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Authors: Isabel Wolff

Tags: #Romántico

La chica del tiempo (14 page)

BOOK: La chica del tiempo
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—¡Los chicles! —exclamé—. Los chicles eran para ella. —Peter no dijo nada—. ¿No es verdad? A ti no te gustan los chicles. Y el tabaco también era para ella, ¿no? —Peter asintió con expresión deprimida—. Tenías chicles y tabaco para ella. Qué considerado. ¡Lucky Strike! —exclamé—. Así que has tenido una aventura con una… ¿cómo has dicho tú?… con una tía. ¡Dios mío!

—Mira, fue una cosa espontánea. Sencillamente pasó.

—Eso no es verdad.

—¡Shhhhhh! No grites.

—Tú te la querías tirar hacía tiempo.

—No.

—Desde luego que sí. ¿Y sabes por qué lo sé? Por Katie.

—¿Katie? ¿Ella qué tiene que ver en todo esto?

—Por lo del psicoanálisis. Siempre está hablando de los lapsus freudianos, ¿no? Pues bien, también habla de las omisiones significativas. Y a mí me parece muy, pero que muy significativo que tú nunca mencionaras que Andie era una mujer.

—No tenía importancia.

—¡Sí que la tenía! —grité—. Porque la otra noche recitaste la gran lista de todas las mujeres que conoces, todas y cada una. Así que me parece muy raro, Peter, que no la mencionaras a ella, ¿no? —A estas alturas Peter se había ruborizado—. De hecho mencionaste incluso a las dos colegas de Andie, pero tuviste buen cuidado en dejarla a ella fuera. ¡Ahora sé por qué! Porque no querías que yo lo supiera. Y la razón de que no quisieras que yo lo supiera, es que querías acostarte con ella.

—Yo…

—¡No lo niegues! —exclamé con desdén.

—¡Está bien! Está bien. Es muy atractiva, está soltera, yo le gusto. Y sí, ella también me gusta.

—Es rubia —dije. De pronto me había venido a la cabeza. Andie era la rubia desconocida que aparecía en la foto con Peter en Quaglino's—. Es rubia y tiene el pelo corto.

—Sí, es verdad. ¿Y tú cómo demonios lo sabes?

—Porque… —Ay, Dios, no podía decírselo—. Mira, intuición femenina. Es espantoso. Has tenido una aventura. ¿Cómo has podido?

—¿Que cómo? Te lo voy a decir. —Ahora era él el que alzaba la voz—. Porque tú me acusabas de haberte engañado y cuando se presentó la oportunidad pensé, qué demonios, ¿por qué no?

La gente empezaba a mirarnos.

—¿Desean postre? —preguntó el camarero—. Y, eh… les agradecería que bajaran la voz.

—¡Pues no! No pienso bajar la voz porque mi marido acaba de serme infiel. —Todas las cabezas se giraron en nuestra dirección.

—Señora, es que creo…

—¡Me da igual lo que usted crea! Tenemos problemas matrimoniales. —Todas las conversaciones se habían interrumpido en el restaurante y todo el mundo nos miraba, pero a mí me daba exactamente igual—. Después de quince años de matrimonio —informé al camarero—, mi marido me dice que me ha engañado.

—Pobre mujer… —oí decir a alguien.

—¿No es la chica del tiempo, del programa ese de televisión?

—¿Fiel durante quince años? Ese hombre debe de ser un santo.

—Sí, no como tú, que me engañaste a los cinco años.

—Tampoco tenías que sacar a relucir eso ahora.

—Señora —dijo el camarero—, siento mucho que tenga usted este… eh… problema.

—No es un problema, es una crisis.

—Yo mismo estoy divorciado.

—Ah, vaya, lo siento.

—Mi mujer me dejó.

—Mala suerte —terció Peter.

—Así que les entiendo, pero a pesar de todo debo pedirles que bajen la voz.

—Sí, Faith —susurró Peter—, baja la voz, por favor.

