder—. Disculpe esa pregunta, señor.

—Ahora, jovencita, si le das un beso a tu padre y te sientas en silencio en un rincón, pronto podrás volver a los rituales del himeneo, si eso no es abusar del término.

Tras la ceremonia del beso, Helix se sentó y Fairweather se volvió a Haldane.

—Si interpreto correctamente tu síndrome, estarías dispuesto a ayudarnos a derrocar el Departamento de Sociología y liberar el espíritu del hombre en la Tierra.

—Señor, yo ya estaba haciendo planes por mi cuenta para descomponer su maquinaria cuando su hija amenazó con dejarme. Tenía algo que hacer en la cocina.

—Tratar de descomponer la maquinaria no sirve para nada a menos que se conozca el punto débil —dijo Fairweather— hay pocos períodos de la historia, y ésos tuvieron lugar hace mucho tiempo, en los que un hombre podía alterar el curso de las naciones. Para eliminar el poder de los sociólogos debemos destruir la semilla de ese poder, que fue implantada antes de que nacieran los sociólogos.

»Necesitábamos un matemático teórico para la bajada, porque habrá que hacer ciertos ajustes durante la aproximación a la Tierra. El regreso no es problema. Simplemente se mueve la palanca de activación.

»Tuvimos que enviar a Helix a buscarte a la Tierra porque nunca venia un matemático teórico entre los exiliados. Ellos están tan absortos en sus problemas que no les importa nada el gobierno; en realidad ni siquiera se dan cuenta de que hay un gobierno. Helix tenía que plantar la semilla del desviacionismo. Tu síndrome es un beneficio extra que nadie esperaba.

»Para el período histórico que nuestros expertos han elegido, tendrás que estar más de ocho años en la Tierra, todo lo más. Si se necesita más tiempo será algo violento para ti, ya que no envejecerás. Tenemos que estabilizar tu equilibrio celular para prevenir la enfermedad. También te enseñaremos a autohipnotizarte, a fin de controlar el dolor, y el yoga para controlar el derramamiento de sangre en caso de que te rompas un miembro, o te cortes. Naturalmente, habrás de aprender a autoadministrarte ciertas ayudas médicas.

»Un pequeño aparato que te incrustaremos en una muela te guiará de noche o en tiempo muy nublado hasta el vehículo de que estará en transmisión constante mediante la energía solar, así que estarás relativamente seguro de todo daño.

»Se necesitarán catorce semanas de adiestramiento intensivo, al término de tu luna de miel, a fin de prepararte para el descenso.

—Pero, señor, Helix está… Quiero estar con ella cuando nazca el niño.

—No estarás fuera más de tres días, del tiempo de ella. El mecanismo está programado para compensar el tiempo perdido en el viaje de vuelta.

—Por supuesto —dijo Haldane—, puedo aumentar la V
2
.

—Tu cápsula es muy pequeña, y diseñada para que parezca un pedrusco, pero es demasiado pesada para que la muevan, es imposible de abrirla por la fuerza con ningún instrumento conocido en ese período de la historia.

—¿Se me dará toda la información de ese tiempo y lugar?

—Absolutamente toda. Se te adiestrará durante el sueño, con instrucciones hipnóticas, toda la gama.

»El idioma no será problema. Tenemos eruditos que lo hablan prácticamente en todas las naves espaciales que llegan.

»Una vez hayas llegado, no debes tardar en ajustarte más de lo que te costaría ir de San Francisco a Chicago.

Fairweather hizo una pausa y miró al fuego.

—Un problema me desconcierta porque no puedo contestarlo por mí mismo, y tú y yo somos alter egos.

Se volvió y algo en su voz exigió toda la atención por parte de Haldane.

—El método de descomponer el sistema quedará en tus manos únicamente, ya que tú estarás en el lugar idóneo y tendrás que evaluar la situación. Se te darán en la universidad planes alternativos de acción, y se te sugerirán diversos métodos de enfocarlo, pero la solución final será tuya.

»Existe la posibilidad de que tengas que elegir el asesinato como método. ¿Hay algo en tu experiencia que te lleve a creer que eres capaz de cometer un crimen por tus principios?

Haldane recordó el golpe letal que habría terminado con Whitewater Jones si Hargood no le hubiera detenido.

—Podría matar —dijo sencillamente.

—Esto es muy personal, hijo, pero te lo pregunto por el conacimiento de mi propia personalidad: ¿crees que tu amor por Helix podría mantenerte en tu propósito, a pesar de los halagos de las mujeres que quizá tratarán de disuadirle?

—Señor, ahora ya conozco sus trucos. De ella aprendí mucho sobre las mujeres.

—Hay una pregunta final, y muy importante: ¿vacilas en tu resolución si te digo que la lengua que debes aprender es el hebreo?

Haldane silbó bajito.

Jamás había pensado en el deicidio.

Sentado allí, en otro planeta, era fácil pensar en ello. Pero colocar a aquella Figura en una cruz sería un asunto muy distinto cuando llegara el momento.

¡Oh, diablos!, recordó. La cruz no fue inventada siquiera hasta que EI tenía sesenta y cinco años, sólo cinco antes de que muriera. Tendría que llegar a El antes de que Él tuviera cuarenta años, y eso significaría utilizar un cuchillo o una lanza. Pero no tenía por qué ser mediante un asesinato, se recordó a sí mismo.

Iba a asegurarse de que no fuera así.

Alzó los ojos a Fairweather.

—La resolución está modificada, pero no renuncio a ella —de pronto sonrió—. Señor, si tuviera ya el adiestramiento, estaría dispuesto en tres horas para la caída en Israel.

