En 135 a. C., un esclavo sirio llamado Euno pretendió ser de la familia real seléucida y se hizo llamar Antíoco. Probablemente nadie lo tomó en serio, pero eso importaba poco y los esclavos se rebelaron.
En esa rebelión, los esclavos, enloquecidos por el sufrimiento y sabiendo que no podían esperar gracia alguna, se entregaron al saqueo y la matanza. Los amos de los esclavos (que son quienes generalmente escriben los libros de historia) detallan muy cuidadosamente las atrocidades cometidas por los esclavos. Pero la verdad es que cuando los esclavos son aplastados, como lo son casi siempre, reciben castigos que son atrocidades aún peores.
La Primera Guerra Servil (del latín «servus», que significa «esclavo») no fue una excepción. Los esclavos convirtieron a Sicilia en un sangriento y horrible escenario durante varios años. Eran más fuertes en Enna, en el centro mismo de la isla, y en Tauromenium, la moderna Taormina, sobre la costa noreste.
Los romanos tardaron tres años en sofocar la rebelión y al principio sufrieron una serie de humillantes derrotas. Hasta el 132 a. C. Sicilia no fue pacificada, y los esclavos ahogados en su propia sangre.
Pero Roma había pasado un gran susto. Frente a tales horrores, y ante la creciente evidencia de la decadencia económica de Italia, al menos algunos de sus líderes comenzaron a pensar que ya era hora de realizar drásticas reformas.
Entre quienes sentían la necesidad de una reforma estaban dos hermanos: Tiberio Sempronio Graco y Cayo Sempronio Graco. Por lo común se alude conjuntamente a ellos como los Gracos. Su madre era hija de Escipión el Africano y su nombre era Cornelia. (Era común que las mujeres de familias nobles llevasen la forma femenina del nombre tribal familiar. Publio Cornelio Escipión era de la familia Cornelia, por lo que su hija llevó este nombre.)
El marido de Cornelia, que había sido cónsul dos veces y se había destacado militarmente en España, murió en 151 a. C., cuando Tiberio tenía doce años y Cayo dos. Cornelia se dedicó a la crianza de sus hijos (negándose a contraer un segundo matrimonio, lo cual era muy fuera de lo común por entonces) y les hizo dar la mejor educación griega.
Estaba desmesuradamente orgullosa de ellos. Cuando en una visita una matrona romana le mostró sus joyas y pidió luego ver las de Cornelia, ésta llamó a sus hijos y, poniendo uno a cada lado de ella, respondió: «Estas son mis joyas».
Los Gracos tenían una hermana, Sempronia, quien luego casó con Escipión el Joven.
Tiberio, el mayor de los Gracos, combatió bien en los ejércitos romanos. Estuvo presente en la toma de Cartago, donde se dice que fue el primer romano que se abrió paso por las murallas. También prestó servicio bajo Escipión en España.
Pero Tiberio era mucho más que un soldado, pues su educación griega parece haberle dado una visión del mundo más vasta que la corriente entre los romanos. Estaba horrorizado ante los males sociales que aquejaban a Roma, y la guerra de los esclavos en Sicilia fue la gota que hizo rebosar la copa. Roma debía ser reformada y saneada.
En 134 a. C., a la edad de veintinueve años, se presentó como candidato al cargo de tribuno y fue elegido. Ocupó el cargo a fines de ese año e inmediatamente empezó a propiciar una reforma agraria. Quería reducir las enormes propiedades, dividirlas en granjas de moderado tamaño y distribuirlas entre los pobres. Esto era tanto más razonable cuanto que ya existía una ley que limitaba las dimensiones de las fincas (ley que tenía más de doscientos años). Tiberio proponía que, después de la distribución de la tierra, ésta fuese inalienable, esto es, que no pudiese ser vendida, para impedir la formación de grandes propiedades nuevamente.
Naturalmente, los grandes terratenientes se horrorizaron y se opusieron enconadamente a Tiberio. (Si hubiesen sido tiempos modernos se le habría acusado de ser un comunista.)
Los terratenientes entraron en acción. A fin de cuentas había dos tribunos, y si uno de ellos objetaba una acción gubernamental no podía emprenderse tal acción. El otro tribuno, Marco Octavio, era amigo de Tiberio, pero cuando se le ofreció suficiente dinero descubrió que en verdad no era tan amigo de él. Por consiguiente, cuando Tiberio estuvo a punto de hacer aprobar su ley, con el apoyo de la gran mayoría de los votantes romanos, el otro tribuno ordenó detener el proceso.
Tiberio, alarmado y frustrado, hizo todo lo que pudo para lograr que Octavio se retractara, pero fracasó. Desesperado, logró hacer que Octavio fuese despojado de su cargo por votación. Después de esto la ley fue aprobada y se nombró una comisión encargada de ponerla en práctica.
Pero la destitución de Octavio era ilegal (hablando en términos estrictos) y los senadores enemigos de Tiberio usaron ese hecho contra él. Era un revolucionario, decían, que quería derrocar el gobierno. Además, sus leyes habían sido aprobadas sólo después de haber emprendido una acción ilegal y, por lo tanto, no tenían validez.
