La soledad del mánager (23 page)

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Authors: Manuel Vázquez Montalbán

BOOK: La soledad del mánager
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—¿Se lo ha vendido?

—Sí. Ayer. Vinieron dos señores, lo estuvieron mirando. Lo querían en seguida. Consulté a mi marido. La cantidad era muy buena y además me dijeron que si le vendía los papeles de contabilidad me hacían una oferta por la colección de carteles de la Generalitat y las cartas de Maciá, Companys, Pi i Sunyer; mi marido los conocía a todos.

—¿Quién le hizo la oferta?

—Uno se llamaba Raspall, el otro no me acuerdo.

—¿Ya le han pagado?

—Sí.

—¿Cuánto?

—La cantidad era muy buena. Me dolía venderlo, pero ¿qué iba a hacer yo con todo eso? Sólo me queda una pensión ridícula, este piso, unas acciones que no valen nada. Tampoco le servía de nada a mis hijos.

—¿Quién firmaba el cheque?

—Lo firmó el señor Raspal!. Lo ha ingresado esta mañana mi hijo mayor.

—¿Lo sabe Alemany?

—Yo se lo dije. Me contestó que no. Luego que sí. Ahora se queja a ratos y me insulta, pero después dice que he hecho bien, que así me deja algo.

Alemany dormía, o fingía hacerlo. Carvalho alzó la voz para despertarle:

—¡Alemany! ¡Dígame! ¿Quién era el responsable de la fuga de dinero de la Petnay?

Dormido o sordo, el anciano parecía de mármol impenetrable. No hizo caso a las sucesivas llamadas de Carvalho y las voces atrajeron a sus hijos a la habitación. Con amabilidad primero y airados después pidieron a Carvalho que le dejara morir en paz.

—Ha muerto tanta gente, tanta.

Había dicho el viejo contable, consciente de que iba a ser uno más de sus muertos conocidos y de que nada ni nadie merecía ya el esfuerzo de abrir los ojos. Carvalho casi sentía tras de sí los pasos de los hijos Alemany expulsándole y cuando se quedó solo en el descansillo de la escalera eran otros pasos los que le acuciaban, los mismos que le seguían el rastro y se le adelantaban cuando adivinaban la lógica de sus movimientos: la compra del bar, ahora la de los papeles de Alemany. Concha Hijar tal vez sin saberlo había pactado con el asesino de su marido. Sería inútil llegar ante ella a preguntarle el nombre, sin otro instrumento de presión que una sospecha fundada en un discurso lógico. Con miedo y rabia se metió en las oficinas de la Petnay. La secretaria de Gausachs se apartó a tiempo de no ser empujada. Al propio Gausachs se le rompió la exclamación de sorpresa y el ademán de levantarse, para dejarse caer en el sillón bajo el peso de lo irremediable. Y lo irremediable era Carvalho en el centro del despacho, con la secretaria al lado atragantándose en las disculpas a Gausachs y las acusaciones a Carvalho.

—Está visto que usted aprendió el oficio en las películas americanas.

—Pocas veces había lidiado con chorizos tan importantes como usted, por ejemplo.

Gausachs cerró los ojos y dejó volar el brazo. La amaestrada secretaria se retiró y cerró la puerta tras de sí. Carvalho buscó el sillón más alejado de la posición de Gausachs, se sentó con las piernas balanceantes por encima de uno de los brazos y desde su posición de abandono esperó a que Gausachs saliera de su perplejidad.

—Pero bueno. ¡Es inaudito!

—Hable con propiedad, catedrático. Inaudito quiere decir lo nunca oído y yo hasta ahora no he dicho ni los buenos días.

Gausachs daba la vuelta a la mesa y quedaba en pie ante el detective. Se pasó la mano por el espeso pelo rubio y la misma mano resbaló por la pechera del chaleco para meterse finalmente en un bolsillo del pantalón. Para entonces Gausachs ya sonreía.

