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Authors: Irving Wallace

La Palabra (65 page)

BOOK: La Palabra
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Randall levantó su portafolio, lo abrió y buscó la fotografía de Edlund del Papiro número 9. Mientras hacía esto, dijo:

—El descubrimiento fue realizado en un antiguo lugar de recreo cercano a Roma por el profesor Augusto Monti, el arqueólogo italiano. A mí se me ha informado que el profesor Monti y su hija lo visitaron hace cinco años para autenticar el hallazgo. Pero luego me enteré de que habría sido imposible que su hija hubiera estado en el Monte Atos…

—Totalmente imposible.

—…pero me pregunto si el profesor Monti realmente vino aquí a consultarlo a usted.

La gran barba del abad se movió de un lado a otro.

—Nadie, nadie con ese nombre me ha visitado jamás. Por lo menos… —Su voz se apagó, y las esquinas de sus ojos se arrugaron, mientras trataba de recordar algo—. ¿Dijo Monti? ¿El de la Universidad de Roma?

—El mismo.

—Recuerdo que intercambiamos correspondencia; definitivamente lo recuerdo. Fue hace unos cuatro o cinco años. Incluso tal vez antes. Este profesor romano quería que yo fuera su invitado. Dijo que pagaría mis gastos para ir a Roma a autentificar algunos papiros arameos. Él estaba demasiado ocupado para visitarme en Atos. Más tarde (ahora lo recuerdo), el doctor Jeffries, al invitarme a colaborar en la traducción, mencionó a un arqueólogo italiano como el descubridor de dos extraordinarios documentos del siglo I. Pero, en cuanto a haber conocido personalmente a Monti, ya fuera aquí, en Atos, o en cualquier otra parte… no, nunca he tenido la buena fortuna de conocerlo.

—Es lo que yo pensé —dijo Randall, escondiendo su amargura—. Sólo quería estar seguro. —Puso su portafolio en el suelo, pero sostuvo en la mano la fotografía del papiro dudoso, así como una copia de la traducción final del arameo al inglés—. Esto es lo que he venido a Atos a mostrarle. Pero antes de mostrárselo, padre, permítame explicarse cuál es el problema que ha surgido, puesto que yo espero que usted pueda resolverlo.

Omitiendo los detalles acerca de Bogardus y su participación en Resurrección Dos, Randall explicó brevemente que alguien, cuando el Nuevo Testamento ya estaba en la imprenta, se había tropezado con un anacronismo, una discrepancia, en la traducción del pasaje que describe la huida de Jesús de Roma a través del fértil valle donde en otro tiempo había existido el Lago Fucino.

—No obstante, de acuerdo con los historiadores romanos —concluyó Randall—, el Lago Fucino no había sido desaguado sino tres años más tarde.

El abad comprendió.

—Permítame ver la traducción.

Randall se la entregó.

—Vea las líneas cuarta y quinta.

El abad leyó para sí mismo la traducción, y luego releyó las líneas y cuarta y quinta, en voz alta.

—Nuestro Señor… mmm… hubo de caminar aquella noche a través de los abundantes campos del Lago Fucino, que había sido desaguado por órdenes de Claudio César y cultivado y labrado… —Se meció pensativamente—. Sí. Ahora permítame ver el original en arameo, de donde se hizo esta traducción.

Randall entregó la fotografía al abad. El anciano griego echó un vistazo a la fotografía, hizo una mueca y levantó la vista.

—Ésta es sólo una reproducción, señor Randall. Debo ver el papiro original.

—No lo tengo, padre. Nunca permitirían que yo, ni nadie, viajara con él. El papiro es demasiado valioso. Lo guardan bajo seguridad dentro de una bóveda especial en Amsterdam.

El abad Petropoulos estaba decepcionado.

—Entonces, la tarea que me encomienda resultará doblemente complicada. De por sí es muy difícil leer el arameo, con esos caracteres tan pequeños. Ahora, examinarlos en una reproducción y tratar de traducirlos con precisión, es casi imposible.

—Pero esta fotografía fue tomada con rayos infrarrojos, para destacar los signos más borrosos y descoloridos y…

—No importa, señor Randall. La reproducción es una segunda situación, y casi siempre, para mis cansados ojos, vaga y variable.

—¿Podría cuando menos tratar de descifrar lo que hay en la fotografía, padre?

—Lo intentaré. Seguro que sí.

El abad se levantó emitiendo un gruñido, cojeó hacia una de las mesitas de lámpara, abrió un cajón y sacó un gran lente de aumento.

Randall observaba atentamente mientras el abad se agachaba, sosteniendo la fotografía del papiro bajo la luz y estudiándola a través de la lupa. Durante varios minutos, el abad continuó inspeccionando la fotografía con profunda concentración. Por fin puso la lupa sobre la mesa y se acomodó de nuevo en su silla, recogiendo la traducción para leerla nuevamente.

Sin decir palabra, le devolvió la traducción a Randall y, acariciándose la canosa barba, valorizó la fotografía.

