—Aquí Münchhausen, iniciamos ascenso en tres, dos, uno. Cota de cinco mil metros alcanzada y subiendo. Todo funciona en orden. —El disco no parecía mostrar ningún problema y ahora vendrían horas de espera y contactos rutinarios.
—Bien Münchhausen, aquí torre, seguimos en contacto. Pasamos a automático. —La radio chisporroteó.
—Aquí Münchhausen, recibido y paso a automático. —La mujer y las hijas se retiraron a sus habitaciones. Mañana regresarían de forma discreta a Viña del Mar, donde residían sin problemas en la colonia alemana.
En las siguientes horas no sucedió nada reseñable, aunque la emoción seguía intacta. El disco atravesó la atmósfera terrestre entrando en zona suborbital y cruzándola también con aparente facilidad. La nave pasó por la troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera y comenzaba a abandonar la exosfera. El disco entraba ya en zona orbital superior y alejándose incansablemente de la atracción terrestre.
—Aquí Münchhausen, soy Berger, todo en orden.
—Aquí torre, Münchhausen, indíquenos cuál es su situación. —Berger siguió.
—Estamos a cincuenta mil kilómetros de la superficie terrestre. ¡La visión es increíble! El motor antigravitatorio funciona perfectamente y hemos alcanzado una velocidad de cuarenta y dos mil kilómetros por hora. Esto supera los cálculos más optimistas. La temperatura externa es de menos ciento setenta y dos grados bajo cero. —Las noticias eran buenas y dentro de lo esperado. No se esperaban sorpresas, aunque era un viaje a lo desconocido, hasta cierto punto. Las horas pasaban sin cesar y el disco cada vez estaba más cerca de la Luna. La gran pantalla en la torre de mando indicaba la posición de la nave con respecto a la Luna y la Tierra. Helmut acababa de entrar y consultó los últimos datos con el equipo de controladores en Tierra.
—Aquí Helmut Langert desde la torre de mando. Münchhausen, ¿me copia bien? —Soltó el botón del micrófono. A los pocos segundos se oyó la voz de Berger.
—Sí señor, aquí Münchhausen, le copio bien y alto. —Helmut sonrió.
—Me gustaría hablar con el doctor Schutz, Münchhausen. —En un instante pudo oír la voz de Schutz.
—Helmut, aquí Wilhelm, ¿qué tal estás? —Helmut afirmó con la cabeza.
—Muy bien, Wilhelm, pero vosotros sois los importantes ahora. ¿Cómo es el viaje? ¿Es cómoda la nave? —Se oyeron una risas desde el disco.
—Aquí Münchhausen. —La voz de Schutz se oía con absoluta claridad—. La verdad es que es muy rápida y cómoda. Llegaremos en las próximas siete horas a la superficie lunar. Es increíble, de verdad, Helmut. Hemos logrado una tecnología de fuera de este mundo. En una hora empezaremos a colocarnos los trajes…, Wunderlich y Lindberg están como niños con zapatos nuevos. —Se oían comentarios de fondo a las palabras de Schutz.
—Parece que hay buen ambiente a bordo, Wilhelm —recalcó Helmut—. Me parece excelente.
—La verdad Helmut, es que el tiempo está pasando bastante rápido aquí arriba. A la velocidad que vamos, percibimos la proximidad de la Luna con mucha facilidad. ¡Es fantástico! Creo que nuestros cálculos de traslados de material a la Luna son correctos. No creo que la desviación sea de más de un cinco por ciento. —Helmut estaba muy contento.
—Excelente Wilhelm. Bien, ahora os dejo y seguimos en contacto más tarde, en cuatro horas. Dejamos la línea de comunicación abierta.
Grüss
. —El vuelo siguió sin más detalles importantes y todo estaba en orden.
La radio se puso en marcha. La voz de Berger sonó con contundencia.
—Aquí Münchhausen, pronto entraremos en la gravisfera lunar y nos hallaremos a un veinte por ciento de completar la llegada. Notaremos la gravedad lunar en cuatro horas. La Luna está delante nuestro en todo su esplendor. —Las noticias se recibían con júbilo en la torre de mando—. En ese momento iniciaremos la inserción en órbita lunar y nos situaremos en la vertical del
mare Tranquilitatis
. —Berger usó el término en latín para referirse al mar de la Tranquilidad—. Una vez en la zona de aproximación, llegaremos hasta los cráteres Sabine y Ritter en las coordenadas lunares cero grados, cuarenta minutos y veintisiete segundos norte y veintitres grados, veintiocho minutos y veintitres segundos este. —La torre contestó sin dilación.
—Correcto Münchhausen. Los datos son conformes. Inicien descenso en las coordenadas previstas y manténganse en contacto.
Las últimas horas del vuelo espacial ya iban finalizando y los nervios afloraban en el equipo. Habían sido las casi treinta horas previstas y había algunos técnicos que no habían dormido todavía. A pesar de ello, el ambiente había sido en todo momento de éxito y esperanza. Ahora comenzaba la segunda parte de la misión, la más decisiva y que permitiría comprobar toda la teoría desarrollada y conquistar la Luna para Alemania.
