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Authors: Cecilia Samartin

Tags: #Relato, Romantico

La abuela Lola (43 page)

BOOK: La abuela Lola
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Sebastian le devolvió la sonrisa a su abuela, pero notó, por la decepción que tantas molestias se estaba tomando en ocultar, que, en realidad, no era del todo cierto lo que le acababa de decir. Lola estaba abandonando su idea de cielo y con ella su chispa, sus energías e incluso sus ganas de vivir.

—A… a mí me gusta tu cielo, abuela —sentenció Sebastian—. Es el cielo más bonito del mundo y seguro que también de todo el universo.

Lola soltó una risita.

—Oh, no hagas mucho caso a las tonterías de esta anciana. De todos modos, tienes que volver a la cocina para encargarte de mi cena.

Sebastian estaba a punto de hacer lo que ella le había dicho, con la esperanza de que su abuela no se desvaneciera tan rápido como él se temía, y entonces ella le tocó suavemente el hombro y, cuando se volvió a mirarla, los ojos de Lola brillaron como estrellas.

—Dime, Sebastian, ¿cómo es tu cielo?

El niño lo pensó durante unos segundos y no tardó mucho en imaginarse una escena vívidamente, porque siempre estaba ahí, repitiéndose una y otra vez en su imaginación.

—En mi cielo, estoy en un campo de fútbol y corro como el viento mientras mis admiradores me jalean. Regateo a todos los del equipo contrario y, cuando llego cerca de la portería, levanto el balón con la punta del pie, hago una chilena espectacular y la pelota acaba en el fondo de la red. Los espectadores se vuelven locos y el comentarista grita ¡gooooooooooooooool! con todas sus fuerzas. Después del partido, me dan una copa enorme por ser el mejor jugador de toda la historia.

—Suena estupendamente —comentó Lola echándose a reír—. Me gusta muchísimo tu cielo.

Sebastian sonrió mientras se imaginaba a sus compañeros de equipo subiéndolo a hombros y paseándolo por el campo como a un héroe, y entonces recobró la compostura y se dio cuenta de que su versión de cielo era aún más imposible que la de su abuela.

Cuando llegaron Gloria y Jennifer, Lola había abandonado la mecedora para ir a la cocina y ayudar a Sebastian a terminar la cena, aunque todavía estaba utilizando el bastón de Charlie Jones y, a veces, apoyaba todo su peso sobre él. Después de que Sebastian encendiera las velas por toda la habitación y todo titilara con el suave brillo de esa luz que solía ser tan inspiradora para compartir una buena conversación, se quedaron prácticamente en silencio mientras comían el picadillo que Sebastian había preparado. Estaba bastante bueno. Tal vez no tanto como el de Lola, pero el equilibrio de sabores era casi perfecto. Todo el mundo estuvo de acuerdo en ello.

Gloria contempló a su madre con ojos de preocupación. Se había dado cuenta de su desaliento, del cansancio que había caído sobre ella como una pesada losa sobre sus hombros.

—Hoy pareces cansada, mami —comentó.

—Me encuentro bien —le respondió su madre sonriendo—. Estoy disfrutando de una deliciosa comida con mi hija y mis nietos, y no podría ser más feliz.

Jennifer le preguntó:

—¿Te gustaría que te ayudara a teñirte el pelo otra vez, abuela? Se te ha desteñido un poquito. Ya no está rojo, sino una especie de rosa…, pero es un rosa bonito, de todos modos.

Lola se pasó los dedos por el cabello.

—¿En serio? Bueno, mientras sea bonito… —le contestó con un guiño.

—¿Cuándo vas a volver a ir al médico? —le preguntó Gloria apartando su plato vacío.

—La semana que viene —le respondió Lola—. Pero estaba pensando en cancelar la cita. Estoy segura de que hay mucha otra gente que necesita la ayuda del médico más que yo.

