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Authors: Felipe Botaya

Tags: #Intriga, #Ciencia Ficción, #Bélico

Kolonie Waldner 555 (17 page)

BOOK: Kolonie Waldner 555
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Los seis mapas falsos de Roosevelt para asustar a los sudamericanos y brasileños en particular, tal como aparecieron en la revista
Life
.

No es ninguna sorpresa que Franklin Roosevelt mintió en muchas ocasiones para conseguir sus objetivos o poner en marcha sus políticas en contra de su propio pueblo. Por ejemplo, en una alocución por radio a la nación el 23 de octubre de 1940, el dio «su más solemne palabra de que él no había tenido ningún acuerdo secreto con ninguna nación o gobierno, de ningún tipo, directa o indirectamente, en ningún lugar del mundo, para involucrar a esta nación (los Estados Unidos), en ninguna guerra o por cualquier otro propósito». Esta «solemne palabra» fue una mentira. De hecho, Roosevelt había hecho numerosos acuerdos secretos para involucrar a los Estados Unidos en la guerra, como así fue. Tampoco olvidemos el ataque japonés a Pearl Harbour, la «teórica» sorpresa norteamericana y el inicio de la guerra mundial propiamente dicha.

Ante todo esto, uno puede preguntarse ¿qué llevó a Brasil en involucrarse en la Segunda Guerra Mundial el veintidós de agosto de 1942, siendo el primer país de la zona en hacerlo? Como he comentado antes, a principios de 1940 y como resultado de las potentes presiones diplomáticas y la aplicación del principio político de «la buena vecindad», liderado por el presidente Roosevelt, Getúlio Vargas, presidente de Brasil y un hombre inclinado hacia el fascismo, según los informes norteamericanos, y lo que decía el Mayor Henrique Holl, jefe del servicio secreto militar brasileño, y es que Alemania no tenía porqué oponerse a Vargas ya que «su política exterior coincide con la de Alemania». Sin embargo, tuvo que realinear su núcleo político de actuación con los Estados Unidos, luchando por la democracia y el supuesto «mundo libre». Brasil era un punto estratégico de la máxima importancia y sobre todo teniendo en cuenta la escalada que iba tomando el conflicto en Europa y el Norte de África. Los Estados Unidos jugaron estas bazas muy fuertemente y ello justificó, sin más dilación, la implantación de las bases aéreas y navales en Brasil bajo jurisdicción norteamericana. Se decía que eran las bases con más actividad en ese momento.

Sorprendentemente, antes de obtener el permiso oficial para la instalación de las bases en Brasil, los Estados Unidos ya se estaban instalando. Pero ello no debe sorprender ya que los submarinos alemanes habían hundido cinco mercantes brasileños, que transportaban ayuda militar a los aliados. Ello provocó manifestaciones que forzaron al gobierno de Getúlio Vargas, que no quería, a declarar la guerra a Alemania. Al mismo tiempo, instructores del ejército norteamericano comenzaron a entrenar a tropas brasileñas y a suministrar equipo al ejército, marina y aviación brasileños durante 1942. Más de veinte mil soldados brasileños lucharon en el frente italiano hasta el final de la guerra. Cuatrocientos cincuenta y cuatro murieron en combate.

La respuesta alemana humorística, un mapamundi, a los falsos mapas de Roosevelt.

Tan pronto como las bases aéreas en Brasil fueron cien por cien operativas, el Mando de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos asumió el control de los servicios en ellas. En junio de 1942 el Mando fue reorganizado como Mando del Transporte Aéreo del Ala del Atlántico Sur que había operado desde la Guayana Británica y trasladado hasta Natal, cuando Brasil se unió militarmente a los beligerantes aliados. Esta Ala militar en Natal funcionó como la agencia operacional para todas las actividades militares en Brasil de las fuerzas norteamericanas, hasta que se puso en marcha la base de Recife el veinticuatro de noviembre de 1942, que asumió esas competencias. De todas maneras, Natal siguió siendo para la Fuerza Aérea su base más importante en todo el Atlántico Sur. Con todos estos privilegios hacia Roosevelt y al esfuerzo aliado, los submarinos alemanes que antaño navegaban hacia el Atlántico Sur, utilizando bases en Argentina y Chile sin más actividad de combate, comenzaron a ser perseguidos y atacados por los aviones y barcos de las bases brasileñas.

