La señora McGinty ha muerto (26 page)

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Authors: Agatha Christie

BOOK: La señora McGinty ha muerto
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"Pero ¿por qué tres mujeres? ¿Sabía mistress Upward dónde había visto el retrato de Eva Kane? ¿O sabía que lo había visto, pero no recordaba dónde? ¿Tenían estas tres mujeres algo en común? Nada, al parecer, salvo su
edad
. Todas ellas frisaban, aproximadamente, en los treinta.

"Quizá hayan leído ustedes el artículo del
Sunday Comet
. Se publicó en él un cuadro verdaderamente sentimental de la hija de Eva Kane en tiempo por venir. Las mujeres a quienes mistress Up ward había citado tenían todas la edad precisa para poder haber sido la hija de Eva Kane.

"Conque parecía desprenderse que, aquí en Broadhinny se encontraba la hija del célebre asesino Craig y de su amante Eva Kane. Y también parece desprenderse que la joven estaba dispuesta a llegar a cualquier extremo por impedir que se supiera la verdad. Llegaría, incluso, a cometer dos asesinatos. Porque, cuando se halló muerta a mistress Upward, se encontraron dos tazas de café en la mesa, ambas usadas, y, en la taza de la visitante, leves indicios de carmín.

"Ahora volvamos a las tres mujeres que recibieron mensajes telefónicos. Mistress Carpenter recibió el aviso, pero dice que no fue a Laburnums aquella noche. Mistress Rendell tenía la intención de ir, pero se quedó dormida en su silla. Miss Henderson

que fue a Laburnums, pero la casa estaba a oscuras, no consiguió que oyeran sus llamadas y se volvió a casa otra vez. Eso es lo que cuentan las tres mujeres... pero hay pruebas que están en contradicción con sus declaraciones. Hay esa segunda taza de café con manchas de carmín. Y un testigo exterior, la muchacha llamada Edna, asegura firme mente haber visto
entrar
a una mujer rubia en la casa. También hay el indicio del perfume..., un perfume caro y exótico que, de entre todas las interesadas, solo mistress Carpenter usa...

Hubo una interrupción. Eve Carpenter exclamó:

—Es una mentira. ¡Es una mentira maligna y cruel! ¡No fui yo! ¡Jamás fui allí! Jamás me acerqué a la casa... Guy, ¿no puedes hacer algo contra esos embustes?

Guy Carpenter estaba blanco de ira.

—He de decirle, monsieur Poirot, que existe una ley contra la calumnia y que todas las personas aquí presentes son testigos de lo dicho.

—¿Es una calumnia decir que su esposa usa determinado perfume... y también, permítame que se lo diga, cierto carmín?

—¡Es absurdo! —exclamó Eve—. ¡Ridículo en grado sumo!
Cualquiera
podía ir por ahí derramando mi esencia.

Poirot la miró inesperadamente, radiante.


Mas oui,
¡justamente! Cualquiera podía. Una cosa demasiado transparente, nada sutil, de hacer. Torpe y burda. Tan burda, que, en cuanto a mí se refiere, fracasó por completo. Hizo más. Me dio, como suele decirse, ideas. Sí; me dio ideas. Perfume... y rastro de carmín en una taza. Pero ¡es tan fácil quitar el carmín de una taza! Puedo asegurarles que es posible eliminar hasta el último indicio sin dificultad. O podían haberse retirado las propias tazas y lavarlas. ¿Por qué no? No había nadie en la casa. Pero eso no se hizo. Y me pregunté: ¿por qué? La respuesta pareció un énfasis deliberado sobre la femineidad, un deseo de subrayar el hecho de que era una mujer quien había cometido el asesinato. Reflexioné sobre las llamadas telefónicas a esas tres mujeres: todas ellas habían sido
mensajes
. En ningún caso había hablado la propia receptora con mistress Upward. Conque quizá
no
fuera mistress Upward quien había telefoneado. Era alguien que deseaba hacer recaer la culpabilidad del crimen sobre
una mujer... cualquier mujer
. De nuevo me pregunté: ¿por qué? y solo puede haber una respuesta: que no fue una mujer quien mató a mistress Upward... sino
un hombre
.

