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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (29 page)

BOOK: La princesa de hielo
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Se obligó a serenarse y respiró hondo. Tenía dos recetas en la mesa e intentó organizar el trabajo teniendo en cuenta el tiempo que le quedaba y las instrucciones de las mismas. No era una maestra de la cocina, pero era bastante buena y había seleccionado las recetas después de mucho rebuscar en números antiguos de
Elle Gourmet
, a la que estaba suscrita. De primero serviría pastel de patata con crema fresca, huevas de lumpo y cebolla roja rallada. El segundo plato sería solomillo de cerdo en hojaldre con salsa de oporto y patata prensada, y de postre Gino con salsa de vainilla. Por suerte, había preparado el postre por la tarde, de modo que ya podía borrarlo de la lista. Decidió empezar por poner a cocer las patatas para el segundo plato y después rallar las patatas crudas para el primero.

Trabajó sin descanso durante una hora y media y, cuando sonó el timbre, dio un respingo, sobresaltada. El tiempo había pasado demasiado rápido y esperaba que Patrik no estuviese muerto de hambre, pues la comida tardaría aún un buen rato en estar lista.

Erica iba ya camino de la puerta cuando cayó en la cuenta de que todavía llevaba puesto el delantal y el timbre volvió a oírse antes de que ella hubiese logrado deshacer el lazo que, con esfuerzo, había conseguido hacerse a la espalda. Lo desató, por fin, se quitó el delantal y lo dejó en una silla que había en el vestíbulo. Se pasó la mano por el pelo, se recordó que debía meter la tripa y respiró hondo antes de abrir la puerta con una sonrisa.

—¡Hola Patrik! Bienvenido.

Se dieron un leve abrazo a modo de saludo y Patrik le dio la botella de vino envuelta en papel de plata.

—¡Vaya, gracias! ¡Qué amable!

—Bueno, me lo recomendaron en el Systembolaget. Vino chileno con mucho cuerpo y sabor a bayas rojas y un regusto a chocolate, al parecer. Yo no entiendo mucho de vinos, pero en la tienda suelen ser expertos.

—Seguro que es excelente.

Erica rió afable y dejó la botella en la vieja consola del vestíbulo para ayudarle a Patrik a quitarse la cazadora.

—Bueno, adelante. Espero que no estés muerto de hambre. Como de costumbre, mi planificación del tiempo era demasiado optimista, así que aún falta un rato para que la cena esté lista.

—No, no te preocupes, puedo esperar.

Patrik siguió a Erica hasta la cocina.

—¿Hay algo que yo pueda hacer?

—Pues sí, si quieres, puedes coger el sacacorchos que está en el primer cajón y abrir una botella de vino. Podríamos empezar por probar el que has traído.

Él obedeció de buen grado mientras Erica sacaba dos grandes copas que puso sobre la encimera, antes de empezar a comprobar el estado de lo que había en el horno. Al solomillo le faltaba todavía un rato y, al probar las patatas, notó que aún estaban medio crudas. Patrik le tendió una de las copas, ahora llenas de un vino de un intenso rojo oscuro. Ella lo movió ligeramente para liberar los aromas del caldo, metió la nariz en la copa e inspiró con la boca cerrada. Un cálido perfume a roble penetró por sus fosas nasales y casi le llegó a la planta de los pies. Exquisito. Tomó un trago que mantuvo en la boca al tiempo que respiraba, también por la boca. El sabor era tan agradable como el aroma y Erica comprendió que Patrik se había gastado bastante dinero en aquella botella.

Patrik la miraba expectante.

—¡Fantástico!

—Sí, ya sospechaba yo que tú entendías de vinos. Yo, por desgracia, no sería capaz de distinguir entre un vino de
tetrabrik
por cincuenta coronas y otro de varios miles.

—Claro que sí, hombre. De todos modos, es una cuestión de costumbre. Y hay que tomarse el tiempo necesario para paladear el vino en lugar de tragárselo simplemente.

Patrik miró abochornado su copa. Ya se había bebido un tercio. Intentó imitar el modo en que Erica saboreaba el vino mientras ella trajinaba en los fogones. ¡Vaya!, pues sí que ahora parecía otro vino… Mantuvo un trago en la boca, al igual que le había visto hacer a Erica y, de repente, su sabor se reveló con toda claridad. Incluso creyó experimentar un ligero sabor a chocolate, a chocolate puro, y otro, bastante fuerte, a bayas rojas, tal vez a grosella, mezclado con fresas. Increíble.

—¿Qué tal va la investigación?

Erica se esforzó por sonar desinteresada, pero, en el fondo, estaba ansiosa por oír la respuesta.

—Puede decirse que volvemos a estar en la casilla número uno. Anders tiene una coartada para la hora del crimen y, por ahora, no tenemos mucho más. Por desgracia, hemos cometido el error de siempre. Nos permitimos sentirnos demasiado seguros de que teníamos al culpable sin molestarnos en investigar otras posibilidades. Aunque he de admitir que el comisario tiene razón en que Anders es perfecto como asesino de Alex. Un alcohólico que, por alguna razón incomprensible, mantiene una relación sexual con una mujer que, según todas las reglas, debería estar muy lejos de la esfera asequible para un borrachín como Anders. Un ataque de celos cuando ella plantea el inevitable fin. Cuando su increíble suerte lo abandona definitivamente. Sus huellas dactilares están por todas partes, en el cadáver y en el baño. Incluso encontramos la huella de su zapato en el charco de sangre del suelo.

