La lanza sagrada (16 page)

Read La lanza sagrada Online

Authors: Craig Smith

Tags: #Histórico, Intriga

BOOK: La lanza sagrada
12.39Mb size Format: txt, pdf, ePub

En Hamburgo no pasaba nada sin que Dale lo supiese o fuese capaz de averiguarlo, y lo mejor era que absolutamente nadie sospechaba de sus vínculos con la agencia, ni siquiera su mujer. De hecho, los alemanes lo habían detenido varias veces, y una vez lo habían condenado a dos años en una cárcel de mínima seguridad. El principal recurso de Dale era un activo negocio de móviles robados, aunque podía conseguir pasaportes y tarjetas de crédito falsos bastante buenos. Por supuesto, los que hacían tratos con él acudían a su bar al menos una vez. Así conseguía fotografías, huellas y grabaciones de su voz. Mejor aún, la mercancía que vendía siempre se convertía en dispositivos de rastreo; los móviles tenían una vida muy corta, pero ofrecían una información precisa sobre movimientos y contactos.

—¿Qué tal tú? ¿Te va bien en Hamburgo?

—Me hago viejo, T.K. —respondió, levantando un hombro y esbozando una sonrisa torcida—. Estoy pensando en dejar el juego en cuanto Jane se retire.

—Jane no se retirará nunca.

—Pues en cuanto la echen.

—En este momento, me temo que esa posibilidad existe repuso Malloy, inclinando la cabeza, cansado.

—Me lo ha contado. Amigo mío, debo decirte que ahora mismo no eres su caballo favorito.

—¿Qué quieres que te diga? Jack Farrell me sorprendió.

—Se supone que esas cosas no pasan en nuestro negocio, T.K.

—Todos cometemos errores. Lo que ocurre es que en nuestro gremio nadie lo reconoce.

—¡En nuestro gremio nadie reconoce nada! Venga, te enseñaré mi cueva.

Unos escalones de madera daban a un almacén, más allá del cual se encontraba la barra. Un segundo tramo de escaleras conducía al sótano. Al llegar al final de los escalones, Dale abrió la puerta y entraron en una sala de calderas limpia con una puerta de acero empotrada en la pared de atrás. Al otro lado de aquella puerta, Malloy descubrió un apartamento que, para su sorpresa, resultaba bastante cómodo.

—Es tuyo si lo necesitas —le dijo Dale; después hizo un gesto hacia los paneles de la pared—. Insonorizado, bien provisto de comida, medicinas, ropa, equipo, armas e incluso efectivo, todo lo que necesites. —De una esquina del despacho sacó la mochila que le había preparado a Malloy—. Te he conseguido una Glock 23, como las de los federales, un cargador extra, una caja de munición, un silenciador y una pistolera. —Volvió a meter todo en la bolsa y le enseñó un teléfono con su cargador de batería—. El código de acceso es JANE. Dos números en el menú, ambos seguros. Yo soy el primero, Jane el segundo. Encriptación básica, aunque no me fiaría mucho de él. —Señaló el ordenador—. Es seguro. Cualquier cosa que tengas que enviar o recibir quedará entre la agencia, tú y Dios. La contraseña es JANE, para que no te estrujes los sesos. —Le entregó un juego de llaves—. Para las puertas y el Toyota que has visto detrás del bar. Si utilizas el coche, asegúrate de cerrar con llave la zona de aparcamiento cuando te vayas. Si no, alguien podría quitarte el sitio. El coche es de un chorizo de mala muerte que está pasando un par de meses entre rejas. Tiene huellas por todas partes, así que usa guantes y, si las cosas se ponen feas, deshazte de él. La Polizei buscará a los sospechosos habituales.

Malloy cogió las llaves y preguntó:

—¿Has podido bajarte el material que te envió Gil Fine?

—Iba a ello. —Sacó un par de discos de la mochila—. Dos DVD. Toneladas de material sobre Helena Chernoff.

—¿Lo has mirado?

