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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (75 page)

BOOK: La Casa Corrino
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—En este momento, lo que más necesita el Imperio es estabilidad, o corremos el riesgo de provocar una guerra civil. Con un consejo más sabio y controles estrictos, creo que Shaddam puede reafirmar su prudencia y gobernar con benevolencia.

Leto se puso delante del atril.

—Sabed esto: todos estamos obligados para con la Casa imperial. Todas las familias del Landsraad han de llorar la pérdida de la amada esposa de Shaddam, lady Anirul, y yo más que nadie, pues esa gran dama dio su vida para proteger a mi hijo recién nacido, el heredero de la Casa Atreides.

Alzó la voz para hacerse oír en toda la sala.

—Propongo que el Landsraad y la Cofradía elijan a muchos asesores nuevos que ayuden al emperador Padishah a gobernar de hoy en adelante. Emperador Shaddam Corrino IV, ¿aceptáis trabajar con estos representantes elegidos, por el bien de todo el pueblo, de todos los planetas, de todas las corporaciones?

El derrotado gobernante no tenía otra alternativa. Se puso en pie y contestó:

—Acepto lo que es mejor para el Imperio. Como siempre. —Clavó la vista en el suelo, con el deseo de estar en cualquier sitio menos allí—. Prometo cooperar plenamente y aprender a servir mejor a mi pueblo.

Tenía que admitir cierta admiración reticente por el duque Leto, pero le irritaba que su primo Atreides hubiera llegado tan lejos, mientras que él, el emperador de un Millón de Planetas, se había visto obligado a soportar esta vergonzosa situación.

El duque Leto se acercó al borde de la plataforma, sin apartar la vista de Shaddam, que se erguía solo en su zona privada. Leto extrajo el cuchillo ceremonial de su cinto. Los ojos del emperador se abrieron de par en par.

Leto dio la vuelta al cuchillo y lo entregó con el pomo hacia adelante.

—Hace más de dos décadas, me regalasteis este arma, señor. Me apoyasteis cuando los tleilaxu me acusaron falsamente. Ahora, creo que vos la necesitáis más. Aceptadla y gobernad con prudencia. Pensad en la lealtad Atreides cada vez que la miréis.

Shaddam aceptó de mala gana el arma ceremonial.
Mi momento llegará. No perdono a mis enemigos.

118

Los planetas secretos de los Bene Tleilax son desde hace mucho tiempo el origen de los mentats pervertidos. Sus creaciones siempre han suscitado la pregunta de quién es más pervertido, los mentats o sus creadores.

Manual mentat

Para el barón Harkonnen, Giedi Prime era hermosa, aún comparada con la espectacular Kaitain. Los cielos humeantes convertían el ocaso en antorchas. Los macizos edificios y las impresionantes estatuas dotaban a la capital Harkonnen de una apariencia sólida e implacable. Hasta el olor del aire, a industria y población hacinada, era consolador y familiar.

El barón había pensado que jamás volvería a ver este lugar.

En cuanto los ominosos cruceros y la flota del emperador marcharon de Arrakis, el planeta desierto había temblado como una rata canguro que hubiera escapado por poco de un depredador.

Según la historia oficial del palacio, el emperador solo se había echado un farol, y en ningún momento había tenido la intención de atentar contra las operaciones de especia. El barón no estaba muy convencido de esto, pero decidió callar. Shaddam IV ya había tomado acciones extremas y mal aconsejadas en ocasiones anteriores, como un niño malcriado que no conocía sus límites.

¡Locura!

El barón había buscado chivos expiatorios en la capital. Todos sus empleados fremen habían desaparecido como por arte de magia. Había tardado semanas en conseguir transporte para volver a la civilización. Rabban, utilizando diversas excusas, no se había apresurado a enviar una fragata.

Aterrado por el furioso escrutinio del Landsraad, el inquieto noble había huido a Giedi Prime para lamerse las heridas. Si bien se había visto obligado a perderse el juicio contra el emperador, había enviado correos y mensajes para expresar su indignación por la amenaza de Shaddam de destruir toda vida en Arrakis, «en reacción a unos errores de contabilidad insignificantes». Era ducho en disimular la verdad, en manipular la información para parecer siempre el menos culpable. Como embajador de facto Harkonnen, Piter de Vries debería estar en Kaitain para ocuparse de esos asuntos.

Tendría que enviar con discreción regalos a Kaitain, así como mostrar una actitud humilde y arrepentida, con la esperanza de que el emperador, abrumado por sus problemas políticos, no decidiera descargar su ira sobre la Casa Harkonnen. El barón pagaría indemnizaciones y sobornos más elevados que nunca, que tal vez ascendieran al valor de toda la especia acumulada de manera ilegal.

Pero el mentat pervertido se había desvanecido sin tan siquiera enviar un mensaje. El barón detestaba la impredecibilidad, sobre todo en un mentat costoso. Durante la confusión posterior al asedio de Arrakis y a la reconquista de Ix, De Vries habría gozado de amplias oportunidades para asesinar a la mujer y el hijo del duque Leto. Los informes eran cautos, pero al parecer, si bien se había producido una breve escaramuza poco después del nacimiento, el bebé Atreides estaba sano y salvo.