Tiberio comprendió que estaba perdiendo amigos como resultado de estos argumentos. Por ello trató de ganar popularidad mediante una propuesta radical. Atalo III de Pérgamo acababa de morir y de dejar su país a Roma. Tiberio propuso inmediatamente que el tesoro de Pérgamo, en vez de ir al Estado, a cuyo frente se hallaba el Senado, como era habitual, fuese distribuido entre la gente común, a la que entonces se ayudaría a establecerse en sus propias granjas.
Esto enfureció aún más a los senadores, y era evidente que Tiberio sólo se hallaría a salvo mientras fuese tribuno (pues estaba estrictamente prohibido atacar a los tribunos). Cuando el término de su mandato llegase a su fin, su vida no valdría nada. Por esta razón, Tiberio se presentó como candidato para ser reelegido. Pero también esto fue considerado ilegal por muchos y se le acusó de intentar proclamarse rey, acusación que siempre despertaba los horribles recuerdos de Tarquino en el romano común.
Cuando llegó el día de la votación, los desórdenes fueron en aumento y se convirtieron en motines. Los enemigos de Tiberio estaban mejor organizados, y Tiberio y sus seguidores fueron muertos. Se negó un entierro honorable al mayor de los Gracos y su cadáver fue arrojado al Tíber.
El jefe de la pandilla que había dado muerte a Tiberio era un miembro de la familia de los Escipiones, primo segundo de Cornelia. Tal fue su impopularidad como resultado del asesinato que el Senado lo envió al exterior para protegerlo. Permaneció en el exilio durante el resto de su vida, sin osar jamás retornar a Roma.
Escipión el Joven estaba en España, completando por entonces la conquista de Numancia. Cuando se enteró de la muerte de su cuñado permaneció impasible. Era un conservador que desaprobaba las ideas de Tiberio y declaró públicamente que éste había merecido la muerte.
En 132 a. C., Escipión volvió a Roma, junto con Cayo Graco, quien había servido bajo sus órdenes y cuya ausencia de Roma probablemente impidió que le matasen con su hermano.
La batalla entre los conservadores y los reformistas continuó, desde luego, después de la muerte de Tiberio Graco. Escipión se convirtió en el jefe del grupo conservador. Estaba a punto de pronunciar importantes discursos contra las leyes de reforma agraria cuando murió repentinamente mientras dormía. Los conservadores dijeron que había sido asesinado por los reformistas, pero no había ninguna prueba de ello.
Entre tanto, los reformistas trataron de hacer aprobar una ley por la cual fuese legal la reelección de un tribuno, para que si algún otro de su partido obtuviese el poder no recibiese el trato dado a Tiberio.
Mientras vivió Escipión ese intento fue impedido, pero después de su muerte la ley fue aprobada.
Gradualmente pasó a primer plano el joven Graco. En 123 a. C. se presentó como candidato al tribunado (contra los ruegos de su madre, quien había visto la suerte violenta de uno de sus amados hijos y temía que el otro sufriera el mismo destino) y fue elegido.
De inmediato puso en vigor la ley de reforma agraria de su hermano (aún existente, pero que no había sido puesta en práctica por la influencia de Escipión) y comenzó a aplicarla. Impuso medidas de control de precios a fin de impedir que la distribución de alimentos sirviese para enriquecer a los cargadores y los grandes terratenientes, mientras el pueblo sufría hambre (con el tiempo, esta medida fue la base de la distribución gratuita de alimentos al proletariado romano).
También reformó el sistema de votación en Roma para dar mayor poder al proletariado, y reformó el sistema de impuestos de las provincias y de interpretar la ley, para debilitar el poder del Senado en estos campos. Asimismo, Cayo mejoró los caminos e inició muchas obras públicas. Esto sirvió para dar trabajo a la gente y mejorar su vida.
Además, trató de poner en práctica un sistema de colonización por el cual algunos de los sitios arruinados por Roma —Capua, Tarento, Cartago, etc.— adquirirían nueva vida con colonos romanos. Con esto pretendía llevar a los proletarios fuera de Roma y convertirlos en ciudadanos útiles. Por desgracia, el proletariado prefirió «panem et circenses» en Roma y el plan de colonización fracasó, aunque bien merecía tener éxito.
Como resultado de todo esto, Cayo Graco se hizo popular en sumo grado y fue fácilmente reelegido tribuno. Para su segundo año de mandato, Cayo proyectaba una importante reforma que iba a convertir a todos los hombres libres italianos en ciudadanos romanos. Esta hubiera sido una gran medida que habría dado a Roma más popularidad en todos sus dominios; en Italia, ciertamente, y también en otras partes, ya que hubiese sido evidente que todos los súbditos romanos podían llegar a ser ciudadanos romanos. Desde un punto de vista político inmediato habría dado un número mayor de nuevos votantes ligados por gratitud al partido de la reforma.