—Pues, en cambio, yo estaba pensando que quizá debería llevarte a que te viera mañana.

Lola se lo pensó y, a continuación, negó con la cabeza.

—Mañana no, estoy demasiado ocupada mañana.

—No seas ridícula. ¿Cómo vas a estar ocupada? Cancelaré mis citas de la tarde e iremos al médico. No es para tanto.

Lola suspiró.

—Estoy bien, nena. Déjalo estar. —Y para despejar el ambiente y cambiar de tema, comentó—: ¿Sabes? He estado pensando en hacer una redecoración aquí: tirarlo todo y empezar de cero.

—¿Qué vas a tirar? —le preguntó Sebastian, más preocupado que sorprendido.

Lola paseó la mirada por toda la habitación y se encogió de hombros.

—Todo —le contestó—. ¡Adiós a lo viejo y bienvenido lo nuevo! Siempre me ha gustado esa expresión.

—Pero tienes algunas de estas cosas desde hace años —repuso Gloria—. Por ejemplo, la silla de papi, y siempre has dicho que ese sofá era el más cómodo que has tenido en tu vida.

Lola sacudió la cabeza en señal de negativa.

—Ya no resulta cómodo. Y en cuanto a la silla de tu padre, no me puedo sentar en ella durante más de un minuto sin que me duela la espalda.

—¿Me la puedo quedar? —le preguntó Gloria.

—Pues claro que puedes —le contestó Lola con un gesto de la mano—. Llévate lo que quieras.

—¿Qué vas a hacer con tus viejas fotografías? —le preguntó Sebastian.

—Las tiraré también. A estas alturas ya debería saber qué aspecto tenéis cada uno de vosotros.

—Pero ¿qué pasa con la tuya y del abuelo Ramiro el día de vuestra boda?

—Puede que me quede con esa —contestó Lola—, pero tiraré las demás.

—Estoy contigo, abuela —afirmó Jennifer—. A veces es bueno cambiar las cosas un poquito.

Sebastian se sintió incómodo al pensar en las fotografías de su familia descolgadas de la pared, por no hablar de imaginárselas en el fondo de un contenedor gigante con un montón de basura maloliente sobre ellas.

—¡No hay nada como el presente! —comentó Lola, y se levantó de la mesa para aproximarse a la flor de fotografías. Una por una, fue descolgándolas y echándolas sobre la mecedora, hasta que la única que quedó fue la de su retrato de boda, rodeada por nada más que desvaídos rectángulos vacíos—. Tendré que volver a pintar, claro —dijo—, pero la habitación ya parece más grande así, ¿verdad?

Gloria y Sebastian se quedaron en silencio.

—¡Mucho más grande! —afirmó Jennifer alegremente—. ¿De qué color podríamos pintarla? Oh, ¡ya lo sé! ¿Qué tal un bonito color amarillo girasol?

Mientras Lola y Jennifer charlaban sobre de qué color pintar las paredes, Gloria se puso en pie y fue hasta las fotografías que descansaban sobre la mecedora. Comenzó a inspeccionarlas y apartó un tercio de ellas, que colocó junto a su bolso. Lola la miraba de reojo mientras conversaba con Jennifer sobre la redecoración, y parecía que esta vez las cosas sí estaban saliendo exactamente como ella había planeado.

Después del postre, cogió el pequeño elefante de cerámica junto al teléfono y lo colocó delante de Sebastian.

—Tú te puedes quedar con este —le dijo—. Sé que siempre te ha gustado.

—Pero ahora ¿cómo vas a acordarte de llamar al farmacéutico sin él? —le preguntó el niño, aunque cogió entre las manos la brillante figurilla de color rojo.

Era verdad, siempre le había encantado aquel estoico elefantito.

—No te preocupes —le respondió su abuela—. Me las apañaré.