—Usted sabe, naturalmente, que el doctor Jeffries y sus colegas tuvieron la ventaja de trabajar con el papiro original. Teniendo esto en mente, es probable que su traducción sea excelente. Y si lo es, entonces el códice o rollo que este fragmento representa debe ser ciertamente considerado como el descubrimiento más asombroso y emocionante de la historia cristiana.

—Yo no tengo dudas acerca de eso —convino Randall—. Pero sí las tengo con respecto a la exactitud de la traducción del arameo.

El abad Petropoulos se rascó debajo de la barba, absorto en sus pensamientos.

—Por lo que he podido descifrar de la fotografía, la traducción es bastante precisa, aunque no podría jurar que así sea. Muchos de los caracteres arameos, como usted mismo puede ver, están borrosos, casi han desaparecido con el paso de los siglos. Varias palabras, en las líneas que a usted le interesan, son apenas legibles.

—Lo sé, padre; sin embargo…

Ignorando a Randall, el anciano prosiguió:

—Siempre ocurre lo mismo con estos manuscritos antiguos. Un lego no comprende los problemas. En primer lugar, estamos entendiéndonos con el material físico, el papiro. ¿Qué es el papiro que se utilizó en un manuscrito como éste? Ese papel para escribir se manufacturó del meollo del tallo de la planta del papiro, que se encontraba en la región del Nilo, en Egipto. El meollo se rebanaba en tiras, y dos capas de esas tiras se engomaban en forma de cruz. El papel de papiro que de eso resultaba no era más duradero que nuestro moderno y corriente papel bond, y ciertamente no pretendían que sobreviviera diecinueve siglos. En climas húmedos, el papiro se desintegraba. Bajo condiciones secas, sobrevivía más tiempo, aunque se volvía extremadamente quebradizo, pudiendo partirse o desmoronarse en polvo al solo contacto del dedo. Este fragmento de papiro que me ha mostrado usted en una fotografía, probablemente es tan quebradizo, está tan gastado, que la escritura es casi oscura. Más aún, en el siglo primero, el arameo se escribía con caracteres en forma cuadrada, cada letra o signo asentándose separadamente en ese papel de meollo. Como resultado, las palabras individuales no se conectaban. Se podría pensar que eso lo haría más fácil de distinguir y de leer, pero todo lo contrario. Es mucho más fácil leer una palabra en la cual las letras están conectadas en manuscrito cursivo, pero desafortunadamente, las palabras conectadas, la escritura cursiva, no surgieron sino hasta el siglo IX. Tales son los obstáculos, que se vuelven más difíciles de superar cuando uno los estudia en una reproducción.

—No obstante, este texto arameo se leyó y se tradujo totalmente.

—Sí, lo mismo que los tres mil cien antiguos fragmentos y manuscritos del Nuevo Testamento que existen en todo el mundo (ochenta de ellos escritos en papiro y doscientos en unciales, es decir, en letras mayúsculas) fueron también traducidos con éxito, pero después de enormes dificultades.

Randall insistió.

—Aparentemente, las dificultades también fueron superadas en estos papiros. El Evangelio según Santiago fue traducido. Usted me ha dicho que cree que puede ser una traducción exacta. Entonces, ¿cómo explica la incongruencia en el texto?

—Hay varias explicaciones posibles —dijo el abad—. Nosotros ignoramos si Santiago, en el año 62 A. D., conocía el alfabeto lo suficientemente bien como para haber podido escribir este evangelio con su puño y letra, aunque puede ser que sí. Sin embargo, lo más probable es que, para ahorrar tiempo, se lo haya dictado a un amanuense, un escribano experimentado, y que él sólo haya firmado el documento. Este papiro puede representar lo que el escriba asentó originalmente, o bien ser una copia adicional (una de las otras dos copias que Santiago dijo haber enviado a Barnabás y a Pedro) escrita por otro escribano. Además, al tomar el dictado, el escriba pudo haber escuchado algo equivocadamente, haberlo entendido mal y transcrito incorrectamente al papiro. O un copista, cansado de la mano o de los ojos o con una mente divagadora, pudo haber copiado una o varias palabras o toda una frase incorrectamente. Recuerde usted que, en arameo, un solo punto colocado arriba o abajo de una palabra o en una posición equivocada, puede cambiar completamente el significado de la palabra. Por ejemplo, existe una palabra en arameo que puede significar «muerto» o puede significar «aldea», simplemente de acuerdo con el lugar donde se coloque un punto. Un error tan insignificante muy bien pudiera explicar ese anacronismo. Por otra parte, al escribir o dictar su biografía de Cristo, trece años después de Su muerte, la memoria de Santiago pudo haber olvidado por dónde o cómo salió Nuestro Señor de Roma.

—¿Es eso lo que usted cree?

—No —dijo el abad—. Este material era demasiado preciado, aun en su época, para permitir el menor descuido humano.

—Entonces, ¿qué es lo que cree?