—Pero ¿no deberían bastar esas pruebas?

Patrik meneó la copa mientras, reflexivo, observaba los pequeños torbellinos rojos que se formaban en el interior.

—Si no hubiese tenido una coartada, habrían sido suficientes. Pero resulta que sí la tiene, justo para la hora que hemos fijado como más probable para el asesinato; así que, todos esos indicios no sirven ya más que para demostrar que estuvo en el baño
después
del asesinato, y no
durante
. Una sutil diferencia, pero muy importante, si queremos que nuestra acusación se sostenga.

La cocina iba inundándose de un aroma delicioso. Erica sacó del frigorífico el pastel de patata que ya había tostado en la sartén hacía un rato y lo metió en el horno para que se calentase. Puso dos platos y volvió a abrir el frigorífico, de donde sacó un tarro de crema fresca y otro de huevas de lumpo. La cebolla estaba ya picada en un cuenco sobre la encimera. Y ella era consciente en todo momento de lo cerca que tenía a Patrik.

—Y tú, ¿qué me cuentas? ¿Hay alguna novedad sobre la venta de la casa?

—Pues sí, por desgracia. El agente inmobiliario llamó ayer. Propuso una ronda de visitas para Semana Santa. Según me dijo, a Anna y a Lucas les pareció una brillante idea.

—Bueno, aún faltan un par de meses para Semana Santa. Quién sabe qué puede pasar para esa fecha.

—Sí, claro, siempre cabe la posibilidad de que a Lucas le dé un infarto o algo así. No, era broma, no has oído nada. Pero es que me pongo frenética cuando lo pienso.

Cerró la puerta del horno con demasiado ímpetu.

—¡Oye, cuidado con el mobiliario!

—En fin, supongo que tendré que acostumbrarme a la idea y empezar a pensar en lo que haré con el dinero de la venta. Aunque tengo que confesar que siempre pensé que me alegraría mucho más al convertirme en millonaria.

—No creo que debas preocuparte por hacerte millonaria. Con los impuestos de este país, seguro que la mayor parte de tus beneficios estarán destinados a financiar pésimas escuelas y una sanidad aun peor. Por no hablar del increíble, total, terrible e insólitamente mal pagado Cuerpo de Policía. Seguro que sabremos darle aire a tu dinero, ya verás.

Erica no pudo por menos de echarse a reír.

—Vaya, qué alivio. Así no tendré que preocuparme por elegir si me compro un abrigo de visón o uno de zorro azul. Bueno, pues, lo creas o no, el primer plato está listo.

Erica tomó dos platos y se encaminó al comedor seguida de Patrik. Había estado pensando largo y tendido si debía poner la mesa en la cocina o en el comedor, pero se decidió al final por este último, con la hermosa mesa abatible de madera maciza, cuyo aspecto mejoraba más aun a la luz de las velas. Y, desde luego, no había escatimado en este tipo de iluminación. Había leído en alguna parte que nada favorecía más el aspecto de una mujer que la luz de las velas, así que se las veía por todas partes.

En la mesa estaban ya los cubiertos, las servilletas bordadas y los platos de porcelana de Rörstrand, la vajilla fina de su madre, blanca con los bordes en azul. Erica recordaba el cuidado con que su madre trataba aquellos platos. Sólo los utilizaba en ocasiones especiales, entre las que no se contaban los cumpleaños de las niñas ni ninguna otra celebración que tuviese que ver con ella o con su hermana, recordó Erica con amargura. En esos casos, bastaban la vajilla de diario y la mesa de la cocina. Sin embargo, cuando venían el pastor y su mujer, o el párroco o la diaconisa, entonces todo lo fino era poco. Erica se obligó a volver al presente y colocó los platos sobre la mesa, el uno frente al otro.

—¡Tiene un aspecto delicioso!

Patrik cortó un trozo de pastel de patata, puso encima una buena cucharada de cebolla picada y tomó con el tenedor la crema y las huevas, y ya estaba a punto de meterse todo en la boca cuando se dio cuenta de que Erica sostenía la copa, y también una ceja, bien en alto. Algo avergonzado, dejó el tenedor y lo cambió por su copa.

—Bueno, pues bienvenido. Salud.

—Salud.

Erica sonrió ante la torpeza de Patrik. Su comportamiento le resultaba una liberación comparado con el de los hombres con que se las tenía que ver en Estocolmo, tan bien educados y tan conocedores de la etiqueta que parecían clonados. A su lado, Patrik era más auténtico y, por ella, podía comer con los dedos si se le antojaba, que no le molestaría. Además, se ponía guapísimo cuando se sonrojaba.

—Hoy he recibido una visita inesperada.

—¿Ah, sí? ¿De quién?

—De Julia.

