La espada oscura (62 page)

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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La espada oscura
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Poco después de la destrucción del
Caballero del Martillo
, la mayoría de los Destructores Estelares de la clase Victoria se fueron a toda velocidad para volver a su punto de cita en los Sistemas del Núcleo. La flota de Pellaeon había esperado, convertida en una amenaza distante incapaz de hacer nada.

—Hemos detectado otro módulo de evacuación, vicealmirante —dijo el jefe de sensores.

Pellaeon tabaleó con los dedos sobre la barandilla del puente de mando y deslizó su mano derecha por encima de su bigote.

—Muy bien —dijo—. Centren las miras en esas coordenadas y recójanlo. Creo que ya no faltan muchos.

—Éste es ligeramente distinto, señor —dijo el jefe de sensores—. Está transmitiendo en una de las frecuencias de mando. Lleva bastante tiempo en el espacio.

Pellaeon sintió que le daba un vuelco el corazón.

—¿Un módulo de mando? Llévenlo a nuestro hangar delantero. Voy a bajar allí para estar presente cuando llegue.

Fue con paso rápido y decidido hacia el turboascensor y descendió sobre su plataforma, sintiéndose muy viejo. La flota imperial había quedado terriblemente maltrecha. La batalla librada en Yavin 4 había terminado con la derrota más absoluta para las fuerzas imperiales. El
Caballero del Martillo
había caído envuelto en llamas: el navío de combate más poderoso de la recién unificada flota de Daala, así como un símbolo del poderío imperial, había sido destruido por una combinación de suerte ciega caprichosamente inclinada del lado de los rebeldes y temeraria determinación.

El vicealmirante entró en el hangar de atraque delantero en el mismo instante en que el casco recubierto de cicatrices espaciales del módulo atravesaba los campos de retención atmosférica. Pellaeon se sintió invadido por una repentina oleada de esperanza al verlo: era otro módulo lanzado desde el
Caballero del Martillo
, pero su blindaje era más grueso y carecía de señales de identificación externas. Resultaba obvio que era uno de los módulos reservados a los mandos. Una capa de escarcha había empezado a acumularse encima de él.

Pellaeon no sabía qué pensar. No tenía ni idea de qué debía hacer el Imperio a continuación, o de cómo podían evitar que aquella catástrofe tan completa y sin paliativos supusiera su fin. La pérdida de moral sería devastadora. Dio un paso hacia adelante. Hileras de guardias de las tropas de asalto permanecían inmóviles junto a los muros del hangar de atraque con sus armas preparadas para hacer fuego, por si se daba el caso de que el módulo hubiera sido provisto de alguna trampa letal.

Pero antes de que Pellaeon pudiera abrir la escotilla, la gruesa plancha se abrió por sí sola: alguien había utilizado un panel de acceso interno. La atmósfera estancada brotó del interior del módulo con un siseo para mezclarse con el olor aceitoso y metálico del hangar del
Tormenta de Fuego
, y la almirante Daala salió por la escotilla.

Su rostro estaba manchado de hollín. Su uniforme color verde oliva, normalmente tan impecable, estaba sucio y lleno de desgarrones. Daala tenía sangre en una mejilla, pero Pellaeon no pudo ver si era suya o de otra persona.

El vicealmirante sintió un alivio tan grande al verla que notó cómo le flaqueaban las rodillas. Daala sabría qué tenían que hacer. Daala podría dar las órdenes necesarias para reagrupar a los restos de la flota imperial.

La almirante se fue irguiendo lentamente. Su mirada se encontró con la de Pellaeon mientras se pasaba las manos por su maltrecho uniforme.

—Vicealmirante Pellaeon —dijo en un tono extrañamente átono y carente de vida, como si estuviera empujando las palabras a través de sus dientes al precio de un terrible esfuerzo de voluntad—. A la vista de este desastre, yo..., yo presento mi dimisión formal. Renuncio a mi rango y le entrego el mando de todas las fuerzas imperiales.

El instante de silencio que siguió a aquella declaración fue tan devastadoramente abrumador como el estrépito de una avalancha.

—Obedeceré sus órdenes y ayudaré de cualquier manera posible en la labor de reconstrucción del Imperio, pero pienso que ya no soy capaz de mandar a tantos magníficos soldados —siguió diciendo Daala—. No se les puede pedir que expongan sus vidas en el campo de batalla y que juren lealtad a una persona que ha sido derrotada en tantas ocasiones.

Daala saludó a Pellaeon con un movimiento rígidamente preciso e implacable, sin permitir que la intensa mirada de sus ojos color verde esmeralda se apartara ni un solo momento de su rostro. Los soldados de las tropas de asalto se pusieron firmes mientras absorbían ávidamente todos los detalles de aquella escena.

—Pero almirante... No puedo aceptar su decisión. La necesitamos para reconstruir...

—Tonterías, vicealmirante —dijo Daala—. Debe ser fuerte. Siga el camino que le marquen sus convicciones. Necesitamos una oportunidad para recuperarnos de esta debacle. Necesitamos su fortaleza.

