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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

La princesa de hielo (13 page)

BOOK: La princesa de hielo
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—Perdona, no era mi intención darte un susto.

Francine sonrió.

—No, no te preocupes. Es que estaba absorta pensando…

—En Julia —adivinó Francine al tiempo que señalaba con un gesto la figura de la ventana—. Ya me he dado cuenta de que la observabas.

—Sí, he de admitir que me interesa su persona. ¡Está tan aislada del resto de la familia! No termino de aclararme, no sé si está triste por la muerte de Alex o si está indignada por alguna razón que no alcanzo a comprender.

—Yo creo que nadie entiende a Julia. Pero no creo que haya sido fácil para ella. El patito feo criado entre hermosos cisnes. Siempre rechazada e ignorada. Y no digo que hayan sido abiertamente malvados con ella en ningún momento; simplemente, era molesta. Por ejemplo, Alex nunca la mencionó siquiera cuando vivíamos en Francia. Cuando yo me vine a vivir a Suecia, me sorprendió saber que tenía una hermana menor. Hablaba de ti más que de su hermana. Vuestra relación debió de ser muy especial.

—A decir verdad, no lo sé. Éramos niñas y, en aquel entonces, éramos hermanas de sangre, no pensábamos separarnos nunca y todo eso. Pero, si Alex no se hubiese marchado del pueblo, supongo que habría ocurrido con nosotras como con el resto de las niñas que crecieron juntas hasta la adolescencia. Habríamos discutido por el mismo chico, nos habrían gustado estilos de ropa distintos, habríamos acabado en distintos círculos sociales y nos habríamos apartado la una de la otra por otras amistades más acordes con la fase en que nos encontráramos o queríamos encontrarnos en un momento determinado. Pero, naturalmente, Alex ejerció bastante influencia en mi vida, incluso en mi vida adulta. Por ejemplo, nunca supe deshacerme de la sensación de decepción. Me pregunto quién de las dos hizo algo mal. Simplemente, ella empezó a apartarse cada vez más hasta que un día, de repente, ya no estaba. Cuando nos veíamos después, de mayores, era para mí como una desconocida. Por extraño que parezca, ahora tengo la impresión de que estoy conociéndola otra vez.

Erica pensó en las páginas cada vez más numerosas del libro. Por ahora no contenían más que una serie de impresiones y descripciones mezcladas con sus ideas y reflexiones. Ni siquiera sabía cómo iba a conformar aquel material, sólo que tenía que hacerlo. Su instinto de escritora le decía que aquélla era su oportunidad de crear algo auténtico, aunque no tenía la menor idea de dónde trazar la frontera entre sus necesidades como creadora y su relación personal con Alex. La curiosidad inherente a la creación literaria la impulsaba además a indagar en el misterio de la muerte de Alex en un plano mucho más personal. Habría podido optar por ignorar todo lo relativo a Alex y su destino, darle la espalda al lamentable clan que rodeaba a Alex y dedicarse a sí misma y a sus asuntos. Y en cambio, allí estaba, en una habitación llena de personas a las que en realidad no conocía.

Un pensamiento le vino a la mente. Casi había olvidado el cuadro que vio en el armario de Alex. Pero ahora cayó de pronto en la cuenta de por qué los cálidos tonos que habían capturado en el lienzo el cuerpo desnudo de Alex le resultaron tan familiares. Se dirigió a Francine y le preguntó:

—¿Recuerdas cuando nos vimos en la galería…?

—Sí.

—Había un cuadro, justo junto a la puerta. Un lienzo enorme que sólo tenía colores cálidos, amarillo, rojo, naranja…

—Sí, ya sé a cuál te refieres. ¿Qué pasa con ese cuadro? ¿No me digas que te interesa comprarlo? —bromeó sonriendo.

—No, me preguntaba quién lo pintó.

—Bueno, ésa es una historia muy triste, la verdad. El artista se llama Anders Nilsson y precisamente, es de aquí, de Fjällbacka. Fue Alex quien lo descubrió. Tiene un talento insólito. Por desgracia, también está extremadamente alcoholizado, lo que destruirá sin duda sus posibilidades como artista. Hoy en día no basta con dejar tus cuadros en una galería y sentarse a esperar el éxito. Además, un pintor debe ser el promotor de su obra, presentarse en las inauguraciones, acudir a recepciones y responder a la imagen del «artista» de pies a cabeza. Anders Nilsson es un borracho al que no se puede invitar a sitios normales. De vez en cuando lo vendemos porque algún cliente capaz de reconocer el talento nos compra un cuadro suyo, pero Anders nunca llegará a ser una estrella permanente en el cielo de los artistas. Aunque suene un tanto crudo, sus posibilidades se multiplicarán si se mata bebiendo. Los artistas muertos siempre tienen más éxito entre el gran público.

