Delante de él, a lo lejos, se discernía una pequeña mancha blanca: el final del túnel.
Madre saltó al asiento del copiloto junto a él.
—Espantapájaros, ¡quién cojones es esa gente! ¿Y quién es ese tipo de negro?
—¡No lo sé! —gritó Schofield.
Miró por el espejo retrovisor y vio a Aloysius Knight salir al capó del Driftrunner que tenían detrás.
—Pero parece ser el único aquí que no está intentando matarme.
—Podría estar planeando hacerlo más tarde —sugirió Libro II desde la batea—. Voto por deshacernos de él.
—Totalmente de acuerdo… —comenzó a decir Madre antes de callarse de repente.
Habían llegado al final del túnel.
Una cegadora luz blanca se filtraba por una pequeña entrada cuadrada.
Estaba a unos doscientos metros de distancia.
Lo que había hecho que Madre callara, sin embargo, era el enorme y demoníaco objeto que había aparecido en el aire tras la salida del túnel: era un caza experimental.
Un caza Sukhoi S-37 negro que se alzaba inmóvil en el aire, justo en el exterior del túnel.
Visto desde delante, con su morro apuntado y sus alas en posición descendente cual misiles en lanzamiento, el S-37 parecía un halcón enorme y maléfico que los miraba fijamente.
Se oyó un golpe sordo tras Schofield cuando Knight aterrizó en la batea de su Driftrunner y se colocó tras ellos.
—Tranquilos —dijo mientras asentía al caza—. Está con nosotros.
Knight pulsó un botón de su muñequera, activando así la radio:
—¡Rufus, soy yo! Estamos saliendo a toda leche, tenemos tres vehículos enemigos pisándonos los talones. Necesito un Sidewinder. Solo uno. Apunte bajo y a su derecha, doscientos metros. Como hicimos en Chile el año pasado.
—Recibido, jefe —dijo una voz grave por el auricular de Knight.
—¿Puedo? —Knight señaló con la cabeza al volante de Schofield.
Schofield le dejó cogerlo.
Knight giró bruscamente el volante y condujo el Driftrunner hacia la pared izquierda del túnel.
El Driftrunner se pegó a la pared y las ruedas comenzaron a chirriar hasta que el camión se alzó en un ángulo de cuarenta y cinco grados sobre la pared (dos ruedas en el suelo y dos en la misma pared).
—¡Ahora, Rufus! —gritó Knight por el micro de su muñeca.
Inmediatamente después, una columna de humo salió disparada del ala derecha del caza negro y, con un bum retumbante, un misil Sidewinder fue directo al túnel, a gran velocidad, prácticamente pegado al suelo.
Desde el punto de vista de Schofield, el misil permaneció casi pegado a la pared izquierda, acercándose bajo y veloz hasta que…
¡Shuuuum!
Pasó zumbando por debajo del camión inclinado cuarenta y cinco grados e impactó en el que había inmediatamente detrás.
La explosión retumbó por todo el túnel. El primer Driftrunner Spetsnaz explotó en un millón de pedazos.
Como no tenían manera de evitarlo, los dos camiones de minería tras el primer Driftrunner Spetsnaz chocaron contra la parte trasera de lo que quedaba de este.
Al mismo tiempo, el Driftrunner de Schofield salió a la cegadora luz del día, a un área plana y vasta de carga y descarga excavada en un lateral de la montaña. Tras esa extensión, justo bajo el caza en vuelo, había una caída de trescientos metros.
Knight se volvió hacia Madre.
—¿Cuánto tiempo queda para que estalle la bomba?
Madre miró su reloj.
—Treinta segundos.
—Esto va a doler, Dmitri. —A continuación habló de nuevo por el micro de su muñeca—: Rufus. Nos encontraremos en la siguiente área de carga y descarga que hay descendiendo la ladera de la montaña. —Miró a Schofield—. Tengo tres pasajeros conmigo, incluido nuestro hombre.
—¿Algún problema?
Knight dijo:
—Nah, ha sido bastante tranquilito esta vez.
Treinta segundos después, el aerodinámico Sukhoi aterrizó en una nube de arena sobre otra área de carga y descarga situada un poco más abajo de la precaria carretera que descendía de la ladera. Plana y redonda, este lugar se asemejaba a una plataforma de aterrizaje natural que sobresalía de la cara de la montaña que daba al precipicio.
El Driftrunner de Schofield se detuvo junto a ella.
En ese mismo momento, guiada por el diodo láser que Gant había colocado en el interior de la mina, una bomba MOAB era lanzada desde la parte trasera de un C-130 Hércules y se dirigía hacia los conductos de ventilación de la mina.
El sistema de guiado funcionó a la perfección.