—Le eché un vistazo para ver si había algo que me faltase, encontré bastantes cosas que no sabía e hice una copia para mi archivo. Si no la cogemos esta vez puede que encuentre algo en ese laberinto que pueda ayudarnos, pero supongo que ya lo habrán intentado mentes más preclaras que la mía. ¿Sabes que dicen que está cargándose a políticos occidentales?

—Gil me habló del avión de un senador estadounidense que se estrelló en 2004.

—Eso y un candidato a la presidencia del 2000..., otro accidente de avión. Quizá también una apoplejía en 2006 que podría haber cambiado el equilibrio de poder en el senado. Pero no son solo nuestros políticos, T.K., creen que puede estar relacionada con tres miembros de la Cámara de los Lores en los últimos diez años, dos muertes accidentales y un suicidio. También hubo un científico en Londres que clamaba que no había armas nucleares en el periodo previo a la segunda guerra de Iraq. La causa oficial de la muerte fue suicidio, porque lo habían desacreditado, pero Chernoff estaba en el Reino Unido, así que creen que... quizá.

—¿Cómo saben que estaba en el Reino Unido?

—Lo de siempre. Se cargó un alias un par de años después y ellos lo investigaron hasta relacionarlo con tres viajes distintos al Reino Unido, y todos coinciden con muertes sospechosas.

—¿Quién le paga, Dale?

—Al parecer, alguien interesado en cambiar el mapa político de Occidente... o empleado por gente que lo está —respondió, sacudiendo la cabeza.

—¿Crees que tiene un jefe?

—Esa dama no sale de su madriguera para hacer los tratos. Alguien lo prepara todo, quizá incluso le proporcione los especialistas que necesita para los distintos trabajos: mecánicos, médicos, matones... Tiene que haber una red en alguna parte. El problema es que no podemos encontrarla.

—Empezó eliminando a gente importante de la mafia rusa —dijo Malloy—. Quizá siga trabajando para ellos.

—No creo que sean los rusos. Tienen demasiados problemas internos para preocuparse por la situación global. Solo he echado un vistazo superficial, T.K., pero me parece que se encarga de gente con una ideología política concreta.

—Puede que ahora tenga conciencia.

—Claaaro —respondió Dale, entre risas.

—Bueno, ¿alguna idea sobre cómo aparece un financiero de Nueva York en Hamburgo y contrata a Helena Chernoff menos de veinticuatro horas después de aterrizar? —Dale se frotó los dedos y Malloy sacudió la cabeza—. Tuvo que llamar a alguien. Tiene que haber un contacto.

—Se hicieron amigos muy deprisa, T.K. Quizá se conocían de los viejos tiempos.

—Tuvo que llamar a alguien para llegar a ella, Dale.

—Puedo poner a algunos de nuestros analistas a investigar las llamadas realizadas la semana pasada desde Barcelona y Montreal a Alemania.

—Quizá tenga una idea mejor. Si no recuerdo mal, estabas vigilando a un empresario o abogado de la ciudad hace unos años...

—¡Vigilo a gente así continuamente!

—Este se reunía con un neonazi al que llamaban Xeno. Nadie sabía el apellido de aquel tipo...

—Recuerdo el asunto. Si te acuerdas de ese tío es que has estado leyendo mucho desde que te jubilaste.

—Tuve un encontronazo con Xeno hace unos dieciocho meses.

—Ah, fuiste tú... ¿Lo de Julián Corbeau? ¡No sabía que estabas metido!

—Soy un buen cristiano, Dale, nunca dejo que mi mano derecha sepa lo que hace la izquierda.

—Es decir, que no envías informes completos a Jane.

—Son completos, pero no siempre ciertos.

—Recuerdo al tipo. Estuve vigilando a Xeno de vez en cuando durante dos años a través de un par de yonquis, solo por conocer su red. Al principio tenía alguna gente vendiendo hachís y entrando en casas ajenas. Todo a pequeña escala, poco dinero. Eso fue justo antes de que cayese el Muro. Después contrató a matones y a tipos que hacían todo lo que les dijera..., y la competencia empezó a irse a la porra. Se estaba convirtiendo en un personaje importante, pero no conseguía acercarme. Yo diría que lo entrenó la Stasi. Seguramente una de esas personas a las que buscaban después de la reunificación. De todos modos, un día me puse a rastrear un móvil que había vendido y me di cuenta de que estaba en el bolsillo de Xeno.

