Larkham asintió pensativo.
—Mmm. El comandante Zamanov y sus Skorpion. Creo que esta incursión ha sido más que provechosa. —Miró el cuerpo de Gant—. Y puede que hayamos añadido una inestimable adquisición. Dígales a todos que se dirijan a la puerta trasera. Es hora de regresar a los aviones. Esta mina está a punto de ser volada por unos bombarderos.
Dos minutos después, el vehículo ligero de asalto de Schofield bordeó el extremo de la cinta transportadora que había junto a la barricada de Al Qaeda y se detuvo.
Schofield, Libro II, Madre y los otros dos marines se bajaron del vehículo, armas en ristre, buscando a Gant.
—Madre, ¿tiempo para que explote la bomba? —gritó Schofield.
—¡Seis minutos!
Gant no estaba allí. Ni tampoco la fuerza verdinegra. La zona tras la barricada de Al Qaeda estaba desierta. La batalla había concluido.
Madre se colocó en el extremo más cercano de la barricada, no muy lejos de la cinta transportadora.
—Aquí es donde la vi por última vez. Nos quedamos pasmadas cuando el tío bueno de ese grupo de verde y negro le cortó la cabeza a un terrorista y después un montón de esos terroristas tarados salieron en estampida en nuestra dirección.
Señaló el lado nordeste de la caverna, tras los conductos de ventilación. Allí Schofield vio un pequeño túnel del tamaño de la puerta de un garaje.
Y luego vio algo más, en el suelo: un Maghook.
Se acercó y lo cogió. Vio la palabra «Zorro» escrita con un rotulador blanco en un lateral. El Maghook de Gant. Se lo sujetó en el cinturón.
A continuación volvió con los demás. Madre estaba diciendo:
—… y no nos olvidemos de la cuarta fuerza que hay aquí abajo.
—¿Una cuarta fuerza? —intervino Schofield—. ¿Qué cuarta fuerza?
—Hay cuatro fuerzas distintas en el interior de esta mina —dijo Madre—. Nosotros, Al Qaeda, esos cabrones de negro y verde que se han llevado a mi Gant, y una cuarta fuerza: un grupo de tíos que se cargaron a Ashcroft y atacaron la barricada aliada desde detrás.
—¿Han matado a Ashcroft? —dijo Schofield.
—Y no solo eso. Le cortaron la puta cabeza.
—Joder. Otro grupo de cazarrecompensas —dijo Schofield—. Entonces, ¿dónde está esa fuerza ahora?
—Esto… creo que ya están aquí… —aventuró Libro II con un tono que no hacía presagiar nada bueno.
Surgieron de repente del interior y alrededores de la barricada de Al Qaeda; cerca de veinte soldados armados, vestidos con uniforme de combate de desierto, pasamontañas color crema y botas rusas de combate amarillentas. Salieron de los Driftrunner y las cubetas con carbón que conformaban la barricada terrorista.
La mayoría de ellos blandía subfusiles automáticos VZ-61 Skorpion, el arma de las fuerzas especiales de élite rusas: los Spetsnaz. Era por esa arma por lo que se habían ganado su apodo, los Skorpion.
Habían estado esperando.
Un hombre que llevaba las barras de un comandante, dio un paso al frente.
—Tiren las armas —ordenó de manera cortante.
Schofield y los cuatro marines obedecieron. Dos de los soldados Spetsnaz corrieron junto a Schofield y lo sujetaron con fuerza.
—Capitán Schofield, qué sorpresa tan agradable —dijo el comandante Spetsnaz—. Mis informantes no mencionaron que usted estaría aquí, pero su aparición es más que bienvenida. Puede que su cabeza suponga la misma recompensa que las demás, pero atrapar al famoso Espantapájaros sin duda reportará gran prestigio para quien lo consiga.
El comandante parecía evaluar a Schofield desde su larga y aquilina nariz. Resopló.
—Pero quizá su reputación sea inmerecida. Arrodíllese, por favor.
Schofield siguió de pie. Señaló el diodo emisor del láser que Gant había colocado.
—Habrá visto el dispositivo que hay ahí. El diodo está guiando una bomba de ocho toneladas hasta esta mina. Estará aquí en cinco minutos…
—He dicho que se arrodille.
