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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

La Casa Corrino (73 page)

BOOK: La Casa Corrino
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Irulan contempló el cadáver de su madre mientras uno de los guardias lo cubría con una capa gris. No brotaron lágrimas de los ojos verdes de la muchacha. Su rostro de belleza clásica habría podido pasar por una escultura de alabastro.

Leto conocía muy bien el sentimiento, una lección similar que su padre le había enseñado.
Da rienda suelta a tu dolor solo en la intimidad, cuando nadie pueda verte.

Los ojos de Irulan se encontraron con los de Mohiam, como si las dos estuvieran erigiendo almenas. Daba la impresión de que la princesa sabía más de lo que decía, algo que solo compartía con la reverenda madre. Era muy probable que Leto nunca llegara a conocer la verdad.

—Encontraremos al criminal —juró Leto, mientras apretaba a su hijo contra el pecho. Los guardias hablaron por sus comunicadores y continuaron registrando el palacio.

Mohiam le miró.

—Lady Anirul dio su vida por salvar a vuestro hijo —dijo, con expresión de amargura—. Educadle bien, duque Atreides. —Tocó las mantas del bebé y le empujó contra el pecho de Leto—. Estoy segura de que Shaddam no descansará hasta que el asesino de su esposa sea llevado ante la justicia. —Retrocedió, como si le despidiera—. Id a ver a vuestra Jessica.

Leto, reticente y suspicaz, aunque consciente de sus prioridades, salió con el niño de los aposentos y se dirigió hacia la sala de partos, donde Jessica le esperaba.

Irulan miró fijamente a Mohiam, pero no intercambiaron ni un ademán. Sin que nadie lo supiera, ni siquiera Mohiam, la princesa se había ocultado tras una puerta entreabierta y presenciado el sacrificio de su madre por el recién nacido. Le había asombrado que una mujer tan poderosa y reservada hubiera concedido tanta importancia a este bebé Atreides, nacido de una vulgar concubina. ¿Qué motivos podían existir?

¿Por qué es tan importante este niño?

115

En el pasado, la guerra ha destruido a los mejores individuos de la humanidad. Nuestro objetivo ha consistido en limitar los conflictos militares de tal modo que eso no ocurra. En el pasado, la guerra no ha mejorado la especie.

Supremo Bashar Z
UM
G
ARON
, memorias secretas

Pese a la victoria, el príncipe Rhombur Vernius sabía que les aguardaban muchos años de lucha para llevar a cabo una completa reestructuración de la sociedad ixiana. Pero estaba a la altura de la tarea.

—Traeremos a los mejores investigadores y expertos forenses —dijo Duncan, mientras contemplaba los restos todavía humeantes del complejo de laboratorios—. La ventilación está purificando el aire, pero aún no podemos entrar en el pabellón de investigaciones. Cuando el fuego se apague, lo registrarán en busca de pruebas. Algo ha de quedar entre las cenizas, y con suerte será suficiente para llevar al conde Fenring, y al emperador, ante la justicia.

Rhombur meneó la cabeza. Alzó un brazo protésico y contempló el muñón.

—Aunque hayamos conseguido la victoria, Shaddam aún puede encontrar una forma de disimular su culpabilidad. Si tanto se ha jugado aquí, intentará manipular al Landsraad en nuestra contra.

Duncan señaló los muertos que les rodeaban, y a los médicos Atreides uniformados de blanco que atendían a los heridos.

—Mira cuántos soldados imperiales han muerto. ¿Crees que Shaddam puede olvidarlo? Si no puede encubrirlo, encontrará alguna excusa para la presencia de los Sardaukar en Ix y nos acusará de traición.

—Hicimos lo que debíamos —dijo Rhombur con un firme movimiento de la cabeza.

—Sin embargo, la Casa Atreides ha emprendido una acción militar contra soldados del emperador —le recordó Gurney—. A menos que podamos encontrar una forma de volver contra él esta circunstancia, Caladan puede ser castigado.

Aislado e indefenso sobre Arrakis, enfurecido por el fracaso de sus planes, y su presencia imperial humillada ante todos los Sardaukar, Shaddam dio la orden más difícil de todo su reinado. Con la mandíbula tensa y los labios fruncidos, se volvió hacia Zum Garon.

—Ordena a la flota que se retire. —Respiró hondo—. Anulo la orden de disparar.

Cuando las naves imperiales se alejaron del planeta y se situaron en una órbita más elevada, miró a sus oficiales en busca de una solución. Los Sardaukar se mantuvieron inexpresivos, pero Shaddam adivinó que le culpaban de su situación. Aunque aterrizara en la superficie del planeta desierto, el barón Harkonnen le recibiría con desprecio.

Me he convertido en el hazmerreír del Imperio.

Tras un incómodo silencio, impidió que los oficiales pudieran formular cualquier pregunta.

—Esperad nuevas órdenes.

Al final, esperaron un día entero.