—No hay nada como la suerte.

—Con tanta mala suerte, alguna buena tenía que tocarnos de vez en cuando. Tuvo el cacharro hasta su muerte, en 2006, así que me enteraba de todos los números a los que 11amaba y podía seguirle la pista. Al cabo de unos tres meses empecé a apuntar sus movimientos en un mapa de la ciudad, y había una reunión que se repetía el cuarto lunes de cada mes al anochecer en el Stadtpark..., siempre en el mismo punto. Así que puse vigilancia en la zona cuando llegó el lunes siguiente en cuestión y ¿quién apareció en el parque? Hugo Ohlendorf. —¡Ese es el tipo!

—Es un peso pesado de la política en Hamburgo, antiguo fiscal jefe, ahora socio de uno de los bufetes de abogados más importantes de la ciudad. Muy limpio, muy luchador contra el crimen, y muy, muy rico. Ohlendorf soltó a su perro para que corriera por el parque, mientras Xeno se hacía pasar por vagabundo en un banco. Ohlendorf le dijo algo y los dos pasearon juntos durante un par de minutos hablando sobre el perro o el tiempo. Algo así. Después, Xeno se fue. Al mes siguiente lo mismo, como si fuesen desconocidos que se ponen a hablar sobre el tiempo.

—¿Sabes de qué podrían estar hablando?

—Supuse que intercambiarían códigos, quizá coordenadas de puntos de recogida o algo por el estilo. No tengo ni idea de para qué, aunque te puedo asegurar una cosa: Hugo Ohlendorf está pringado. No creo que estuviese en la nómina de Xeno, pero quizá Xeno estuviese en la de Ohlendorf. Como mensajero, como jefe de operaciones o como lo que sea.

—Eso explicaría por qué Xeno subió como la espuma.

—Eso me parecía a mí. Acabé vigilando a Ohlendorf unos cuantos meses, conseguí su número de móvil, rastreé sus llamadas y movimientos, examiné sus cuentas, sus socios y sus amistades. No me llevó a ninguna parte y supuse que, si seguía presionando y le pedía a Jane que hablase con los alemanes, alguien le iría con el chivatazo. Ese tío tiene conexiones con los polis de cuando era fiscal, un montón de amigos en todos los escalafones de la pirámide, desde los patrulleros que patean las calles hasta los jefes, por no mencionar la gente que lo controla todo. Así que me retiré.

—Tengo que hablar con ese tipo mañana por la noche, Dale..., en privado.

Dale miró a Malloy como si intentase asegurarse de lo que le pedía.

—Puedo reactivar el seguimiento de su móvil, si eso te sirve.

—Con eso bastaría —respondió Malloy sonriendo—. Si mañana por la noche me llamas cuando se haya ido a su casa, yo me encargo del resto.

—No hay problema, T.K. Si quieres echarle un vistazo a su casa, el recorrido turístico del canal pasa justo por delante. Me lo hice unas cuantas veces para comprobar lo que se veía.

—¿Qué sabes sobre su vida privada? ¿Sobre la gente que vive en la casa, ese tipo de cosas?

—Mujer y una hija en casa. Tiene un hijo que estudia en Berlín, quizá esté ya haciendo prácticas.

—¿Servicio doméstico interno?

—No me llegué a acercar tanto.

—¿Va por ahí con guardaespaldas?

—Tiene licencia para llevar armas, pero no he visto ningún guardaespaldas.

—Otra cosa más. Es una posibilidad remota, pero merece la pena comprobarlo. Tienes a alguien en la compañía telefónica, ¿no?

—Tengo la compañía telefónica entera, T.K. —respondió Dale Perry entre risas—. ¿Qué necesitas?