El barón deseaba retorcer el cuello de De Vries, pero el mentat había desaparecido. ¡Maldito fuera el hombre!

Cuando la oscuridad cayó, el obeso Harkonnen volvió a la fortaleza Harkonnen. Tenía mucho que hacer para preparar su defensa legal, en el caso de que la CHOAM insistiera en el problema de sus «indiscreciones». Quería estar preparado, aunque había pronunciado todas las palabras que el Imperio quería oír: «Os aseguro que la producción de melange continuará, como siempre. La especia circulará».

Su sobrino Rabban no le servía de nada en cuestiones de tecnicismos y tareas administrativas. El bruto era un experto en partir cráneos, pero todo lo que exigiera sutileza le sobrepasaba. De hecho, su mote de Bestia no fomentaba la imagen de un estadista juicioso o un diplomático experto.

Además, eran necesarias costosas reparaciones para reconstruir la infraestructura de Arrakis, en especial los espaciopuertos y los sistemas de comunicaciones dañados por el embargo de la Cofradía. No podía hacerlo todo solo, y se enfureció de nuevo por el hecho de que su mentat, en teoría tan leal, no estuviera a su lado para ayudarle.

Maldijo su mala suerte y regresó a sus aposentos, donde los esclavos habían servido un banquete: suculentos platos de carne, pasteles deliciosos, frutas exóticas y el caro coñac kirana del barón. Paseó de un lado a otro, picoteó de los platos y meditó.

Como había estado atrapado en la deprimente Carthag durante tantos días, incapaz de enviar una transmisión o llamar a un correo, había deseado con desesperación gozar de los placeres de la vida. Ahora, no paraba de comer en todo el día, solo para tranquilizarse. Se chupó azúcar de los dedos.

Tenía el cuerpo suave y perfumado, después de que guapos jóvenes le hubieran bañado, aceitado y masajeado, hasta que empezó a relajarse. Estaba agotado y dolorido, cansado de los placeres a los que se había entregado.

Rabban entró en la cámara sin hacerse anunciar. Feyd-Rautha caminaba al lado de su hermano mayor, con una expresión inteligente pero traviesa en su rostro de querubín.

La Bestia pensaba que el vizconde Moritani y él habían logrado ocultar su ataque frustrado contra Caladan. No obstante, el barón se había enterado casi de inmediato, y guardado silencio. La idea demostraba una sorprendente dosis de iniciativa, y tal vez habría salido bien, pero nunca lo admitiría a su sobrino. Por lo visto, la Bestia había ocultado su participación lo bastante bien para impedir que la Casa Harkonnen se viera perjudicada, y por eso el barón calló y dejó que su sobrino siguiera preocupado por si se enteraba.

Rabban gritó a los dos esclavos que le seguían. Cargaban un largo y voluminoso paquete envuelto en un material brillante y adornado con cintas.

—Por aquí. Al barón le gustará abrirlo en persona. Daos prisa, idiotas.

Rabban se quitó del cinto el látigo de tintaparra y amenazó a los esclavos con azotarles. Ninguno de los dos hombres, altos y de piel broncínea, se encogieron, aunque había marcas de látigo en sus brazos y cuello.

El barón miró con desdén el objeto, que parecía medir casi dos metros de largo.

—¿Qué es esto? No esperaba ningún paquete.

—Un regalo para ti, tío, recién llegado por correo. No hay remitente. —Dio unos golpecitos sobre el envoltorio—. Tendrás que abrirlo para averiguar quién lo ha enviado.

—No tengo la menor intención de abrirlo. —El barón retrocedió con cautela—. ¿Habéis comprobado que no contenga explosivos?

Rabban resopló.

—Por supuesto. No contiene trampas ni venenos. No descubrimos nada. Es inofensivo.

—¿Y qué es?

—No hemos podido… determinarlo con exactitud.

El barón retrocedió otro paso con la ayuda de sus suspensores. Había sobrevivido tanto tiempo gracias a su naturaleza suspicaz.

—Ábrelo, Rabban, pero asegúrate de que Feyd permanezca alejado de ti.

No quería perder a sus dos herederos en un solo intento de asesinato.

Rabban propinó a su hermano pequeño un leve empujón. Feyd se tambaleó hacia el barón, el cual le agarró por el cuello de la camisa y le alejó a una distancia prudencial. Rabban también retrocedió.

—Ya habéis oído al barón —gritó a los esclavos—. ¡Abridlo!

Feyd-Rautha quería ver lo que había dentro y se resistió cuando el barón le retuvo. Los esclavos rompieron el envoltorio. Como no les estaba permitido llevar cuchillos u objetos afilados, tuvieron que romper los sellos con los dedos.

—¿Y bien? —aulló Rabban, sin moverse de su sitio—. ¿Qué es?

Feyd se revolvió en las manos del barón. Por fin, el hombre le soltó y dejó que el niño corriera hacia el paquete, abierto en el suelo.

