—Los Harkonnen son cada vez más agresivos, así que debemos permanecer unidos. —La mente de Liet se concentró en asuntos prácticos—. Los fremen somos un gran pueblo, diseminado a merced del viento. Convoca a los jinetes de la arena en la caverna de las reuniones. Los enviaré a otros sietches para anunciar una gran asamblea. Asistirán todos los naibs, ancianos y guerreros. Por mi padre, Umma Kynes, que será una reunión histórica.
Dobló los dedos como una garra y alzó la mano.
—Los Harkonnen desconocen nuestra fuerza unida. Como un halcón del desierto, clavaremos nuestras garras en la espalda del barón.
En la terminal del espaciopuerto de Carthag, el barón paseaba de un lado a otro con el ceño fruncido, mientras continuaban los preparativos para su partida a Giedi Prime. Odiaba el clima seco y polvoriento de Arrakis.
Se detuvo para recobrar el aliento y asió la barandilla, con los pies a escasos centímetros del suelo. Aunque había perdido la agilidad, el cinturón ingrávido le ayudaba a tener la impresión de que era capaz de hacer todo lo que deseara.
Los focos bañaban la pista de aterrizaje, además de los silos de almacenamiento de combustible, grúas esqueléticas, gabarras ingrávidas y enormes hangares construidos con componentes prefabricados, a imitación de la arquitectura de Harko City.
Aquella noche estaba de muy mal humor. Había retrasado varios días el viaje para redactar una negativa a la notificación enviada por la Cofradía Espacial y la CHOAM, que querían proceder a una auditoría de los procedimientos empleados para manipular la especia.
Otra vez.
Hacía tan solo cinco meses que había prestado su plena colaboración a la auditoría de rigor, y no esperaba otra hasta dentro de diecinueve meses. Desde Giedi Prime, sus expertos en leyes habían enviado una carta detallada para pedir más datos sobre la decisión, lo cual retrasaría la intervención de la Cofradía y la CHOAM, pero tenía un mal presentimiento. Todo estaba relacionado con las medidas tomadas por el emperador contra las reservas privadas de especia. Las cosas estaban cambiando, y no para mejor.
Como poseedora del feudo de Arrakis, la Casa Harkonnen era el único miembro del Landsraad con derecho a guardar reservas, pero su volumen estaba limitado a satisfacer las demandas a corto plazo de los clientes, y de cada reserva debían enviarse informes periódicos al emperador. Todo estaba controlado, y por cada cargamento que el barón enviaba en crucero, debía pagar un impuesto a la Casa Corrino.
Los clientes, por su parte, solo podían pedir cantidades que satisficieran sus necesidades a corto plazo, para destinarlas a aditivos alimentarios, fibras de especia, aplicaciones medicinales, etcétera. Durante siglos, había sido imposible hacer cumplir la normativa sobre los pedidos excesivos, lo cual había conducido, inevitablemente, a la acumulación. Y todo el mundo hacía la vista gorda. Hasta ahora.
—¡Piter! ¿Cuánto falta?
El furtivo mentat estaba observando a las cuadrillas que cargaban cajas y suministros en la fragata Harkonnen, bajo la luz blancoamarillenta. Daba la impresión de que estaba soñando despierto, pero el barón sabía que De Vries estaba llevando a cabo un inventario silencioso, tomaba nota de cada objeto cargado a bordo y lo cotejaba con una lista mental.
—Calculo que una hora estándar, mi barón. Hemos de llevar muchas cosas a Giedi Prime, pero estos trabajadores locales son lentos. Si queréis, puedo ordenar que torturen a uno para aumentar la velocidad de los demás.
El barón consideró la oferta, pero negó con la cabeza.
—Queda tiempo antes de que llegue el crucero. Esperaré en el salón de la fragata. Cuanto antes salga de este maldito planeta, mejor me sentiré.
—Sí, mi barón. ¿Preparo un refrigerio? Os ayudará a relajaros.
—No necesito relajarme —replicó el barón, con más brusquedad de lo que pretendía. Le molestaba cualquier muestra de debilidad o incapacidad para cumplir con sus responsabilidades.
Las Bene Gesserit le habían transmitido aquella desagradable enfermedad. Había disfrutado de un cuerpo perfecto, pero aquella caballuna Mohiam lo había transformado en una ofensiva bola de grasa, si bien conservaba la potencia sexual y la mente aguda de su juventud.
La enfermedad constituía un secreto muy bien guardado. Si Shaddam decidía alguna vez que el barón era un líder en declive, incapaz de realizar las funciones necesarias en Arrakis, la Casa Harkonnen sería sustituida por otra familia noble. En consecuencia, el barón fomentaba la idea de que su corpulencia era el resultado de la glotonería y de un estilo de vida hedonista, una impresión que no le costaba nada causar.
De hecho, decidió con una sonrisa, tras regresar a la fortaleza Harkonnen anunciaría un extravagante festín. Para guardar las apariencias, alentaría a sus invitados a entregarse a los excesos tanto como él.