Todos los sistemas de comunicaciones de Arrakis estaban neutralizados. Aunque la flota Sardaukar podía utilizar sus transmisores de nave a nave, solo podían hablar entre ellas. Abandonados a su suerte.

Shaddam se encerró en su camarote privado, incapaz de creer que la Cofradía le hubiera hecho esto. Esperaba que la flota de la Cofradía reapareciera en cualquier momento y tomara nota del arrepentimiento de su emperador.

Pero a medida que transcurrían las horas, sus esperanzas se fueron desvaneciendo.

Por fin, cuando se convenció de que los Sardaukar estaban a punto de amotinarse, apareció un solo crucero sobre las naves de guerra imperiales.

Shaddam tuvo que reprimir sus deseos de gritar maldiciones contra la nave, o de exigir a la Cofradía que le devolviera a Kaitain. Cada defensa o argumentación que le venía a la cabeza se le antojaba débil e infantil. Dejó que la Cofradía hablara primero. Confiaba en poder tolerar sus exigencias.

La escotilla de la bodega del crucero se abrió, y descendió una sola nave. Se recibió un mensaje en el puente de la nave insignia.

—Hemos enviado una lanzadera para recoger al emperador. Nuestro representante le trasladará a este crucero, donde continuaremos nuestras conversaciones.

Shaddam tuvo ganas de chillar al delegado, de insistir en que nadie, ni siquiera la Cofradía Espacial, estaba en posición de exigir su aparición en una reunión. En cambio, el humillado gobernante tragó saliva y procuró hablar en el tono más imperial posible.

—Esperaremos la llegada de la lanzadera.

El emperador apenas había tenido tiempo de cambiar su atuendo por otro más impresionante, escarlata y dorado, con todas las medallas y aderezos que pudo localizar, cuando llegó la lanzadera. Esperó en la ensenada de desembarco para recibir a la nave, una figura majestuosa que habría debido aterrar a poblaciones enteras. Pensó en el olvidado Mandias el Terrible, cuya tumba polvorienta estaba oculta en la necrópolis imperial.

Se quedó de una pieza cuando vio que Hasimir Fenring salía de la pequeña nave y le indicaba con un gesto que subiera a bordo. La expresión del conde le advirtió de que no dijera ni una palabra. Al lado del emperador, el Supremo Bashar Garon se encontraba a la espera, como si quisiera acompañar a Shaddam como guardaespaldas, pero Fenring indicó con un ademán al veterano que se retirara.

—Nos reuniremos en privado. Haré lo que pueda para encauzar las negociaciones entre el emperador y la Cofradía, ¿ummm?

Shaddam temblaba de rabia y vergüenza, y sabía que lo peor aún no había llegado…

Cuando la lanzadera despegó, los dos se sentaron en cómodas butacas, y miraron por las portillas el universo tachonado de estrellas. Durante diez mil años, la Casa Corrino había gobernado este inmenso reino. Bajo ellos, el agrietado globo marrón de Arrakis parecía austero y feo, una verruga en un emporio de joyas.

Shaddam sospechaba que su conversación sería grabada por espías de la Cofradía. Fenring habló en código a posta, utilizando un idioma privado que los dos amigos habían inventado de niños.

—Ix es un desastre absoluto, señor, y veo que a vos no os ha ido mucho mejor aquí. —Se masajeó la barbilla con aire pensativo—. Ajidica nos engañó…, tal como yo os advertí, ¿ummm?

—¿Y el amal? ¡Yo mismo lo probé! Todos los informes me decían que era perfecto… el investigador jefe, mi comandante Sardaukar, ¡incluso tú!

—Era un Danzarín Rostro, señor, no yo. El amal es un fracaso total. Muestras de prueba provocaron los dos accidentes recientes de cruceros. Yo en persona vi morir al investigador jefe entre convulsiones debido a una sobredosis de la sustancia. Ummm.

Shaddam echó la cabeza hacia atrás sin querer, y su rostro perdió el color.

—¡Dios mío, cuando pienso en lo que he estado a punto de hacer en Arrakis!

—El amal envenenó a vuestras legiones Sardaukar destacadas en Ix, y debilitó su capacidad de defendernos contra los atacantes Atreides.

—¡Atreides! ¿En Ix? ¿Qué…?

—Vuestro primo, el duque Leto, ha utilizado sus fuerzas militares para restaurar a Rhombur Vernius en el Gran Palacio. Los tleilaxu, y vuestros Sardaukar, han sido derrotados por completo. Por si acaso, destruí todas nuestras instalaciones de investigación y producción. No quedan pruebas que acusen a la Casa Corrino.

Shaddam enrojeció, incapaz de comprender la magnitud de su derrota.

—Ojalá.

—Por cierto, tendréis que informar a vuestro Supremo Bashar de que su hijo murió durante las combates.

—Más desastres —gruñó el emperador, con aspecto de cansancio—. ¿Así que no existe sustituto de la especia? ¿Ninguno?

—Ummm, no. Ni tan siquiera una remota posibilidad.

El emperador se hundió en su butaca y vio que el crucero iba aumentando de tamaño.