El niño miró en el interior y rió. El barón se acercó flotando sobre sus suspensores. Aovillado en la caja, vio el cuerpo momificado de Piter de Vries, rodeado de los moldes metálicos que habían impedido a los escáneres determinar su contenido exacto. Su rostro enjuto era inconfundible, aunque tenía los ojos y las mejillas hundidos. Los labios quebradizos del mentat pervertido aún estaban manchados de safo.

—¿Quién ha enviado esto? —rugió el barón.

Ahora que el peligro parecía haber pasado, Rabban corrió hacia el paquete. Apartó un molde y extrajo una nota de los dedos rígidos de De Vries.

—Es de la bruja Mohiam. —La alzó ante sus ojos y leyó poco a poco, como si hasta cuatro letras fueran difíciles para él—. «Nunca nos subestiméis, barón». —Rabban arrugó la nota y la tiró al suelo—. Han matado a tu mentat, tío.

—Gracias por explicármelo.

El barón apartó los moldes y volcó la caja para sacar la momia. Entonces, asestó una brutal patada a la caja torácica del cuerpo. En este momento dificilísimo, que exigía delicadas maniobras políticas para asegurar la supervivencia de la Casa Harkonnen, necesitaba un mentat astuto más que nunca.

—¡Piter! ¿Cómo has podido ser tan estúpido, tan torpe de dejarte matar?

El cadáver no contestó.

Pensándolo mejor, De Vries había empezado a dejar de serle útil. Había sido un mentat adecuado, artero y lleno de ideas sofisticadas, pero también tenía una propensión a las drogas que desquiciaba sus percepciones, y una tendencia a mostrar demasiada iniciativa y actuar por cuenta propia…

Habría que vigilar más de cerca al próximo. El barón sabía que los tleilaxu ya habían cultivado otros gholas de la misma cepa genética: múltiples versiones de Piter de Vries, adiestrados como mentats y pervertidos con un condicionamiento especial. Los magos genéticos ya sabían que solo era una cuestión de tiempo que el barón perdiera los nervios y llevara a la práctica sus repetidas amenazas de matar a Piter de Vries.

—Envía un mensaje a los tleilaxu —gruñó—. Que me envíen otro mentat cuanto antes.

119

Inevitablemente, el aristócrata se resiste a su deber final: hacerse a un lado y desaparecer en la historia.

Príncipe heredero R
APHAEL
C
ORRINO

Según el anuncio público del emperador Shaddam, la pira funeraria sería la más impresionante que se había visto en el Imperio.

El cadáver de lady Anirul, envuelto en su manto de piel de ballena más hermoso y adornado con réplicas sin valor de sus joyas más costosas, yacía sobre un lecho de fragmentos de cristal verde, como dientes monstruosos mellados hechos de esmeraldas.

Shaddam se erguía delante de la pira, con la vista clavada en el océano de rostros. Una gran multitud se había congregado, llegada desde todos los rincones del Imperio, para dar su adiós definitivo a la esposa del gobernante. El emperador llevaba ropas de colores apagados para transmitir una atmósfera de esplendor controlado.

Fingió tristeza e inclinó la cabeza. Todas sus hijas se hallaban en la primera fila de la multitud, junto al féretro, llorosas y afligidas. La pequeña Rugi lloraba en todos los momentos pertinentes. Solo Irulan se mantenía seria y controlada.

Este espectáculo conmovería a todos los miembros del público, pero Shaddam no sentía pesar por la muerte de Anirul. Con el tiempo, su esposa le habría obligado a asesinarla.

Procuró no parecer derrotado, y dejó vagar su mente mientras los sacerdotes entonaban sus aburridos cánticos, leían la Biblia Católica Naranja y celebraban más rituales de los que Shaddam había visto durante su coronación o su matrimonio con la bruja Bene Gesserit, cuya lealtad fundamental no era para él. De todos modos, esta ceremonia era lo que esperaba el populacho, lo que disfrutaban a su perverso modo.

Y ahora, encadenado por las restricciones que le habían impuesto el hostil Landsraad, la Cofradía y la CHOAM, Shaddam no podía saltarse ni una norma. Tenía que ceñirse a las leyes. Tenía que comportarse. Estas cadenas le inmovilizarían durante años.

Las sanciones que debían imponerse a Shaddam habían sido debatidas calurosamente a puerta cerrada. Durante diez años, sus actividades serían sujetas a serias restricciones y controles, tal como prescribía la ley imperial. Durante ese tiempo, el Landsraad, la Cofradía Espacial y la CHOAM ejercerían una influencia mucho mayor sobre la política y los asuntos imperiales.

Deseó poder exiliar de nuevo a Fenring, castigarle por la debacle del amal. Pero después de las equivocaciones cometidas por el emperador, que, como el conde le había recordado, nunca se habrían producido si hubiera seguido los consejos de Fenring, Shaddam sabía que, si existía alguna esperanza de recobrar su poder, necesitaría la inteligencia de su amigo de la infancia. En cualquier caso, dejaría al conde en Arrakis un tiempo, para que aprendiera cuál era su lugar…

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