Paseó la mirada por su auditorio. Todos estaban muy quietos. Solo dos personas respondieron.

Eve Carpenter dijo, con un suspiro:

—¡Ahora empieza usted a hablar con sentido común!

Mistress Oliver movió vigorosamente la cabeza y dijo:

—Claro que sí.

—He llegado a este punto: un
hombre
mató a mistress Upward, y un
hombre
mató a mistress McGinty. ¿ Qué hombre? El motivo del asesinato tenía que seguir siendo el mismo: todo gira alrededor del retrato. ¿En posesión de quién se hallaba aquella fotografía? Esa es la primera cuestión. ¿Y por qué se conservó? Bueno; eso quizá no sea tan difícil. Digamos que se conservó, al principio, por razones sentimentales. Una vez eliminada McGinty... no es necesario destruir el retrato. Pero después de cometido el segundo asesinato, la cosa varía. Esta vez el retrato se ha relacionado definitivamente con el crimen. Ahora resulta peligroso conservarlo. Por consiguiente, estarán ustedes de acuerdo en que se ha de destruir forzosamente.

Contempló las cabezas que expresaban con un movimiento su asentimiento.

—Pero, a pesar de todo eso, ¡la fotografía
no
se destruyó! ¡No, no fue destruida! Lo sé, porque la encontré. La encontré hace unos días. La encontré en esta misma casa. En el cajón del buró que ven ustedes pegado a la pared. Lo tengo aquí.

Enseñó la descolorida fotografía de la muchacha de las rosas.

—Sí —dijo Poirot—. Es Eva Kane. Y en el dorso hay dos palabras escritas con lápiz. ¿Quieren que les diga cuáles son?
Mi madre...

Sus ojos, graves y acusadores, descansaron sobre Maureen Summerhayes. Esta se apartó el cabello de la cara y le miró con los ojos muy abiertos y aturdidos.

—No comprendo. Yo nunca...

—No, mistress Surnmerhayes, usted no comprende. Sólo puede haber dos razones para conservar este retrato después del segundo crimen. La primera de ellas es un sentimentalismo inocente.
Usted
no experimentaba sensación de culpabilidad; por tanto, podía conservar la fotografía. Nos dijo usted misma, en casa de mistress Carpenter, cierto día, que era hija adoptiva. Dudo de que haya usted sabido nunca cuál era el nombre de su verdadera madre. Pero alguna otra persona lo sabía. Alguien que tiene todo el orgullo de la familia... un orgullo que le hace aferrarse a su casa ancestral, orgullo de sus antepasados y de su alcurnia. Ese hombre preferiría morir a consentir que el mundo... y que sus hijos... supieran que Maureen Summerhayes era hija del asesino Craig y de Eva Kane. Ese hombre, he dicho, preferiría morir. Pero eso no ayudaría, ¿verdad? En lugar de eso, digamos que tenemos aquí a un hombre dispuesto a matar.

Johnnie Summerhayes se levantó de su asiento. Su voz, cuando habló, era tranquila, casi amistosa:

—Está usted diciendo ya muchas bobadas, ¿verdad? Se está divirtiendo lanzando una serie tonta de teorías. ¡Eso es lo único que son: teorías! Diciendo cosas de mi mujer...

Estalló su ira de pronto, en furioso torrente:

—¡Maldita sea su estampa, perro indecente!...

La rapidez con que cruzó la habitación pilló a todos desprevenidos. Poirot saltó con agilidad hacia atrás y el superintendente Spence se metió de pronto entre Poirot y el esposo.

—Vamos, vamos, comandante Summerhayes, no se excite... no se excite...

Summerhayes se rehizo, se encogió de hombros y murmuró:

—Perdonen. Es absurdo en realidad. Después de todo...
cualquiera
puede meter una fotografía en un cajón.

—Precisamente —asintió Poirot—; y lo interesante de este retrato es que no tiene ninguna huella dactilar.

Hizo una pausa y luego movió la cabeza muy despacio, en gesto afirmativo.