—Ya, baja la voz —repliqué con una hueca carcajada—. No me vengas con esas. «No seas infantil, no hagas una escena, no llores…». Y sobre todo, sobre todo, «no le des importancia». ¡Pues sí que le doy importancia! —sollocé—. ¡Le doy una importancia terrible! ¿Cómo has podido, Peter? —Comenzaba a ver borroso.

—¿Sí, cómo has podido? —preguntó la mujer de la mesa de al lado.

—¿Qué cómo he podido? —Peter se volvió en la silla—. Ya lo he explicado. En primer lugar, porque la ocasión se presentó. En segundo lugar, porque he estado sometido a mucho estrés. En tercer lugar, había bebido demasiado. En cuarto lugar, la mujer me estaba presionando, y en quinto lugar, mi esposa me estaba volviendo loco con sus sospechas infundadas.

—No eran infundadas —protesté, llevándome un pañuelo a los ojos.

—¡Lo eran entonces!

—Yo no le culpo —dijo un hombre a nuestra izquierda.

—Tú no te metas, Rodney.

—Yo creo que se lo ha buscado ella.

—Qué idiota —comentó alguien más.

—A ti no se te ocurra hacerme una cosa así, Henry.

—Ya. ¿Y tú qué?

—¿Qué quieres decir?

—Que ya he visto cómo miras a Torquil.

—¿A Torquil? No me hagas reír.

—Mi mujer se marchó con nuestro médico —informó el camarero.

—Vaya. Menudo abuso de confianza.

—Mire —le dije al camarero—, siento mucho lo de su divorcio. Pero la verdad es que no tiene nada que ver con nosotros. ¡Dios mío! —gemí—. Esto es terrible. ¡No sé qué hacer!

—¡No hagas una montaña de un grano de arena! —aconsejó un hombre con un traje gris.

—Déjale sin blanca —terció su esposa.

—¡Búsquense un consejero matrimonial! —sugirió otro hombre, tres mesas más allá.

—La infidelidad no es el fin del mundo, me han dicho.

—Sí, hay que saber perdonar y olvidar.

—¿Perdonar y olvidar? —repetí, con el regusto de las lágrimas en la boca—. ¿Perdonar y olvidar? Ni hablar. ¡Ay, Peter! —sollocé, buscando mi bolso—. Estaba tan contenta esta noche… ¡Y ahora todo se acabó!

—No me gusta darme aires —decía Lily el sábado por la mañana—, ya sabes que no me gusta, ¡pero tenía razón!

—Sí, la tenías.

Estábamos tumbadas en camillas de cuero, en una clínica de Knightsbridge, cubiertas de una espesa capa de limo verde, desnudas excepto por unas voluminosas bragas de papel. Una terapeuta de bata blanca nos untaba más pasta verde en las piernas. Luego nos envolvió en mantas térmicas y atenuó las luces del techo.

—Ahora las dejo solas veinte minutos —anunció—, para que las algas hagan su efecto, purificando el organismo, tonificando la piel y eliminando las toxinas del cuerpo. —Yo deseé que eliminaran también las toxinas de la mente—. Cierren los ojos. Quiero que se relajen ustedes y tengan pensamientos agradables y serenos.

—¡Qué hijo de puta! —exclamó Lily con saña en cuanto se cerró la puerta—. ¡Cómo ha podido hacerte eso!

—No lo sé —susurré mirando al techo—. Lo único que sé es que duele. —La sorpresa inicial de la confesión de Peter había desaparecido, dejando solo un intenso dolor.

—La primera vez que hablamos de esto, no pensé ni por un segundo que pudiera ser verdad. Solo quería que estuvieras más en guardia, cariño, porque eres tan confiada…

—Ya no.

—Pero al mismo tiempo, me daba cuenta de que había cosas que no encajaban. Bueno, ahora ya encajan. Aj, esto huele fatal —comentó arrugando la nariz—. Vamos a oler todo el día a pescado. ¡Cazadora de talentos! —exclamó indignada—. ¡Cazadora de talentos! ¡Venga ya! ¡A quien quería cazar era a él!

—Pues lo consiguió —repliqué.

