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Authors: Ben Kane

Tags: #Histórica

La legión olvidada (14 page)

BOOK: La legión olvidada
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Pero lo que Brennus quería no era dinero ni quitar la vida a otros hombres. Podría haber huido del
ludus
y pasar a ser un fugitivo; incluso una existencia de proscrito hubiera sido mejor que aquello. Lo que le había impedido hacerlo había sido el sorprendente mensaje que le había dado hacía tres años el viejo augur que practicaba su oficio en el exterior del Ludus Magnus. Memor toleraba las visitas del adivino en la escuela porque sabía que hacía felices a sus hombres. Pero Brennus había visto en numerosas ocasiones a gladiadores que pagaban para escuchar buenos augurios y luego morían en la arena como para dar demasiada importancia a las profecías del anciano. Era un charlatán.

Al final, un
murmillo
amigo le había pagado una adivinación a Brennus. Como estaba aburrido, el galo se había prestado a la farsa. Al sentarse Brennus frente a él, el augur le sonrió. Metió la mano en la cesta que tenía al lado, sacó una gallina y le cortó rápidamente el pescuezo. Luego, guardando un extraño silencio, el anciano observó las entrañas con detenimiento.

El galo esperó, sorprendido de que no le prometiera la victoria contra una tropa entera de gladiadores.

—Lo has perdido todo.

Aquellas palabras melodramáticas divirtieron a Brennus. Lo había perdido todo al igual que los demás luchadores del
ludus
. La mayoría eran hombres libres a los que habían esclavizado.

El augur prosiguió antes de que él pudiera impedírselo.

—Todavía te espera un largo viaje.

Desconcertado, Brennus contuvo la respiración.

—Un viaje más largo del que jamás ha emprendido uno de los tuyos. —El anciano parecía tan sorprendido como el galo por lo que estaba viendo. Pero su interpretación fue la misma en cada adivinación a partir de entonces.

Había dado un poco de esperanza a Brennus.

Intentó mantenerse aislado, pero a los hombres les gustaba su personalidad afable. En el duro ambiente del
ludus
, la predisposición del galo a enseñar a otros y compartir trucos útiles para el combate resultaba inusual. Aunque su condición de estrella provocaba celos en algunos, muchos gladiadores lo consideraban un amigo. Y el año anterior, alentado por el recuerdo de Conall salvándole la vida, Brennus incluso había rescatado a Sextus, uno de los
scissores
, de un combate en masa desequilibrado. A partir de entonces Brennus se había convertido en una de las figuras más apreciadas del
ludus
, aunque él no confiara en nadie.

La situación había cambiado con la llegada de Astoria a la cocina, hacía cinco meses. Brennus enseguida se había fijado en su belleza y compostura. Había estado con muchas mujeres desde la muerte de Liath, pues la necesidad física había podido más que el dolor. Primero había pagado a prostitutas con sus ganancias y luego se había beneficiado de las ricas matronas que acudían en masa al
ludus
. El renombre de los mejores luchadores atraía a las nobles como moscas a la miel. Entre los ricos se consideraba normal buscar el placer en aquellos a quienes se podía ver morir. Mientras que sus compañeros se deleitaban con tales atenciones, ninguna mujer había interesado realmente a Brennus hasta que vio a Astoria y quedó embelesado por las curvas de su cuerpo de ébano, apenas cubierto por un vestido andrajoso.

Brennus enseguida reclamó a la nubia para sí, lo cual puso de manifiesto una debilidad en su armadura emocional. La reputación del galo era tal que nadie se atrevía a tocar a Astoria, y los hombres se limitaban a hacer comentarios procaces. Pero la presencia de la mujer suscitaba unos celos intensos en un grupo reducido de luchadores menos exitosos. Y tras las amenazas de Memor, Brennus temía más por la seguridad de Astoria que por la suya propia. Hizo una mueca. Tal vez un buen baño le ayudara a olvidar las amenazas del
lanista.

—Ya es suficiente.

El
unctor
se apartó rápidamente.

Brennus llenó otra vez el portamonedas, le lanzó una pieza y entró desnudo en
el frigidarium
, que albergaba una enorme piscina. El agua estaba tan fría que tuvo escalofríos. El galo cerró los ojos y sumergió la cabeza por completo para refrescarse antes de pasar al calor de la sala contigua.

Cuando se hubo bañado en el
tepidarium
[10]
el esclavo que allí servía le aplicó aceite en la piel y luego se la limpió con un estrígil de hierro. Al pasar al
caldarium
[11]
Brennus se entretuvo en el ambiente lleno de vapor y compartió esa calidez con el resto de los mejores gladiadores. La conversación iba espaciándose a medida que los hombres se relajaban y disfrutaban del intenso calor que irradiaban los ladrillos huecos de las paredes y el suelo. La corriente continua de aire caliente procedente del horno situado bajo el pavimento garantizaba que la temperatura se mantuviera constante.

