—¡Por favor! —dijo Rudy.
El agua borboteaba.
Viktor Chemmel dio una vuelta sobre sí mismo.
El libro salió disparado de su mano. Se abrió, aleteó, las páginas se estremecieron ganándole terreno al aire. Se detuvo con mayor brusquedad de la esperada, y dio la impresión de que el agua lo succionaba. Golpeó la superficie de un planchazo y empezó a flotar corriente abajo.
Viktor negó con la cabeza.
—No ha sido lo suficiente alto. Un mal lanzamiento —volvió a sonreír—. Pero suficiente para ganar, ¿eh?
Liesel y Rudy no se quedaron a oír las risas.
Rudy ya había bajado a la orilla para intentar encontrar el libro.
—¿Lo ves? —preguntó Liesel.
Rudy corrió.
Siguió la orilla del río y le indicó dónde estaba el libro.
—¡Allí!
Se detuvo, lo señaló y corrió un poco más para adelantarlo. Se quitó el abrigo y se metió en el agua en un abrir y cerrar de ojos. Una vez dentro, lo vadeó hasta el centro.
Liesel, dejando de correr, sintió el dolor de cada paso. El punzante frío.
Al acercarse más vio que el libro pasaba junto a Rudy, pero este lo atrapó enseguida. Alargó la mano y pescó lo que se había convertido en una masa de cartón y papel mojado.
—
¡El hombre que silbaba!
—gritó el chico.
Era el único libro que flotaba en el Amper ese día, pero aun así sintió la necesidad de anunciar el título.
Otro punto que hay que destacar es que Rudy no intentó abandonar las gélidas aguas en cuanto tuvo el libro en la mano, sino que permaneció dentro un par de minutos. Nunca se lo confesó a Liesel, pero creo que ella sabía muy bien que las razones fueron dos.
LOS MOTIVOS HIPOTÉRMICOS
DE RUDY STEINER
1. Tras meses de fracasos, esa fue la única oportunidad de deleitarse con una victoria.
2. Una muestra de altruismo de esa magnitud era una buena ocasión para pedirle el típico favor. ¿Cómo iba a negarse Liesel?
—¿Qué hay de ese beso,
Saumensch
?
Permaneció unos minutos más en el agua, hundido hasta la cintura, antes de salir y tenderle el libro. Los pantalones se le pegaban a las piernas y no dejaba de moverse. En realidad, creo que tenía miedo. Rudy Steiner temía el beso de la ladrona de libros. Debía de haberlo deseado con todas sus fuerzas. Debió de haberla querido con todo su corazón. Tanto, que nunca más volvería a pedírselo y se iría a la tumba sin él.
El repartidor de sueños
Presenta:
el diario de la muerte — el muñeco de nieve — trece regalos — el siguiente libro — la pesadilla de un cadáver judío — un periódico en el cielo — una visita — un
Schmunzeler
— y un último beso en unas mejillas intoxicadas
Fue un año de los que pasarán a la historia, como el 79, o como 1346, por nombrar unos pocos. ¿Qué guadaña ni qué ocho cuartos? ¡Maldita sea!, una escoba o trapo bien grande es lo que habría necesitado. Y unas vacaciones.
UNA PEQUEÑA VERDAD
No llevo ni hoz ni guadaña.
Sólo cuando hace frío visto un hábito negro con capucha.
Y no tengo esos rasgos faciales de calavera que tanto parece que os gusta endilgarme, aunque a distancia. ¿Quieres saber qué aspecto tengo en realidad? Te ayudaré. Ve a buscar un espejo mientras sigo.
La verdad es que estoy bastante expansiva en estos momentos, hablándote de mí y nada más que de mí, y de mis viajes, de lo que vi en 1942. Por otro lado, eres humano, así que debes de saber qué es el narcisismo. La cuestión es que existe una razón para que te explique lo que vi entonces. Gran parte de ello tendrá repercusiones para Liesel Meminger.
LISTA ABREVIADA DE 1942
1. Los judíos desesperados, con sus espíritus en mi regazo mientras esperamos sentados en el tejado, junto a las humeantes chimeneas.
2. Los soldados rusos, apenas llevan unas cuantas balas, confían en que los caídos les abastezcan del resto.
3. Los cuerpos empapados en una costa francesa, varados entre los guijarros y la arena.
Podría continuar, pero he decidido que por ahora es suficiente con tres ejemplos. Tres ejemplos, por pocos que sean, te dejarán el regusto ceniciento que definió mi existencia aquel año.
A menudo intento recordar los retazos sueltos de belleza que también vi en esa época. Me abro paso a través de mi archivo de historias.
De hecho, tiendo la mano y escojo una.
Creo que ya conoces la mitad y, si me acompañas, te contaré el resto. Te contaré la segunda parte de la ladrona de libros.
Sin saberlo, a la ladrona le aguardan muchas cosas excepcionales a las que acabo de aludir, pero a ti también.
Está bajando nieve al sótano, ¡precisamente al sótano!
Un puñado de agua congelada puede hacer sonreír casi a cualquiera, pero no puede hacerlos olvidar.
Aquí viene.
Para Liesel Meminger, los primeros meses de 1942 podrían resumirse del siguiente modo:
Cumplió trece años. Seguía siendo plana. Todavía no era mujer. El joven del sótano estaba en la cama.
P y R
¿Cómo acabó Max Vandenburg en la cama de Liesel?
Se cayó.
Había opiniones para todos los gustos, pero Rosa Hubermann sostenía que la semilla se había plantado la Navidad pasada.
El 24 de diciembre fue un día de hambre y frío, pero al menos tuvo una ventaja importante: no hubo visitas prolongadas. Hans hijo estaba matando rusos y al mismo tiempo mantenía su huelga familiar. Trudy sólo pudo pasarse unas horas el fin de semana anterior a Navidad. Se iba fuera con la familia para la que trabajaba. Vacaciones para una Alemania muy diferente.