La bomba se precipitó a su objetivo, alcanzando una velocidad terminal, con sus aletas controlando su trayectoria de vuelo antes de desaparecer en la chimenea (en esos momentos abierta) de la mina.
Uno…
Dos…
Tres…
Detonación.
Toda la montaña se convulsionó.
La explosión resonó desde el interior de la mina.
Schofield, que se encontraba en esos momentos junto a la cabina para dos personas del Sukhoi ayudando a Madre a subirse, tuvo que agarrarse a la escalera para no perder el equilibrio.
Miró hacia la cima que se alzaba por encima de ellos, a la capa de nieve que descansaba sobre ella, y entonces lo supo.
—Oh, no —musitó—. Una avalancha…
Se volvió para mirar de nuevo hacia la carretera justo a tiempo para ver que dos figuras agachadas salían del túnel de la mina a pie, menos de un segundo antes de que la explosión se produjera y los restos de los Driftrunner salieran despedidos hacia el exterior.
Los tres Driftrunner fueron catapultados lejos del límite de la primera área de carga y descarga y salieron disparados en horizontal, rebasando por encima a las dos figuras agazapadas para, a continuación, caer en picado al barranco.
Fue entonces cuando se oyó un inquietante ruido en algún punto por encima de Schofield.
El gigantesco cuerpo de nieve que descansaba sobre la cima de la montaña que se cernía sobre el Sukhoi estaba moviéndose, resquebrajándose, comenzando a… deslizarse.
—¡Muévanse! —gritó Schofield mientras subía la escalera.
La avalancha comenzó a ganar velocidad.
—¡Rápido! ¡Al compartimento de bombas! —gritó Knight.
Libro y Madre se metieron a duras penas por la pequeña cabina y salieron al estrecho espacio que había tras esta: un compartimento de almacenamiento de bombas que había sido reconvertido en… una celda.
—¡Entren! —gritó Knight a sus espaldas—. ¡Yo me uniré a ustedes!
Knight se apretujó con ellos. Schofield fue el último en subir a la cabina de mano y se sentó en el asiento del artillero. Alzó la vista.
La nieve que descendía en vertical había tomado la apariencia de una ola oceánica: pequeñas explosiones blancas que precedían a la avalancha propiamente dicha.
Knight gritó:
—¡Rufus!
—¡Ya estoy en ello, jefe! —El altísimo hombre del asiento delantero accionó la palanca del acelerador y el Sukhoi ganó altura.
—Vamos… —dijo Schofield.
La avalancha se acercaba a gran velocidad hacia ellos, descendiendo vertiginosamente, retumbando, golpeando la ladera.
El Sukhoi siguió ganando altura y se cernió inmóvil en el aire unos instantes antes de sobrepasar a gran velocidad el borde del precipicio justo cuando la avalancha de nieve lo alcanzaba y se precipitaba al vacío con un rugido colosal, engullendo la zona de carga y descarga de una sola dentada antes de pasar por debajo del caza y caer al abismo.
—Ha estado cerca —suspiró Knight.
Tres minutos después, el Sukhoi S-37 aterrizó en un claro en el lado afgano de la montaña, a cerca de kilómetro y medio del lugar donde estaba estacionado el Yak-141 de Schofield.
Schofield, Knight, Libro y Madre bajaron del avión, mientras el piloto (un tipo enorme y con barba poblada al que Knight presentó como «Rufus») apagaba los motores.
Schofield se alejó unos metros para ordenar sus pensamientos. Habían pasado muchas cosas ese día y quería despejar su mente.
Oyó un ruido por el auricular.
—Espantapájaros, soy Fairfax. ¿Está ahí?
—Sí, estoy aquí.
—Escuche, tengo un par de cosas para usted. Algunos datos de esos tipos del comando de material e investigación médica del ejército de Estados Unidos e información importante de ese Caballero Oscuro, la mayoría proveniente de las listas de los más buscados del FBI y del Servicio de Seguridad e Inteligencia. ¿Tiene un minuto?
—Sí —dijo Schofield.
—Joder, Espantapájaros, no son muy buenas noticias…
En su despacho en las profundidades del Pentágono, Dave Fairfax estaba sentado delante del ordenador, bañado por la luz de la pantalla. En la zona este de Estados Unidos acababan de dar las cuatro de la mañana del 26 de octubre y el despacho estaba en completo silencio.
En la pantalla de Fairfax había dos fotos de Aloysius Knight: en la primera se veía a un joven sonriente con la cabeza afeitada y uniforme del ejército de Estados Unidos. La segunda era una foto borrosa tomada a cierta distancia de Aloysius Knight blandiendo una escopeta en cada mano y corriendo como alma que lleva el diablo.