Daala permaneció inmóvil junto a él y clavó la mirada en sus ojos durante unos momentos.

—Ahora está al mando del Imperio, Pellaeon —dijo por fin.

Y siguió rígidamente inmóvil en posición de firmes hasta que Pellaeon acabó devolviéndole el saludo.

CORUSCANT
Capítulo 63

Los cielos de Coruscant ardían con el resplandor de un sinfín de brillantes señales de fuego. Escuadrones de cazas ala—X descargaban nubes de plasma para formar un difuso estandarte suspendido en las alturas del crepúsculo. Los gases ionizados relucían con un despliegue de vivos colores, desplegándose por el cielo y sirviendo a un doble propósito: celebrar otra victoria contra el Imperio, y también honrar a quienes habían muerto durante las últimas batallas.

Luke Skywalker aguardaba inmóvil junto a Leia y Han Solo para asistir al servicio conmemorativo en honor de Crix Madine, pero su mente se encontraba muy, muy lejos de allí. Luke se sentía vacío, como si estuviera helado por dentro. El grupo esperaba en la cima del palacio imperial al lado de una baliza de señales que lanzaba sus cegadores rayos hacia los confines de la atmósfera. Las frías corrientes de aquel aire tan tenue se agitaban a su alrededor, pero Luke no las sentía.

Los cazas ala—X continuaban surcando las alturas, esparciendo su espectáculo por el cada vez más oscuro cielo.

Cetrespeó, recién pulido y frotado y brillando con destellos dorados bajo las intensas luces, se alzaba orgullosamente junto a Erredós.

—¡Oh, Erredós! —exclamó el androide de protocolo—. Volver a trabajar contigo ha sido un verdadero placer. Ojalá no tuvieras que volver a Yavin 4 para ayudar al amo Luke en su Academia Jedi.

Erredós soltó unos cuantos silbidos y trinos..., y Cetrespeó se envaró, visiblemente alarmado.

—¿Cómo? ¿Yo? ¿Acompañarte a esa jungla tan densa y traicionera? ¡Ah, no, no creo que sea una buena idea! Tengo muchas obligaciones importantes que atender en Coruscant y..., y además esto es mucho más civilizado.

Erredós soltó un resoplido despectivo. Chewbacca, que estaba inmóvil detrás de ellos con su pelaje pulcramente peinado y lavado, dirigió un gruñido ahogado a Cetrespeó. El androide de protocolo reaccionó con indignación y se volvió hacia el wookie.

—Ya es más que suficiente, Chewbacca —dijo—. Para tu información, debes saber que estoy desempeñando a la perfección mi importante puesto de ayudante del ama Leia en sus deberes y obligaciones como jefe de Estado.

Leia alzó la mirada hacia el cielo, y sus oscuros ojos relucieron con el brillo de las lágrimas no derramadas. Una guardia de honor formaba un gran círculo alrededor de la plataforma superior del inmenso palacio imperial desde la que se podían contemplar las impresionantes torres del horizonte urbano de la ciudad que recubría todo el planeta. Han estaba junto a ella, preocupado pero intentando ocultarlo, y deslizó un brazo sobre los hombros de Leia tratando de consolarla.

El pequeño Anakin y los gemelos Jacen y Jaina llevaban rígidas e incómodas prendas de gala, pero se estaban portando muy bien y parecían percibir la atmósfera sombría y solemne de aquella reunión.

Luke contempló a la familia de Leia. El verlos tan cerca hizo que un extraño dolor le atravesara el corazón, como si la hoja de un cuchillo embotado estuviera hurgando en él. No sentía celos de su hermana y de su matrimonio —Leia y él habían tenido vidas muy distintas—, pero había anhelado un futuro similar con Calista. Sólo Calista...

Como dos poderosos Caballeros Jedi, habrían sido la pareja ideal. Podrían haber sido increíblemente felices, hechos el uno para el otro y perfectamente unidos..., y así habría sido si las circunstancias no hubieran conspirado repetidamente contra ellos. El rostro de Luke permaneció tan inmóvil e impasible como el de una efigie de piedra, una máscara cansada que ocultaba sus emociones. Pero el dolor interior que sentía por la pérdida de Calista era tan terrible que incluso Leia podía percibirlo. Su hermana se encogió levemente sobre sí misma y le lanzó una mirada llena de preocupación, pero Leia tenía sus propios y abrumadores deberes como jefe de Estado. Luke le dirigió un breve asentimiento de cabeza para tranquilizarla.

Se sentía como si siempre se le hubiera negado una faceta de su humanidad. ¿Sería quizá que el haberse convertido en Jedi le había impuesto una elección ignorada, obligándole a permanecer eternamente alejado de las alegrías y los amores que estaban al alcance del resto de los seres humanos? Luke nunca se había imaginado que el precio a pagar pudiera llegar ser tan elevado.

