La Casa Corrino (44 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Atrapado en el crucero varado, Gurney Halleck miró la bodega de carga a través de la portilla de la fragata. Cientos de naves colgaban precariamente de sus anclajes, apelotonadas, algunas aplastadas y volcadas. A bordo de esas naves, debía de haber muchas personas heridas o muertas.

A su lado, cubierto todavía con la capa y la capucha, Rhombur examinaba el armazón del crucero, extraía detalles de un plano que recordaba.

Dos horas antes, había aparecido otra holoproyección del auditor de vuelo en el interior de cada nave.

—Carecemos de, nnnn, información adicional. Permanezcan en sus puestos.

Después, las imágenes se habían desvanecido.

El crucero albergaba numerosas naves de carga y fragatas de transporte, algunas de las cuales iban llenas de alimentos, medicinas y artículos comerciales, suficientes para mantener con vida a decenas de miles de pasajeros durante meses. Gurney se preguntó si permanecerían varados aquí hasta que la gente hambrienta empezara a atacarse entre sí. Algunos pasajeros, presa de los nervios, ya estaban atiborrándose de provisiones personales.

Sin embargo, Gurney no estaba desesperado. En sus días de juventud había sobrevivido a los pozos de esclavos Harkonnen, y escapado de Giedi Prime escondido en un embarque de obsidiana azul. Después de eso, podía tolerar encontrarse a bordo de una nave que había extraviado su rumbo…

De pronto, Rhombur se puso en pie con su baliset y se volvió hacia su compañero.

—Esto me está volviendo loco. —Los tendones del cuello del príncipe se destacaban hasta el punto de que Gurney distinguió las conexiones de polímero donde partes protésicas se habían injertado en músculos humanos—. La Cofradía está llena de administradores, burócratas y banqueros. El equipo de mantenimiento que viaja a bordo de un crucero solo realiza tareas menores. Ninguno de ellos tiene experiencia en estas naves ni en motores Holtzmann.

—¿Qué me intentas decir? —Gurney miró a su alrededor—. ¿En qué puedo ayudar?

La mirada de Rhombur adquirió la expresión decidida de un líder, muy parecida a la de Dominic Vernius, al que Gurney recordaba tan bien.

—He vivido como los pasajeros de esta nave, a la espera de que alguien solucionara mis problemas, de que la situación se resolviera por sí sola. No volveré a hacerlo. He de intentarlo, pase lo que pase.

—Hemos de mantener nuestras identidades en secreto para llevar a cabo nuestra misión.

—Sí, pero no podremos ayudar a Ix si no llegamos al planeta. —Rhombur se acercó a una portilla de observación y contempló las demás naves atrapadas—. Apostaría a que sé más de las complejidades de esta nave que cualquier persona a bordo. Las situaciones de emergencia exigen un liderazgo enérgico, y la Cofradía Espacial no provee sus naves de pasajeros con líderes enérgicos.

Gurney guardó sus balisets en una taquilla, pero no se molestó en cerrarla con llave.

—En ese caso, estoy a tu lado. He jurado ayudarte y protegerte en todo momento.

Rhombur miró a través de una ventanilla las pasarelas y vigas que formaban la estructura de la gigantesca nave. Su mirada se desenfocó, como si intentara recordar detalles sutiles.

—Acompáñame. Sé cómo llegar a la cámara del Navegante.

Gracias a los recuerdos que había recuperado después del trágico accidente, Rhombur se acordaba de muchos códigos de acceso y el emplazamiento de escotillas disimuladas que estaban distribuidas por las cubiertas del casco interior del crucero. Si bien la programación se había instalado años atrás, durante la construcción de la nave, Dominic Vernius siempre había dejado puntos de acceso secretos para la familia, una precaución rutinaria.

Los hombres de seguridad de la Cofradía hacían lo posible por mantener a los pasajeros a bordo de sus naves, aunque permitían a un número limitado de gente vagar por las galerías y zonas de reunión. No obstante, debido a la agitación y el miedo de los pasajeros, la seguridad no podía vigilar todos los caminos.

Las piernas cyborg de Rhombur no se cansaban, y Gurney le seguía con su paso oscilante. El príncipe se internó por una pasarela que aún estaba en servicio. Incluso utilizando plataformas elevadoras y cintas transportadoras, tardaron horas en llegar a las cubiertas superiores de alta seguridad.

Cuando activó una escotilla y entró en una cámara donde reinaba una luz casi cegadora, Rhombur sobresaltó a siete representantes de la Cofradía, que conferenciaban alrededor de una pesada mesa. Los hombres se levantaron, y sus ojos, por lo general apagados, lanzaron destellos plateados. La mayoría presentaban alteraciones sutiles de la forma humana. Un hombre tenía orejas abultadas y cara estrecha, otro tenía manos y ojos diminutos, y un tercero los miembros rígidos, como si careciera de rodillas y codos. A tenor de las placas que llevaban en la solapa, el príncipe ixiano identificó a administradores de ruta, un banquero de la Cofradía gordinflón, un delegado de la CHOAM, un anciano mentat de la Cofradía y el auditor de vuelo que había ejercido de holoportavoz.