Poco después, Brennus salió de mejor humor de las termas. Atardecía y, desde el otro lado del patio, vio la puerta de su celda entornada. Advirtió el parpadeo de unas luces procedentes de las velas que Astoria había encendido. Sonrió ante la expectativa de encontrársela desnuda.

Un grito femenino atravesó el aire.

Fue ahogado de inmediato.

Brennus cruzó el patio a toda velocidad y la toalla con la que se había secado se le cayó al suelo sin que se diera cuenta. Abrió la puerta de par en par y se encontró con cuatro de los hombres con los que peor se llevaba. Sus temores se habían cumplido. Desde la rebelión de Espartaco, sólo se permitía tener armas en las habitaciones a los gladiadores famosos. En ausencia de Brennus, al grupo le había costado poco neutralizar a Astoria y hacerse con algunas.

Dos de ellos blandían espadas con actitud amenazadora contra el galo mientras los otros dos estaban sentados en la cama manoseando a Astoria como pulpos. A la nubia ya le habían arrancado el vestido y ella intentaba en vano taparse con las manos. Mientras la mujer gimoteaba, Brennus notó la marca que se le estaba hinchando en la mejilla.

Brennus estaba fuera de sí.

—Los fulanos y Lentulus —dijo con desprecio. El resto de sus armas se encontraba en la otra punta de la habitación.

—¡No te acerques más! —A Titus le temblaba la voz aunque el galo iba desarmado.

Los tres
murmillones
eran inseparables. Titus y Curtius eran hermanos, matones que habían trabajado en los
collegia
para Clodio. Habían sido vendidos al
ludus
después de que la banda que lideraban violara a una rica matrona. Todavía existían algunos crímenes que los magistrados no toleraban. Flavus era un individuo bajito y antipático con el que se había entrenado la pareja. Incorporados a un grupo de combate en la arena poco después de llegar, les había parecido útil luchar en trío. Desde aquel día, los
murmillones
habían vivido, entrenado y dormido juntos. Apenas se separaban. Aquello les había valido la reputación de hacer algo más que compartir cama.

—¿Qué estás haciendo con esta chusma? —Se acercó a Lentulus, el cuarto intruso.

El godo tragó saliva y retrocedió sin dejar de apuntar con la espada a Brennus.

El fornido galo sonrió con frialdad.

—Marchaos ahora y seré benévolo. No mataré a nadie.

Inseguro, Lentulus miró a Titus, el cabecilla.

—¡No dice más que gilipolleces! —replicó el
murmillo
—. Piensa en la mujer. Ahora te tocaría a ti.

Lentulus contempló el cuerpo desnudo de la nubia con expresión lujuriosa. Curtius le hizo una señal de aprobación con la cabeza y metió la mano en la entrepierna de Astoria. Se rió burlonamente y se chupó varios dedos.

—Sabe dulce, Lentulus.

—¡Mantenedlo ahí, chicos! —Flavus también se echó a reír. La erección que tenía resultaba visible debajo del taparrabos—. Con esta zorra será rápido.

Lentulus seguía mirando fascinado la entrepierna de Astoria.

Aprovechando el único momento para actuar, Brennus se abalanzó hacia delante y asestó un fuerte puñetazo a Lentulus en un lado de la cabeza. El godo se desplomó y la espada se le cayó al suelo. Antes de que Brennus tuviera tiempo de recogerla, Titus le embistió. Desesperado el galo se apartó, pero la hoja le hizo un corte largo y superficial en el pecho.

A la siguiente embestida, Brennus bloqueó el hierro afilado con la mano izquierda. Sin prestar atención al dolor, empuñó el g
ladius
con tal fuerza que Titus fue incapaz de arrebatárselo. Con la derecha, el galo agarró al
murmillo
por el cuello y empezó a estrangularlo.

A Titus se le hincharon los ojos de terror y soltó la espada mientras intentaba frenéticamente liberarse de la poderosa mano de Brennus. Fue en vano. En cuestión de segundos, al
murmillo
se le amorató la cara; la lengua le salía de la boca en un gesto de desesperación. Brennus apretó todavía más e hizo una mueca cuando el cartílago se partió.

Curtius dio un salto al ver que su hermano tenía dificultades para respirar.

—¡Retén a la chica! —gritó a Flavus, cruzando la habitación con el arma preparada.

El siniestro
murmillo
obedeció rápidamente y casi estranguló a Astoria.

Brennus dejó caer el cuerpo inerte al suelo y se pasó suavemente la empuñadura de la espada a la mano buena. El corte era profundo y le sangraba, pero el desnudo galo estaba hecho una furia. Se acercó,
gladius
en mano.

—¿No bastan cuatro para vencerme? ¡Panda de inútiles!

—¡Cabrón! —Consternado, Curtius atacaba a Brennus a lo loco y el galo esquivaba todas las estocadas.