—¿A qué viene? ¿A por el cheque? ¿A por la explicación del desfalco hallado por un contable casero?

—Lo del dinero no está descartado. En cuanto al contable, no será tan casero cuando le han comprado su archivo por una cantidad de seis ceros.

—Debía escribir los balances en letra gótica. En cuanto a lo del supuesto desfalco, viva tranquilo. La central de Londres me ha dado una explicación correcta. Lo de la cifra de doscientos millones debe haberlo leído en el cuento de
Alí Baba y los cuarenta ladrones
. Cada año hay pequeñas cantidades desajustadas que se gastan en contactos directos de la Petnay con sucursales o empresas afiliadas: cursos de experimentación técnica, relaciones públicas, gastos de representación. Jaumá se sorprendía ante esos gastos controlados desde Londres y efectuados por apoderados especiales que la Petnay tiene en empresas filiales. Si Jaumá no se hubiera metido en camisas de once varas hubiera permitido que las cuentas globales se hicieran desde Londres y no habría tenido jamás motivos para alarmarse.

—Es decir, no se habría enterado del pastel.

—¡No sea infantil, por Dios! ¿De qué pastel? ¿No se lo estoy dando todo masticado?

Impaciencia, sorpresa, un cierto asco en la actitud de Gausachs.

—Alguien ha comprado a un chulito de pueblo para que se coma el consumao del asesinato de Jaumá.

—Tradúzcamelo al castellano, por favor.

—Ya sabe lo que digo. Alguien ha sobornado a un chulo de poca monta para que confiese haber asesinado a Jaumá. Y ese mismo misterioso alguien ha comprado la memoria' de toda una vida del contable Alemany y entre otros datos la pista que llevaba a quien maneja ese dinero que no cuadra en las cuentas de la Petnay.

—Usted es de los que creen que los jesuitas envenenan las aguas.

—Alguien ha tirado toneladas de bromuro a estas aguas para que todos nos durmamos, y usted es un cínico o un panoli. O tal vez tiene la nariz acondicionada para no oler la inmensa mierda que le rodea.

—Se lo pido casi como un favor. Acepte el regalo económico de la Petnay y déjenos en paz. Por su bien. Por mi bien. Por el de Concha. Basta ya de jugar a James Bond.

44

Parecía haber dormido con el jersey y las puntas flotantes de la oculta camisa de siempre. Núñez le abrió la puerta con una bayeta húmeda en la mano. En el centro de la habitación que era recibidor, dormitorio, comedor, lugar de trabajo a juzgar por las estanterías llenas de libros y una mesa con papeles, un cubo mediado de agua sucia parecía meditar sobre su propia triste condición de cubo de agua sucia. Núñez escurrió bien la bayeta y la depositó en el suelo junto al cubo. De una estantería sacó una botella de colonia y se roció las manos, agitándolas después para que el alcohol se evaporara.

—Mi compañera ha salido a trabajar y yo estaba haciendo la limpieza.

Minutos de silencio y de mutuo estudio.

—Concha quiere echarse atrás y le está buscando. No he podido convencerla.

Con pereza, Carvalho contó su versión de los últimos hechos:

—Ese dinero debía destinarse a alguna finalidad extralegal. Si hubiera sido un desfalco personal, la Petnay no hubiera estado interesada en encubrir al autor. Era un dinero que desaparecía con el beneplácito de la empresa. Jaumá recelaba de algo, se sentía aislado, rodeado y recurrió a un hombre de su confianza. Se conformó con las explicaciones iniciales, pero este año o la cantidad era ya inaceptable o Jaumá descubrió algo que le hizo especialmente incómodo. El paso de asesinarle fue muy grave y por lo tanto debió dar motivos, es decir, se convirtió, en una amenaza. La conclusión es obvia. Deciden matarlo y movilizan toda su influencia política y económica para tapar el pastel. Lo que no entiendo es por qué Jaumá se confió tanto. Ya sabía con quién se jugaba los cuartos. O intentó sacar tajada extorsionando a la Petnay o se fue de la lengua con alguien de su confianza. La primera posibilidad es perfecta en su planteamiento, desarrollo y desenlace. La segunda complica las cosas. Jaumá confiesa a alguien lo que ha descubierto y se equivoca de interlocutor o bien va directamente al responsable y le aborda con franqueza. En uno u otro caso quiere decir que confía en cierto nivel de relación con esa persona: tanto si es para confesarse como si es para acusar, una u otra cosa sólo la puede hacer porque conoce bien a su interlocutor. Es traicionado. Asesinado. El responsable sólo puede ser uno de ustedes, uno de los mosqueteros de la fotografía promocional, uno de los que jugaban a ser reinas el día de mañana, ya me entiende. Lo lógico es que sea Fontanillas o Argemí. Ambos tienen relaciones propias con la Petnay, el primero como consejero de empresas filiales y el segundo como gerente propietario de una empresa muy dependiente del gran pulpo. Pero tampoco es descartable uno de ustedes, los rojos de toda la vida. A Rhomberg lo matan porque sabía algo y temían que yo hablara con él. Todo tiene demasiada envergadura, tal vez demasiada envergadura para mí. Puedo sacar mucho dinero de esto. La viuda me pagará espléndidamente para que no siga poniendo en peligro, la generosa pensión de la empresa. La propia Petnay quiere comprar mi abandono. Nunca he ganado tanto dinero en tan pocos días y eso me intranquiliza. ¿Qué puedo hacer? Vivimos casi en una democracia y puedo levantar a la opinión pública. Mañana cito a un puñado de periodistas y acuso a la Petnay. Gran revuelo. Una investigación. Resultado: un detective de mala muerte ha querido alzarse sobre los tacones postizos de un escándalo.

—Tal como lo cuenta rio hay salida.

—Hay una salida: que ustedes, el ala izquierda de las amistades de Jaumá, den al caso una dimensión política.

—Yo no soy nadie. No puedo complicar a mi partido en un período tan delicado como éste. ¿Se imagina el descalabro que representaría el tomar partido por un maniático sexual que se lleva las bragas de sus putas? Y ésa sería la conclusión de la encuesta. Salimos de muchos años de silencio, persecución. ¿Usted cree que íbamos a asumir un escándalo de este tipo?

—¿Y los otros? Vilaseca, Biedma.

—Vilaseca es un fuera de juego. De poca ayuda le serviría. Biedma seguirá, seguro, pero sería su peor aliado. El rojo furioso y el detective de mala muerte unidos para tirar una escandalosa piedra contra el Goliat de las multinacionales.

—¿Entonces? ¿Cobro y me voy a casa?

—Es su problema.

—¿Usted qué haría?

—Yo de usted no cobraría, me iría a casa y esperaría una situación más propicia, una correlación de fuerzas más favorable. Un día u otro la Petnay dará un traspiés y entonces puede resucitar el caso. Más adelante yo le ayudaría.

—Una tarde, cuando el caserón donde tengo mi despacho se vacía de sus profesionales residuales, dos o tres matones subirán por la escalera. Aprovecharán que Biscuter haya salido, probablemente a la compra. Cuando vuelva Biscuter me encontrará tan muerto como Jaumá y los periódicos dirán: El oscuro asunto del asesinato de un detective especialista en bajos fondos. Tengo una biografía impresentable. Ex rojo. Ex agente internacional. Amante de una puta selectiva más que selecta. O quizá me maten en Vallvidrera e incendien mi casa. Yo suelo encender la chimenea todo el año, hasta en verano. Me ayuda a pensar. Usted me metió en este lío.