—¿Cómo habéis llegado hasta aquí? —preguntó el banquero—. Estamos en plena crisis. Debéis volver a vuestra…

Un montón de guardias se precipitaron hacia ellos, con las espadas desenvainadas. Un hombre portaba un aturdidor.

Rhombur avanzó, con Gurney a su lado.

—Debo deciros…, y hacer…, algo importante. —Tras haber tomado una decisión crucial, el príncipe se llevó una mano a la capucha que ocultaba su rostro—. Como noble, invoco el código de secretismo de la Cofradía.

Los guardias se acercaron unos pasos más.

Poco a poco, Rhombur tiró hacia atrás la capucha y reveló la placa metálica que cubría su cráneo, las marcas de quemaduras y las cicatrices de su rostro. Cuando se abrió la túnica, los hombres de la Cofradía pudieron ver sus brazos blindados, las piernas protésicas, los sistemas de apoyo vital entrelazados en sus prendas.

—Dejadme ver al Navegante. Tal vez pueda seros de ayuda.

Los siete representantes de la Cofradía se miraron entre sí y hablaron en un lenguaje cifrado. El príncipe se acercó al borde de la mesa. Sus miembros zumbaban con un sonido eléctrico, y las bombas de su pecho aspiraban aire, lo filtraban y metabolizaban el oxígeno, inyectaban energía química en las pilas que alimentaban sus órganos artificiales.

El mentat contempló al intruso cyborg, sin apenas dirigir una mirada a Gurney Halleck. El mentat alzó una mano con la palma hacia fuera, e indicó a los hombres de seguridad que salieran.

—Necesitamos privacidad.

Cuando se fueron, habló al cyborg.

—Vos sois el príncipe Rhombur Vernius de Ix. Nos enteramos de vuestra presencia en esta nave, y de la… tarifa… que pagasteis para mantenerla en secreto.

Sus ojos estudiaron los componentes mecánicos del cuerpo de Rhombur.

—Vuestro secreto está a salvo —dijo el auditor de vuelo. Apoyó sus brazos demasiado cortos sobre la mesa—. Vuestra identidad se halla, nnnn, a salvo con nosotros.

—Sé cómo fue construido este crucero —contestó Rhombur—. De hecho, en su viaje de inauguración vi cómo un Navegante lo dirigía a través del espacio plegado, desde las cavernas de Ix. —Hizo una pausa, para que captaran la importancia de sus palabras—. Pero sospecho que nuestro problema no tiene nada que ver con los motores Holtzmann. Lo sabéis tan bien como yo.

Los hombres de la Cofradía se sentaron muy tiesos, al tiempo que relacionaban la identidad de Rhombur, su disfraz y su punto de destino.

—Sabed, príncipe —añadió el banquero—, que la Cofradía no se opone a que la Casa Vernius reconquiste Ix. Los Bene Tleilax desconocen lo que es la eficacia. La producción y la calidad de los cruceros han caído en picado, y nos hemos visto obligados a rechazar algunas naves debido a su fabricación defectuosa. Esto ha perjudicado nuestros ingresos. La Cofradía Espacial se beneficiaría de vuestro regreso al poder. De hecho, todo el Imperio saldría beneficiado si vos…

Gurney le interrumpió.

—Nadie ha dicho nada al respecto. Somos simples pasajeros normales. —Miró a Rhombur—. Y en este momento, la nave no va a ninguna parte.

Rhombur asintió.

—He de ver al Navegante.

La cámara era un enorme acuario de paredes redondas, rodeada de cristal blindado, e invadida por la neblina anaranjada del gas de melange. El Navegante mutante, de manos palmeadas y pies atrofiados, habría debido flotar sin gravedad dentro de la cámara. Sin embargo, la forma deforme del ser yacía inmóvil entre la niebla, con los ojos vidriosos y desenfocados.

—El Navegante perdió el conocimiento mientras plegaba el espacio —explicó el auditor de vuelo—. No sabemos, nnnn, dónde estamos. No podemos reanimarle.

El mentat tosió.

—Las técnicas de navegación tradicionales son incapaces de precisar nuestra posición. Estamos muy lejos de los límites del espacio conocido.

Uno de los administradores de ruta gritó por el sistema de comunicaciones.

—¡Contesta, Navegante! ¡Piloto!

El ser se retorció en el suelo, demostrando que todavía estaba vivo, pero no salieron palabras de la boca fruncida y carnosa.

Gurney paseó la vista entre los siete hombres de la Cofradía.

—¿Cómo vamos a ayudarle? ¿Hay instalaciones médicas para estos… seres?

—Los Navegantes no precisan atención médica. —El auditor de vuelo parpadeó—. La melange les proporciona vida y salud. Nnnn. La melange les convierte en más que humanos.

Gurney se encogió de hombros.

—La melange no funciona en este momento. Necesitamos que el Navegante se recupere para regresar al Imperio.

—Quiero entrar en la cámara —dijo Rhombur—. Tal vez pueda reanimarle. Quizá nos diga qué ha pasado.

