Duncan se removió inquieto en la silla.
—Preveo dificultades tácticas. Los invasores se han hecho fuertes. A estas alturas, no esperarán un ataque sorpresa, por supuesto, pero incluso con el apoyo de numerosas fuerzas militares Atreides, sería un suicidio. Sobre todo contra los Sardaukar.
—¿Por qué Shaddam ha enviado soldados imperiales a Ix? —Preguntó Gurney—. Por lo que yo sé, el Landsraad no lo ha autorizado.
Leto no estaba convencido.
—El emperador dicta sus propias normas. Acuérdate de Zanovar.
Enarcó las cejas.
—Tenemos el derecho moral, Leto —insistió Rhombur—, como en Beakkal.
Tras haber aguardado la venganza tanto tiempo, el príncipe estaba inflamado de ardor. En parte gracias a los esfuerzos de Tessia, pero más por voluntad propia, algo nuevo se había desarrollado en su interior. Rhombur recorrió la sala con pasos precisos, como si tuviera que quemar la energía sobrante.
—Yo estaba destinado a ser el conde de la Casa Vernius, como mi padre antes que yo.
Alzó un brazo, con el puño cerrado, y luego lo bajó. Los servomotores y la musculatura artificial aumentaban su fuerza de una manera radical. Rhombur ya había demostrado que podía desmenuzar piedras con la palma de la mano. Volvió su rostro surcado de cicatrices hacia el duque, que seguía con aspecto meditabundo.
—Leto, he observado que tu pueblo te trata con amor, respeto y lealtad. Tessia me ha ayudado a ver que, durante todos estos años, he intentado reconquistar Ix por motivos equivocados. No lo hacía de corazón, porque no comprendía lo importante que era. Estaba indignado con los tleilaxu por los crímenes cometidos contra mí y mi familia. Pero ¿y el pueblo ixiano, incluidos los pobres suboides que creyeron en las promesas de una vida mejor?
—Sí, promesas que les llevaron al abismo —dijo Gurney—. «Cuando el pastor es un lobo, el rebaño sólo es carne».
Aunque Rhombur estaba cerca de las llamas de la chimenea, no sentía el calor.
—Quiero reconquistar mi planeta, no por mí, sino porque es lo que el pueblo de Ix necesita. Si he de ser el conde Vernius, debo servirles, y no al revés.
Una sonrisa suavizó la expresión preocupada de Hawat.
—Habéis aprendido una lección importante, príncipe.
—Sí, pero llevarla a la práctica exigirá mucho trabajo —dijo Duncan—. A menos que contemos con alguna ventaja ignota o arma secreta, nuestras fuerzas militares correrán un gran peligro. Recordad contra qué nos enfrentamos.
Leto pensó en el compromiso de Rhombur, y reconoció que el linaje Vernius moriría con él, pese a lo que lograra en Ix. Sentía un calor en su interior solo de pensar en el embarazo de Jessica. Iba a tener otro hijo, un varón, esperaba, aunque no lo decía. Sintió una punzada de dolor, porque Jessica partiría pronto hacia Kaitain…
El duque jamás había imaginado cuánto llegaría a querer a Jessica, después de haber rechazado su presencia al principio. Las Bene Gesserit le habían obligado a alojarla en el castillo de Caladan. Irritado por sus evidentes manipulaciones, había jurado que nunca la tomaría como amante…, pero había sido un juguete en las manos de la Hermandad. Le habían sobornado con información sobre las maquinaciones Harkonnen, una nueva clase de nave de guerra…
Leto se incorporó de repente, y una lenta sonrisa iluminó su cara.
—¡Esperad! —Los demás guardaron silencio, mientras organizaba sus pensamientos. En la sala solo se oía el chisporroteo del fuego—. Thufir, tú estabas presente cuando las brujas Bene Gesserit me ofrecieron un trato por quedarme a Jessica.
Hawat, confuso, intentó seguir los pensamientos del duque. Después, enarcó las cejas.
—Os proporcionaron información. Había una nave invisible, provista de nueva tecnología que la hacía invisible incluso para los escáneres.
Leto dio un puñetazo sobre la mesa y se inclinó hacia delante.
—El prototipo de la nave Harkonnen que se estrelló en Wallach IX. Las hermanas tienen la nave en su poder. ¿No nos sería de ayuda si las convenciéramos para que nos cedieran esa tecnología…?
Duncan se puso en pie de un salto.
—Con naves indetectables, podríamos infiltrar toda una fuerza en Ix antes de que los Sardaukar acudieran en ayuda de los tleilaxu.
Leto se incorporó poco a poco, con una expresión decidida en el rostro.
—¡Me lo deben, por todos los demonios! Thufir, envía un mensaje a la Escuela Materna, solicitando colaboración de la Bene Gesserit. Más que cualquier otra Casa, tenemos derecho a esa información, puesto que la tecnología fue utilizada contra nosotros.
Miró a Rhombur con una sonrisa depredadora.
—Y después, amigo mío, no escatimaremos esfuerzos en reconquistar Ix.