Leia fue hacia el estrado y los guardias de honor de la Nueva República se pusieron firmes y miraron fijamente hacia adelante. La mirada de Luke recorrió los rostros de los héroes cubiertos de condecoraciones y medallas que se habían enfrentado a la última ofensiva imperial. Su viejo amigo Wedge Antilles estaba rígidamente inmóvil, con nuevas medallas en su pecho, y la etérea investigadora alienígena Qwi Xux abría y cerraba velozmente sus ojos color índigo junto a él, como si volviera a sentirse asombrada al estar siendo el centro de la atención de todos. El almirante Ackbar llevaba su deslumbrante uniforme blanco, orgulloso de ser el comandante de la flota de la Nueva República.

Los alas—X que habían estado revoloteando sobre sus cabezas terminaron su exhibición y se alejaron hacia las estaciones de combate orbitales. Las masas de colores que habían estado temblando en el aire se fueron desvaneciendo poco a poco, centelleando con brillantes puntitos de fuego que se extinguieron gradualmente.

Leia empezó a hablar, y docenas de sistemas de grabación de imágenes, androides de los noticiarios y representantes del Servicio de Información Galáctica transmitieron su discurso a todos los mundos de la Nueva República.

—Estamos aquí para celebrar otra victoria —empezó diciendo Leia—, y para reconocer lo que ha costado. El Imperio ha vuelto a tratar de derrocar al legítimo gobierno de la galaxia, y una vez más han fracasado. Siempre los derrotaremos, porque tenemos a la luz de nuestra parte.

Volvió la mirada hacia Luke, que permanecía tan inmóvil como una estatua de piedra y mantenía los ojos clavados en la nada.

—Pero esta victoria no se ha obtenido sin dolor y sufrimientos. Muchos valerosos luchadores han perecido a bordo de varias naves que fueron destruidas mientras servían a la Nueva República.

»Dos Caballeros Jedi han caído también. Dorsk 81 se sacrificó a sí mismo para hacer retroceder a una flota de Destructores Estelares imperiales. Su acción salvó las vidas de los otros Caballeros Jedi de Yavin 4, que siguieron luchando hasta que el almirante Ackbar y sus refuerzos pudieron llegar allí.

»Quizá debamos alegrarnos de que Dorsk 81 no viviera lo suficiente para llegar a enterarse de que Khomm, su mundo natal, fue uno de los primeros objetivos del nuevo ataque de la almirante Daala. Ese planeta ha quedado devastado, y en estos mismos instantes la Nueva República está enviando ayuda y equipos de reparaciones en honor del gran sacrificio hecho por su congénere.

»También debemos recordar la pérdida de Calista, la Jedi que, aunque había perdido sus poderes, consiguió provocar la destrucción del Súper Destructor Estelar enviándolo al planeta Yavin, donde creemos que perecieron tanto ella como la almirante Daala, su temible enemiga.

»En otro frente de la lucha —siguió diciendo, volviéndose hacia Wedge—, nos alegra poder informar de que se ha conseguido evitar que los hutts obtuvieran su versión particular del superláser de la Estrella de la Muerte, que habrían utilizado para sembrar el caos y la destrucción en muchos sistemas pacíficos. El general Antilles dirigió con éxito el ataque que acabó con la destrucción de la superarma conocida como Espada Oscura.

»Pero esta misión también ha tenido un precio muy elevado para nosotros. —Leia bajó la voz—. El general Crix Madine siempre procuró pasar desapercibido, por lo que no será muy conocido para muchos de vosotros. Era nuestro Supremo Comandante de Inteligencia. Trabajando siempre en la clandestinidad, Madine puede atribuirse el mérito de más victorias de lo que la mayoría de nosotros podemos llegar a imaginar y de haber alcanzado metas que no era políticamente posible perseguir de una manera abierta. Madine y sus comandos siguieron la pista del arma secreta de los hutts y guiaron al general Antilles hasta su paradero, aunque los esfuerzos de Madine le costaron la vida a él y a su equipo.

Leia hizo una pausa, respiró hondo y se estremeció. Luke volvió la mirada hacia ella y pudo sentir el peso de la responsabilidad que recaía sobre su hermana. Pero Leia era fuerte, y podía soportarlo. Cuando volvió a hablar, pareció como si estuviera dirigiéndose de manera individual y directa a cada ciudadano.

—La Nueva República vuelve a estar a salvo, gracias a los esfuerzos altruistas de nuestros defensores. Todos debemos seguir contribuyendo a hacer que sea más fuerte. —Tragó saliva—. Y que la Fuerza os acompañe...

Luke volvió a Yavin 4 con la intención de concentrarse al máximo en sus deberes como Maestro Jedi, instruyendo estudiantes y creando más defensores de la Nueva República.

Ésa había pasado a ser su labor principal, y el único propósito que le quedaba en la vida.

Siguiendo un impulso nostálgico, Luke y Erredós regresaron a la luna selvática a bordo de un caza ala—X que ya había sido retirado del servicio, el mismo tipo de nave que Luke había pilotado hacía tanto tiempo durante sus primeras batallas en defensa de la Alianza Rebelde. Cuando descendió delante del Gran Templo, Luke sintió una entre dolorosa y reconfortante punzada de ternura al ver que sus estudiantes Jedi estaban muy ocupados reparando los daños que el ataque imperial había causado a la vieja estructura de piedra.

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