—Por eso Peter te mandó las rosas el día 14.

—Las he tirado a la basura —gemí.

—No eran flores de San Valentín —prosiguió Lily—. Te las mandó porque se sentía culpable.

—Bueno —suspiré—, al final me vas a poder hacer una buena entrevista. Es una pesadilla. Ojalá pudiera hacer retroceder el tiempo.

—No puedes. Esto es demasiado serio. Estas son las cosas que acaban con las parejas.

Giré la cabeza para mirarla.

—Pero yo no quiero terminar con él —susurré—. Ni lo había pensado.

—Pues creo que deberías, Faith. Porque aunque es una pena, lo cierto es que la infidelidad de Peter es una cosa muy grave y tú nunca lo olvidarás. —Me sentí físicamente enferma al oírlo—. Y, naturalmente, volverá a pasar.

—¿Por qué? Mira, no es que quiera defenderle, Lily, pero tal vez fue solo un desliz. Es verdad que últimamente ha tenido muchos problemas.

—¡No seas idiota, Faith! La infidelidad es una cuesta abajo. Una vez que un hombre te es infiel, ya está. Puede que durante un tiempo se comporte, pero luego todos se resienten de sentirse atados. Sí, hija, sí —prosiguió con autoridad—, la primera aventura es siempre el principio del fin. Vamos a ver, ¿tienes un buen abogado?

—Bueno, la abogada de la familia, Karen. Pero el coste de un divorcio nos arruinaría.

—Mira, cariño —dijo Lily, como si intentara explicar algo a una niña tonta—, ahora Peter tiene un magnífico trabajo, así que se lo puede permitir.

—Pero no es que se vaya a hacer rico. Simplemente ganará más que antes. No, no pienso divorciarme. Lo único que sé es que todavía no puedo perdonarle.

—¿Cómo van las cosas en casa?

—De momento nos evitamos el uno al otro —suspiré—. Apenas nos hemos visto desde San Valentín. Por suerte los niños no vienen a casa este fin de semana, porque tenían no sé qué en el colegio. Ay, Dios, Lily. —Los ojos se me llenaron de lágrimas otra vez—. ¡No sé qué hacer!

—Escucha, ¿cuánto tiempo hace que nos conocemos?

—Veinticinco años.

—Exacto. Desde que teníamos nueve. Así que creo que te conozco mejor que nadie, mejor incluso que Peter. Y de verdad creo que esto va a ser lo mejor que te ha pasado nunca.

—¿Por qué? —pregunté con la voz rota.

—Porque lo que no te mata te hace más fuerte —replicó ella. Me apretó la mano y sonrió—. Esto te hará más fuerte, Faith. Esto será lo que te haga por fin salir del cascarón y convertirte en una mujer fuerte e independiente. A propósito, me he pasado por Harvey Nicks y te he comprado unas amatistas para darte fuerzas.

—Muchas gracias.

—También he llamado al teléfono de la esperanza.

—¿Cómo?

—Llamé anoche, fingiendo ser tú. No, no te preocupes —se apresuró a añadir al ver mi expresión de horror—, no di tu nombre ni nada de eso. Simplemente dije que mi esposo había confesado tener una aventura y hablé del dolor, la humillación, el miedo, etc, etc. Ellos me soltaron el rollo de que debía buscar un consejero y un terapeuta e intentar una reconciliación y tonterías de esas. Pero todo el mundo sabe que es una pérdida de tiempo.

—¿Ah, sí?

—Claro que sí. Porque la infidelidad no se puede erradicar. Causa un daño irreparable. Si quieres puedes intentar pegar las piezas rotas de tu matrimonio, pero el hecho es que siempre se verán las junturas.

—¿Qué tal, señoras? —La terapeuta había vuelto. Nos quitó las mantas y luego nos duchamos para limpiar el lodo verde.

—Creo que me vendría bien una limpieza de colon —dijo de pronto Lily, mientras me vestía—. ¿Y a ti, Faith?

—¿Qué?

—Una irrigación de colon. ¿Te apetece?