Cuanto menos sabemos, más larga es la explicación.
Libro Azhar
de la Bene Gesserit (copia apócrifa)
Con una memoria colectiva que se extendía hasta las profundidades de la historia, la anciana madre superiora Harishka no necesitaba el consejo de sus hermanas. Sin embargo, los recuerdos de un pasado lejano no siempre eran aplicables al futuro o a la situación actual de la política imperial.
Harishka se encontraba en una sala de reuniones privada, de paredes de estuco. Sus asesoras de más confianza, duchas en sutilezas y consecuencias, se movían por la estancia, sus hábitos crujían como alas de cuervos. La inesperada petición del duque Leto había provocado la repentina e indeseada reunión.
Las acólitas trajeron una selección de zumos, té y café de especia. Las hermanas reflexionaban, bebían, pero un extraño silencio reinaba en la sala. Tales asuntos exigían una profunda meditación.
Harishka se acercó a un banco de piedra y tomó asiento. Frío y duro, no era el tipo de trono que un líder poderoso habría elegido, pero la Bene Gesserit sabía soportar las incomodidades. Su mente era despierta, sus recuerdos vivos. Era todo cuanto necesitaba una madre superiora.
Las hermanas convocadas se sentaron con un rumor de faldas. Mientras la luz del sol grisácea se filtraba por las claraboyas prismáticas, todos los ojos se volvieron hacia Harishka. Había llegado el momento de que la madre superiora hablara.
—Nos hemos permitido el lujo de hacer caso omiso de este asunto durante años, y ahora nos vemos obligadas a tomar una decisión.
Habló del mensaje que acababa de llegar de Caladan.
—No tendríamos que haber hablado al duque Atreides de la existencia de la no nave, para empezar —dijo la reverenda madre Lanali, quien dirigía la sala de planos y archivos geográficos de la Hermandad.
—Era necesario —dijo Harishka—. No habría aceptado a Jessica si no le hubiéramos arrojado un hueso sustancioso. Hay que reconocer que el duque no ha abusado de la información.
—Ahora lo está haciendo —dijo la reverenda madre Thora, quien se encargaba de los huertos y era experta en criptografía. Al principio de su carrera, había desarrollado una técnica para implantar mensajes en las hojas de las plantas.
Harishka la contradijo.
—El duque podría haber utilizado la información de muchas maneras, pero en cambio optó por respetar nuestro secreto. Hasta el momento, no ha traicionado nuestra confianza. Además, debo recordaros que Jessica está embarazada de él, tal como esperábamos.
—Pero ¿por qué tardó tanto en quedar embarazada? —preguntó otra mujer—. Tendría que haber sucedido mucho más pronto. Harishka no la miró. —Da igual. Vayamos al grano.
—Estoy de acuerdo —dijo la reverenda madre Cienna, cuyo rostro en forma de corazón todavía conservaba el aura de belleza inocente que había engañado a tantos hombres cuando era joven—. Si alguien tiene derecho a fabricar naves invisibles, es el duque Atreides. Al igual que su padre y su abuelo antes que él, es un hombre de credenciales impecables, un hombre de honor.
Lanali emitió un sonido de incredulidad.
—¿Has olvidado lo que hizo en Beakkal? Destruyó todo un memorial de guerra.
—Era de él —replicó Cienna—. Además, le provocaron.
—Aunque el duque Leto sea digno de confianza, ¿qué pasará con los futuros duques Atreides? —preguntó Lanali en tono mesurado—. Esto introduce un factor desconocido significativo, y lo desconocido es peligroso.
—Pero también hay factores significativos conocidos —puntualizó Cienna—. Te preocupas demasiado.
El miembro más joven del grupo, la esbelta hermana Cristane, interrumpió.
—La decisión no tiene nada que ver con el carácter moral de Atreides. Un arma así, aun utilizada para la defensa pasiva, cambiaría la textura de la guerra en el Imperio. La tecnología de la invisibilidad ofrece una enorme ventaja táctica a cualquier Casa que la posea. Tanto si tienes debilidad por él como si no, Cienna, Leto Atreides no es más que un peón en nuestro plan definitivo, como lo fue el barón Harkonnen.
—Fueron los Harkonnen los que desarrollaron esa terrible arma —dijo Thora. Terminó su café de especia y se levantó para servirse otra taza—. Por suerte, perdieron el secreto y no han sido capaces de recuperarlo.
En los últimos tiempos, Harishka había observado que la cuidadora de los huertos consumía cada vez más melange. Las Bene Gesserit podían controlar la química de su cuerpo, pero tenían prohibido alargar la duración de su vida más allá de ciertos límites. Exhibir su longevidad podría volver la opinión popular contra la Hermandad.
Harishka decidió concluir aquella fase de la discusión. Ya había oído bastante.
—No nos queda otra alternativa. Hemos de rechazar la petición de Leto. Enviaremos nuestra respuesta con la reverenda madre Mohiam cuando acompañe a Jessica a Kaitain.