Como curiosidad, el primer militar americano que llegó a Natal fue el teniente de la Fuerza Aérea Marshall Jamison en junio de 1941, antes de que los Estados Unidos o el mismo Brasil estuviesen implicados en la guerra oficialmente. Desde ese momento, la llegada de contingentes militares, sobre todo de paso hacia África, no se detuvo, llegando a ser la base militar más grande fuera de los Estados Unidos. Natal nunca fue la misma desde la aparición de las fuerzas militares. Disfrutó del mayor ratio de crecimiento y economía de todo Brasil y pasó de cuarenta mil a sesenta mil habitantes que convivían con la influencia norteamericana y sus dólares.

Una de las actividades militares menos conocidas de los Estados Unidos en Brasil, era el control del espacio aéreo brasileño, bajo la excusa de proteger a los vuelos civiles de Pan American que volaban desde los Estados Unidos a Brasil, tras hacer escala en otras zonas del Caribe. No hemos de olvidar que los vuelos civiles americanos a Brasil se remontaban a 1922, cuando un vuelo desde los Estados Unidos conmemoró los cien años de la Independencia de Brasil. En 1929 había dos aerolíneas que volaban al país carioca la NYRBA Line y la Pan Am, que se disputaban el servicio de correos norteamericano al extranjero. Ganó la Pan Am y la NYRBA fue adquirida por Pan Am convirtiéndose con el tiempo en Panair do Brasil, una subsidiaria. Natal era un punto muy importante para los pilotos de cualquier lugar del mundo. Amelia Earhart o Charles Lindbergh también pasaron por allí en 1937 y en 1933 respectivamente. Esta actividad de control incluía la búsqueda y destrucción de la presencia militar alemana en Brasil. Los Estados Unidos manejaban pruebas concluyentes de esa presencia, pero no tenían una idea exacta del alcance de las mismas a pesar de los esfuerzos continuados de sus servicios secretos. Sí que tenían suficientes testigos e informes que hablaban de extrañas naves sobre sus cielos, que parecían ser alemanas.

Para todo lo que era el control marítimo costero y en alta mar se utilizaban los hidroaviones
PBY5 Catalina
y los
Mitchell TB-25.
Aviones robustos y de largo alcance, que pusieron en serios aprietos a las tripulaciones de los
U-Boot
alemanes. Para los servicios de control dentro del mismo Brasil de la presencia alemana, los norteamericanos contaban con los cazas
P-51 Mustang
y los
Curtiss P-40,
con sus característicos dientes de tiburón pintados en la parte delantera. En este caso, se trataba de cazas fiables y rápidos con un amplio radio de acción desde su base. Todas las bases aliadas contaban con estos modelos y estaban prestando un gran servicio a los intereses aliados. Al mismo tiempo, también se trataba de un buen negocio para los norteamericanos ya que buena parte de ese material sería traspasado al ejército brasileño bajo el acta Lend & Lease, similar a la que disfrutaba la Unión Soviética desde antes de la entrada de los Estados Unidos en la contienda.

El aviso de interceptar cualquier avión sospechoso o no identificado sobre Brasil y sobre todo, cerca de sus aeropuertos, hizo que los controles por radar y las patrullas norteamericanas en vuelo continuado, no cesasen en su búsqueda. Había habido algún incidente de poca importancia, con aeronaves brasileñas poco cuidadosas en informar de sus movimientos aéreos, siendo algunas de ellas derribadas sin contemplaciones. El gobierno de Getúlio Vargas hacía la vista gorda ante estos incidentes que o bien no informaba o bien formaban parte del acuerdo militar secreto. Pero aquella vez era diferente y provenía de un informe de la inteligencia militar, catalogado como «Alto Secreto». Había que localizar una aeronave, presumiblemente alemana, en la zona de Manaos. No se daban más detalles a los pilotos que cubrían esa zona inmensa. Una de esas patrullas estaba formada por el capitán S. W. Elway y el teniente P. H. Garnett, y cubría desde Santarem hasta Manaos, aunque su base estaba en Belém.

Los dos
Curtiss P-40
rugían mientras sobrevolaban la confluencia de los ríos Amazonas y Negro, cerca de la ciudad de Manaos, que se divisaba desde su excelente atalaya voladora. Habían recorrido y controlado la zona estipulada ese día. Los dos pilotos se disponían a regresar a la base logística de Santarem, donde repostarían para alcanzar su base de Belém, cuando algo les llamó la atención. Estaba volando casi rozando las copas de los árboles e iba muy rápido. Era pequeño y costaba distinguirlo de la frondosa vegetación, excepto cuando sobrevolaba algún prado o el enorme río.

—Creo que lo tenemos Stan. Voy a bajar —dijo el teniente Garnett.