—Aquí Münchhausen. —Se oyó la voz de Berger—. Estamos sobre las coordenadas previstas y descendiendo sin problemas. El equipo que bajará a la superficie ya está preparado con sus trajes espaciales y sólo espera el momento del alunizaje. —La torre no tardó en contestar, aunque la voz tenía desfase de unos veinticuatro segundos.
—Bien Münchhausen. Les copiamos bien. Inicien los trabajos tras el alunizaje e informen de la situación.
La nave Münchhausen aterrizó en la Luna el veintinueve de junio de 1944, a las 21:37 hora terrestre. A través del teletipo de alta seguridad, Helmut envió un mensaje al general Kammler en Praga y al
führer
en Berlín, informando de este hecho histórico.
—Aquí Münchhausen, hemos alunizado sin problemas ¡
Heil Hitler
! ¡
Heil Gross Deutschland
! —Los vítores se sucedieron en toda la base subterránea del enclave Dignidad. La sensación de éxito embargaba a todos. Se descorcharon varias botellas de champán en la torre de mando. La alegría era generalizada. Helmut estaba muy contento, pero no podía olvidar que el trabajo debía seguir.
—Münchhausen, aquí base, felicidades por el alunizaje. Informen de la operación de salida e inicio de actividades científicas en superficie. —Tras veinte segundos.
—Aquí Münchhausen, se inicia la fase de bajada a superficie. El equipo ya está en la zona despresurizada y en este momento se abre la escotilla inferior de salida. Uno a uno van bajando. Primero el doctor Wilhelm Schutz, seguido de los geólogos Bertrand Lindberg y Jochen Wunderlich, en ese orden. —Tras una pausa—. El doctor Schutz ya ha pisado la superficie y comienza a caminar sobre ella. Sus compañeros también empiezan a caminar siguiendo al doctor Schutz. ¡Es un gran momento! —Linberg sacó una cámara fotográfica Leica eléctrica especial, colocada dentro de una caja de protección, e hizo varias fotos para inmortalizar el momento. Schutz llevaba algo envuelto en una especie de varilla. Lo desplegó. Era una bandera con la cruz gamada que, ayudado por Wunderlich, clavó en la superficie lunar y desplegó con orgullo. Linberg también inmortalizó el momento.
Dentro de la nave y a través de las pantallas, Berger y su equipo observaban a los exploradores mientras se movían cerca del disco. Hubo un aplauso general cuando la bandera fue desplegada sobre la superficie.
—Aquí Münchhausen, acabamos de desplegar nuestra bandera de combate sobre la Luna. ¡La Luna es nuestra! —De nuevo hubo una enorme alegría en el enclave Dignidad—. El doctor Schutz nos indica que van a observar la zona en un radio de doscientos metros, recogerán algunas muestras de superficie e iniciarán la primera fase de los trabajos. —Tras los segundos de desfase.
—Münchhausen, aquí base. Correcto. Inicien los trabajos previstos. —Schutz y los geólogos analizaron la zona en el perímetro acordado. En una bolsa iban poniendo algunas piedras y polvo lunar. Al cabo de una hora terminaron su revisión de la zona. Wunderlich volvió a la nave y dejó la bolsa. Cogió algunas herramientas para poder hacer los análisis necesarios. Lindberg fue a ayudarle ya que necesitaban montar una pequeña perforadora que debería hacer una taladro que alcanzaría los cien metros de profundidad. Era un modelo eléctrico especial, con una cabeza de carborundum y una pértiga telescópica muy resistente a la abrasión, que permitía extraer un testigo del subsuelo, pudiendo observar las diferentes capas geológicas y nivel de resistencia para los futuros trabajos en el subsuelo. Estas muestras serían extraídas en tres puntos diferentes y equidistantes, dentro de un radio de quinientos metros de la nave.
Mientras los geólogos trabajaban en su área, Schutz instaló una pequeña estación que analizaría la supuesta atmósfera lunar de forma automática. Tardaría un par de horas en analizar la misma y presentar resultados. También se puso a trabajar con un maletín de aluminio que contenía diversos aparatos para la medición de agua a partir de muestras del suelo y subsuelo. El maletín incorporaba cuatro patas desplegables que lo mantenían como una pequeña mesa ante el usuario y le permitía trabajar cómodamente. Al cabo de una hora la perforadora ya estaba preparada para el primer taladro en el primero de los tres puntos acordados. Era curioso trabajar sin ruido, a pesar de la supuesta atmósfera que indicaban los cálculos terrestres de la doctora Adler.
El taladro comenzó su trabajo y bastante rápido. Linderg indicaba los metros que iba avanzando. Los minutos pasaban de forma cadenciosa.