—Pero debiera haberlas tenido —dijo—. Si mistress Summerhayes lo hubiese conservado, lo habría hecho inocentemente y, como es natural,
debiera
haber tenido huellas dactilares suyas.

Maureen exclamó:

—Yo creo que está usted loco. Jamás he visto ese retrato en mi vida... salvo aquel día en casa de mistress Upward.

—Es una suerte para usted —aseguró Poirot— que yo sepa que está usted diciendo la verdad. El retrato fue introducido en el cajón
unos minutos tan solo antes que yo lo encontrara
. Por dos veces aquella mañana fue vaciado el contenido de ese cajón en el suelo, y por dos veces lo volví a meter todo en su sitio. La primera vez, el retrato
no estaba
en el cajón. La segunda vez,

. Lo habían colocado allí en el intervalo, y
sé quién
lo hizo.

Había tomado una entonación distinta su voz. Ya no era un hombrecillo ridículo, de absurdo bigote y cabello teñido; era un cazador que se aproximaba a la pieza.

—Los crímenes fueron cometidos por un
hombre
. Y lo fueron por el más sencillo de todos los motivos: por dinero. En casa de mistress Upward se encontró un libro. Y en la guarda hay escrito un nombre: Evelyn Hope. Hope fue el apellido que tomó Eva Kane cuando abandonó Inglaterra. Si su verdadero nombre era Evelyn, daría con toda seguridad ese mismo nombre a la criatura cuando naciese. Pero
Evelyn es nombre de hombre tanto como de mujer
. ¿Por qué habíamos supuesto que la criatura de Eva Kane era una niña? En realidad, ¡nada más que porque lo decía el
Sunday Comet
! Pero, en verdad, el
Sunday Comet
tampoco lo había dicho tan concretamente: lo había supuesto, como consecuencia de una entrevista romántica con Eva Kane. Pero Eva Kane salió de Inglaterra antes que naciera su hijo... Así, pues, nadie podía saber cuál iba a ser su sexo. Ahí es donde yo también me dejé engañar. Por la romántica inexactitud de la Prensa, del
Sunday Comet
. Evelyn Hope,
hijo
de Eva Kane, llega a Inglaterra. Tiene talento y llama la atención de una mujer muy rica, que no sabe una palabra de su origen... sólo la historia romántica que quisiera él contarle. Y fue una linda historia en verdad... ¡la de una trágica y joven bailarina que murió de tuberculosis en París! Es una mujer que se siente muy sola y que ha perdido hace poco a su propio hijo. El talentudo autor dramático adopta legalmente el nombre de su bienhechora.
Pero su verdadero nombre es Evelyn Hope, ¿verdad, mister Upward
?

Robin Upward gritó con estridencia:

—¡Claro que no! No sé de qué está usted hablando.

—No sé qué esperanza tiene de poder negarlo. Hay gente que le conoce por ese nombre. El nombre de Evelyn Hope, escrito en el libro, es de su puño y letra... la misma letra que las palabras "mi madre" en el dorso del retrato. Mistress McGinty vio la fotografía y la escritura cuando estaba poniendo en orden sus cosas. Le habló a usted de ello después de leer el
Sunday Comet
. Mistress McGinty supuso que se trataba de una fotografía de
mistress Upward
en su juventud, puesto que no tenía idea de que no fuera ella su verdadera madre. Pero usted comprendió que si llegaba alguna vez a mencionar el asunto, de suerte que llegara a oídos de mistress Upward, sería el fin. Mistress Upward tenía ideas muy fanáticas en cuanto a las características heredadas. No hubiese tolerado ni un instante a un hijo adoptivo que fuera hijo de un famoso asesino. Ni perdonaría las mentiras que usted le había contado. En consecuencia, era preciso sellar los labios de mistress McGinty a toda costa. Le prometió usted un pequeño regalo, quizá, para que fuese discreta. La visitó a la noche siguiente, camino de la emisora desde la que había usted de radiar... y la mató.
Así...

Con un brusco movimiento, Poirot asió el cortador de azúcar de encima del estante, hizo con él un molinete e inició el descenso, como para descargarle un formidable golpe a Robin en la cabeza.