—Bien, aviso a la base y te sigo. —Los dos aviones maniobraron hacia estribor con elegancia y fueron perdiendo altura hasta situarse a un escaso medio kilómetro de aquel curioso artefacto.

—Es un helicóptero Peter, lo tengo a la una. No lleva distintivos, es de color oscuro matizado y lleva como una pintura de camuflaje —dijo el capitán Elway mirando la carlinga de su compañero que volaba en paralelo a él a bastante distancia. Y añadió—: Es lo que estábamos buscando. Debemos hacerle aterrizar, no derribarlo. Ya conoces las órdenes.

—OK, capitán —contestó el teniente mientras enfilaba su avión hacia la pequeña nave.

Garnett incrementó su velocidad superando a su compañero, hasta situarse muy cerca del veloz helicóptero que maniobraba muy bien, zafándose con facilidad. El teniente buscaba la mejor posición de tiro. Aquel terreno ayudaba a la pequeña aeronave. Era difícil seguirle. El piloto parecía haberse dado cuenta de su presencia. Inició un vuelo de escape, sorteando de forma peligrosa los árboles. Los aviones no le podían seguir. Parecía un piloto muy experimentado. —Voy a disparar, Stan. Sólo como aviso.

—De acuerdo —contestó Elway. El tableteo de las ametralladoras que trataba de intimidar al helicóptero, no surtió efecto alguno. Parecía volar de forma más endiablada todavía. Garnett podía distinguir al piloto, que llevaba un uniforme de vuelo oscuro, un gorro de cuero ajustado y unas gafas de vuelo.

De repente, el helicóptero pareció desaparecer ante los ojos del teniente. Mientras miraba a su alrededor desde su carlinga, la radio crepitó.

—¿Qué ha pasado, Peter? —Garnett miró hacia su compañero, situado a las siete.

—¿Dónde está ese maldito cacharro, Stan? —dijo a través de la radio de a bordo, con voz desconcertada.

—Abramos bien los ojos, Peter. ¡Es un piloto muy bueno! Y sabe manejar ese helicóptero… —La alta velocidad de los dos cazas les hacía recorrer una distancia enorme en poco segundos. El piloto del helicóptero sabía jugar con sus ventajas.

—Voy a volver, Stan. No puede haber desaparecido sin más —dijo Garnett.

—Bien, te sigo, pero ten cuidado. —El teniente viró a babor, descendiendo hasta donde le permitía la capacidad de su avión. El río Negro era imponente y de una amplitud sobrecogedora. Los árboles iban pasando rápidamente ante su vista, pero no veía nada. Redujo su velocidad hasta el límite que pudo. Viró sobre una pequeña explanada abierta entre los enormes árboles. Nada.

De repente y sin que Garnett se diese cuenta, el helicóptero se situó en la cola de su avión a muy poca distancia. Había salido de la nada.

—¡Cuidado, Peter, lo tienes a las seis! ¡Inicia una maniobra de evasión, rápido!—avisó angustiado Elway por la radio, que desde la distancia, pudo ver perfectamente lo que sucedía. Sin dilación, el helicóptero abrió fuego alcanzando al avión norteamericano, que comenzó a perder altura envuelto en humo negro. El avión cayó en medio del amplio río sin explosión alguna. Flotó durante algunos instantes, pero comenzó a hundirse rápidamente. El teniente Garnett desapareció con él en las tenebrosas y profundas aguas del río Negro.

El capitán Elway no daba crédito a lo que acababa de suceder. Viró su avión tratando de localizar la zona del río donde había caído su compañero y dar parte a la base. Así lo hizo. Tras unos instantes aturdido, Elway enfiló su avión hacia el pequeño helicóptero que huía en dirección a Manaos. Lanzó dos cohetes que no alcanzaron a su perseguido y que provocaron fuertes explosiones en el aire. Las dos aeronaves volaban sobre el río Negro, muy próximo a su encuentro con el río Amazonas. Elway se aproximó todo lo que pudo y abrió fuego. A pesar de una maniobra de escape hacia babor, el helicóptero resultó alcanzado en el rotor trasero y el tanque de gasolina, perdiendo altura muy rápido y de forma descontrolada. El piloto del helicóptero parecía querer llegar a la orilla del río. Sobrevoló a poca altura a unos pescadores, que mostraron su asombro ante la aparición repentina de la nave. Con estruendo, el helicóptero se estrelló en la orilla envuelto en fuego. El fondo fangoso comenzó a engullir la pequeña aeronave, hasta su desaparición. El piloto tuvo tiempo de abandonarla, cayendo pesadamente en la orilla, chamuscado y con el uniforme quemado y hecho jirones.

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