Brennus se inclinó hacia delante y clavó la hoja en el pecho desprotegido del
murmillo
. El galo sonrió cuando el impulso del propio Curtius hizo que la espada se le clavara todavía más.

Al morir, el
murmillo
abrió unos ojos como platos.

Brennus apoyó su mano enorme en el pecho de Curtius y lo empujó hacia atrás. Cuando el metal afilado se desprendió, con un sonido de succión el aire entró en la cavidad torácica. El cuerpo de Curtius cayó inerte y sangrante en el suelo arenoso.

—Tu amigo me ha ensuciado la habitación. —Brennus empleó un tono casi afable cuando se acercó a Flavus.

—Si te acercas un paso más le corto el cuello a esta zorra. —Flavus miraba enloquecido hacia todas partes, pero el extremo de su daga seguía pegado a la mandíbula de Astoria.

Brennus se dio cuenta de que el
murmillo
no mentía.

—Suéltala.

—¿Para que me mates a mí también? —Flavus pinchó a Astoria con la punta. Una gruesa gota de sangre corrió por la piel negra y aterciopelada—. ¡Ni lo sueñes!

Brennus dejó que el
murmillo
se le acercara lentamente mientras empujaba por delante a la chica.

—Tú primero —gritó Flavus—. Fuera.

El galo dio un paso atrás y trató de no perder el equilibrio en la superficie ensangrentada.

El patio semioscuro estaba lleno de gladiadores curiosos, atraídos por los gritos de Astoria y los sonidos propios de una pelea. El parpadeo de las lámparas de aceite iluminaba la escena.

Romulus estaba en una zona de penumbra, cerca de la puerta de la celda. A diferencia de los demás, tenía cierta idea sobre quién había agredido a la nubia. Hacía tiempo que Lentulus se entrenaba con los
murmillones
y se jactaba de que violaría a Astoria. Había supuesto que no eran más que habladurías, pero parecía que el godo había cumplido su palabra.

Romulus había visto a Brennus muchas veces desde que llegara al
ludus
, pero nunca había hablado con él. El gran galo y Astoria parecían amables y, por supuesto, no le inspiraban el odio que sentía al pensar en Lentulus. Apretó los puños y rezó para que no los hubieran matado.

Se sintió aliviado cuando Brennus apareció en cueros, herido y sangrando. Iba seguido de Flavus, que sujetaba a Astoria por el cuello.

—¡Ayudadme a matar al galo! —El
murmillo
miró concentrado hacia la oscuridad esperando que algunos gladiadores acudieran en su ayuda—. ¡Todos podremos tirarnos a su puta!

—Al primero que se acerque le corto el cuello —dijo Brennus tan tranquilo.

Nadie se movió. Según las normas tácitas del
ludus
, los enfrentamientos de ese tipo tenían que resolverlos los implicados.

Flavus llamó a dos luchadores con voz temblorosa.

—¡Figulus! ¡Gallus! ¡Luchad conmigo! —Los dos hombres se movieron inquietos; la atractiva nubia los tentaba bastante. Hacía meses que no estaban con una mujer, pero la imagen de Brennus con una espada ensangrentada los indujo a desistir.

Astoria sollozaba en silencio.

A Romulus le palpitaba el corazón en el pecho. A pesar del escándalo, Memor todavía no había aparecido. ¿Debía intervenir? Tardó sólo unos instantes en decidirse. La propuesta de violar en grupo a la chica le había repugnado. Velvinna nunca había revelado las circunstancias exactas de su concepción, pero las había insinuado. Y el comerciante había abusado de ella noche tras noche. En opinión de Romulus, la violación era un crimen de la peor índole.

Se acercó a Flavus de puntillas, por detrás, y le quitó discretamente la daga del cinturón. Nadie le vio. La ira dio paso a la repugnancia cuando se colocó furtivamente a una distancia desde la que podía atacar. Flavus era igual que quienes habían violado a su madre. Un noble anónimo. Gemellus.

«Cabrones asquerosos.»

El
murmillo
no se había dado cuenta de nada y seguía suplicando a Figulus y Gallus que le ayudaran.

Romulus respiró hondo y se le pusieron blancos los nudillos. Se acercó más y agarró a Flavus por el hombro izquierdo con fuerza. Le atravesó la túnica con la hoja para hacerle un corte en la piel.

—¡Suelta a la chica!

Flavus se quedó paralizado.

—Suéltala —susurró.

—¿Romulus? —preguntó el
murmillo
con incredulidad—. Esto no tiene nada que ver contigo. Lárgate antes de que acabe matando a esta zorra. —Pinchó a Astoria con el puñal y ella gritó.

Brennus dio un paso adelante.

—¡Quédate donde estás! —vociferó Flavus.

El galo retrocedió mirándolo con furia.

Romulus se notaba el pulso en las sienes mientras contemplaba el dramatismo de la escena protagonizada por Brennus y el círculo de gladiadores. Todos los ojos estaban fijos en ellos. Astoria temblaba de miedo delante de Flavus.

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