Patrik la miró perplejo y Erica notó entusiasmada que le costaba dejar de comer.

—No sabía que os conocierais.

—Es que no nos conocíamos. La vi por primera vez en el funeral de Alex. Pero esta mañana llamaron a la puerta, y allí estaba.

—¿Qué quería?

Patrik rebañaba el plato con tanto ahínco que parecía querer arrancar el color de la porcelana.

—Me pidió que le dejase ver fotografías de Alex conmigo cuando éramos pequeñas. Al parecer, según me dijo, ellos no tienen muchas. Y se le ocurrió que tal vez yo tuviese algunas más. Como así es. Después me hizo un montón de preguntas sobre aquella época y todo eso. Las personas con las que he tenido la oportunidad de hablar del tema me han asegurado que las dos hermanas no se llevaban muy bien; cosa que no me extraña, pues había muchos años de diferencia entre ellas, y ahora Julia quiere saber más sobre Alex. Conocerla después de muerta. Al menos, ésa fue la impresión que me dio. Por cierto, ¿tú conoces a Julia?

—No, todavía no la he visto. Pero, por lo que cuentan, no se parecen, o no se parecían en nada.

—Eso puedes jurarlo. Más bien son polos opuestos; por lo menos, en lo que al físico se refiere. Ambas parecen haber tenido en común su carácter introvertido, aunque Julia lo acompaña de una acritud que no creo que caracterizase a Alex. Ella parecía más, cómo decirlo…, indiferente, según me han dicho quienes la trataron. Julia se muestra más bien indignada. Incluso iracunda. Tengo la impresión de que algo bulle en su interior casi como un volcán. Un volcán en reposo. Te sonará raro, ¿verdad?

—No, en absoluto. Yo creo que, como escritor, uno debe tener un sexto sentido para las personas. Un conocimiento especial de la naturaleza humana.

—¡Bah! ¡No me llames escritora! Yo misma no creo haber hecho nada para merecer ese título, todavía.

—¿Con cuatro libros publicados y aún no te consideras escritora?

El asombro de Patrik era sincero y Erica intentó explicarle a qué se refería.

—Bueno, verás, son cuatro biografías, y tengo una quinta en preparación. No pretendo menospreciar ese trabajo, pero, para mí, un escritor es alguien que escribe algo original, algo que surge de su propio corazón y de su propio cerebro. No aquel que cuenta la vida de otro. Así que el día que escriba algo totalmente mío, podré llamarme escritora.

De repente se le ocurrió que, en realidad, lo que acababa de decir no era toda la verdad. Desde un punto de vista formal, no había ninguna diferencia entre las biografías que había escrito sobre personajes históricos y el libro sobre Alex en el que estaba trabajando. De hecho, éste también trataba sobre la vida de otra persona. Sin embargo, era distinto. Por un lado, la vida de Alex rozaba la suya de un modo más que evidente y, por otro, en su libro podía expresar algo propio. Así, en el marco de una serie de hechos objetivos, podía dirigir el espíritu del libro. En cualquier caso, aún no podía decírselo a Patrik. Nadie debía saber que estaba escribiendo un libro sobre Alex.

—Así que Julia vino a verte y te hizo un montón de preguntas acerca de su hermana. ¿Tuviste la oportunidad de preguntarle por Nelly Lorentz?

Erica libraba en su interior una dura batalla, pero finalmente resolvió que su conciencia no le permitiría ocultarle a Patrik aquella información. Tal vez él pudiese sacar de esos datos unas conclusiones que ella era incapaz de extraer. Se trataba de la pequeña pero vital pieza del rompecabezas que había optado por no mencionar cuando estuvo cenando en su casa. Pero, puesto que ella misma no había averiguado mucho a partir de esa información, no vio por qué seguir guardando silencio al respecto. No obstante, pensó que debía servir antes el segundo plato.

Se levantó con el fin de retirar su plato, aprovechando para inclinarse algo más de la cuenta: estaba decidida a jugarse al máximo sus mejores cartas. Y, a juzgar por la expresión de Patrik, comprobó que acababa de mostrar póquer de ases. Evidentemente, las quinientas coronas que le había costado el Wonderbra estaban resultando una excelente inversión. Aunque, en el momento de la compra, su bolsillo se resintiera.

—Deja, ya lo quito yo.

Patrik tomó los platos que ella ya había retirado y la acompañó a la cocina. Erica vertió el agua de las patatas y puso a Patrik a preparar el puré en una fuente mientras ella condimentaba y ponía a hervir la salsa. Un chorrito de oporto y un buen pellizco de mantequilla y ya estaba lista para servir. Nada de crema desnatada, no. Después, sólo quedaba retirar del horno el solomillo empanado y hacerlo filetes. Tenía una pinta estupenda. Un ligero tono rosado en el interior, pero sin ese jugo rojizo que solía indicar que la carne no estaba del todo hecha. Como guarnición, había preparado guisantes cocidos
al dente
, que colocó en una fuente de porcelana Rörstrand, igual que el puré de patatas. Entre los dos, llevaron los manjares a la mesa. Ella esperó a que él se sirviera, antes de dejar caer la bomba.

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