—Sólo puedo prestarme a que me maten a su lado. Si eso le consuela iré a hacerle compañía todas las tardes a su despacho o todas las noches a su casa. También puedo comprender una moral individual, pero que empiece y acabe en mí mismo. A eso juego. Estoy dispuesto.

—No tengo ningún interés en morir acompañado.

—Me lo temía.

—Lo grave es que llegaré hasta el final.

—¿Tirará de la manta?

—Llegaré hasta el asesino y cobraré la minuta de la viuda. Estoy ahorrando para la vejez.

—Yo no ahorro para la vejez. Traduzco lo suficiente como para poder fumar sin contraer el cáncer. Ahora estoy trabajando en la
Critica al programa de Gotha
, de Marx.

—Regáleme un ejemplar. Suelo encender la chimenea con libros trascendentales. Cuanto más pretensión de trascendentalidad, más culpabilidad. Seguro que han conseguido engañar a alguien.

—¿Usted es de los que cuando oyen la palabra cultura sacan la pistola?

—No. Yo saco el mechero. La cultura es guisar con salsas o sin salsas, vivir como un mortal o como un inmortal, prestar a la mujer propia o conseguir la de los demás, es decir, cultura francesa o inglesa, española o americana, esquimal o italiana. Lo que usted llama cultura es ortopedia verbal o letrista.

—Tantos años intentando saber el alemán y ahora resulta que es una majadería.

—¿Le ha sacado partido sexual a la lengua?

—¿Se refiere a la lengua hablada o a la lengua como músculo?

—De momento a la lengua hablada.

—No me puedo quejar. A pesar de haber vivido en un país tan puritano como Alemania Oriental, conseguía una muchacha cada semana. Quizá la media exacta no sea semanal, pero se acerca. Bajo la aparente rigidez marxista vibraba el romanticismo del temple colectivo de un pueblo. Una de ellas se empeñó en cortarse un rizo de pelo del sexo y me lo regaló como un recuerdo eterno.

—¿Lo conserva?

—Lo dejé allí. Imagínese que me lo encuentran en el registro de la frontera.

—Ustedes los comunistas son la reserva puritana del mundo.

—Algún día se nos hará justicia.

45

No fue fácil sacar a la viuda Jaumá de su territorio de hijos huérfanos de padre y piso en el que se planchaban y almidonaban hasta los cristales de las ventanas, Citarla en el puerto, desoír sus preguntas y reproches, obligarla a continuar la conversación en una golondrina que cruza las aguas más sucias de este mundo hacia la escollera, fue un tratamiento predispuesto por Carvalho para dominar una situación que se le escapaba. Excesivo invitarla a una ración de mejillones a la marinera en un restaurante de masas situado bajo el faro.

—¿Pero usted qué se ha creído? Usted está a mi servicio. No me trate como si fuera una perrita.

Carvalho engullía los mejillones y luego utilizaba la misma valva como una cuchara para llevarse a la boca auténticas paletadas de sofrito picante.

—Están detestables. Saben a petróleo y más que a la marinera podría hablarse de mejillones naufragados en un mar de sofrito poco hecho. Fíjese la cantidad de clavos de olor que le han puesto. El cocinero debe de ser murciano. Los murcianos ponen tantos clavos en las comidas como los judíos en la cruz de Cristo. Mi abuela era murciana y hacía un caldo de pescado, pobrísimo pero excelente, a base de rodajas de emperador, un pimiento verde, cebolla, tomate y clavo.

—Es usted un payaso.

—Hemos de hablar de dinero. Quiero un treinta por ciento de lo que le han dado por hacerse cómplice del asesinato de su marido.

—Como siga por ahí le voy a dar una bofetada.

—Reprima el coronel de los tercios de Flandes que lleva dentro. Usted ha hecho el juego de los asesinos de su marido. La puntilla fue conchavarse con la mujer de Alemany para que vendiera toda la información del contable. Dígale usted al gángster comprador que estoy preparando un informe y que lo voy a presentar en rueda de prensa.

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