—Creo que la explicación más factible sería que los traductores modernos (con el debido respeto al doctor Jeffries y sus colegas) cometieron un error al traducir del arameo al inglés y a otros idiomas contemporáneos. El error pudo haber ocurrido por una de dos razones.

—¿Cuáles razones?

—La primera es simplemente que hoy no conocemos todas las palabras arameas que Santiago conocía en el 62 A. D. No sabemos el vocabulario arameo completo. No existía ningún diccionario de ese idioma y aunque, afortunadamente, hemos definido muchas palabras, cada nuevo papiro que se descubre nos da palabras desconocidas que nunca antes habíamos visto. Recuerdo un descubrimiento realizado en la gruta de Murabba'at, un uadi en el desierto judío, para cuya traducción solicitaron mi colaboración. El descubrimiento consistía en contratos legales escritos en arameo en el año 130 A. D., así como dos cartas escritas también en arameo por Bar-Kokhba, un jefe rebelde judío, que fue el responsable de la revuelta contra Roma en 132 A. D. Había muchas palabras arameas que jamás había visto yo.

—Y entonces, ¿cómo pudo traducirlas?

—De la misma manera como el doctor Jeffries y sus colaboradores tradujeron algunas de las palabras desconocidas que seguramente encontraron en los papiros de Santiago… mediante la comparación con palabras conocidas dentro del texto, tratando de comprender el significado y el sentido que el escritor quería dar a sus palabras, y por analogía con las formas gramaticales conocidas. Lo que estoy diciendo es que con frecuencia resulta imposible expresar un lenguaje antiguo en palabras modernas. En tales casos, la traducción se convierte más que nada en un asunto de interpretación. Pero esta clase de interpretación puede conducir a cometer errores.

El abad se acarició la barba pensativamente, y luego continuó.

—El segundo escollo, señor Randall, radica en que cada palabra aramea puede tener varios significados. Por ejemplo, existe una palabra en arameo que significa «inspiración», «instrucción» y «felicidad». Un traductor tendría que decidir cuál de esas definiciones quiso emplear Santiago. La decisión del traductor es simultáneamente subjetiva y objetiva. Subjetivamente, debe evaluar la yuxtaposición de las diferentes palabras que aparecen en una o varias líneas. Objetivamente, debe tratar de ver que un punto o un rasgo que pudo haber existido alguna vez, podría encontrarse borrado ahora. Es tan fácil pasar por alto, calcular mal, cometer errores. Los seres humanos no somos omnisapientes, sino susceptibles a los juicios equivocados. Los traductores de la Versión del Rey Jaime del Nuevo Testamento trabajaron empleando antiguos textos griegos que se referían a Jesús como «su Hijo». De hecho, el griego antiguo no contenía una palabra como el posesivo «su», así que la Versión Común Revisada se corrigió para que dijera «un Hijo». Este cambio fue probablemente más preciso, y alteró el significado de la referencia a Jesús.

—¿Pudo haber ocurrido algo semejante en esta traducción?

—Posiblemente. El arameo fue traducido de tal modo que dijera que «Nuestro Señor… hubo de caminar aquella noche a través de los abundantes campos del Lago Fucino, que había sido desaguado». Si se sustituye «campos del» por «campos alrededor del» o «campos cercanos al» y «que había sido» por «que sería», el significado cambia completamente.

—¿Usted cree que sea posible que esas palabras hayan sido traducidas erróneamente?

—Creo que ésa es la explicación más factible.

—Y, ¿si no hubieran sido traducidas erróneamente? ¿Si ésta fuese una traducción correcta y precisa?

—Entonces consideraría yo que la autenticidad del Evangelio según Santiago estaría bajo sospecha.

—Y, ¿si estuvieran sólo mal traducidas?

—Consideraría que el nuevo evangelio es auténtico y que constituye el descubrimiento más trascendental en la historia del hombre.

—Padre —dijo Randall, inclinándose en su silla hacia delante—, ¿no cree que valdría la pena cualquier esfuerzo por averiguar si este evangelio es, en verdad, el más trascendental en la historia del hombre?

El abad Petropoulos parecía confuso.

—¿Qué está usted tratando de decir?

—Estoy sugiriendo que vaya usted conmigo a Amsterdam mañana por la mañana, para que allí examine el papiro original y de una vez por todas nos diga si es que tenemos un descubrimiento verdadero o un hallazgo posiblemente falso.

—¿Desea usted que yo vaya a Amsterdam?

—Mañana mismo. Con gastos pagados. Además, se haría una generosa contribución a su monasterio. Y, sobre todo, su autentificación pondría al Nuevo Testamento Internacional fuera de toda suspicacia.

El abad Petropoulos asintió con la cabeza pensativamente.

—Lo último
es
lo más importante. Sería, en realidad, obra de Dios. Sí, señor Randall, puedo hacer ese viaje. Pero no mañana.

—¡Estupendo! —exclamó Randall—. ¿Cuándo puede hacerlo?

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