—Me han dado el número de una cabina de teléfono y quiero saber qué llamadas a móviles se han hecho desde ella en los últimos siete días.

—¿De qué te va a servir eso?

—Es la cabina que se utilizó para avisar a la policía sobre Jack Farrell. La que llamó debería haber dado su nombre para reclamar la recompensa. Como no lo hizo, solo cabe suponer que formaba parte de la red de Chernoff.

—¿Una traidora?

—Podría ser. O podría ser otra cosa. —¿Cómo qué?

—No lo sé, como que Chernoff le pidiese a alguien que hiciera la llamada.

—¿Chernoff quería una redada?

—¿Quién sabe? Quizá le costase controlar a su cliente; quizá quisiera más dinero. El tema es que si su gente está usando las cabinas, puede que alguno se despistase y usase ésa para llamar al móvil de Chernoff en algún momento, mientras ella estaba en el hotel.

—Y si conseguimos el móvil de Chernoff...

—Sabremos dónde está ahora.

—Suponiendo que no haya tirado el móvil después de la redada —repuso Dale sonriendo.

—Aunque lo haya hecho, si sabemos que el móvil era de Chernoff averiguaremos a dónde fue y a quién llamó. En el peor de los casos encontraremos otro alias, y puede que a alguien que esté dispuesto a hablar —Malloy levantó las manos y se encogió de hombros—. En fin, es una posibilidad remota, pero, si funciona, quizá no tengamos que interrogar a herr Ohlendorf.

—¿De verdad vas a secuestrar a ese tío, T.K.? —El médico me ha dicho que necesito hacer más ejercicio.

—Supongamos que ni te matan, ni te detienen —dijo Dale después de reírle la gracia—. ¿Cómo vas a hacerlo hablar? Si sabe algo sobre Farrell o Chernoff no va a cantar solo porque tú se lo pidas.

—Lo hará si se lo pido por favor —respondió Malloy riéndose.

N
EUSTADT
(H
AMBURGO
)
S
ÁBADO, 8 DE MARZO DE 2008
.

Malloy cogió un tranvía en la estación de Reeperbahn y regresó a la Bahnhof. Eran más de las doce de la noche, pero todavía había mucha gente en la calle. Muchos eran jóvenes que salían a pasarlo bien, aunque quedaba un núcleo duro en las sombras, bebiendo, fumando maría, chutándose, prostituyéndose y buscando blancos fáciles. Malloy despertó el interés de este último sector cuando utilizó uno de los teléfonos públicos cercanos a las sombras; sin embargo, al parecer, siguieron su instinto y lo dejaron en paz. Un hombre vestido como él podía llevar un arma escondida, y no había forma de saberlo hasta que te matase de un balazo.

Metió varias monedas en el teléfono y marcó un número de móvil. Cuando Kate Brand respondió, le dijo:

—Se me ha ocurrido que mañana podríamos ir a ver cómo viven los ricos y famosos. ¿Te apetece?

En su hotel, Malloy preparó té y empezó a revisar los archivos en DVD que le había dado Dale Perry. Se pasó las primeras dos horas buscando a los socios y grupos relacionados con Helena Chernoff. Cuando llegó a los resúmenes de Perry sobre Xeno, Chernoff apareció de pasada, aunque no había conexión directa ni con Jack Farrell, ni con Hugo Ohlendorf. Consultó los orígenes de Chernoff para tener una idea de a qué se enfrentaba. Los primeros trabajos de la mujer demostraban audacia e ingenio. Acababa con hombres que se rodeaban de guardaespaldas; asesinó a sus primeras tres víctimas en la cama, con una cuchilla; las dos siguientes fueron disparos con fusil y mira telescópica. Después tuvo otro encuentro cara a cara, alguien a quien cogió en un club sexual de Ámsterdam para asesinarlo en el callejón de atrás.

Other books

Zombie Ocean (Book 3): The Least by Grist, Michael John
Maid of Sherwood by Shanti Krishnamurty
Soundkeeper by Michael Hervey
The Last Judgment by Craig Parshall
Dark Woods by Steve Voake
Knotted by Viola Grace