Los hombres de la Cofradía se miraron entre sí.

—Imposible. —El rechoncho banquero señaló con una mano morcilluda la niebla de especia—. Esa concentración de melange resultaría fatal para cualquiera no adaptado a ella. No podéis respirar el aire.

Rhombur apoyó una mano protésica sobre su pecho, donde los fuelles cyborg de su diafragma mecánico le permitían inhalar y exhalar con un ritmo perfecto.

—No tengo pulmones humanos.

Gurney rió, asombrado. Aunque la melange concentrada dañara los tejidos orgánicos, los metabolizadores artificiales del doctor Yueh deberían proteger a Rhombur, al menos durante un breve espacio de tiempo.

El Navegante se agitó de nuevo, al borde de la muerte. Por fin, los hombres de la Cofradía accedieron.

El auditor de vuelo evacuó el pasillo umbilical aislado situado tras el tanque del Navegante, consciente de que parte del potente gas se escaparía cuando abrieran la escotilla. Rhombur aferró la mano de Gurney, con cuidado de no romper los huesos de su amigo.

—Gracias por tu fe en mí, Gurney Halleck.

Pensó en Tessia, y luego se volvió hacia la compuerta.

—Cuando todo esto haya acabado, tendremos que añadir algunos versos más a nuestra canción épica.

El guerrero trovador palmeó al ixiano en el hombro, y después se internó en el pasillo protegido con los hombres de la Cofradía, que cerraron la entrada.

Rhombur se acercó al panel de acceso posterior por el que la forma hinchada del Navegante ya no podía pasar. Antes de proceder, aumentó los niveles de filtrado de su mecanismo de respiración cyborg y minimizó sus necesidades respiratorias. Confiaba en funcionar durante un rato sin tener que inhalar el gas de melange, gracias a las células energéticas de su cuerpo.

La compuerta de acceso se abrió con un siseo. Tiró de la puerta redonda, se metió dentro y cerró enseguida. Notó que su ojo orgánico le picaba, y los receptores olfatorios, que todavía funcionaban en su nariz, protestaron a gritos contra el potente hedor a esteres aromáticos acres.

El príncipe avanzó un paso, vacilante, como inmerso en un sueño provocado por las drogas. Distinguió la forma desnuda y carnosa del Navegante, que ya no era un ser humano, sino una especie de error atávico, un ser que jamás podría reproducirse.

Rhombur se inclinó para tocar la piel fofa. El Navegante volvió su enorme cabeza y los diminutos ojos de insecto hacia él. La boca arrugada se abrió para exhalar nubes de gas sin emitir sonidos. Parpadeó cuando miró a Rhombur, como si analizara posibilidades, seleccionara recuerdos y buscara palabras primitivas con las que comunicarse.

—Príncipe… Rhombur… Vernius.

—¿Sabes cómo me llamo?

Rhombur se quedó sorprendido, pero recordó que los Navegantes poseían poderes prescientes.

—D’murr —dijo el ser con un largo suspiro—. Yo era… D’murr Pilru.

—¿D’murr? ¡Te conocí de joven!

No reconocía las facciones del Navegante.

—No hay tiempo… Amenaza… Fuerza exterior… Maligna… Se está acercando… Desde fuera del Imperio.

—¿Una amenaza? ¿Qué clase de amenaza? ¿Viene hacia aquí?

—Enemigo antiguo… Enemigo futuro… No me acuerdo. El tiempo se pliega… El espacio se pliega… La memoria falla.

—¿Sabes qué te ha pasado? —Las palabras de Rhombur zumbaron cuando obligó a su laringe potenciada a emitirlas sin aspirar aire—. ¿Cómo podemos ayudarte?

—Gas de especia… contaminado… en el tanque —se esforzó por decir D’murr—. La presciencia falla… Error de navegación. Hemos de escapar…, volver al espacio conocido. El enemigo nos ha visto.

Rhombur no tenía ni idea de a qué enemigo se refería, o si el agonizante D’murr sufría alucinaciones.

—Dime qué podemos hacer. Quiero ayudar.

—Puedo… guiar. Primero, hay que cambiar… el gas de especia. Eliminar veneno. Traer especia fresca.

Rhombur se incorporó, preocupado por la extraña amenaza no identificada. No comprendía qué le había pasado al gas de melange, pero al menos sabía cómo solucionar el problema. No tenía tiempo que perder.

—Ordenaré a los hombres de la Cofradía que cambien la especia de tu tanque, y pronto te sentirás mejor. ¿Dónde está la provisión de reserva?

—No hay.

Rhombur se quedó petrificado. Si la Cofradía no llevaba una reserva suplementaria de especia a bordo del crucero naufragado, no existía la menor esperanza de encontrar melange en el espacio desconocido que les rodeaba.

—No hay… provisión de reserva a bordo.

68

¿Hasta cuándo puede un hombre luchar solo? No obstante, lo peor es dejar de luchar por completo.

C’
TAIR
P
ILRU
, diarios personales (fragmento)

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