Relucientes haces de fuego turboláser bailoteaban a través del espacio creando un parpadeante espectáculo de luces y sombras..., y Luke se acordó de un momento ya muy lejano en el tiempo, cuando no era más que el sobrino adoptado de un granjero de humedad, un muchacho de ojos muy abiertos y lleno de entusiasmo que había alzado la mirada hacia los pálidos cielos de Tatooine para contemplar la distante batalla espacial que se libraba sobre su mundo. Nunca había soñado que el que Darth Vader capturase la nave a bordo de la que viajaba la princesa Leia cambiaría de tal manera su vida..., y el futuro de la galaxia con ella.
Por aquel entonces Luke sólo había oído algunos rumores sobre los Caballeros Jedi, no tenía ni idea de quién era su padre y no podía imaginarse las posibilidades de la Fuerza..., y muchos años después su amada Calista se encontraba tan indefensa e impotente como él lo había estado entonces, con la terrible diferencia de que además Calista conocía muy bien todo lo que había tenido y había perdido.
Echó a correr por entre la espesura, gritando su nombre una y otra vez. Calista se hallaba rodeada por muros invisibles que la mantenían alejada de la Fuerza, y Luke no podía percibirla y no tenía ni idea de dónde estaba.
—¡Calista! —volvió a gritar.
Su desesperada llamada atrajo el fuego de un caminante de exploración oculto en la jungla. Andanadas de llamas láser hicieron erupción a ambos lados de Luke, pero consiguió esquivarlas aunque todavía estaba parcialmente distraído por su búsqueda de Calista. Luke movió su espada de luz en un rápido barrido que se abrió paso a través del tronco de un gran árbol massassi, y después utilizó la Fuerza para empujarlo y hacer que se derrumbara sobre el caminante imperial entre un diluvio de chispas y llamas.
Tenía que encontrar a Calista. Sus Caballeros Jedi habían luchado notablemente bien: un pequeño grupo de soldados capaces de emplear la Fuerza había combatido de manera independiente, y había infligido un castigo terriblemente destructivo a la tecnología imperial a pesar de que ésta era muy superior a ellos.
Hasta hacía no mucho tiempo Luke Skywalker había sido uno de los poquísimos Caballeros Jedi existentes, pero por fin había conseguido crear el núcleo de una nueva orden de valerosos guerreros leales a la Nueva República y adiestrados en el uso de la Fuerza. Los Caballeros Jedi resurgirían, y a Luke no le cabía ninguna duda de ello.
Mientras pensaba en Tionne, Streen, Kirana Ti, Kyp Durron, Kam Solusar, Cilghal y todos los demás con los que había trabajado, Luke volvió a meditar en las objeciones expuestas por Calista: que no podía estar con él porque aún no había recuperado sus talentos Jedi..., que si se casaban y tenían descendientes, temía que sus hijos e hijas no serían capaces de usar la Fuerza y estarían tan aislados de ella como Calista.
Pero ¿qué importaba todo eso? Luke amaba a Calista tanto si tenía poderes Jedi como si carecía de ellos. Ya había creado un soberbio grupo de defensores de la Nueva República, y seguiría adiestrando nuevos Jedi en Yavin 4. El que sus hijos tal vez no poseyeran el potencial de utilizar la Fuerza carecía de importancia. Que Calista pudiera usar sus capacidades Jedi o no carecía de importancia. ¡Todo aquello no importaba en lo más mínimo!
Luke sólo amaba a Calista, y no podía amar a ninguna otra mujer. Tenía que hacérselo entender cuando por fin la encontrara. Ya había conseguido reconstruir la orden de los Caballeros Jedi. Luke se había pasado toda la vida buscando a Calista, y no podía permitirse perderla.
Fue hacia el Gran Templo y volvió al claro en el que algunos de sus estudiantes Jedi se habían reunido para formar una fuerza combinada y enfrentarse a los maltrechos restos de las tropas de asalto de superficie enviadas por el vicealmirante Pellaeon. Luke sintió que el corazón se le helaba dentro del pecho cuando no vio a Calista entre ellos.
¿Adónde había ido Calista? ¿Por qué no la había vigilado mejor? Luke tenía tantas cosas que contarle, tantas promesas que hacerle...
Pero Calista no estaba allí.
—Calista... —murmuró con voz anhelante, sabiendo que ella no podía oírle.
Pero entonces alzó la mirada hacia el neblinoso cielo blanquecino, y de repente sintió la presencia de Calista a través de la Fuerza. Era como si una puerta se estuviera abriendo para dejar entrar un rayo de luz.
La mirada de Luke se clavó en la negra silueta del Súper Destructor Estelar condenado a la destrucción. El
Caballero del Martillo
estaba envuelto en llamas, y caía hacia el gigante gaseoso. Unos cuantos módulos de emergencia salieron despedidos en todas direcciones cuando la tripulación evacuó la nave..., y Luke, con un súbito terror que le desgarró las entrañas, supo que Calista se las había arreglado de alguna manera inexplicable para llegar hasta allí.