—Veinte, cuarenta, sesenta, ochenta, cien, ciento dos metros alcanzados —dijo a sus compañeros. Wunderlich indicó la forma de llevar a cabo el trabajo con las muestras—. Bien, ahora extraeremos el testigo y cogeremos tres muestras a treinta, sesenta y ciento dos metros, de un metro de largo cada una. Será suficiente. —Mientras la pértiga telescópica iba saliendo del suelo, se recogieron las muestras indicadas. Luego se trasladó todo el equipo de prospección al segundo punto. Lindberg hizo varias fotos del disco desde quinientos metros de distancia. Era soberbio. En la foto también se veía a Schutz trabajando con su maletín. En una de las fotografías, logró encuadrar el disco con la Tierra de fondo. Era un espectáculo increíble, inimaginable.
—Aquí Münchhausen, el trabajo continua según lo previsto. Ya se han logrado perforar dos de las tres áreas previstas y disponemos de los testigos de estratos. Sólo queda un punto por perforar y los análisis del doctor Schutz, sobre la atmósfera y el agua. —La torre contestó a los pocos segundos de desfase.
—Excelente Münchhausen, sigan informando de la situación y terminen los trabajos de superficie. —Los trabajos continuaron a buen ritmo y se cogieron algunas muestras más de piedras y pequeñas rocas esparcidas por la superficie, hasta un total de vienticinco kilos. El trabajo de perforación terminó y los testigos fueron acumulados con delicadeza en la nave, en un compartimento inferior, totalmente estanco, diseñado al efecto junto con las rocas y piedras. Schutz recogió las lecturas de la estación atmosférica y procedió a plegar todo el aparato, llevándolo a la nave también. Por último, cerró el maletín con los análisis acabados y que luego vería. Acto seguido, llevó el maletín a otra zona a unos trescientos metros en sentido opuesto y comenzó de nuevo el mismo procedimiento. Mientras tanto, los geólogos observaban a unos seiscientos metros un cráter de unos veinte metros de diámetro y que parecía reciente en términos estrictamente geológicos, pero que podría rondar los dos millones de años. También extrajeron muestras de la corteza para analizar el impacto y el diámetro del meteorito que lo causó.
Desde la nave, Berger y su tripulación observaban con interés cómo se desarrollaban los trabajos en el exterior. El radar no captaba nada anormal, ningún signo de actividad, en un radio de varios kilómetros.
—Parece que no hay selenitas, señor —dijo de forma jocosa uno de sus pilotos. —Pues no, Johan y es mucho mejor así. —Sonrió Berger—. Imagínate que tuviésemos compañía aquí arriba. Sería una auténtica sorpresa. —Las dos últimas horas previstas de alunizaje pasaron sin más contratiempos. Schutz terminó sus lecturas, cerró el maletín y guardó las patas de soporte. Todos se acercaron caminando al disco. Toda la parte izquierda brillaba con fuerza por la luz que proyectaba la Tierra sobre el satélite. Schutz pensó que aquella nave era la quintaesencia de la tecnología y que él había sido unos de los técnicos en su construcción. Se sentía muy orgulloso por ello. Llegaron hasta la escalerilla.
—Parece que nuestro dibujo de Münchhausen ha desaparecido —comentó Lindberg al subir por la escalerilla.
—Lógico —aseveró Schutz—. Con las presiones y temperaturas que hemos pasado, no podía resistir una simple pintura.
Se introdujeron en la Hygienieraum o cámara de higiene como le llamaban técnicamente y esperaron unos instantes. A los dos minutos una ducha pulverizada de un líquido que contenía agua y un poderoso antiséptico, roció completamente a los tres hombres, limpiando sus trajes de cualquier impureza externa.
—¡Tengo un hambre terrible! —dijo Lindberg, provocando las risas de sus compañeros bajo la fina ducha.
—Y yo quiero cambiarme el pañal… —dijo Wunderlich. De nuevo se escucharon risas. Luego sonó un potente ventilador que procedió a secar los trajes. Tras tres minutos, el ventilador se detuvo y pudieron abrir la compuerta de acceso al interior del disco. Allí fueron felicitados por la tripulación mientras procedían a sacarse los trajes con la ayuda de Berger y sus hombres. Los colgaron en un armario metálico y fueron al excelente cuarto de baño de a bordo, a ponerse el cómodo traje de vuelo.
—Me imagino que querrán descansar doctor Schutz —propuso Berger.
—Sin duda. —Berger señaló la zona de descanso en el piso inferior del disco, donde la tripulación disponía de unas literas.
—De todas formas, Berger, comeremos algo antes. Hemos estado muchas horas ahí fuera y tenemos hambre. —Uno de los tripulantes entregó a los tres expedicionarios unas raciones refrigeradas preparadas especialmente para los vuelos. Ya las habían tomado en el vuelo de ida y eran deliciosas. Había tres menús diferentes, todos frugales pero suficientes para un adulto. Mientras se sentaban en las literas de descanso, dieron buena cuenta de sus raciones.
—¡Esto es otra cosa, amigos! —dijo Lindberg con entusiasmo.
—Aquí Münchhausen, en cuatro minutos iniciamos el despegue y regresamos a la Tierra. Todos los objetivos han sido cumplidos dentro de la planificación prevista. La Luna nos pertenece ¡
Heil Hitler
! —La voz de Berger sonaba vibrante y orgullosa al comunicar el éxito hasta ese momento de la expedición lunar.