—Vale —dijo Fairfax, y procedió a leer—. Su verdadero nombre es Knight, Aloysius Knight, treinta y tres años de edad, metro ochenta y seis, ochenta y cuatro kilos. Ojos: marrones. Pelo: negro. Características distintivas: lleva unas gafas antidestellos con los cristales tintados debido a una patología ocular conocida como distrofia retinal aguda. Quiere decir que sus retinas son demasiado sensibles para soportar la luz natural, de ahí la necesidad de llevar cristales tintados.
Mientras la voz de Fairfax resonaba por el auricular de Schofield, este miraba a Knight, que estaba junto al Sukhoi con los demás, con las dos escopetas enfundadas, sus gafas de cristales tintados y su uniforme de combate negro.
Fairfax prosiguió:
—Otrora miembro del Séptimo equipo de la unidad Delta, considerado por muchos el mejor de todo el destacamento, la élite entre la élite. Alcanzó el rango de capitán, pero fue declarado culpable de traición
in absentia
en 1998 tras delatar una misión que estaba dirigiendo en Sudán. Según los datos de Inteligencia, Knight recibió dos millones de dólares de una célula local de Al Qaeda por informarles sobre un ataque inminente de Estados Unidos a uno de sus almacenes de armas. Trece miembros del equipo murieron como resultado del aviso que dio Knight.
»Tras aquello perdieron su rastro, pero fue redescubierto dieciocho meses después en Brasilia. Un equipo de seis SEAL de la Armada fue enviado para liquidarlo. Knight los mató a todos y envió por correo sus cabezas a Coronado, la base naval de los SEAL en San Diego.
»En la actualidad trabaja como cazarrecompensas por cuenta propia. Agárrese. Al parecer, las compañías aseguradoras están al tanto de estas cosas para los secuestros: Carringtons lo considera el segundo mejor cazarrecompensas del mundo.
—¿Solo el segundo? ¿Quién es el mejor?
—Ese Damon Larkham del que le he hablado antes. Espere un segundo, aún no he terminado con Knight. El ISS cree que, en el año 2000, Knight siguió la pista y mató a doce terroristas islamistas que habían secuestrado a la hija del vicepresidente ruso, a la que le habían cortado cuatro dedos y por la que habían exigido un rescate de cien millones de dólares. Knight los siguió hasta un campo de entrenamiento terrorista en el desierto iraní, fue allí, arrasó el campamento, cogió a la chica (sin los dedos, claro), y la devolvió a Moscú sin que los medios se enteraran. A cambio, dice aquí, el Gobierno ruso le dio… espere a oír esto… un caza experimental Sukhoi S-37, además de privilegios para poder repostar en cualquier base rusa del mundo. Al parecer, el avión es conocido en el mundillo de los cazarrecompensas como el Cuervo Negro.
—El Cuervo Negro, ¿eh? —Schofield se volvió para mirar el Sukhoi S-37… y vio que Aloysius Knight caminaba en su dirección.
—Tenga cuidado, Espantapájaros —dijo Fairfax—. No es el tipo de tío que uno querría tener pisándole los talones.
—Demasiado tarde —dijo Schofield—. Lo tengo justo enfrente.
Schofield y Knight se unieron a los demás bajo el Cuervo Negro.
Libro II y Madre fueron junto a Schofield.
—¿Estás bien? —le preguntó Madre en voz baja—. Libro me ha contado lo que ocurrió en Siberia. Perdona mi lenguaje, pero ¿qué cojones está pasando aquí?
—Ha sido una mañana muy dura —dijo Schofield—, y mucha gente ha muerto. ¿Alguna idea de qué le ha ocurrido a Gant?
—La última vez que la vi fue cuando esos soplapollas del láser verde irrumpieron y yo caí a esa cinta transportadora…
—La han capturado —dijo una voz a espaldas de Madre.
Era Aloysius Knight.
—Ha sido obra de un cazarrecompensas llamado Damon Larkham y sus hombres de la IG-88.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Libro II.
—Rufus. —Knight asintió a su compañero, el enorme piloto.
Con su frondosa barba, Rufus poseía un rostro ancho y sonriente y unos ojos sinceros. Se encorvaba ligeramente, como si intentara disminuir sus dos metros trece. Cuando habló, lo hizo con rapidez y de una manera concisa, como si estuviera leyendo un informe.
—Tras dejar a Aloysius en el conducto de ventilación —dijo—, me dirigí a la entrada trasera. Solté una carga de MicroDots en aerosol sobre el área de carga y descarga que había en el exterior del túnel, tal como usted me dijo, jefe. A continuación me mantuve inmóvil en el aire a cerca de un kilómetro y medio de distancia, también siguiendo sus instrucciones.