Erica miró perpleja a aquella persona de aspecto tan delicado. Francine se dio cuenta y añadió:

—No era mi intención ser cínica. Es sólo que me pone furiosa que alguien con tanto talento lo eche a perder por una botella de alcohol. Si digo que es trágico me quedo corta. Tuvo suerte de que Alex viese sus cuadros. De lo contrario, los únicos que habrían disfrutado de su arte habrían sido los alcohólicos de Fjällbacka. Y me cuesta creer que ellos sean capaces de apreciar los aspectos más intelectuales del arte.

Había colocado una pieza del rompecabezas, pero por más que lo intentaba, Erica no veía cómo encajaba con el resto del dibujo. ¿Por qué tendría Alex un desnudo suyo pintado por Anders Nilsson escondido en el armario? Una posible explicación sería que Alex le hubiese encargado el retrato a un pintor cuyo talento admiraba para después regalárselo a Henrik; o a su amante. Pese a todo, no le sonaba del todo convincente. El desnudo emanaba una sensualidad y una sexualidad impensables en una relación entre extraños. Entre Alex y Anders existía una relación evidente. Aunque, por otro lado, Erica sabía bien que no era una experta en arte y que su intuición bien podía ser equivocada.

Un leve murmullo inundó de improviso la sala. Se originó en el grupo que más cerca estaba de la puerta y se contagió después al resto de los congregados. Todas las miradas se dirigieron hacia la puerta por la que hizo su aparición un huésped totalmente inesperado. Cuando Nelly Lorentz la cruzó, todo el mundo perdió el resuello de pura sorpresa. Erica pensó en el artículo de periódico que había encontrado en el dormitorio de Alex y empezó a ver que todos los datos en apariencia aislados daban vueltas en su cabeza sin lograr conectarse unos con otros.

L
a supervivencia de Fjällbacka había dependido de los avatares de la fábrica de conservas Lorentz. Casi la mitad de los habitantes en activo trabajaban en la fábrica y los miembros de la familia Lorentz eran los reyes del pueblo. Puesto que Fjällbacka no contaba con ninguna base para la existencia de una alta sociedad, los Lorentz constituían una clase independiente. Desde la elevada posición que les brindaba su gran mansión en la cima de la colina, los Lorentz contemplaban Fjällbacka desde arriba, con altiva soberbia.

La fábrica había sido inaugurada el año 1952 por Fabian Lorentz. Era descendiente de una familia de pescadores con larga tradición y se esperaba que él siguiese los pasos de sus antepasados. Pero la pesca escaseaba cada vez más y el joven Fabian era tan ambicioso como inteligente y no pensaba conformarse con salir adelante con los mismos escasos medios que su padre.

Puso en marcha la fábrica de conservas partiendo de cero y cuando murió, a finales de los setenta, le dejó a su esposa Nelly una considerable fortuna, además de una empresa floreciente. A diferencia de su esposo, que había sido hombre muy querido, Nelly Lorentz tenía fama de ser presuntuosa y fría, y no sólo apenas se dejaba ver en el pueblo sino que, como una reina, no admitía más visitas que las de aquellos a quienes invitaba expresamente. De ahí que verla cruzar la puerta causase una sensación extraordinaria. Aquello sería materia de habladurías suficiente para varios meses.

Era tal el silencio que reinaba en la habitación que habría podido oírse la caída de un alfiler. Lorentz le hizo a Henrik el honor de dejarse ayudar con las pieles y de entrar de su brazo en la sala de estar. Él la fue guiando hasta el sofá del centro, donde estaban Birgit y Karl-Erik mientras que, a modo de saludo, iba agraciando con su asentimiento a varios escogidos de entre los invitados. Cuando llegó hasta donde estaban los padres de Alex, la conversación se reanudó de nuevo. Vana charla sobre esto y aquello, cuando lo que todos pretendían era enterarse de lo que se decía en la zona del sofá.

Erica fue uno de los afortunados en recibir el gesto de aceptación de Nelly. Por su condición asimilable a la de celebridad, había sido hallada digna y, desde que sus padres murieron, había recibido una invitación de Nelly Lorentz para tomar el té. Ella la declinó educada, aduciendo que aún estaba recuperándose de la pérdida.

Observó con curiosidad a Nelly, que ya transmitía sus más sentidas simpatías a Birgit y a Karl-Erik. Erica dudaba mucho de que su huesudo cuerpo abrigase ningún tipo de simpatías. Era de una delgadez extrema y sus muñecas sobresalían por la bocamanga de su traje, de factura perfecta. Lo más probable era que llevase toda la vida pasando hambre para poder lucir una escualidez tan a la moda, pero sin comprender que lo que podía sentar bien a las curvas naturales de la juventud no resultaba igual de hermoso cuando la vejez empezaba a dejar su huella. Tenía el rostro afilado y anguloso, pero extraordinariamente liso y sin arrugas, lo que llevó a Erica a sospechar que la naturaleza había recibido ayuda del bisturí. El cabello era su atributo más hermoso. Era abundante y de un gris plateado, recogido en una elegante trenza de espiga, pero peinado hacia atrás tan tirante que la piel de la frente también se había tensado un tanto, confiriéndole al rostro una expresión de ligera sorpresa. Erica calculó que tendría algo más de ochenta años. Se rumoreaba que, en su juventud, había sido bailarina y que había conocido a Fabian Lorentz un día en que actuaba en el ballet de un establecimiento de Gotemburgo al que ninguna joven de bien se atrevería a entrar y, de hecho, Erica pensó que en efecto podía detectarse su formación de bailarina en los graciosos movimientos que aún conservaba. Según la versión oficial, no obstante, jamás había pisado una sala de fiestas, sino que era hija de un cónsul de Estocolmo.