Los diversos médicos del barón le habían aconsejado que pasara temporadas en el clima seco del desierto, creían que era lo mejor para su salud, pero detestaba Arrakis, pese a la riqueza que la melange le proporcionaba. Volvía a Giedi Prime siempre que era posible, a veces solo para reparar los daños causados por su estúpido sobrino, Rabban la Bestia, durante su ausencia.
Los trabajadores continuaban cargando, y los guardias formaban un cordón hasta la nave. Piter de Vries acompañó al barón, y subieron por la rampa de la fragata. A bordo, el mentat preparó un diminuto vaso de zumo de safo para él, y llevó una botella de costoso coñac kirana para su amo. El barón estaba sentado en un sofá muy acolchado, adaptado para albergar su corpachón, y leía el último informe de inteligencia presentado por el capitán de la fragata.
Examinó el informe con el ceño fruncido. Hasta ahora, el barón no se había enterado del indignante ataque Atreides a Beakkal, y la sorprendente reacción solidaria del Landsraad. Los malditos nobles habían apoyado a Leto y aplaudido su brutal desquite. Y ahora, el emperador había arrasado Zanovar.
La situación se estaba caldeando.
—Son tiempos inestables, mi barón, y se producen muchas acciones agresivas. Recordad Grumman y Ecaz.
—Este duque Atreides —el barón estrujó el mensaje entre sus gordos dedos, llenos de anillos— no respeta la ley ni el orden. Si lanzara las fuerzas Harkonnen contra otra familia, Shaddam enviaría a los Sardaukar en un abrir y cerrar de ojos. No obstante, Leto sale bien librado de sus matanzas.
—Desde un punto de vista técnico, el duque no ha violado ninguna ley, mi barón. —De Vries hizo una pausa para llevar a cabo detalladas proyecciones mentales—. Leto está bien considerado por las demás Casas, y cuenta con su apoyo tácito. No subestiméis la popularidad de Atreides, que parece aumentar a cada año que pasa. Muchas Casas respetan al duque. Lo consideran un héroe y…
El barón tragó el coñac y resopló con desdén.
—Todavía no sé por qué.
Se reclinó en el sofá con un gruñido, complacido al oír por fin el rugido de los motores. La fragata ascendió hacia la negrura de la noche.
—Pensad, mi barón. —De Vries pocas veces corría el riesgo de utilizar aquel tono con él—. Puede que la muerte del hijo de Leto haya sido una victoria a corto plazo para nosotros, pero ahora también se está convirtiendo en una victoria para la Casa Atreides. Los miembros del Landsraad le concederán inmunidad, y podrá embarcarse en empresas que nadie más osaría. Beakkal es un ejemplo.
Irritado por el éxito de su némesis, el barón exhaló aire entre sus gruesos labios. Por las ventanillas de la fragata, vio que la atmósfera daba paso a un telón añil iluminado por las estrellas. Exasperado, se volvió hacia De Vries.
—¿Por qué les gusta tanto Leto, Piter? ¿Por qué él, y no yo? ¿Qué ha hecho un Atreides por ellos?
El mentat frunció el entrecejo.
—La popularidad puede ser una moneda importante, si se gasta como es debido. Leto Atreides intenta cortejar al Landsraad. Vos, mi barón, preferís someter a vuestros rivales. Utilizáis ácido en lugar de miel, no los cortejáis como deberíais.
—Siempre me ha resultado difícil. —Entornó sus ojillos negros e hinchó el pecho—. Pero si Leto Atreides puede hacerlo, yo también lo haré, por todos los demonios del cosmos.
De Vries sonrió.
—Permitidme aconsejaros que consultéis con un asesor, mi barón, tal vez incluso que contratéis a un experto en etiqueta que encauce vuestras acciones y estados de ánimo.
—No necesito que ningún hombre me diga cómo sostener el tenedor de una manera elegante.
De Vries le interrumpió antes de que su irritación aumentara.
—Existen toda clase de aptitudes, mi barón. La etiqueta, como la política, es una compleja trama de hilos muy finos. Es difícil para una persona no experimentada dominarlos todos. Sois el líder de una Gran Casa. Por consiguiente, debéis conduciros mejor que cualquier plebeyo.
El barón Harkonnen guardó silencio, mientras el piloto de la fragata les conducía hacia el gigantesco crucero que aguardaba. Terminó su potente y aromático coñac. No le gustaba admitirlo, pero sabía que su mentat tenía razón.
—¿Y dónde encontraríamos a ese… asesor de etiqueta?
—Recomiendo obtener uno de Chusuk, muy famoso por su cortesía y modales. Fabrican balisets, escriben sonetos y son considerados personas de altísimo refinamiento y cultura.
—Muy bien. —Un destello de humor alumbró el rostro del barón—. Ordenaré a Rabban que se someta al mismo aprendizaje.
De Vries procuró contener una sonrisa.
—Temo que vuestro sobrino es un caso perdido.
—Muy probable. De todos modos, quiero que lo pruebe.
—Me encargaré de todo, mi barón, en cuanto lleguemos a Giedi Prime.