Tan amenazador fue el gesto, que varios de los asistentes exhalaron un grito.

Robin Upward soltó un chillido. Un agudo chillido de terror.

Aulló:

—No... no... Fue un accidente. Juro que fue un accidente. No tenía la intención de matarla. Perdí la cabeza. ¡Lo juro!

—Lavó usted la sangre y volvió a dejar el cortador en este cuarto, donde lo había encontrado. Pero hay métodos científicos para determinar la existencia de sangre... y para hacer resaltar nue vamente las huellas latentes.

—Le digo que jamás tuve intención de matarla... Fue todo un error... Y, en cualquier caso, no es culpa mía... Yo no soy responsable. Lo llevo en la masa de la sangre. No puedo remediarlo. No se me puede ahorcar por algo que no es culpa mía... Ya lo verán ustedes.

Spence murmuró entre dientes:

—No, ¿eh? ¡Aguarda y verás!

Y en voz alta, en tono solemnemente oficial:

—He de advertirle, mister Upward, que todo cuanto diga desde este momento en adelante podrá ser empleado en contra suya ante un tribunal.

Capítulo XXVI

—La verdad es que no acabo de ver, monsieur Poirot, cómo llegó usted a sospechar de Robin Upward.

Poirot miró complacido los semblantes que le contemplaban.