Dejó escapar un gemido ahogado, comprendiendo con toda exactitud lo que debía de haber hecho. Sintiéndose impotente sin sus poderes Jedi, Calista se había enfrentado al problema de la forma más directa posible y se había lanzado hacia la única solución que creía podía dar resultado, yendo hacia ella con una rígida adherencia y toda su atención ferozmente concentrada en el objetivo. Calista nunca tomaría en consideración otras posibilidades, y se aferraría ciegamente a su tozuda decisión.
—No, Calista —dijo—. ¡No!
Sólo captó un destello de sensaciones procedente de ella, como un oscuro atisbo llegado a través de la Fuerza que le produjo una sensación curiosamente parecida a la de un estremecimiento que bajara por su columna vertebral. Calista había vuelto a abrirse a los poderes, pero sólo estaba utilizando el lado oscuro. Calista había sido tentada y se había permitido ceder a la tentación, pero por lo menos así Luke al fin podía sentir su presencia a través de la compleja y enredada trama de la Fuerza.
Y entonces el parpadeo se esfumó y la puerta volvió a cerrarse con un golpe seco, como si Calista hubiera perdido sus poderes..., o como si le hubiera ocurrido algo.
Luke levantó hacia el cielo sus ojos abrasados por el llanto y clavó la mirada en los nítidamente perfilados contornos del
Caballero del Martillo
, contemplando con feroz atención aquella silueta cada vez más diminuta mientras intentaba concentrar sus sentidos Jedi para que reforzaran su capacidad visual. Pero ya no podía percibir ningún rastro de la presencia de Calista. La puerta que daba acceso a la Fuerza se había cerrado del todo, arrebatándole el uso de cualquier capacidad Jedi con la que pudiera detectar a Calista..., pero Luke sabía que estaba a bordo de aquella nave agonizante.
Luke vio cómo el Súper Destructor Estelar se abría paso a través de la atmósfera de Yavin, hendiéndola igual que la hoja de un cuchillo, con su casco negro envuelto en resplandores color rojo cereza producidos por la fricción con los gases atmosféricos y el terrible impacto de las tormentas.
Con una última serie de explosiones que crearon destellos amarillos y carmesíes en las capas superiores de las nubes, el
Caballero del Martillo
se desvaneció en Yavin, engullido para siempre..., y llevándose a Calista consigo.
El Yavaris y la fragata de asalto
Dodonna
viraron mientras escapaban al traicionero núcleo del campo de asteroides de Hoth, dejando detrás de ellos los restos de la Espada Oscura.
—Nos ha ahorrado el problema de destruirla —dijo Wedge, meneando la cabeza—. Pero hemos perdido a Madine. Ojalá tuviera alguna forma de saber qué ocurrió realmente aquí.
Qwi miró hacia atrás con sus enormes ojos color índigo.
—Por lo menos el arma fue destruida sin que tuviéramos que hacer ni un solo disparo —dijo, y después dejó escapar un largo suspiro—. Ah, si la gente dejara de tratar de construir medios de destrucción cada vez más grandes y mejores...
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo Wedge, abrazándola—. No me importaría en lo más mínimo tener que buscar otra clase de trabajo.
—General Antilles —dijo el jefe de sensores—, estamos captando la presencia de una nave de dimensiones muy reducidas que contiene una forma de vida. Tiene que ser una nave realmente pequeña.
Wedge frunció el ceño. Durante un momento sintió un repentino resurgir de sus esperanzas y pensó que quizá Madine hubiera escapado..., pero sabía que eso no podía ser verdad, porque su monitor de detección vital era incapaz de mentir.
—Quizá sea alguien que consiguió escapar de la destrucción de la Espada Oscura —dijo—. Activen los rayos tractores. Recojan la nave y tráiganla a bordo.
Salió del puente de mando del Yavaris, haciendo una seña a Qwi para que le siguiese.
—Vamos a ver cómo la traen —dijo, y conectó el intercomunicador—. Quiero que un pelotón del servicio de seguridad se reúna conmigo en el hangar de atraque delantero, y que vengan armados. Puede que tengamos algunos problemas.
Wedge y Qwi aguardaron dentro del hangar. Un pelotón de guardias armados sostenía los rifles desintegradores sobre sus hombros alrededor de ellos, removiéndose nerviosamente y todavía con el cuerpo en tensión debido a todos los días en situación de alerta que acababan de experimentar, así como a la semana de batallas espaciales simuladas en el sistema de Nal Hutta.
Wedge fue contemplando a través del campo atmosférico transparente cómo un puntito brillante se iba aproximando poco a poco: era el casco metálico de una pequeña nave esférica que reflejaba la luz del lejano sol. Un extraño cambio de perspectiva le permitió comprender de repente lo diminuta que era aquella nave, y ver que ya estaba suspendida al otro lado del campo de retención. Wedge estaba contemplando un vehículo de inspección monoplaza, un módulo de construcción redondo que no tendría más de cuatro metros de diámetro.
—¿Adónde esperaba ir en eso? —preguntó.
—A veces has de aprovechar lo único de que dispones —dijo Qwi—. La desesperación no te deja muchas opciones.