Uno de los guardias golpeó a Schofield detrás de las rodillas con la culata del fusil. Schofield cayó al suelo bajo una de las cúpulas de la cuasicatedral que albergaba los conductos de ventilación.
El comandante sacó entonces de una funda que llevaba en la espalda una reluciente espada: un sable de hoja corta ruso.
—He de decir —dijo el comandante mientras se acercaba a Schofield y giraba distraídamente la espada en su mano—, que estoy un tanto decepcionado. Pensaba que matarlo sería mucho más difícil.
Levantó la espada y, cogiéndola con las dos manos, la blandió… justo cuando un par de puntos láser azules aparecieron en los torsos de los guardias de Schofield. Un segundo después, los dos guardias fueron abatidos.
Schofield alzó la vista…
El comandante Spetsnaz se volvió…
Y entonces todos lo vieron.
Estaba bajo el otro conducto de ventilación, con una escopeta plateada Remington en cada mano, manejándolas como si fueran pistolas. Los dispositivos de mira por láser de última generación habían sido incorporados a los cañones de acero inoxidable de las escopetas.
Justo a su lado, sobre dos trípodes plegables, había dos ametralladoras FN-MAG accionadas por control remoto e igualmente equipadas con miras de láser azul. Una de esas ametralladoras estaba en esos momentos iluminando el torso del comandante Spetsnaz con su láser azul mientras que la otra luz se movía de manera aleatoria entre los soldados rusos.
Quienquiera que fuera ese hombre, iba completamente de negro: ropa negra, equipo de protección corporal negro con marcas de batallas anteriores, casco de jóquey negro.
Y, en su rostro (un rostro sin afeitar, curtido y de gesto sereno), llevaba unas gafas antidestellos con cristales de color dorado.
Schofield se fijó en que una gruesa cuerda colgaba verticalmente del conducto de ventilación por encima del hombre cuando, de repente, esta salió disparada hacia arriba, desapareciendo cual serpiente asustadiza.
—Vaya. Hola, Dmitri —dijo el hombre de negro—. ¿Ha desertado otra vez?
El comandante Spetsnaz no parecía para nada contento de ver al hombre de negro. Ni tampoco le emocionaba el láser azul que en esos momentos iluminaba su torso.
El comandante ruso gruñó.
—Siempre resulta más sencillo desaparecer en este tipo de misiones internacionales. Estoy seguro de que usted lo sabrá mejor que nadie, Aloysius.
El hombre de negro, Aloysius, dio un paso adelante y caminó entre los fuertemente armados Spetsnaz como si nada.
Schofield se fijó en su funcional chaleco negro. Estaba equipado con una extraña selección de dispositivos no militares: esposas, pitones de escalada, una pequeña botella de buceo, incluso un diminuto soplete…
El hombre de negro pasó junto a un soldado ruso y este de repente levantó su arma.
Destellos. Disparos.
El soldado fue acribillado a tiros.
La ametralladora accionada por control remoto procedió a apuntar con su mira láser a los demás soldados Spetsnaz.
Impertérrito, el hombre de negro se detuvo delante de Schofield y del comandante.
—El capitán Schofield, supongo —dijo mientras ayudaba a Schofield a ponerse en pie—. Espantapájaros.
—Eso es… —dijo Schofield con cautela.
El hombre de negro sonrió.
—Knight. Aloysius Knight. Cazarrecompensas. Veo que ya conoce a los Skorpion. Tendrá que disculpar al comandante Zamanov. Tiene la mala costumbre de cortarle la cabeza a la gente nada más conocerla. Vi la señal, el láser, desde el aire. ¿Cuánto queda para el lanzamiento de la bomba?
Schofield miró a Madre.
—Cuatro minutos, treinta segundos —dijo Madre mientras miraba su reloj.
—Si se queda con esa cabeza, Knight —siseó el comandante ruso—, lo perseguiremos hasta los confines de la Tierra y lo mataremos.
—Dmitri —dijo el hombre llamado Knight—. No podría hacer eso aunque quisiera.
—Podría matarlo ahora mismo.
—Pero entonces usted también moriría —aseguró Knight mientras asentía al punto azul sobre el torso del comandante Dmitri Zamanov.
—Merecería la pena —repuso Zamanov.
—Lo siento, Dmitri. —Knight se echó a reír—. Es un buen soldado y, seamos honestos, un puto cabrón psicótico. Pero lo conozco demasiado bien. No quiere morir. La muerte le asusta. A mí, por otro lado… bueno, no podría importarme menos morirme.