Más tarde, mientras iban para casa, Sebastian echó un vistazo a las fotografías que su madre había salvado y se alegró de ver que, junto a las de sus hijos, Gloria había escogido también una de ella con su padre sentados juntos en la playa, con el sol en los ojos y el cabello al viento. La expresión de adoración del abuelo Ramiro mientras contemplaba a su hija era aún más vívida y alegre que las propias olas del mar a sus espaldas.

Poco después de que llegaran a casa, Gloria comenzó a hacer llamadas telefónicas. Primero llamó a su hermana y, esta vez, Gabi sí se tomó la situación más en serio.

—Sí, eso es cierto —afirmó Gloria—. Y cuando descolgó todas las fotografías familiares de la pared realmente me asustó. Está dejándose vencer, igual que cuando papi murió. No creo que debamos esperar más. Mami tiene que irse a algún sitio donde cuiden de ella como es debido.

Sebastian estaba tumbado en la cama, sintiéndose más perdido y abandonado que nunca. Tal vez si le contaba a su madre cómo era el cielo particular de su abuela la salvaría de tener que abandonar Bungalow Haven, pero había prometido no revelar ninguno de sus secretos. Aquel dilema lo hacía sentirse cansado e inútil, y lo único que deseaba era dormir. En su lugar, sacó de su cartera el elefantito rojo que su abuela le había dado y se lo puso sobre el pecho para poder contemplarlo mientras escuchaba.

—Había un par de sitios que eran bastante bonitos —dijo Gloria, hablando con su hermano esta vez—. Uno de ellos no está demasiado lejos de Bungalow Haven y tiene atención sanitaria las veinticuatro horas del día y un comedor grande para los residentes.

Más tarde esa misma noche, Gloria subió a ver cómo estaba Sebastian, preocupada por que su hijo se hubiera ido a dormir mucho más pronto de lo habitual. Se lo encontró tumbado en la cama, haciendo un dibujo del elefantito rojo.

—¿Te apetece venir abajo a ver la tele un rato con nosotras? —le preguntó.

Sebastian no respondió y apenas levantó la mirada de su dibujo. Se preguntó de nuevo si merecería la pena el esfuerzo de contarle a su madre lo que sabía. Quizá si encontrara las palabras adecuadas que lograran traspasar su lustrosa coraza de sabiduría maternal y tocarle de verdad la fibra sensible…

—Mamá, ¿tú crees que se puede tener el cielo pero estando en la tierra?

Gloria frunció el entrecejo.

—No sé a qué te refieres —le respondió.

—Ya sabes —le dijo Sebastian, levantando la mirada hacia ella—. Cuando pasa algo maravilloso que compensa todo lo malo.

—¿Tiene esto que ver con tu abuela? —le preguntó Gloria contemplándolo con desconfianza.

Sebastian dejó su dibujo a un lado.

—Mamá, yo sé una cosa que puedes hacer para que todo vaya mejor y así no tengas que preocuparte por llevar a la abuela Lola a una residencia.

—Oh, ¿en serio? —comentó Gloria, cruzándose de brazos—. ¿Y se puede saber qué es?

—Lo único que tienes que hacer es sentarte a la mesa con tía Susan y tío Mando y el resto de la familia, ¿sabes? Ese es el cielo de la abuela. Ella cree que es imposible tener el cielo en la Tierra, pero no es cierto.

Gloria se puso colorada.

—Me temo que lo que me estás pidiendo es imposible —rezongó.

—Pero ¿por qué?

—Porque, a veces, la gente hace y dice cosas que están mal, y no puedes volver atrás en el tiempo y cambiarlas. Cuando seas mayor lo entenderás.

—Pero la señorita Ashworth dice que siempre que hagas o digas algo malo, lo único que tienes que hacer es disculparte y arreglarlo. Eso significa que hacer algo bueno compensa lo malo que hayas hecho.

—Sí, ya sé lo que significa —le respondió Gloria irritada—. Pero no es tan sencillo como tú piensas.