Wedge la miró, sorprendido ante su repentina muestra de agudeza mental. Qwi siempre le había parecido sincera, pero ingenua. Aun así, había aprendido muchas cosas desde que fue rescatada de la Instalación de las Fauces.
El maltrecho vehículo de inspección atravesó el campo atmosférico y se posó con un golpe sordo sobre las planchas de la cubierta, guiado por la presa de los rayos tractores del Yavaris. Los guardias de la Nueva República alzaron sus rifles desintegradores, preparados para utilizarlos en el caso de que fuera necesario.
La escotilla emitió un débil siseo al desbloquearse y se fue abriendo lentamente. Wedge se envaró y después parpadeó, muy sorprendido, cuando un anciano barrigudo emergió de ella. Su despeinada cabellera blanca sobresalía en todas direcciones, y hacía tiempo que no se afeitaba. El recién llegado hizo varias profundas inspiraciones mientras contemplaba el interior de su vehículo de inspección con cara de disgusto.
Los guardias echaron a correr hacia él para hacerle prisionero. El anciano no se resistió y se limitó a mirar a su alrededor, visiblemente confuso.
—¡Bevel Lemelisk! —exclamó Qwi, con los ojos llenos de ira y sorpresa.
—¿Conoces a este hombre? —preguntó Wedge.
Qwi asintió. Su resplandeciente cabellera envolvió su cabeza en un sinfín de destellos.
—Me ayudó a diseñar la Estrella de la Muerte —dijo—. El Gran Moff Tarkin se llevó a Lemelisk de la Instalación de las Fauces para que trabajase como ingeniero jefe en el proyecto del sistema de Horuz. ¿Te acuerdas de que creí haberle visto en Nar Shaddaa?
Wedge enarcó las cejas.
—Bueno... Quizá no eran imaginaciones tuyas después de todo.
Los guardias hicieron avanzar a Lemelisk. El viejo ingeniero miró a Wedge, y después sus ojos legañosos se abrieron y cerraron en un parpadear lleno de asombro cuando vio a Qwi.
—Ah, Qwi Xux... ¡Nunca me habría podido imaginar que te encontraría aquí! ¿Ahora estás trabajando para estas personas? ¡Qué coincidencia!
La piel azul claro de la hermosa alienígena se oscureció. Wedge nunca había visto a Qwi dando tales muestras de ira y nerviosismo, y un instante después comprendió que la visión de su antiguo colaborador científico debía de estar haciendo volver a la superficie viejos recuerdos que habían permanecido enterrados durante la amnesia que se le había impuesto por la fuerza.
—Me engañaste, Lemelisk —dijo Qwi con voz seca y estridente—. ¡Me mentiste! Mientras trabajábamos en la Instalación de las Fauces nunca me dijiste que nuestras armas serían utilizadas para causar tantas muertes y tanta destrucción. Afirmaste que todas tenían propósitos perfectamente legítimos y pacíficos.
Lemelisk volvió a contemplarla sin dejar de parpadear, y un fruncimiento de incredulidad arrugó su frente.
—Siempre fuiste muy brillante, Qwi..., pero en otros aspectos conseguiste ser increíblemente estúpida.
Qwi reaccionó como si acabaran de abofetearla, y Wedge sintió que empezaba a enfurecerse.
—¿Estaba a bordo de esa superarma hutt? —preguntó.
—¿Que si estaba a bordo de la Espada Oscura? —replicó Lemelisk.
¡Les ayudé a construirla! La diseñé. Oh... ¿Han conseguido escapar después de todo? —preguntó, enarcando las cejas.
—No, el arma fue destruida en el campo de asteroides.
—Ah —dijo Lemelisk—. Lástima... No es que me sorprenda, desde luego. Dudaba de que pudiera funcionar.
—¿Qué hay de nuestro equipo de comandos de la Nueva República? —preguntó Wedge—. ¿Los vio?
Lemelisk asintió.
—Ah, sí, el saboteador rebelde... Matamos a uno de su equipo cuando intentaron sabotear nuestros sistemas motrices. El otro, creo que se llamaba Madine, fue traído ante el noble Durga y ejecutado sumariamente. Murió como un valiente, por supuesto.
Wedge sintió un repentino hervor de ira en su interior e hizo una seña a los guardias armados.
—Llévense al prisionero y enciérrenlo. Lo llevaremos a Coruscant para que sea juzgado. —Después bajó la voz hasta adoptar un tono amenazador—. Pero no me cabe ninguna duda de que tenemos pruebas suficientes para ordenar su ejecución por ser una amenaza a la paz galáctica.
—Ah, bueno. —Sorprendentemente, Bevel Lemelisk reaccionó con resignación en vez de con miedo—. Si van a ejecutarme —añadió—, asegúrense de hacerlo bien esta vez.
Diecisiete Destructores Estelares flotaban en el vacío cerca de los límites del sistema de Yavin después de haber recibido la orden de no avanzar más y no enfrentarse a las abrumadoramente superiores fuerzas rebeldes que habían convergido sobre esas coordenadas, un navío de combate detrás de otro, para defender la Academia Jedi. Durante más de un día todo había sido confusión, pero los rebeldes parecían estar restableciendo el orden.