Pero en esto Cayo fue en contra de los prejuicios aun de las clases más pobres entre los romanos. ¿Por qué convertir en romanos a una horda de extranjeros? ¿Por qué extender más la distribución de alimentos y la exención de impuestos?
Los conservadores alentaron esta posición egoísta y se aprovecharon de la declinante popularidad de Graco. Lograron que fuera a África a una caza de gansos salvajes relacionada con su plan de colonización, y en su ausencia se realizaron elecciones. Pero no fue reelegido para un tercer término.
Luego los senadores trataron de anular la ley de colonización, como paso preliminar para suprimir otras reformas. Nuevamente hubo disturbios y desórdenes y nuevamente los reformadores hallaron la muerte. En 121 antes de Cristo, Cayo Graco fue muerto, y en los diez años siguientes fueron suprimidas la mayoría de las reformas de los Gracos.
La pobre Cornelia, desaparecidos sus hijos, se retiró a una casa de campo cercana a Nápoles, donde pasó el resto de su vida dedicada a la literatura y perdida para el mundo. A su muerte, la inscripción puesta en su tumba no decía que había sido la hija del gran Escipión, vencedor de Aníbal, sino sencillamente: «Cornelia, madre de los Gracos.»
Con la muerte de los Gracos desaparecieron las esperanzas de reformar a Roma e impulsarla en la dirección similar de algo parecido a nuestra democracia moderna. Los conservadores senatoriales se aferraron desesperadamente al poder y, al hacerlo, prepararon crecientes desastres para ellos mismos.
Aunque Roma perdió la oportunidad de transformarse en una sociedad totalmente sana, no entró inmediatamente en una obvia decadencia. En verdad, extendió su poder sobre regiones aún más vastas durante dos siglos, pero a un ritmo más lento que antes y, excepto en uno o dos casos, con escasa oposición.
Las tribus celtas de Europa Occidental se contaban entre los enemigos que podían ofrecer una resistencia más dura a Roma. Las tribus españolas se habían defendido durante tres cuartos de siglo antes de sucumbir, y entre las provincias españolas e Italia había una vasta extensión de unos 500 kilómetros habitada por otras tribus celtas. Esa región, que se extendía desde los Pirineos a los Alpes y desde el mar Mediterráneo hasta el océano Atlántico, era la Galia, que tenía unos 630.000 kilómetros cuadrados.
Las tribus galas habían ocupado Roma en 390 a. C., y otras habían hecho incursiones en Macedonia y Grecia en 280 a. C., de modo que el mundo antiguo conocía bien su formidable potencia. Pero Roma no tuvo ocasión para temerles ahora. Las tribus que se habían establecido en el Valle del Po (la Galia Cisalpina) fueron absorbidas y romanizadas, y su tierra era prácticamente parte de Italia, aunque todavía era considerada una provincia separada. Los galos del otro lado de los Alpes tampoco causaron perturbaciones directamente.
Pero en la costa mediterránea de la Galia estaba la ciudad de Massilia, fundada por colonos griegos alrededor del 600 a. C., cuando Roma era aún una ciudad etrusca. Massilia floreció como el más occidental puesto avanzado del mundo griego. Su gran rival en el comercio, por supuesto, era Cartago, por lo que Massilia selló una firme alianza con Roma durante todas las Guerras Púnicas. Posteriormente fue el puesto avanzado de Roma en territorio galo.
En 125 a. C., Massilia se quejó a Roma de que los galos estaban violando su territorio. Los romanos respondieron de inmediato. Siempre lo hicieron, y, además, eso brindó al Senado romano la oportunidad de sacar fuera de la ciudad al cónsul Marco Fulvio Flaco. Flaco era un enérgico defensor de los Gracos y del movimiento reformista, de modo que, cuanto antes abandonase Roma y cuanto más tiempo permaneciese fuera de ella, tanto mejor para el Senado.
Flaco derrotó a los galos y retornó triunfalmente, pero su recompensa fue su asesinato junto con Cayo Graco, algunos años más tarde. Los romanos se trasladaron a la Galia meridional en forma permanente y se establecieron a lo largo de la ruta que había seguido Aníbal para pasar de España a Italia. Treinta kilómetros al norte de Massilia fundaron un puesto militar en 123 a. C. y la llamaron Aquae Sextiae (la moderna Aix), por Sextio Calvino, quien era cónsul por entonces. En 118 a. C. fundaron la ciudad de Narbo Marcio (la moderna Narbona), sobre la costa mediterránea, a unos 200 kilómetros al oeste de Massilia.
La parte romana de la Galia fue organizada como provincia en 121 a. C., y cuando Narbo Marcio se convirtió en su principal ciudad, la provincia fue llamada la Galia Narbonense. Como era una región muy agradable, apropiada para los turistas y los que iban de vacaciones, pronto se convirtió en la provincia para los romanos. Y aún se la conoce por este nombre, pues la región sudeste de lo que es la Francia actual, región cuya principal ciudad es Aix, es llamada Provenza.