Alzó la cabeza. Su cerebro estaba tan lleno de recuerdos y asociaciones libres, que le pesaba sobre los hombros.
Thora exhaló un suspiro, recordó lo mucho que habían trabajado las acólitas para diseccionar y analizar la nave estrellada.
—De todos modos, no sé qué le vamos a decir a Leto. Podríamos entregarle los restos de la nave, pero ni siquiera nosotras comprendemos cómo funciona el generador de campo.
Paseó la vista por la sala y bebió más café especiado.
La hermana Cristane volvió a hablar.
—Ese arma podría desencadenar una catástrofe si cayera en manos del Imperio, puesto que ni siquiera nosotras comprendemos su funcionamiento. Hemos de averiguar todo lo que podamos y conservar el secreto.
Había sido adiestrada como comando para llevar a cabo acciones agresivas si planes más sutiles no alcanzaban el éxito deseado. Debido a su juventud, Cristane carecía de la paciencia de una reverenda madre, aunque en ocasiones Harishka consideraba útil tal impetuosidad.
—Absolutamente cierto. —La reverenda madre se removió en el banco de piedra—. Ciertas marcas en los restos indican que alguien llamado Chobyn estaba implicado. Desde entonces, hemos averiguado que un inventor con ese nombre desertó de Richese y fue a Giedi Prime en la época en que se desarrolló este sistema de invisibilidad.
Thora terminó su tercera taza de café especiado, sin hacer caso de la expresión desaprobadora de Harishka.
—Los Harkonnen debieron de matar también a ese hombre, de lo contrario no habrían tenido tantas dificultades en reproducir el generador de invisibilidad.
Harishka enlazó sus manos sobre el regazo.
—Como es lógico, empezaremos nuestras investigaciones en Richese.
La superstición y las necesidades del desierto contamina la vida fremen, en que la religión y la ley se entrelazan.
Las costumbres de Arrakis
, un videolibro imperial para niños
El día que sentenciaría el futuro de su pueblo, Liet-Kynes despertó pensando en el pasado. Estaba sentado en el borde de la cama que compartía con Faroula, una estera acolchada sobre el suelo rocoso de una habitación pequeña pero confortable del sietch de la Muralla Roja.
La gran asamblea fremen empezaba hoy, un encuentro de todos los líderes de sietches de la que saldría una respuesta común contra los Harkonnen. Muy a menudo, el pueblo del desierto había vivido disperso, independiente e ineficaz. Permitían que se interpusieran entre ellos rivalidades de clan, enemistades y distracciones. Liet tendría que esforzarse en hacerles comprender.
Su padre habría sido capaz de provocar semejante cambio con un simple comentario casual. Pardot Kynes, el profeta ecológico, nunca había sido consciente de su poder, sino que lo había aceptado como un medio de conseguir su objetivo de crear un edén en Dune. Su hijo Liet era joven e inexperto.
Liet oía el zumbido casi imperceptible de la maquinaria que reciclaba el aire del sietch. A su lado, Faroula respiraba con suavidad, despierta, sin la menor duda, pero silenciosa y pensativa. Le gustaba mirar a su marido con sus ojos de un azul profundo.
—Mis problemas te han impedido descansar, amor mío —dijo Liet.
Faroula le masajeó los hombros.
—Tus pensamientos son mis pensamientos, queridísimo. Mi corazón intuye tu preocupación y tu pasión.
Liet le besó la mano. Ella le acarició con los nudillos la corta barba que se había dejado crecer.
—No te preocupes. La sangre de Umma Kynes corre por tus venas, al igual que su sueño.
—Pero ¿se darán cuenta los fremen?
—Nuestro pueblo puede ser necio en ocasiones, pero no ciego.
Hacía años que Liet-Kynes la amaba. Faroula era una mujer fremen, la hija del anciano Heinar, el naib tuerto. Sabía cuál era su lugar. Era la mejor curandera de la tribu, y su mejor trabajo había sido curar el alma dolorida de Liet. Sabía conmover a su marido, y amarle.
Liet, todavía preocupado por el desafío que representaba la asamblea, la abrazó sobre la estera, pero ella desvaneció sus vacilaciones con besos, le acarició hasta acabar con su angustia, le insufló energía.
—Estaré contigo, amor mío —dijo Faroula, aunque las mujeres tenían prohibida la entrada en la sala de discursos, donde los naibs de los sietches dispersos se reunirían para escuchar sus palabras. En cuanto abandonaran sus aposentos, Liet y su esposa se comportarían como extraños. No obstante, él sabía a qué se refería Faroula. Estaría con él en espíritu, y su corazón se regocijó.
Sobre la puerta colgaba un tapiz de fibra de especia, en el que las mujeres del sietch habían tejido un inspirado dibujo de la Depresión de Yeso, donde su padre había fundado un invernadero experimental. El tapiz representaba una corriente de agua, colibrís, árboles frutales y flores de alegres colores. Liet cerró los ojos e imaginó la ambrosía de las plantas y el polen, sintió las mejillas húmedas.