Zamanov se quedó inmóvil.
Aquel tipo acababa de decirle al comandante ruso que se había tirado un farol.
—Vamos, capitán —dijo Knight. Cogió el MP-7 de Schofield del suelo—. Coja a sus hombres y mujeres y sígame.
Entonces, Knight condujo a Schofield y a los demás marines por entre el grupo de soldados Spetsnaz sin que se produjera ningún otro disparo.
—¿Quién es usted? —preguntó Schofield mientras caminaba.
—Eso no importa —dijo Knight—. Lo único que ahora mismo necesita saber, capitán, es que tiene usted un ángel de la guarda. Alguien que no quiere verlo muerto.
Llegaron al extremo este de la barricada de Al Qaeda, a escasa distancia del túnel situado en el rincón de la caverna.
Knight abrió la puerta de un camión Driftrunner que conformaba la sección trasera de la barricada de Al Qaeda.
—Suba.
Schofield y los demás subieron al interior, bajo las miradas torvas de los Skorpion.
Aloysius Knight subió al asiento delantero del Driftrunner y encendió el motor.
—Bien. —Se volvió hacia Schofield—. ¿Está listo para correr? Porque, tan pronto como abandonemos la protección de mis armas por control remoto, esos chupapollas van a estar muy cabreados.
—Estoy listo.
—De acuerdo.
Entonces Knight pisó el acelerador y el Driftrunner salió disparado hasta desaparecer por el estrecho y bajo túnel del rincón de la caverna.
Tan pronto como desapareció del campo de visión, los veinte miembros del equipo de Spetsnaz de Zamanov se pusieron en marcha. Unos se subieron a otros Driftrunner y tres de ellos ocuparon el vehículo ligero de asalto abandonado de Schofield.
Sus motores cobraron vida y la persecución comenzó.
Luces en la oscuridad.
Luces de faros rebotando, saltando, avanzando por el aire lleno de polvo.
El Driftrunner del Caballero Oscuro descendía a gran velocidad por el estrecho túnel.
El Driftrunner era más o menos del tamaño de un Humvee y consistía, en esencia, en una camioneta de grandes dimensiones con una larga batea trasera y una cabina del conductor parcialmente cubierta. No había, sin embargo, una pared o ventana divisoria entre la cabina del conductor y la parte trasera donde iban los trabajadores; se podían atravesar los dos compartimentos simplemente subiendo por encima de los asientos.
El túnel era cuadrado, un cuadrado casi perfecto, con paredes de granito y techo plano de piedra sustentado por vigas de madera. También era prácticamente recto, pues se extendía en la oscuridad cual flecha.
Y era estrecho, muy estrecho. El Driftrunner a duras penas pasaba por él. El hueco entre el camión y el túnel era de unos treinta centímetros a cada lado, mientras que con respecto al techo la distancia entre el vehículo y este era de metro veinte.
Los Skorpion estaban pisándoles los talones.
Los tres soldados rusos que habían tomado el vehículo ligero de asalto de Schofield estaban en esos momentos avanzando a gran velocidad por el túnel tras el Driftrunner. Su vehículo era más pequeño y rápido, por lo que los estaban alcanzando con facilidad. El conductor manejaba el vehículo a gran velocidad mientras sus compañeros disparaban al Driftrunner con sus subfusiles automáticos VZ-61.
Bañados con la luz retumbante de los faros del vehículo ligero de asalto, Madre y Libro y Retaco y Freddy devolvían los disparos.
Tras el vehículo ligero de asalto se hallaban los otros tres Driftrunner, que albergaban a los diecisiete miembros restantes de la unidad desertora de Spetsnaz. Un pequeño convoy atravesando a una velocidad peligrosa el túnel rocoso.
—¡Madre! ¡Tiempo! —gritó Schofield desde el asiento de pasajeros del primer camión.
—¡Tres minutos!
—¿Cuál es la longitud del túnel? —preguntó Knight.
—Más de seis kilómetros.
—Vamos a estar muy justos.
Libro y Madre y Retaco y Freddy siguieron disparando al vehículo ligero de asalto que seguía a su camión. Alternaban los disparos de manera que, mientras dos de ellos abrían fuego, los otros dos cargaban sus armas.