Tras unos minutos de discreta conversación, Nelly dejó a los dolientes padres para ir a sentarse con Julia en el porche. Nadie dejó ver con un solo gesto lo extraordinario que les resultaba aquello y todos prosiguieron con su charla con un ojo puesto en la singular pareja.

Erica había vuelto a quedarse sola en un rincón, puesto que Francine la dejó para seguir abriéndose paso entre los invitados. Así que ya podía dedicarse a observar a Julia y a Nelly sin que nadie la distrajese. Por primera vez en todo el día, vio una sonrisa en el rostro de Julia. La joven bajó de un salto del alféizar y se sentó junto a Nelly en el sofá de mimbre, donde permanecieron las dos, hablándose casi al oído, entre susurros.

¿Qué podía tener en común una pareja tan dispar? Erica echó una ojeada al sofá donde estaba Birgit. Las lágrimas habían dejado de correr a mares por sus mejillas y ahora fijaba en su hija y en Nelly Lorentz una mirada limpia y llena de temor. Erica resolvió de pronto que aceptaría la invitación de la señora Lorentz. Podía resultar interesante mantener una conversación a solas con ella.

Cuando abandonó la casa de las alturas y pudo respirar de nuevo el aire libre, sintió un gran alivio.

P
atrik estaba un poco nervioso. Hacía mucho que no cocinaba para una mujer. Y, por si fuera poco, para una mujer ante la que no se sentía indiferente. Todo tenía que salir perfecto.

Fue canturreando mientras cortaba en rodajas el pepino para la ensalada. Tras muchos apuros y no menos meditación, se decidió por solomillo de ternera, que ahora tenía condimentado y listo en el horno, a pocos minutos de estar en su punto. La salsa hervía en el fogón y con sólo olerla se le hacía la boca agua.

Había tenido una tarde estresante. No pudo irse del trabajo algo más temprano, como esperaba, por lo que se vio obligado a limpiar la casa en tiempo récord. No era consciente de hasta qué punto había abandonado el hogar desde que Karin lo dejó, pero, cuando lo vio con los ojos con que lo vería Erica, comprendió que la situación requería una intervención importante.

Le avergonzaba haber caído en la típica trampa del soltero, con la casa sucia y el frigorífico vacío. No se había dado cuenta de la gran carga que Karin había llevado con la casa, sino que dio por supuesto que ésta debía estar limpia y ordenada, sin dedicar un instante a pensar cuánto trabajo requería mantenerla en orden. Fueron muchas las cosas que dio por supuestas.

Cuando Erica llamó a la puerta, se quitó enseguida el delantal y echó una ojeada al espejo para comprobar su peinado. Pese a que se había tomado la molestia de ponerse espuma, aparecía ahora tan indomable como siempre.

E
rica estaba, como era habitual en ella, fantástica. Traía las mejillas sonrosadas por el frío y el rubio y abundante cabello ensortijado por debajo del cuello del anorak. Le dio un leve abrazo de bienvenida, aunque se permitió el lujo de cerrar los ojos un segundo y de aspirar el aroma de su perfume, antes de apartarse para que entrase al calor de la casa.

La mesa ya estaba puesta y empezaron con los entremeses mientras esperaban que el primer plato estuviese listo. Patrik la observaba a hurtadillas mientras ella saboreaba el aguacate con relleno de gambas. Cierto que no era un plato sofisticado, pero resultaba difícil fracasar con él.

—Jamás me habría imaginado que te las arreglarías para componer una cena de tres platos —dijo Erica mientras tomaba una cucharada de su aguacate.

—No, la verdad, ni yo tampoco. Pero en fin, ¡salud y bienvenida al restaurante Casa Hedström, pues!

Brindaron y probaron el vino blanco, que estaba bien frío, y siguieron comiendo un rato en silencio.

—¿Qué tal te ha ido?

Patrik observaba a Erica bajo el flequillo.

—Pues gracias por preguntarlo, pero he tenido semanas mejores.

—¿Cómo fue que estuviste en el interrogatorio? Debe de hacer una barbaridad de años que no tenías contacto ni con Alex ni con su familia.

—Sí, redondeando, unos veinticinco años. La verdad es que no lo sé. Me siento como si me hubiese absorbido un torbellino del que ni puedo ni sé si quiero salir. Creo que a Birgit mi persona le recuerda que hubo tiempos mejores. Además, yo estoy fuera de todo el asunto y, precisamente por eso, no puedo funcionar como un factor de seguridad.

Erica vaciló un instante.

—¿Algún progreso?

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