Fenring se veía muy disgustado.

—Si hubierais llevado a cabo vuestro insensato plan de destruir Arrakis, no solo habríais puesto fin a vuestro reinado, sino también a todo el Imperio. Nos habríais devuelto a la época de los viajes espaciales anteriores al Jihad. —Su voz adoptó un tono de reproche, al tiempo que extendía un dedo—. Os advertí una y otra vez de que no tomarais decisiones sin consultarme antes. Esto significará vuestra caída.

El crucero engulló a la diminuta lanzadera como una ballena a un krill. Ningún representante de la Cofradía salió a recibir al emperador Padishah, ni nadie le escoltó cuando salió de la lanzadera.

Mientras Fenring y él esperaban a que alguien se pusiera en contacto con ellos, el Navegante activó los motores Holtzmann y plegó el espacio, con destino a Kaitain, donde el infortunado gobernante afrontaría las consecuencias de sus decisiones.

116

La venganza puede obtenerse mediante complejos planes o una agresión directa. En algunas circunstancias, solo el tiempo puede ser el instrumento de la venganza.

Conde D
OMINIC
V
ERNIUS
, diarios de un renegado

Semanas después, en Kaitain, sin sentir otra cosa que ira, Shaddam Corrino IV vio la conclusión del discurso grabado del bastardo Tyros Reffa. Maldijo por lo bajo.

Tras las puertas cerradas del despacho privado del emperador, Cammar Pilru esperó los comentarios de Shaddam. El embajador ixiano había visto la grabación varias veces, y todavía le impresionaba.

Sin embargo, Shaddam no perdió la frialdad.

—Veo que hice bien cuando ordené que le cosieran la boca antes de ejecutarle.

Tras regresar al palacio, el emperador Padishah se había encerrado en sus aposentos. En la calle, los Sardaukar intentaban mantener el orden pese a las numerosas manifestaciones. Algunos pedían que Shaddam abdicara, lo cual habría sido una solución viable de haber tenido un heredero varón aceptable. Tal como estaban las cosas, su hija mayor Irulan, de once años, ya había recibido varias proposiciones matrimoniales de los dirigentes de Casas poderosas.

Shaddam deseaba matar a todos los pretendientes…, y quizá también a sus hijas. Al menos, ya no tenía que preocuparse por su esposa.

Después de sus numerosos fracasos militares, hasta los antes leales Sardaukar estaban contra él, y el Supremo Bashar Zum Ga-ron había presentado una protesta oficial. El hijo de Garon había muerto en la debacle ixiana, pero según la opinión del veterano Bashar, los soldados imperiales habían sido traicionados, algo todavía peor. No derrotados, sino traicionados. En su mente era una distinción importante, porque los Sardaukar jamás habían conocido la derrota en toda su larga historia. Garon exigía que esta mancha fuera borrada de los escritos. También quería una condecoración póstuma para su hijo.

Shaddam no sabía cómo afrontar todo esto.

En otras circunstancias, nunca habría concedido ni un minuto de su tiempo a este patético y ahora envalentonado diplomático ixiano. Pero el embajador Pilru tenía muy buenos contactos y estaba aprovechando la victoria de Rhombur.

Pilru, que volvía a sentirse fuerte después de tantos años de indiferencia y desprecios, dejó caer una hoja dura de cristal riduliano ante el rostro de Shaddam.

—Fue desafortunado por vuestra parte, señor, no tener la oportunidad de realizar un análisis genético completo a Tyros Reffa, aunque solo fuera para desacreditar su afirmación de que también era miembro de la Casa Corrino. Muchos miembros del Landsraad, y muchos nobles del Imperio, albergan sus dudas.

Tecleó los datos sobre la hoja de cristal, que sin duda Shaddam consideraba incomprensibles. Pilru había sido ignorado, insultado y despreciado durante años, pero ahora eso cambiaría. Lograría que el emperador compensara económicamente al pueblo ixiano y que no ofreciera resistencia a la restauración de la Casa Vernius.

—Por suerte, pude obtener muestras de Reffa en su celda de la prisión. —Pilru sonrió—. Como veis, esta es la irrefutable prueba genética de que Tyros Reffa era hijo del emperador Elrood IX. Vos firmasteis la sentencia de muerte de vuestro hermano.

—Hermanastro —corrigió Shaddam.

—No me costaría nada distribuir con sigilo esta grabación y los resultados de los análisis entre los miembros del Landsraad, señor —dijo el embajador, mientras sostenía en alto la hoja de cristal—. Temo que la suerte de vuestro hermanastro sería conocida muy pronto.

Había eliminado de los resultados los detalles concernientes a la identidad de la madre, por supuesto. Nadie necesitaba saber la relación del bastardo con la fallecida lady Shando Vernius. Rhombur conocía el secreto, y eso era suficiente.

—Vuestra amenaza ha quedado muy clara, embajador. —Los ojos de Shaddam brillaban entre las sombras de la derrota que le rodeaba—. Bien, ¿qué deseáis de mí?

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