David se inclinó hacia él para poder seguir hablándole al oído.
—Alguien está intentando reconstruir la teoría. Quizá son terroristas, quizá son espías, no lo sé. Primero fueron a por MacDonald, luego Bouchet y finalmente Kleinman —hizo una pausa, temiendo lo que tenía que decirle a continuación. Gupta había trabajado con los otros físicos durante muchos años. Él y Kleinman habían tenido una relación particularmente estrecha—. Lo siento, profesor. Los tres han muerto. Es usted el único que queda.
Gupta levantó la mirada hacia él. Un tic nervioso apareció en la morena piel aceitunada, debajo del ojo derecho.
—¿Kleinman? ¿Está muerto?
David asintió.
—Lo vi anoche en el hospital. Había sido torturado.
—No, no, no… —Gupta se agarró el estómago y gimió. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Parecía que iba a vomitar.
Monique se arrodilló en el suelo y rodeó con su brazo al profesor.
—Shhh-shhh-shhh —susurró, dándole unas palmaditas en la espalda—. Tranquilícese, tranquilícese. No piense en ello ahora.
David esperó unos segundos mientras Monique consolaba al anciano. Pero no podía esperar demasiado. Imaginó que los agentes del FBI estarían subiendo a toda prisa las escaleras del Newell-Simon Hall.
—El gobierno descubrió lo que estaba pasando —dijo—. Y ahora también quieren la teoría. Ésta es la razón por la que el FBI lo ha puesto bajo vigilancia y por la que me han estado persiguiendo las últimas dieciséis horas.
Gupta abrió los ojos, haciendo una mueca de dolor. La cara le brillaba del sudor.
—¿Cómo sabes todo esto?
—Antes de morir, Kleinman me dio un código, una secuencia de número. Resultaron ser las coordenadas geográficas de su despacho. Creo que Kleinman quería que de alguna forma yo salvaguardara la teoría. Que la mantuviera alejada tanto del gobierno como de los terroristas.
El profesor miró fijamente el suelo y negó con la cabeza lentamente.
—Su peor pesadilla —murmuró—. Ésta era la peor pesadilla de
Herr Doktor
.
David sintió un subidón de adrenalina. La sangre de las arterías del cuello se le aceleró.
—¿De qué tenía miedo? ¿Es una arma?
El profesor siguió negando con la cabeza.
—Nunca me lo dijo. Se lo dijo a los demás, pero a mí no.
—¿Qué? ¿Qué quiere decir?
Gupta respiró hondo. Con visibles esfuerzos, se sentó y sacó un pañuelo del bolsillo.
—Einstein era un hombre de conciencia, David. Escogió muy cuidadosamente las personas que soportarían esta carga. —Se llevó el pañuelo a la cara y se secó el sudor de las mejillas y la frente—. En 1954 yo estaba casado y mi esposa estaba embarazada de nuestro primer hijo. La última cosa que
Herr Doktor
quería era ponerme en peligro. De modo que repartió las ecuaciones entre los demás: Kleinman, Bouchet y MacDonald, ninguno de los cuales estaba casado.
Monique, que todavía estaba arrodillada el lado de Gupta, le lanzó a David una mirada de preocupación. Igualmente alarmado, David se acercó todavía más al anciano.
—Un momento —susurró—. ¿Está usted diciendo que no tiene la teoría unificada? ¿Ni siquiera una parte?
Él volvió a negar con la cabeza.
—Sé que Einstein consiguió formular la teoría y que decidió mantenerla en secreto. Pero no conozco ninguna de sus ecuaciones o los principios básicos. Mis colegas le juraron a
Herr Doktor
que no se lo dirían a nadie, y mantuvieron su juramento con gran diligencia.
La consternación de David era tan grande que se sintió mareado. Tuvo que apoyarse contra la pared para mantener el equilibrio.
—Un momento, un momento —farfulló—. Esto no tiene sentido alguno. El código de Kleinman lo señalaba a usted. ¿Por qué me envió aquí si no conoce la teoría?
—Quizá interpretaste mal el código —Gupta había recobrado parte de su compostura y ahora se dirigía a David como si éste fuera un estudiante—. Dijiste que era una secuencia numérica, ¿no?
—Sí, sí, dieciséis dígitos. Los primeros doce son la latitud y la longitud del Newell-Simon Hall. Los últimos cuatro el número de su teléfono…
David dejó la frase a medias. Había oído algo. Un rápido traqueteo metálico, quedo pero inconfundible, que provenía de la puerta del cuarto de mantenimiento. Alguien estaba intentando abrir el pomo.
El agente Crawford estaba inclinado sobre la consola de vídeo, su inquieto rostro a menos de un palmo de la pantalla. A través del micrófono de sus auriculares murmuraba instrucciones por radio al equipo de dos hombres que se dirigía al despacho de Amil Gupta. Lucille se encontraba detrás de él, observando estrechamente a todos los agentes y técnicos dentro del puesto de mando. Habían rodeado el perímetro del Newell-Simon Hall, de modo que no había posibilidad alguna de que Gupta pudiera escapar del edificio. Aun así, Lucille no se relajaría hasta que hubieran localizado al tipo.