—Debí sospechar de él mucho antes. La pista... ¡una pista tan sencilla!... fue la frase pronunciada por mistress Summerhayes en la fiesta del otro día. Le dijo a Robin Upward: "A mí no me gustó que me adoptasen, ¿y a ti?" Estas fueron las tres palabras reveladoras? ¿
Y a ti
? Significaban... sólo podían significar... que mistress Upward no era la madre de Robin. La propia mistress Upward experimentaba una ansiedad morbosa por evitar que se enterara nadie de que Robin no era su propio hijo. Probablemente habría oído demasiados comentarios burlones acerca de jóvenes de talento que viven con señoras de cierta edad y a expensas suyas. Y muy poca gente lo sabía... sólo la pequeña camarilla teatral entre la que conociera por primera vez a Robin. Tenía pocas amistades íntimas en este país, puesto que había vivido tanto tiempo en el extranjero y, de todas formas, decidió instalarse aquí, lejos de su Yorkshire natal. Hasta llegó al extremo, al encontrarse con amistades de otros tiempos, de no desvanecer el error de estas cuando daban por sentado que este Robin era el mismo Robin que habían conocido de niño. Pero desde el primer momento hubo algo que no me pareció del todo natural en Laburnums. La actitud de Robin ante mistress Upward no era la de un niño mimado ni la de un hijo amoroso, sino la de un protegido ante su
protector
. El caprichoso título de
madre
tenía cierto sabor teatral. Y mistress Upward, aunque era evidente que le tenía afecto, le trataba, inconscientemente, como valiosa y apreciada prenda que había comprado y pagado. Conque he ahí a Up ward, cómodamente establecido, con el bolso de
madre
que apoye sus empresas. Y entra en su Edén mistress McGinty, que ha reconocido el retrato que conserva en el cajón... el retrato con "mi madre" escrito detrás... ¡Su madre, de quien ha dicho a mistress Upward que era una artista de
ballet
de mucho talento, muerta de tuberculosis! Mistress McGinty, naturalmente, cree que el retrato es el de mistress Upward de joven, puesto que la supone madre verdadera de Robin. No creo que se le ocurriera pensar a mistress McGinty en un chantaje puro y simple. Quizá confiara, no obstante, en que le hiciese "un pequeño regalo" para que guardara silencio acerca de rumores antiguos que no hubiesen resultado muy agradables para una mujer tan "orgullosa" como mistress Upward. Robin, sin embargo, no pensaba correr riesgos. Se apropió del cortador de azúcar, que mistress Surnmerhayes llamaba en broma el arma perfecta para cometer un asesinato, y se detuvo en casa de mistress McGinty camino de la emisora. Sin desconfianza, ella le hace pasar a la sala, y allí la mata. Sabe dónde guarda la anciana sus ahorros... todo el mundo parece saberlo en Broadhinny... y simula un robo, ocultando el dinero en el exterior de la sala. Se sospecha de Bentley y se le detiene. Ahora el astuto Robin Upward no corre ya ningún peligro. Pero, de pronto, presento yo los cuatro retratos; y mistress
Upward
reconoce el de Eva Kane como igual al de la supuesta bailarina, madre de Robin. Necesita tiempo para pensar. Hay un asesinato de por medio. ¿Es posible que Robin...? No; se niega a creerlo. No sabemos qué determinación hubiese llegado a tomar. Robin sigue dispuesto a no correr riesgos; y prepara detalladamente sus planes. La visita al teatro la misma noche que sale Janet, las llamadas telefónicas, la taza cuidadosamente untada de carmín con la barrita que le ha quitado a Eve Carpenter del bolso... hasta compra un frasco del perfume que ella usa. El conjunto constituye una escena de teatro con todos los aditamentos necesarios. Mientras mistress Oliver aguarda en el coche, Roban hace dos viajes a la casa. El asesinato es cuestión de segundos. Después, la rápida colocación de los aditamentos. Y, muerta mistress Upward, heredaba una cuantiosa fortuna según el testamento de la anciana, sin que ninguna sospecha pudiera recaer sobre él, puesto que parecería completamente seguro que una
mujer
había cometido el crimen. De las tres mujeres que visitarían la casa aquella noche, a una se la creería culpable. Y así fue, en efecto. Robin, no obstante, era, como todos los criminales, un descuidado. No sólo había en la casa un libro con su verdadero nombre, sino que conservaba el fatal retrato. Hubiera estado más seguro de haberlo destruido; pero esperaba poder comprometer con él a alguna otra persona cuando llegase el momento. Probablemente pensó entonces en mistress Summerhayes. Quizá fuera éste el motivo de que abandonara Laburnums y se trasladase a Long Meadows. Después de todo, el cortador de azúcar pertenecía a mistress Summerhayes, la cual era, por añadidura, como él no ignoraba, hija adoptiva. Le resultaría difícil demostrar que no era hija de Eva Kane. Sin embargo, cuando Deirdre Henderson reconoció que estuvo en el lugar del crimen, concibió la idea de introducir el retrato entre las cosas de
ella
. Procuró hacerlo empleando la escalera que había dejado el jardinero junto a la ventana. Pero mistress Wetherby estaba nerviosa y había insistido en que se cerraran todas las ventanas; conque Robin no consiguió su propósito. Volvió derecho aquí y metió la fotografía en un cajón que, por desgracia para él, había registrado yo momentos antes. Yo sabía, por consiguiente, que habían metido el retrato allí. Y sabía también quién lo había hecho: la única persona que se encontraba en la casa... la que estaba escribiendo a máquina en la habitación de encima. Puesto que el nombre de Evelyn Hope figuraba en el libro hallado en Laburnums, Evelyn Hope tenía que ser mistress Upward... o Robin Upward... El nombre me había desorientado. Lo había relacionado con mistress Carpenter, puesto que se llamaba Eve.
Pero Evelyn era nombre de hombre además de serlo de mujer.
Recordé la conversación celebrada en el Little Rep, de Cullenquay, de la que me había hablado mistress Oliver. El actor que hablara con ella era la persona que yo necesitaba para que confirmase mi teoría... la de que Robin no era hijo de mistress Upward. Porque, a juzgar por sus palabras, parecía evidente que conocía la verdad del asunto. Y lo que contara acerca de la rapidez con que mistress Upward había castigado a un joven que la engañara respecto a su origen, se me antojó sugestivo. Lo cierto es que debí comprender la verdad mucho antes. Un serio error me sirvió de obstáculo. Creí que me habían empujado con la deliberada intención de arrojarme a la vía... y que la persona culpable de ello era, también, el asesino de mistress McGinty. Ahora bien: Robin Upward era prácticamente la única persona de Broadhinny que no podía haber estado en la estación de Kilchester a la hora aquella.

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