—No, gracias. —La perspectiva de que me metieran un desatascador por el trasero era más de lo que podía soportar.

—Es una cosa fenomenal —explicó ella alegremente—. Es como hacer una limpieza por dentro y por fuera. Si era bueno para los antiguos egipcios, es bueno para mí. Dame tres cuartos de hora para un chorro rápido y luego podemos comer juntas.

Me quedé en la sala de espera, intentando no pensar en Lily tumbada en la camilla con una manguera metida en el culo y tratando de ignorar las voces que se oían al otro lado de la puerta.

—Vaya, miss Jago —decía la terapeuta—, debería usted masticar mejor la comida. ¡Acabo de ver pasar una aceituna!

Para distraerme de los contenidos del colon de Lily, me puse a hojear las revistas. Había un montón sobre la mesita de cristal, dispuestas como una baraja de cartas. Estaba el
Moi!
, el
Tatler
, el
Marie Claire
, y una selección de revistas más baratas. Sinceramente, yo las prefiero: las modelos no son tan deprimentemente despampanantes y además traen más concursos. Así que me puse a mirar el
Woman's Own
y el
Woman's Weekly
y luego el
Bella
,
That's Life
y
Best
. Hasta que de pronto vi la portada del
Chat
y me quedé sin aliento mirando el titular. Oía una vocecita susurrar en mi cabeza. Casi involuntariamente, tendí la mano. ¡GANE UN DIVORCIO!, rezaba.

Marzo

Cuando una se casa tiene que decir «sí, quiero». Ahora no hacía más que preguntarme, ¿qué quiero hacer? ¿Qué hago?, me repetía una y otra vez como un mantra, con la esperanza de que me llegara la iluminación.

—No hagas nada —aconsejó nuestra abogada, Karen, con su tono amistoso. Estaba sentada en su despacho, tomando notas en un cuaderno blanco mientras yo le contaba llorosa toda la historia—. Mi consejo es que no hagas absolutamente nada.

—¿Nada?

—Nada. Porque no has tenido tiempo suficiente para reflexionar.

—Pero me duele —dije, golpeándome el pecho con la mano—. Es como si tuviera una herida abierta justo aquí. Ay, Karen, me duele mucho.

—Razón de más para esperar.

—Casi no puedo funcionar —gemí—. Lo único que sé es que ha pasado algo muy grave.

—Bueno, la infidelidad es grave —convino, dándome un pañuelo—, así que tienes que dejar que pase un poco el golpe emocional antes de tomar ninguna decisión.

—Es que estoy furiosa. Me siento tan humillada…

—Pues lo más probable es que te sientas todavía más furiosa y humillada si te divorcias. El divorcio es espantoso. Es un proceso doloroso, humillante, desagradable y carísimo. Para algunas personas puede resultar una catástrofe, emocional y económica, de la cual nunca se recuperan. Solo han pasado dos semanas desde que Peter confesó su aventura. Deberías darte un poco más de tiempo.

—Es que no sé cómo puedo volver a estar con él —sollocé—. No puedo soportar pensar que se ha acostado con otra mujer. Siento que no tengo futuro.

—Faith, no sabes qué te deparará el futuro. Te repito, como aconsejo a todos mis clientes, que no te precipites. Sobre todo teniendo hijos. Pero si después de meditarlo largo y tendido decides seguir adelante, entonces de acuerdo, puedes comenzar el proceso. Pero tienes que estar absolutamente segura de que quieres el divorcio —añadió muy seria—, y de que no lo estás utilizando para castigar a Peter. Porque una vez la rueda se pone en marcha, es muy, muy difícil echarse atrás. Así que, por favor, espera un poco.

Me levanté.

—Está bien —suspiré—. Esperaré.

Una vez fuera desaté a Graham, que se había pasado el rato allí tumbado con pinta de abandonado para ver si alguien le daba algo de comer. Al verme pegó un brinco, hirviendo de excitación, y lanzó un jubiloso ladrido. Yo me animé un poco al ver cómo movía no solo la cola, sino todo el trasero de puro deleite.

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