A través del monitor de vídeo vio cómo los agentes Walsh y Miller entraban en la recepción de Gupta. Iban vestidos como estudiantes, con pantalones cortos y camisetas y zapatillas deportivas, y cada uno de ellos llevaba una mochila azul. No era el mejor disfraz del mundo, pero tendría que servir. El poco agraciado muchacho adolescente todavía estaba sentado en el escritorio de recepción, pero el extraño tanque en miniatura ya no estaba. Uno de los agentes —Walsh, el más alto— se acercó al adolescente.
—¡Has de avisar al profesor Gupta! —gritó— ¡Hay fuego en la sala de ordenadores!
El muchacho ni siquiera levantó la mirada. Siguió mirando fijamente la gran pantalla plana que ocupaba casi todo el espacio del escritorio. Como la cámara de vigilancia de la recepción estaba empotrada en la pared que había detrás del chaval, Lucille pudo ver qué había en la pantalla: un soldado animado vestido con un uniforme caqui corría por un fortín amarillo. Era un maldito juego de ordenador.
El agente Walsh se inclinó sobre el escritorio para acercarse a la cara del muchacho.
—Eh, ¿estás sordo? ¡Esto es una emergencia! ¿Dónde está el profesor Gupta?
El adolescente se limitó a ladear la cabeza y siguió jugando. Mientras tanto, el agente Miller se dirigió a la puerta del despacho de Gupta.
—Está cerrada —dijo—. Mira a ver si en el escritorio hay un interruptor que abra la puerta.
Walsh dio la vuelta al escritorio y apartó la silla del muchacho. Al agacharse para examinar la superficie, golpeó el teclado con la mano y se fue la imagen de la pantalla. En ese mismo instante, el adolescente dio un brinco de la silla y empezó a gritar. Era un alarido terrible, desesperado, maníaco. Un grito largo y firme. Mientras gritaba, el muchacho no dejaba de agitar las manos frenéticamente, como si le ardieran.
—¡Dios! —gritó Walsh mientras se volvía hacia él—. ¡Cierra el pico!
El adolescente se puso rígido y gritó con más fuerza todavía. Oh mierda, pensó Lucille mientras miraba fijamente el monitor. Ya había visto antes este tipo de comportamiento. Una de las nietas de su hermana, allá en Houston, tenía el mismo problema. El chico era autista.
Dio un paso adelante y le cogió los auriculares al agente Crawford.
—¡Olvídense del muchacho! —gritó por el micrófono—. ¡Abran la puerta!
Obedientemente, Walsh y Miller abrieron sus mochilas y sacaron el equipo de asalto. Walsh introdujo el extremo ahorquillado de la barra
Halligan
entre la puerta y la jamba, y Miller golpeó la herramienta con el mazo para incrustarla dentro. Con tan sólo tres golpes lograron abrir la puerta e irrumpieron en el despacho de Gupta. Lucille vio como los agentes aparecían en otro monitor de vídeo y pasaban junto al escritorio del profesor mientras registraban la habitación.
—No está aquí —informó Walsh por radio—. Pero hay otra puerta trasera, medio oculta entre las estanterías. ¿Quiere que vayamos por ahí?
—¡Claro que sí, maldita sea! —bramó Lucille.
A su lado, el agente Crawford hojeaba los mapas del Newell-Simon Hall.
—Esa puerta no está en los planos —dijo—. Debe tratarse de una reforma reciente.
Lucille lo miró disgustada. Ese tipo era un inútil.
—Quiero que seis agentes más arrastren su culo hasta la cuarta planta, ¿me oye? Que registren todas las habitaciones, ¡todas y cada una de las malditas habitaciones!
Mientras Crawford farfullaba las instrucciones a través de la radio, uno de los técnicos se acercó a Lucille con una hoja impresa en la mano.
—¿Agente Parker? —dijo—. ¿Puedo interrumpirla un segundo?
—¡Dios santo! ¿Y ahora qué?
—Esto… Tengo los resultados de la búsqueda en la base de datos que ha pedido. Ya sabe, la revisión de las imágenes mediante el sistema de reconocimiento de caras.
—¡Pues suéltelo de una vez! ¿Ha encontrado algo?
—Esto… sí, creo que he encontrado algo que le puede interesar.
—¿Eh, hay alguien ahí?
Los tres se quedaron completamente quietos cuando oyeron la voz que retumbaba al otro lado de la puerta. David, Monique y el profesor Gupta contuvieron la respiración al mismo tiempo. El único ruido en el cuarto de mantenimiento provenía del chorro de agua que todavía corría en el fregadero.
Luego oyeron cómo aporreaban con fuerza la puerta, con una violencia tal que incluso las paredes temblaron.
—¡Somos del Cuerpo de Bomberos! ¡Si hay alguien ahí dentro abra la puerta!
Gupta se aferró al brazo de David, clavándole sus delicados dedos en el bíceps. De nuevo David pensó en su hijo, y recordó cómo Jonah se cogía a él cuando tenía miedo. Gupta señaló la puerta y miró interrogativamente a David. Éste negó con la cabeza. Estaba claro que no se trataba del Cuerpo de Bomberos.