—¿Qué pasó entre tía Susan y tú, mamá? ¿Por qué estáis tan enfadadas siempre?

Gloria meneó la cabeza sin inmutarse, negándose como siempre a contestar aquella pregunta, pero no con tanta vehemencia como en el pasado. De repente, se sintió harta de todo. De hecho, vio cierto destello en los ojos de Sebastian que la animó. Puede que después de todo su hijo ya fuera lo suficientemente mayor como para comprenderlo, así que tomó asiento a los pies de la cama y comenzó a explicarle lo que había sucedido durante aquellos difíciles días cuando él nació.

—En primer lugar, quiero que sepas que tu padre y yo estábamos contentísimos de que tú nacieras, Sebastian. Contigo sentíamos que nuestra familia ya estaba completa. Pero a causa de tu delicada situación no podía fiarme de nadie aparte de mí misma para cuidar de ti, por lo que no pude trabajar durante varios meses. Desgraciadamente, el salario de tu padre no era suficiente para que saliéramos adelante. Yo nunca he sido de pedir ayuda o de que me echen una mano en ninguna situación, pero me tragué el orgullo y acudí a casa del tío Mando en persona para pedirle un préstamo. Él estaba dispuesto a ayudarnos en todo lo que pudiera, pero cuando tu tía Susan se involucró, todo cambió. Insistió en ponerse en contacto con su gestor para que él pudiera estipular por escrito las condiciones del préstamo, incluyendo el tipo de interés y las cláusulas punitivas a las que tendríamos que hacer frente si no éramos capaces de devolverles el dinero. En otras palabras, no se fiaba de nosotros.

»Por supuesto, le dije que preferiría declararme en bancarrota antes que aceptar un solo céntimo de ella y me prometí que, a partir de ese día en adelante, no volvería a pasar jamás ni un solo segundo que no fuera estrictamente necesario en compañía de Susan. Hasta ahora he mantenido mi promesa y no tengo ni la menor intención de romperla.

Sebastian se había sentado en la cama intentando entender con todas sus fuerzas lo que significaba todo aquello.

—Entonces, ¿estás enfadada con tía Susan porque no te dio el dinero que le pedías?

—Estoy enfadada porque me ofendió a mí y a mi familia —aclaró Gloria con la barbilla temblorosa por la emoción—. Nadie se mete con mi familia.

—Pero la tía Susan también es de la familia.

—Ya no —respondió Gloria, y su ira le volvió a proporcionar energía—. Aquel día decidí que Susan ya no formaba parte de mi familia y me resulta imposible verla de otro modo. Bueno —dijo, apartándose el pelo de la cara—, ¿te apetece bajar con nosotras o no?

—No, gracias —le contestó Sebastian, y cuando su madre abandonó la habitación, volvió a retomar su dibujo del elefantito.

Y mientras dibujaba, pensó en la situación entre su madre y su tía y trató de comprender cómo una cosa así podía hacer que dos personas se odiaran durante tanto tiempo. En comparación con lo que Keith le había hecho a él, el comportamiento de tía Susan no le parecía tan malo. No había obligado a su madre a bailar como un mono o a ladrar como un perro. Si existiera un círculo de castigados hecho para adultos, ambas pasarían un tiempo juntas en él y quizá encontrarían una manera de ser amigas, igual que habían hecho Keith y él.

Aproximadamente una hora más tarde, la casa se quedó en silencio y su madre y su hermana se marcharon a sus habitaciones; cuando Sebastian estaba a punto de quedarse dormido, notó que algo le rozaba la mejilla. Abrió los ojos para verla contemplándolo en la oscuridad: una sombra incrustada en otra sombra, pero que, aun así, resplandecía con una luz espectral que llegaba a las esquinas más oscuras de su habitación. Y podía sentir su calidez, tan suave y penetrante como el sol, y paladear su esperanza, más deliciosa y alimenticia que ninguna comida que hubiera probado en toda su vida.

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