—Fanfarrón —dijo Helix.

—Entonces eso aclara la razón de mi visita, bastante extraordinaria.

Se levantó, le dio la mano, se inclinó a besar a Helix y se detuvo en la puerta.

—Después de tu luna de miel acércate por la universidad. Hemos reconstruido un pueblo hebreo, con los instrumentos que utilizaban y la comida que tomaban…

»Tus instructores serán judíos fariseos en su mayor parte, no reconstruidos, y estarán luchando la batalla de Jerusalén una y otra vez. No te dejes envolver en sus prejuicios políticos, porque probablemente tú estarás en el otro bando.

»Te llamarán por tu nombre de guerra, que será Judas, un nombre bastante común en aquella área y época, y uno que no figura en Sus anales. El nombre completo, según recuerdo ahora, es Judas Iscariote.

Epílogo:
La Tierra vuelta a visitar

Detestaba las juergas en los campus, con las chicas de pelo lacio y los muchachos barbudos. Ningún estudiante de ingeniería mecánica que se respetara a sí mismo tomaría parte en ninguna de ellas. Pero cruzaba el campus hacia la Unión de Estudiantes, y vio a la chica al bordear la multitud.

Ella estaba de pie y separada de los demás oyentes, el pelo oscuro retirado de la elevada frente, mirando al orador con un desprecio burlón en sus ojos castaños. Por el color de su cutis y las suaves curvas de su cuerpo se figuró que sería libanesa.

Recordó las palabras de un amigo, muerto hacía tiempo: «En una corporeidad, el Oriente inescrutable, el Sur perfumado y lujuriante, el frío y brillante Norte y la audacia del Oeste. Sí, Hal, el vino del amor sólo se bebe en odres levantaos».

Generalmente William Shakespeare sabía de lo que hablaba pero, precisamente en aquel momento, recordó Hal, Bill estaba enredado con una chica de Aleppo. Sin embargo, se detuvo junto a esta muchacha, simuló escuchar al orador y luego le preguntó:

—¿Contra qué se protesta esta vez?

—La enseñanza de nuevo —contestó ella—. El orador trata de organizar un boicot de la universidad.

—Un estudiante romano llamado Junio lo intentó una vez, y Domiciano Flavio lo hizo descuartizar en el Foro.

—Por su efectividad, éste podría ser Junio. Estoy ansiosa de enseñar a estos estudiantes la técnica básica de la organización.

—Si tan ansiosa estás —dijo él—, y ya que yo me dirijo a la cafetería, te invitaré si me enseñas.

Ella se volvió y le miró intensamente.

—¿Intentas impresionarme derrochando tu dinero?

—No. Anoche gané jugando a las cartas, e intento librarme la calderilla.

—Generalmente cobro más de treinta centavos, pero hago precios de saldo los viernes.

Como había pocos estudiantes en la cola de la cafetería durante el período de clase, ella tuvo una buena oportunidad en la elección de los dulces. Echando una ojeada a su perfil, el color de la piel y la frente semítica, él se afirmó en su idea: deliciosa. Y su languidez mientras vacilaba al elegir los bollos, era una expresión que provenía directamente de los bazares de Oriente Medio.

—¿Eres libanesa? —preguntó mientras se dirigían a una mesa.

—No. Griega. Mi nombre es Helen Patrouklos.

—No está tan al sur como Aleppo, ni tan al este como Bagdad, pero es suficiente.

—Ya que estamos reviviendo chistes étnicos —observó ella—; ¿eres holandés?

—No —repuso él—. Hebreo. Hal Dane. D-a-n-e.

—Un nombre raro para ser judío.

—No era mi nombre original. Mi nombre hebreo era Iscariote.

—Judas Iscariote, sin duda —dijo ella eligiendo una mesa—, y sin duda también me estás tomando el pelo.

—Ojalá pudiera experimentar ese gozo.

—No es más que una expresión, tonto.

—Pero muy gráfica —dijo él—. Me encanta vuestro argot moderno.

—¿Moderno? Eso es más viejo que el mundo.

—Lo sé —dijo él—. Lo oí por primera vez de un antiguo amor mío, interesada por tales antigüedades.

—Y ¿dónde está ese antiguo amor? —la pregunta parecía cargada de interés personal, y él pensó: Esta chica está colada por mí.

—Perdida en la inmensidad del tiempo —le aseguró—, más allá de Arcturo.

—¡Si que eres misterioso…! ¿Puedo mojar?

—Por favor, hazlo.

Era la primera chica que había visto, desde el amanecer de la era cristiana, que mojara un bollo en el café con gracia.

—Si me permites una observación personal —dijo—, admiro la gracia de tu mano y tu muñeca cuando haces ese movimiento para mojar en el café.

Ella alzó las cejas y le miró por encima del bollo.

—No me digas que eres de Literatura.

—No. Ingeniería mecánica.

—Pues suenas como un poeta e historiador.

Algo en esta conversación le recordó otra que tuviera lugar casi en este mismo punto y hora en su primer viaje, cuando inicialmente subestimara el poder de una mujer.

—Ese desagradecido de John Milton me puso en contra de la poesía —explicó—. El que pintó a Satán de un modo tan épico que la gente ya no puede reconocerle. Él tiene demasiado sentido común para posar como Príncipe de las Tinieblas. Por cuanto sabemos, Satán puede ser el suegro típico sin nada más extraordinario que un ingenio especial.

—Estás chiflado, Hal, pero me gustas.

No podía saber si era sincera, o si fingía, pero esa distinción siempre sería uno de los misterios de la vida para el varón cargado con la honestidad de su torpeza.

—¿Cuál es tu especialidad? —preguntó.

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