De repente oyeron un ruido metálico en el pasillo. Algo pesado chocó contra el marco de la puerta. Un segundo más tarde un atronador golpe retumbó en el cuarto. David vio cómo en el estrecho hueco que había entre la puerta y la jamba se abría paso el extremo ahorquillado de una barra de metal.
Monique cogió el revólver que llevaba en la cintura de los pantalones cortos y esta vez David no se lo impidió. Sabía que no tenían ninguna oportunidad, que los agentes del FBI se los llevarían por delante si empezaban a disparar, pero en ese momento no podía pensar con demasiada claridad. De hecho, se sentía como si estuviera borracho, borracho de miedo y rabia. Era estúpido y suicida, pero estaba demasiado cabreado para preocuparse. A la mierda, pensó. No me rendiré sin plantar cara.
Afortunadamente, el profesor Gupta tomó el control. Soltó a David y agarró el brazo de Monique, obligándola a bajar el arma.
—No necesitas esto —susurró—, tengo una idea mejor.
Gupta metió la mano en el bolsillo interior de su americana y extrajo un aparato de mano parecido a una BlackBerry pero que obviamente había diseñado él mismo. Con rapidez sus pequeños pulgares empezaron a pulsar las teclas del aparato. En la pantalla de miniatura apareció un trazado arquitectónico, un mapa del Newell-Simon Hall con iconos resplandecientes repartidos por las plantas del edificio. David había visto este mapa antes, en su anterior visita a la oficina de Gupta. El viejo lo utilizaba para localizar sus robots.
Otro atronador golpe retumbó en la puerta. El ruido hizo dar un brinco a David, pero Gupta permaneció inclinado sobre su pequeña pantalla, moviendo frenéticamente los pulgares. Dios, pensó David, ¿qué diablos está haciendo? Entonces tuvo lugar el tercer golpe, el más alto de todos, acompañado por un crujido metálico, el sonido del marco de acero combándose bajo la presión de la barra
Halligan
. El extremo ahorquillado había entrado unos cuantos centímetros dentro de la habitación, y ya se podía ver en él el resplandor entre gris y plateado de las luces fluorescentes. Un golpe más y la puerta se vendría abajo.
Entonces David oyó un zumbido familiar en el pasillo, al otro lado de la puerta. Era el chirrido de un motor eléctrico, que se acercaba. Y luego la voz sintetizada del Recepcionista Autónomo AR-21:
—¡PELIGRO! ¡Han sido detectados peligrosos niveles de radiación! Evacuen inmediatamente la zona… ¡PELIGRO! ¡Han sido detectados peligrosos niveles de radiación! Evacuen inmediatamente la zona…
Y como para confirmar la advertencia del robot, empezó a sonar una alarma en todos los altavoces del edificio y las luces estroboscópicas de emergencia se encendieron. Gupta había modificado la instalación eléctrica del edificio para controlarla con su aparato de mano. Bajo el ruido de la alarma, David oyó gritos en el pasillo, las voces de los agentes del FBI dándose órdenes a gritos los unos a los otros. Entonces dejaron caer sus herramientas de asalto —David oyó el repiqueteo en el suelo— y salieron corriendo hacia la salida. Al poco ya no pudo oír sus pasos.
Con una amplia sonrisa, Monique apartó la pistola y le dio un apretón en el hombro al profesor Gupta. El anciano sonrió tímidamente y señaló su controlador de mano.
—El aviso ya estaba en el programa —explicó—. Originalmente desarrollamos esta clase de robots para el Departamento de Defensa. Reconocimiento del campo de batalla. La versión militar se llama
Dragon Runner
.
David ayudó a Gupta a ponerse en pie.
—Será mejor que nos pongamos en marcha. Los agentes regresarán en unos pocos minutos con sus contadores Geiger. —Acercó al profesor hasta el contenedor y se dispuso a meterlo dentro—. No es lo más cómodo, pero así he conseguido entrar en el edificio. Sólo tiene que estirarse y quedarse quieto, ¿de acuerdo?
—¿Estás seguro de que es una buena idea? —preguntó Gupta—. Ahora el FBI me está buscando y seguramente el edificio está rodeado. ¿No crees que registrarán el contenedor?
Monique, que ya había abierto la puerta, se detuvo de golpe.
—Mierda, tiene razón. No podemos salir por aquí.
David negó con la cabeza.
—No tenemos otra elección. Iremos lo más lejos que podamos con el contenedor, hasta pasar las cámaras de vigilancia, y luego tendremos que arriesgarnos a…
—La señal de esas cámaras de vigilancia —le interrumpió Gupta—, es inalámbrica, ¿no?
—¿Eh? Sí, eso creo —contestó David—. Quiero decir, es una operación secreta, así que supongo que el FBI no ha cableado todo el lugar.
Gupta volvió a sonreír.
—Entonces podemos hacer algo al respecto. Llévame al cuarto 407. El equipo de bloqueo está ahí. Después ya no necesitaremos el contenedor.