El mentat tomó un sorbo de zumo de safo, en tanto su amo se servía otra dosis de coñac kirana y la apuraba.
Los mentat acumulan preguntas, del mismo modo que otros acumulan respuestas.
Enseñanza mentat
Cuando se supo la noticia de que Gurney y Thufir habían regresado al fin de Ix e iban a descender en una lanzadera desde el crucero en órbita, Rhombur insistió en ir a recibirles al espacio-puerto en persona. Estaba ansioso y angustiado al mismo tiempo por saber qué habían descubierto en su planeta.
—Estad preparado para cualquier noticia que traigan, príncipe —dijo Duncan Idaho. Inmaculado con su uniforme verde y negro Atreides, el joven maestro espadachín adoptaba una expresión decidida en su cara redonda—. Ellos nos dirán la verdad.
La expresión de Rhombur no se alteró, pero desvió la vista hacia Duncan.
—Hace años que no recibo un informe detallado sobre Ix, y estoy ansioso por recibir noticias, las que sean. No pueden ser peores de lo que ya imagino.
El príncipe caminaba con exagerada cautela, pero conservaba el equilibrio y no aceptaba ayuda. En lugar de elegir actividades más propias de la luna de miel, su esposa Tessia había trabajado con él sin cesar en el dominio de su cuerpo cyborg. El doctor Yueh, como un padre hiperprotector, se preocupaba por su paciente, probaba funciones y transmisores de impulsos nerviosos, hasta que Rhombur le expulsó de sus aposentos.
Las miradas curiosas o compasivas no afectaban a Rhombur. Combatía el instintivo rechazo a su apariencia extraña con una sonrisa como respuesta. Su carácter bondadoso conseguía que los demás se avergonzaran y le aceptaran.
Desde el espaciopuerto municipal de Caladan, bajo un cielo cargado de nubes, los dos observaron la estela de la lanzadera que descendía. Cuando empezó a llover, Rhombur y Duncan aspiraron profundas bocanadas de aire salado, agradecidos de sentir la humedad en su piel y cabello.
La lanzadera de la Cofradía aterrizó en la pista correspondiente. La gente se precipitó hacia delante para recibir a los pasajeros.
Gurney Halleck y Thufir Hawat, vestidos con las capas descoloridas de comerciantes poco afortunados, siguieron a los pasajeros que desembarcaban. Su aspecto no era diferente del de millones de otros habitantes del Imperio, pero ellos habían desafiado a la suerte, se habían infiltrado en Ix ante las narices de los tleilaxu. Cuando los reconoció, Rhombur corrió hacia ellos con movimientos espasmódicos, pero no le importó.
—¿Traes información, Gurney? —Rhombur hablaba en el lenguaje de batalla codificado de los Atreides—. Thufir, ¿qué has descubierto?
Gurney, que había padecido tantos horrores en los pozos de esclavos de los Harkonnen, parecía muy afectado. Thufir caminaba sobre unas piernas tan rígidas y pesadas como las de Rhombur. El mentat respiró hondo para serenar sus pensamientos, y eligió sus palabras con sumo cuidado.
—Mi príncipe, hemos visto muchas cosas. Ay, lo que estos ojos han presenciado… Como mentat, nunca podré olvidarlo.
Leto Atreides convocó un consejo de guerra privado en una de las habitaciones de la torre. Estos aposentos habían sido utilizados por su madre, lady Helena, como sala de estar personal antes de ser exiliada al continente oriental, y hacía tiempo que no se utilizaban. Hasta ahora.
Los criados sacaron el polvo de los rincones y los antepechos de la ventana, y luego encendieron un buen fuego en la chimenea. Rhombur tenía poca necesidad física de descanso, y se quedó de pie como un mueble.
Al principio, Leto se sentó en una de las butacas de su madre, provista de almohadones bordados, donde la mujer solía aovillarse y leer pasajes de la Biblia Católica Naranja; pero la desechó y se decantó por una silla de madera de respaldo alto. No corrían tiempos propicios para las comodidades.
Thufir Hawat presentó un detallado resumen de lo que habían visto y hecho. Mientras el mentat desgranaba la cruel realidad, su acompañante introducía frecuentes comentarios emocionados, con los que expresaba su asco y desagrado.
—Por desgracia, mi duque —dijo Hawat—, hemos sobrestimado las capacidades y logros de C’tair Pilru y sus supuestos luchadores de la libertad. Hemos encontrado escasa resistencia organizada. El pueblo ixiano está destrozado. Las fuerzas Sardaukar, dos legiones, y los espías tleilaxu pululan por doquier.
—Enviaron Danzarines Rostro para hacerse pasar por ixianos e infiltrarse en las células rebeldes —añadió Gurney—. Los resistentes han sido masacrados varias veces.
—Hemos observado un gran descontento, pero sin organización —continuó Hawat—. No obstante, con el catalizador adecuado, proyecto que el pueblo ixiano se alzará y derrotará a los tleilaxu.
—En tal caso, hemos de proporcionar ese catalizador. —Rhombur dio un paso adelante—. Yo.